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Tiempo de lectura: ~7 minutos. 1927 palabra(s).

– Dale, mete la mano. ¡No seas gallina!

– No sé Tobi –el pequeño miraba como la obscuridad se hacía más densa a medida que bajaba.

– Dicen que adentro hay un nido de hormigas –murmuró tenebrosamente Susi, mientras ponía cara de miedo.

– ¡Basta! Yo sé que vos sos hombre. Demostrale a estos que no hay nada –aseguró José.

– Hay quienes perdieron un dedo ahí adentro –continuo la niña.

Los cuatro se miraron y sonrieron. Aunque la verdad a Mateo no le simpatizaba mucho la idea.

Hacía días había visto en el parque ese extraño árbol, cuyo tronco formaba una especie de rayo.

La primera vez que lo notó fue después del partido y quedó como hipnotizado.

Su extraño color, que iba del marrón al gris, las pocas hojas que tenía y sobre todo ese extraño agujero. En realidad, el más bajo, porque habían otros en el medio y en la parte superior, pero esos eran más bien como si hubiesen sido agujerados por una persona con un gran cortapluma. Pero el de abajo… el de abajo era obscuro.

En ese momento se arrepintió de haberlo mostrado a sus vecinos y compañeros de juegos.

– Es tiempo –dijo sombríamente Tobi, tocándole el hombro

– ¿Y si me pica algo?.

– En la avenida hay unas personas del Ministerio de Salud, en su puesto.

Metió lentamente la mano, vio cómo iba adentrándose y perdiéndose en la obscuridad, tentando el fondo.

Nada… nada… Ya iba como medio brazo. «¿No tendría que estar la tierra ahí?».

Hasta que sucedió.  Tocó algo. Se sentía como fuera… ”como si fuera un cabello?”. Y luego este algo lo tocó a él. Fue el fin.

Mateo gritó desde el fondo del alma y al instante sus compañeros le siguieron, luego corrieron y fue cada uno rumbo a su casa.

El niño cayó al piso y miró su mano buscando una herida, una hinchazón, picazón o algo. ¡Nada!

Después de unos minutos, cuando se pudo calmar, miró a sus costados y no encontró a sus amigos.

– Vaya amigos valientes qué tengo! –dijo mientras se levantaba y se sacudía la tierra.

– ¡Yo no los llamaría amigos, y mucho menos valientes!

– ¿Quién dijo eso? –preguntó el niño girando trescientos sesenta grados.

– ¡Lo dije yo!

Mateo siguió el sonido de la voz y fue hasta el árbol.

–  ¡Ahí no! ¡Si no dudaras tanto ya me habrías visto! Me parece que también tienes miedo.

Y allí la vio, en la entrada del hueco, con no más de 20 cm., estaba una pequeña mujer de cabellos enrulados marrones, con una pollera verde y una remera abullonada también marrón, mirándolo fijamente.

–  ¡Ayyyyy! –Mateo fue corriendo, también a su casa.

A la tardecita, antes de cenar, José fue a la casa de Mateo.

– Quería saber cómo estabas. Después de llegar a casa me llamó Susi para ver si sabía algo de vos.

– Estoy bien.

– ¿No te pasó nada?

– Y no, parece que no.

– ¿Te picó algo? ¿Puedo ver?

– No. Ya te dije que no fue nada. Ahora tengo que terminar mi tarea.

El otro niño se despidió y se fue, mientras que Mateo miraba la hoja de su cuaderno de dibujos, donde había esbozado a la duende.

A la tarde siguiente, luego de hacer las tareas, fue de nuevo al parque. Se detuvo frente al árbol y miró alrededor para ver si no había alguien. Como era de siesta y estaba haciendo frío, no había movimiento.

Sacó su linterna del bolsillo y alumbró.

-No estoy ahí.

Mateo levantó la vista y la encontró sentada en una rama.

– ¡Ayyy!

– Vamos, ya pasamos por esto. Creí que al menos ya me conocías como para no gritar.

