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En los últimos años, las redes sociales han ido aumentando su nivel de censura con la excusa de...

     
Tiempo de lectura: ~7 minutos. 1901 palabra(s).

Desde finales del 2017 las redes sociales han comenzado a implementar políticas de erradicación (baneo o bloqueo) de cuentas, grupos o páginas que promuevan el “lenguaje de odio”.

Esto comenzó con Twitter allá por noviembre o diciembre del año referido y hace poco Facebook anunció que hará una purga similar en su plataforma.

Quizás a casi todos nos pueda parecer, a primera vista, que tales posturas son correctas y benéficas para la sociedad en general y útiles para evitar injusticias, acosos o abusos que puedan sufrir los individuos en particular. Sin embargo, un análisis un poco menos superficial de las implicaciones a largo plazo de tales medidas, puede que nos haga cambiar de idea de manera rápida y dramática.

En primer lugar, hay que entender que cualquier red social (máxime si es de acceso gratuito, lo que ocurre en la mayoría de los casos) tiene todo el derecho de implementar las reglas y términos para el servicio que se les de la gana. Es por eso que debemos “aceptar” esos términos a través de un par de «clicks» de nuestros mouses o de «touches» en nuestros dispositivos móviles, antes de poder tener acceso a los servicios que dicha red nos preste.

Hasta este punto, todo resulta lógico: Se recibe una serie de servicios gratuitos a cambio de aceptar una serie de condiciones para ello…

Dicho esto, ya es mucho menos defendible que cambien las reglas del juego luego de años de mantener determinados perfiles éticos e ideológicos o cedan a las presiones de esa nueva “mano invisible” de lo políticamente correcto.

Hay que añadir a lo anterior el hecho de que es muy dudoso que una red social grande (generalmente con cientos de millones de cuentas activas) pueda hacer cumplir esas normas o políticas con algo más que algún imperfecto algoritmo “reconocedor” de patrones.

Es cierto que ya hay en servicio, dentro de la red, un par de AI (inteligencias artificiales), como la red neuronal que ha remplazado el famoso “algoritmo” de YouTube, pero todavía no existe (ni es probable que surja antes de una década) un sistema experto mínimamente operacional para detectar puntos de vista filosóficos o ideológicos de manera precisa y determinar si son “inaceptables”, según parámetros éticos humanos y no a partir de tablas de datos comparativos.

Lo anterior equivale a que las redes sociales sólo buscarán palabras problemáticas, o combinaciones de las mismas, y a través de algoritmos de puntuación irán calificando la “corrección ideológica” de cada perfil, lo que implicará que pasado un nominal (y desconocido para los usuarios) índice de tolerancia, se eliminará al mismo por indeseable para la red en cuestión.

Es casi una obviedad el aludir que, muchas veces, estos mecanismos (ciegos, automáticos y en donde sólo interviene una o más inteligencias humanas en sus fases de programación) den falsos positivos, cerrando cuentas o perfiles perfectamente “aceptables” incluso para la hipócrita ética que rige el posmodernismo.

No obstante, es preciso aclarar que ese será el menor de los males, uno en realidad insignificante (al menos comparado con lo que sigue).

Todas las especies vivientes somos capaces de responder a la lógica natural del “estímulo – respuesta”. Cualquier organismo desarrollará algún tipo de instinto con cierta capacidad de “predicción” de un peligro o consecuencia indeseable. Tal habilidad, determina que (por ejemplo) un animal consciente que se quemó alguna vez al acercarse al fuego, tenga una noción, ya sea puramente instintiva o racional, de “hasta donde” pueda aproximarse al mismo, sin volver a quemarse.

Es así que uno pensaría que, en una red social con políticas coherentes sobre los límites de la libertad de expresión, existirán fronteras claramente establecidas, que si no se traspasan, no presupondrán ningún riesgo para la salud del perfil o la cuenta del usuario.

