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En el contexto actual, donde las fuentes primarias y la historia misma son cuestionadas y...

     
Tiempo de lectura: ~17 minutos. 4842 palabra(s).

Pocos días atrás, un amigo me pidió que expresara mi opinión respecto de un vídeo de TikTok que estaba relacionado al tema que titula este artículo… (Terminé por analizar varios de ese mismo autor). No es la primera vez que leo o escucho a personas, supuestamente paganas, renegando de la historia, del valor intrínseco de las fuentes primarias o cosas afines, pero sí he notado que se está volviendo una tendencia. Por tal motivo, quiero dedicar este post a explicar los alcances de semejantes posturas.

No son pocos los grupos de opinión y las tendencias ideológicas que, en la actualidad, desprecian a la historia, a las fuentes originales que narran los acontecimientos del pasado y al estudio crítico de las causas y las consecuencias de los procesos que se describen en las mismas.

Existe la fuerte tendencia a pensar que todo recuento de hechos pasados es un mero discurso, sin duda por influencia del materialismo histórico, tanto en la epistemología (si hablamos de los niveles altos de ilustración), como del pensamiento popular (ya descreído de toda autoridad y de cualquier clase de mérito, debido a los tiempos en que vivimos). Lo novedoso, sin embargo, es que este tipo de sesgos e ideologismos comiencen a notarse en el paganismo

Algunas aclaraciones previas:

El lector atento, notará que muchas de las declaraciones que se harán a continuación, ya han sido repetidas en varios otros artículos de este mismo sitio. Lamentablemente, la reiteración, a veces es necesaria, sea para afianzar conceptos o porque los hechos de la realidad, vuelven a sacar a la luz los mismos errores y problemas.

Al margen de esto, quiero aclarar que, quien aquí escribe, no acostumbra a hacer “reacciones” de contenidos de terceros, ni en texto ni en vídeo. No es el estilo de Reflexiones Paganas ni el de mi persona. Esto es así, porque si el contenido es válido y reputado, o si acaso se vuelve viral por la razón que sea, la reacción es superflua y oportunista; pero si, por el contrario, se trata de algo de nicho, reducido sólo a los fans de determinado tema marginal o terciario, la reacción se vuelve publicidad gratuita y validación no intencional. En ese sentido, soy marcadamente opositor a que los científicos usen su valioso tiempo en refutar cosas como el terraplanismo o la ufología o que académicos serios se ocupen de temas surgidos de las fake news o las teorías de conspiración, por poner sólo algunos ejemplos.

Dicho esto, y a pesar de ello, cuando uno ve que ciertos errores cunden dentro de nuestro movimiento, es imprescindible ponerlos en evidencia, del mismo modo que una enfermedad debe ser diagnosticada para poder ser sanada a posteriori.

La naturaleza de los dioses:

La primera falacia que he venido leyendo en los últimos tiempos, es algo así como que, «siendo los dioses imposibles de comprender enteramente por las limitadas mentes de los seres humanos, ninguna fuente o tradición ha descripto sus naturalezas de manera completa y definitiva». Con esto, se intenta prologar la tendencia de inventarles nuevos atributos, símbolos, mitos y regencias, dándolos por tan válidos como los antiguos, ya que lo «incognoscible» e «inconmensurable» puede tener atributos inagotables.

Está bastante claro en dónde falla este argumento: Nadie puede negar que toda fuente histórica (o mitológica) siempre será incompleta, fragmentaria y que, probablemente, sólo represente el último recuento, y por ende tardío, de una de muchas versiones que pudieron haber existido en el pasado.

Lo anterior es innegable, pero esa misma limitación, aunada al hecho, también real, de la pobre capacidad humana para concebir lo que está más allá de su percepción ordinaria, debe poner en evidencia que la solución no es inventar cosas nuevas, no es agregarle a los dioses características que jamás han tenido (es decir, que nunca se le han atribuido en el pasado) o que no se verifican en ninguna fuente.