– ¿Eres… un duende?

-Me llaman de muchas maneras. Si quiere llamarme así, está bien.

– ¿Qué hacías ahí?

– Ahí yo vivo niño. No solo los seres humanos tienen casas –dijo levantándose y estirando su falda.

– ¿Porque dijiste eso de mis amigos…? ¿De los otros niños?

– A mi edad se aprende a observar mucho. Mucho y mejor. Ya no nos quedamos mirando si una envoltura es linda o fea, sino que vemos lo que está adentro. Esos niños te abandonaron, y no es solo eso, cuando juegan te suelen patear muy fuerte o hacerte zangadillas. Eso no se hace!.

– ¿O sea que nos viste?

– Muchas veces. Me gusta sentarme y mirar alrededor. Ocasionalmente paseo con algunos de los perros que ya son mis amigos, como Fred, ese perrito blanco de la rubia que quiere bajar de peso rápido, antes que regrese del viaje su marido.

– ¿Y nadie te ha visto? –murmuró mirando a su alrededor.

– Pocos nos pueden ver. Hay quienes nos vislumbran o nos sienten. Pero no nos ven.

– ¿Por qué?

– Bueno… hay que ser como los niños. No esos niños que te acompañaban, más como vos, como Beti, más en contacto con lo que importa de verdad.

Mateo pensó un rato y luego se animó a preguntar.

–  ¿Puedo ver cómo es tu casa?

– No.

– ¿Por qué?

– Nadie que va, regresa. Y me imagino que no quieres dejar a tu familia.

– ¡No!

Ella bajó por las ramas y entró al agujero.

– ¿No trajiste tu patineta para jugar? –dijo Tobi, saliendo de la nada.

– No.

– ¿Y tu jueguito? -preguntó la niña.

– Tampoco.

– Puedo ir a casa a buscar la pelota –interrumpió José, tratando de alivianar el ambiente.

– No, que vaya él por sus juguetes y nosotros le esperamos aquí –ordenó Tobi.

– Sí. Tiene razón. Me voy a casa –intervino Mateo y apresuradamente fue a su hogar.

Los otros niños se sentaron a esperarlo en el parque, se levantaron, caminaron, patearon a la arena…

–  Mejor vamos a buscarle a su casa. Me parece que nos está jugando una broma pesada.

– ¿Y si dejamos así no más todo?

– Estás loco José –chilló Susi– ¿Y con quien vamos a jugar?

– Entre nosotros.

– No –volvió a intervenir enérgicamente el otro niño- El tiene los juguetes más lindos. Su casa es más grande, a él le toca compartir.

A José no le convenció mucho la idea pero prefirió callar ya que era minoría en ese grupo.

Al llegar a la casa salió la mamá a recibirlos, una señora relativamente joven que trabajaba de mañana en una oficina pública y el resto del tiempo lo dedicaba a su hogar.

– Mateo está haciendo la tarea. En todo caso pueden hablarle mañana.

– Pero él nos prometió llevarnos sus juguetes para jugar en el parque.

­- Bueno, en realidad no sé qué habrá dicho, pero ahora tiene que terminar su tarea

– Y no podemos entrar un ratito? –repuso la niña.

– No -y sin decir nada más cerró la puerta y volvió a sus quehaceres.

– No hay problema, mañana le agarramos en el parque –murmuró apretando sus nudillos.

Al día siguiente, antes de entrar en su casa al regresar del colegio, José fue a visitar a Mateo. Su mamá lo recibió y avisó que el niño todavía no llegaba.

Ante la preocupación y el remordimiento, José rogó a la señora que no le deje ir al parque por unos días y ante su insistencia, contó todo lo sucedido.

– Mateo ayer nos explicó lo que estaba pasando, aunque parece que no todo. Yo presentía algo pero no me animaba a preguntarle. Veo que es más grave de lo que creía. Tal vez si hablo con los padres…

– Con el papá de Tobi no conviene. Mis papás le tienen miedo y siempre me recomiendan que sea diplomático con ellos.