Sin embargo, lo anterior no es (o pronto no será) verdad… Ya que el tipo de algoritmo que se suele implementar se basa en parámetros tipificados de manera discrecional por algún analista de sistemas (o grupo de ellos), por lo que difícilmente pueda emular un juicio humano coherente y realista. Esto dará como resultado el que existirá un amplio margen, virtualmente aleatorio, entre la seguridad de una postura “aceptable” para las políticas de la red social y el extremo inaceptable que motivaría el baneo. Todo aquel que opine más allá de los “promedios” dictados por la corrección posmoderna se arriesgará a perder su perfil o sufrir bloqueos parciales sobre el mismo.

En otras palabras, sólo quienes se autocensuren todo el tiempo y cada vez en mayor medida, mantendrán seguros y longevos a sus perfiles, páginas o grupos, ya que ningún usuario, por más mesurado y responsable que sea, sabrá cuales son los límites impuestos por las normas del servicio que está utilizando (y esto incluso será adrede, porque las redes tratan de evitar que los más avezados geeks y hackers aprendan cuales son los trucos para evadir sus bloqueos haciendo que los límites y parámetros nunca sean claros, varíen de manera constante o sean incluso azarosos).

Pero todavía hay más… ¿Será factible que los algoritmos implicados en estos procesos sepan diferenciar entre el “lenguaje de odio” real, del humorístico, paródico, irónico o ficcional? ¡Detengámonos un poco en este punto y veamos si las posibles consecuencias no pueden llegar a ser horrorosas!

¿Ocurrirá acaso que los medios de comunicación más usados (por muy lejos) en la actualidad dejen de permitir toda forma de humor, parodia o incluso de ficción “políticamente incorrecta”? ¿Qué pasará si alguien publica un cuento en donde hay un personaje racista, un violador o un islamofóbico? ¿Le cerrarán la cuenta a su autor por tal razón? ¿Qué ocurrirá si alguien postea un texto con «contenido de odio», pero en el último párrafo descalifica al mismo de manera rotunda, igual será castigado sólo por citarlo?

Es probable que los responsables de las redes sociales, si son interpelados por tales “espinosos detalles”, se apresuren a decir que no será así y, pecando de ingenuidad, hasta podría creerse que tal cosa es verdad. Pero, ¿qué ocurrirá cuando las aristas más sobresalientes de lo “inaceptable” sean limadas? ¿Es seguro que no se apriete un poco más a los algoritmos cual navajas de afeitar y se busquen detalles más y más pequeños (se quiera una “afeitada más al ras”), hasta que la censura llegue a un nivel que pudiese escandalizar al mismo Orwell?

Incluso si prontamente se establecieran inteligencias artificiales (que por su autoinferencia -por aprender sin ayuda- sean capaces de una mucho más certera evaluación), ya son harto conocidas las consecuencias de la mentalidad “policíaca” cuando en vez de reprimir los hechos ilegales o criminales, pretenden anticipar a los mismos penalizando las ideas, creencias o expresiones que pudieran (quizás) causarlos en el futuro.

Es preciso entender que la autocensura precipita al abismo del fascismo a las sociedades de manera mucho más rápida e inexorable que las instituciones de seguridad de los estados o las fuerzas de choque reaccionarias.

Quizás algunos puedan pensar que todo esto es una exageración… y podría ser el caso, si no fuera por el hecho de que este panorama en las redes sociales no es exclusivo de las mismas sino el reflejo de lo que ocurre en la sociedad en general, en la dinámica involutiva del posmodernismo.

Por supuesto, hay que decir que toda persona racional, con un mínimo de ética, coincidirá en que hay ideas que no son aceptable, que no pueden ser toleradas en un mundo donde impere el estado de derecho y la convivencia civilizada. Se ha dicho en este mismo blog, en reiteradas ocasiones, que las ideas no son respetables per se. Pero asumir esto, es algo muy diferente a pretender censurarlas o criminalizarlas si no han traspasado al ámbito de los hechos.