Por una parte, es entendible la ansiedad y el entusiasmo de los novatos en los senderos paganos, por tratar de cubrir la mayor cantidad de terreno posible, de buscar adelantar en el camino… Pero es imprescindible alertar a los mismos que lucubrar, imaginar e inventar las cosas a gusto, no remplaza el estudio sistemático y crítico ni a la práctica seria y continua; que es mejor aceptar que hay cosas que no se conocerán jamás y que otras no van a terminar por ser como a uno le gustaría que fueran, que vivir en una burbuja de ignora flatulencia, basada en ensoñaciones y fantasías más propias de sagas como las de Harry Potter que del legado ancestral.

Por otra parte, si se aceptara como válida la idea del agregado progresivo de atributos a una deidad antigua; si se validara la tendencia a convertir a cualquier dios o diosa, en una entidad total y con atributos cuasi-infinitos, lo único que se estaría logrando es recorrer un círculo completo y retornar al monoteísmo aprendido en la infancia, sólo que con un nombre diferente para la deidad y con mitos más románticos y acordes con la propia personalidad.

Esto es así, porque cualquier deidad a la que se le pueda concebir todos los atributos, devendrá en omnipotente y una, a la que se le puede asignar todas las tareas y funciones que originalmente tenían el resto de las deidades de un panteón, terminará por convertirse en omnisciente y omnipresente.

Es obvio entonces que, si así se procede, se está estableciendo un nuevo culto monoteísta (o bien una secta monolátrica, sólo enfocada en una deidad en particular), no una tradición pagana moderna, sin importar que se la considere reconstruccionista o de otro tipo…

Confusión sobre las fuentes:

Otro desafortunado problema que se puede ver en ciertos grupos neopaganos, es la falta de formación respecto de lo que son las fuentes, sus tipos y categorías, así como de la diferencia entre la historia como interpretación del pasado, respecto de la historiografía, como ciencia que verifica, validando o invalidando el origen de la información que la historia en sí, maneja.

Ya se ha explicado en otros artículos las diferencias entre las fuentes primarias, secundarias y terciarias, pero será mejor repasar el asunto:

Desde el punto de vista académico, una fuente primaria es un tipo de recurso o documento original que proporciona información o evidencia directa sobre un evento, fenómeno o tema específico. Las fuentes primarias son creadas por personas o entidades que han participado directamente en los eventos o han sido testigos presenciales de estos. Estas fuentes ofrecen una perspectiva de primera mano y se consideran la base principal para la investigación y el estudio académico. Las mismas pueden ser documentos históricos u obras literarias, contemporáneas a los hechos que refieren o con los que se relacionan.

Se afirma, por ahí, que “los dioses no se pueden reducir a las fuentes (primarias)” o que “no se puede tomar a los textos clásicos a rajatabla…”. Esto, que a priori no parece un concepto totalmente errado, tiene un problema: ¿Qué se puede hacer más allá de analizar, entender, mensurar y contemplar los datos y nociones que esos “textos” nos aportan? ¿Con qué otro recurso se cuenta para el caso? … No me adelantaré aquí a describir lo que estos afiebrados grupos proponen, ni las alternativas más razonables, que los paganos que nos mantenemos con los pies sobre la tierra, utilizamos… Eso se hará más adelante en este artículo. Por ahora, sólo queda planteado el interrogante…

Siguiendo con las fuentes, las de tipo secundario serían aquellas que constituyen trabajos académicos (sólidos y efectuados mediante el método científico de investigación), que se han basado, sea en las fuentes primarias o en trabajos de campo (de tipo arqueológico, epigráfico, antropológico o afines).

Las fuentes secundarias pueden tener sesgos, suelen ser diversas en su nivel de calidad, contener errores, etc. Nadie niega esta realidad. Sin embargo, los referidos grupos operan y razonan bajo la premisa de que la información subjetiva derivada de sus prácticas, ensoñaciones y experiencias personales, tiene la misma o incluso mayor relevancia que éstas a la hora de entender la verdadera naturaleza de los dioses.

Esto, sencillamente, es argüir que un practicante neopagano puede saber más sobre la teología de un panteón que aquellos paganos del pasado que lo vislumbraron o que los académicos que han dedicado toda una vida a estudiarlos con seriedad, metodicidad y el mayor rigor posible.