– No puede ser tan malo…

Aunque más adelante, conversando con los vecinos y miembros de la iglesia, confirmó que sí era una persona especial, muy especial.

Por unas semanas Mateo no fue al parque, hasta que un sábado de mañana decidió salir con su papá para jugar fútbol  bien temprano, aprovechando el día soleado.

Cuando transcurrido un tiempo, llegaron Tobi y Susi, ellos se despidieron y regresaron a su hogar.

Los niños quisieron acompañarlos pero el señor les recordó que tenían tareas (su hijo de la escuela y él de jardinería) y cortó de raíz toda insistencia.

–  A veces creo que esos niños viven aquí –murmuró su papá.

Iban pasando las semanas y Mateo extrañaba a su amiga del hueco.

Había aprendido algunas cosas con ella, o al menos, las había aceptado. Sabía que no estaba bien tener amigos por interés, que preferían estar con sus juguetes, pero tenía miedo de no encontrar otros niños con quienes jugar.

En ese tiempo descubrió que quedarse en su casa no era tan malo, además de jugar con sus juguetes también podía leer libros de chistes y después contarlos en la escuela (lo que dio como resultado nuevos amigos). Por si fuera poco, le habían regalo un cachorro y cuidarlo llevaba su tiempo.

Así pues, esa mañana fue al parque a buscarla y no la encontró. Cuando regresaba por el sendero del costado se topó con Tobi, quien al verlo corrió hacia él y lo empujó al suelo.

– ¡Ey! ¿Qué te pasa? –se quejó el niño.

– ¿Te crees mejor que nosotros acaso? ¡Te haces el importante!

– ¿Yo hacerme el importante? ¡Ustedes son los interesados que quieren mis juguetes!

– ¡Nosotros te hacemos el favor de jugar contigo! Nadie quiere estar con los nerds. Ahora vas a ver. ¡Dame tu reloj!

“¡Dale tu reloj!” susurró una voz desde el interior de Mateo.

El niño se sacó su reloj y cuando lo iba a pasar sintió un golpe fuerte en su espalda y el reloj voló.

– Así que acá está el «Señor Importante” -dijo sarcásticamente Susi.

– ¡Qué torpe sos! Hiciste que se le cayera su reloj tan fashion. Vamos a buscarlo, fue hacia aquel tronco.

Mateo se enderezó y reconoció a uno de los viejos troncos que fueron derribados por una fuerte tormenta hacía unos años. Una vez que caminaba con su familia había notado que adentro había como un gran champignon amarillo.

– No lo alcanzo –la voz de la niña lo trajo de regreso e iba a pelear cuando vio a la duende a un costado el tronco.

Ella le hizo una seña para que se callara.

– Usa esta rama –le dijo Tobi.

Ella la tomó y metió con fuerza en el agujero. Al sacarla salieron un montón de abejas que comenzaron a perseguir a los niños por todo el parque.

Mateo no comprendía qué pasaba hasta que una rama a su costado, bajó. Apareció la duende moviendo unas hojas.

– Apuesto a que nunca imaginaste que había un panal ahí.

– ¡Fuiste tú!

– No, fueron ellos.

– Pero tú interviniste.

– No, yo sólo observé y dejé que todo siguiera su rumbo.

– Pero a mi no me picaron.

– Vos no las molestaste. A veces se trata sólo de dejar que las cosas sigan su camino. Dar tiempo al tiempo, como dicen.

– ¿O sea que vas a protegerme siempre?

– ¡No! -sonrío- Esto quiere decir que viste la consecuencia de una mala acción, y que espero que en el futuro, si se te ocurre alguna idea medio descabellada, pienses bien en lo que vas a hacer.

Además, también sería bueno que tengas presente que a veces las cosas no son tan terribles como nos parecen, que algo que consideramos malo (como quedarte en tu casa), puede dar buenos frutos; y viceversa.

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(1969 – , escritora y activista somalí por los DD.HH.)

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