La Justicia no puede ni debe actuar sobre las teorías o las probabilidades, sino sobre los hechos o actos consumados… y si la Justicia no puede avasallar lo que todavía no se ha convertido en un hecho, mucho menos debería poder hacerlo esa “mano invisible” de la corrección política, de cierto acotado segmento de la “opinión pública” o la acción directa de los CEOs de algunas empresas mediáticas.

Pero todavía se puede ir más allá y preguntarse con honestidad: ¿Es un crimen o delito el odiar? ¿Debe ser vedada toda expresión de ese sentimiento? Y también, ¿Dónde comienzan las “palabras de odio” (las condenables)?

Desde luego es ilícito que se incite a las personas del barrio donde se vive a atacar a un vecino porque, por ejemplo, no guste el color con que pintó su casa… Pero, ¿acaso debe estar vedado el poder decir “odio a mi vecino” (sin amenaza de violencia, claro está)?

En las sociedades donde el humanismo predomina, ya no se discute que toda forma de discriminación (en los hechos) no sólo debe ser condenada a un nivel ético, sino severamente penalizada por las leyes. Pero, de nuevo, ¿algún código penal civilizado castiga el pensar en matar a alguien o el imaginar robarle… o sólo se condena el hecho si ya fue consumado? (No es preciso aclarar el punto… ¿verdad?).

Pero si los delitos sólo atañen a los hechos y nunca a los pensamientos (ni siquiera a los pensamientos expresados en voz alta, a menos que posteriormente se conviertan en hechos o, por lo menos, en amenazas creíbles de los mismos), ¿por qué una emoción debería ser castigada?

Penalizar una emoción, incluso si sólo ocurre “socialmente”, acerca a la humanidad al célebre “crimen mental” profetizado por George Orwell en su novela “1984”.

Para prevenir lo anterior, ya hace siglos que se conoce la diferencia legal y ética, entre la acción penal por un hecho consumado o bien una injuria o agresión moral concreta, de la censura previa, del paternalismo del Estado o de la autocensura de los medios. Pero el problema en todo esto es que algo que ya Voltaire conocía hace más de 200 años, está siendo olvidado en pleno siglo XXI.

Ninguna emoción o idea puede ser condenada por sí misma. Tampoco debería serlo la expresión puramente teórica de las mismas. Si bien la justicia civil y penal de la mayoría de los países civilizados tipifica la “apología del delito” como punible, en esto hay un detalle: La apología primero debe ser denunciada, para luego sí (si es real) condenada por los organismos judiciales competentes.

Permitir que la acción de “denunciar” sea omitida y que se deje a cargo a un algoritmo o política empresarial, para que los “posmodernos” se sientan más cómodos y seguros, no sólo es renunciar a una parte significativa de nuestros derechos y libertades, es mutilar una parte considerable de nuestra condición de seres pensantes.

El odio es un crimen sólo si se traduce en hechos de violencia o daño real hacia otros seres. La mera emoción o su expresión oral o escrita, no puede ser criminalizada, porque si así se procede, pronto otras emociones y sus expresiones, incluso si son tácitas, también se vetarán y penalizarán… y si tal cosa llegara a ocurrir, la cultura humana volvería a caer en las más oscuras prácticas, equiparables a aquellas que fueron típicas de la Inquisición o la cacería de brujas.

Ninguna seguridad, bienestar o condescendencia justifica la censura previa. Que los humanos todavía no hayamos aprendido eso demuestra lo lejos que estamos de vivir bajo un verdadero humanismo basado en la lógica y no en la pulsión de la moda cultural o los atavismos instintivos de las masas.

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¿Tú que opinas? ¿El lenguaje y las ideologías de odio deben ser censuradas o combatidas mediante el debate de las ideas?

  ⁂  C O M E N T A R I O S  ⁂

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«Hence, we will not say that Greeks fight like heroes, but that heroes fight like Greeks.»

— Winston Churchill,
(British politician and statesman, 1874 – 1965)

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