El que concibió algo por primera vez, tiene la prerrogativa de su originalidad, todo lo que venga después de su idea, si se le parece, ha de ser una mera copia, una imitación siempre inexacta. Por otro lado, mientras la libre y subjetiva lucubración tiene una calidad exponencial en su progresivo alejamiento de la realidad, cualquier disciplina científica goza de la virtud de la autocorrección, de la permanente revisión y depuración de sus teorías, evidencias y datos, todo lo cual le otorga una calidad diametralmente opuesta al modo de pensamiento anterior.

Finalmente, las fuentes terciarias son las que, basándose en las otras dos categorías, conforman trabajos de divulgación y resumen de la información (como pueden ser ensayos publicados en la red, documentales mediáticos, libros enfocados en el gran público; enciclopedias, etc.). El valor de estas fuentes varía enormemente entre sí, dependiendo de la calificación que posea su autor respecto del tema que trata, del nivel de objetividad vs. el de sesgos que contengan, etc.

Algunos personajes, argumentan que las teorías e investigaciones antropológicas y que las interpretaciones históricas, varían a través de las décadas debido a los cambios culturales e ideológicos de las sociedades y colectivos a los que pertenecen los académicos que las formulan… Esta aseveración es, en parte, cierta. Pero, lejos de ser un problema, es una de las características que distingue al conocimiento real y científico de las cosas, respecto de la fantasía y de las teorías sin fundamento o bien de los dogmas y consignas que, en virtud de su autojustificación, nunca se modifican ni necesitan evolucionar. Con el tiempo, la ciencia se autocorrige, mientras que las doctrinas y las sectas suelen profundizar sus errores, cerrándose en su fundamentalismo o en la caprichosa tendencia de preservar sus doctrinas aun cuando son discordantes frente a lo que muestra la realidad objetiva o sugiere la lógica formal.

Las ciencias sociales, así como las exactas, mejoran continuamente sus teorías y paradigmas, sea porque van completando los puzles de un determinado interrogante del pasado o de la Naturaleza, como por corregir pequeños errores y desviaciones que se pudieran provocar a través de los años, a veces por datos deficientes, interpretaciones incorrectas de los mismos o por los propios sesgos de quienes investigaban.

Además, siempre se puede volver a acudir a las fuentes originales (primarias) para despejar cualquier duda, mensurar correctamente el peso de cualquier teoría o interpretación y mantenernos anclados al pasado ancestral como referencia fundamental de nuestros senderos.

Los académicos no escriben a la historia, los personajes que se decantan en ella y los acontecimientos relevantes para la humanidad, lo hacen. Si bien los cronistas e historiadores son personas que, como todos los humanos, están limitadas en su objetividad, capacidad de análisis y percepción de la realidad, desde que el primer sumerio, hace 5300 años, llevó a cabo el acto primordial de plasmar los acontecimientos o las ideas de su tiempo en una tablilla de arcilla, hasta el día de hoy, con todos nuestros logros y tecnologías para la preservación de la información, nadie ha podido encontrar una forma mejor de conocer el pasado, a sus hechos, personajes, costumbres y creencias.

Renegar de esto, es hacer lo propio con toda posibilidad de renacimiento, ya sea vía reconstrucción o reinterpretación, del verdadero paganismo de nuestros ancestros remotos.

La teología del huevo y la gallina:

Otra declaración peregrina, es la idea de que “los humanos somos pretenciosos al tratar de definir las características de los dioses y decirles qué pueden o no pueden ser…”.

Las personas que se identifican con el pensamiento inscripto en el párrafo anterior, no comprenden los conceptos básicos de la teología pagana y, todavía hoy (sin importar cuántos años lleven en estos caminos y cuán “maestros” se crean), siguen rumiando la teología cristiana (o la abrahámica, en general).

Los dioses de cualquier panteón pagano, no existen por encima de la Naturaleza, no son anteriores o externos a la misma y, por tanto, están sujetos a la percepción de quienes los conciben.

Los dioses son fuerzas o poderes de la Naturaleza (o principios importantes de la Vida, como por ejemplo la Justicia, la Paz o la Guerra) y, por tanto, si bien tienen existencia más allá de la creencia (es verdad que no son sólo entidades psicológicas, arquetipos o “egregores”, como algunos afirman, desde el bando opuesto del error y la mala interpretación), no quedan plasmados en entidades reales y definidas hasta que no existe un grupo de individuos (o por lo menos uno) que les rindan culto.

