Al abrir los ojos, o al creer que eso hacía, como primer acto consciente, luego de estar dormido, ausente o desmayado, ya que hasta mucho después no habría de saber de cuál de esos estados me había recuperado, pude ver un cielo rojizo, casi monocromo, notoriamente diferente al de un alba u ocaso normal y con unas tonalidades extrañas, como si ciertos matices de la luz que se filtraban entre las densas y omnipresentes nubes, bordearan el rango del espectro electromagnético inferior al rojo, que a pesar de mi evidente paupérrima memoria, barrunté como algo que no era un fenómeno normal, que fuera parte del mundo natural que mi mente creía conocer.
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