Lo he dicho muchas veces: Esto se reflejaba ya en las creencias antiguas a través de diversos libros sagrados… Por ejemplo, los egipcios (en el “Libro de la Salida al Día”) decían que “las ofrendas son el alimento de los dioses, sin ellas estos mueren…”; por otro lado, los Vedas dicen “Lo mortal crea a lo inmortal”, etc.

No hay manera de progresar sin entender esta cuestión de base en la metafísica y la teología presente en todos los senderos del paganismo. Los dioses tienen una parte ontológica, que está relacionada con la Naturaleza en sí y que siempre ha existido. Sin embargo, la parte cultural, la que les da nombre, atributos específicos, características simbólicas; la que desarrolla los mitos y sus derivaciones, está conectada con los seres conscientes que les rendimos culto.

Por supuesto, es obvio que la mente humana no podrá comprender a cabalidad a las fuerzas y principios que componen a la Naturaleza y al Cosmos. Sin embargo, esa comprensión limitada no implica tener licencia para dar rienda suelta a la imaginación o asumir la regla del “todo vale”.

Algunos van a oponer a lo anterior el argumento de que, «si esto es así, entonces todos podemos imaginar a los dioses como mejor nos convenga o parezca…» ¡Y eso es verdad! Pero hay un detalle: Si nos inventamos una deidad a gusto, no se debe caer en el error de equipararla con las que ya fueron concebidas miles de años atrás y si lo que queremos hacer es modificar los atributos de estas entidades ancestrales, hay que asumir el nulo respeto que se tiene por la tradición, por la historia y por el pasado del paganismo. Al mismo tiempo, habría que preguntarse por qué esa persona insiste en declararse «pagana» en primer lugar (cuando lo que está haciendo, o tratando de hacer, es «otra cosa»).

Experiencias subjetivas:

Las personas que, dentro de las tradiciones paganas (pero también fuera de las mismas, por ejemplo, desde la New-Age) plantean que ellos basan su espiritualidad y sus nociones metafísicas y cosmológicas en meditaciones, sueños lúcidos, «viajes astrales», experiencias visionarias de tipo shamánico, «percepciones extrasensoriales» y un largo etc., tienen por costumbre errar en dos aspectos fundamentales de lo que constituye la experiencia religiosa en nuestra especie:

En primer lugar, hay que diferenciar lo onírico, lo visionario y todo el resto de experiencias subjetivas (que como tales no atañen a la realidad fenomenológica y, al mismo tiempo, no son parte del mundo físico y tampoco están limitadas al mismo en su validez o significancia), de las supercherías sobre lo “paranormal” y lo «sobrenatural».

Lo “paranormal”, exceptuando a cuando esto refiere a algún tipo de experiencia subjetiva que acontece sólo en la mente del practicante, NO EXISTE. Dos siglos de investigación científica han mostrado con claridad que nada deja de obedecer a las leyes de la física en el plano fenomenológico.

Para los paganos, que adoramos (ante todo) a la Naturaleza, debería ser obvio que lo “sobrenatural” no existe, no es real… Sin embargo, parece que 2000 años de fantasías abrahámicas han hecho mella en esta noción, que es el núcleo fundamental de toda forma de paganismo.

Cosas como la “clarividencia”, podrían ser tomadas como parte de ese cúmulo de experiencias subjetivas, pero esto tiene un problema: Cuando esas “experiencias” pretenden predecir acontecimientos o ser regla para la conducta de otros, se está queriendo modificar o condicionar al mundo fenomenológico a través de las mismas y eso conduce siempre a problemas cognitivos que pueden, incluso, terminar por ser patológicos. De ahí a los delirios místicos y a la formación de sectas y cultos coercitivos, hay un corto trecho…

Niñerías como las de “Qué tú no puedas conocer el futuro o llevar a cabo viajes astrales no significa que otros no puedan…” denota la falta de nociones elementales sobre lógica y epistemología, muestra a personas que viven de sus sueños y no de la realidad que les rodea.

No está mal servirse de las experiencias subjetivas, pero hay que tener en cuenta (siempre) que ocurren dentro de nuestro cerebro y que no se “conectan” con ninguna información o percepción que no entrara en el mismo, de manera previa, a través de alguno de nuestros sentidos ordinarios.

Por otro lado, todos los paganos asumimos que existe un nivel de percepción, ideación y expresión de las emociones que muchos llamamos “gnosis personal” y que consiste en el cúmulo de experiencias que nos han funcionado y que fueron satisfactorias, por lo cual, las hemos adosado a nuestra práctica personal sin necesidad de validarlas a través de la información que, sobre el caso, nos han hecho llegar las tradiciones y las fuentes.

Esto, que no sólo es correcto, sino que es una condición necesaria para desarrollar una espiritualidad práctica (más allá del estudio teórico de las fuentes), tiene sus límites y reglas…

La gnosis personal no es transferible, no puede ser tomada como “conocimiento” y transmitida o enseñada como información válida. Si alguien funda una nueva corriente basándose en ese tipo de experiencias, debe asumir que se ha desconectado del legado pagano y se está inventando una nueva religión. (Como ser libre que es, tiene el derecho de hacerlo, pero comete una infamia si usa, para el caso, los nombres ancestrales, porque los ha adulterado y tergiversado conforme su particular fantasía personal le ha dictado, faltándole con ello, el respeto a los ancestros que veneraban a aquellas deidades y a quienes todavía hoy hacemos lo propio).

La gnosis personal es un tema privado, íntimo y que no suma o aporta nada nuevo o valioso a la tradición. Se trata de algo que sólo tiene significado e importancia para el individuo.

Sobre negacionismos y reduccionismos:

El autor de los vídeos en cuestión, extrapola con frecuencia dos términos tomados de otros campos del conocimiento y los inserta en sus nociones sobre el reconstruccionismo pagano…

El negacionismo se refiere a la negación o rechazo de hechos históricos o científicos ampliamente aceptados. Generalmente, implica la negación de eventos traumáticos o controvertidos, como genocidios, crímenes de guerra, violaciones de derechos humanos u otros sucesos históricos importantes. Por otro lado, el reduccionismo es un enfoque o método que busca explicar fenómenos complejos a través de reducirlos o descomponerlos en partes más simples, considerando que la comprensión de esas partes elementales permitirá entender al todo. En el contexto histórico, el reduccionismo implica reducir el análisis de eventos, procesos o fenómenos históricos a un conjunto limitado de factores o variables, descuidando la complejidad y las interacciones múltiples que pueden estar en juego.

La impresión que resulta de analizar los citados contenidos, es que parece creerse que, ser apegado a las fuentes, al legado del pasado y a la historia en general, es practicar el “reduccionismo”. Mientras que se alude al “negacionismo” porque los reconstruccionistas serios, no admiten aspectos inventados o alucinados durante las últimas décadas, de las diversas tradiciones paganas o bien, por usar como base las fuentes históricas en sí, aludiendo a que “los dioses son más que eso”, pero sin proponer una metodología razonable y viable para obtener nuevos y mejores conocimientos sobre los mismos.

“Negacionismo” es ser reluctante a la realidad, no rechazar la fantasía y “reduccionismo” es simplificar, descartando aspectos importantes de las cosas o los eventos. El reconstruccionismo no hace nada de eso, pero sí evita (o trata de evitar) que las tradiciones que llevan miles de años de existir, se alienen con tonterías tomadas de fuentes espurias o incluso de entretenimientos mediáticos o actividades lúdicas modernas.

Sobre el rigor histórico y los discursos ideológicos:

Afirmar que “el rigor histórico no existe”, surge de las típicas ideologías populistas y de los (supuestos) valores resultantes de la masificación del conocimiento humano… Tal aseveración, es equivalente a inferir que porque alguien se puede equivocar en una ecuación matemática los resultados exactos no existen o que la matemática en sí es relativa o inútil…

El rigor histórico es una metodología, no un resultado o una pretensión… Se trata de una filosofía de trabajo y de una forma de encarar la búsqueda de la información sobre el pasado, no tiene que ver con cuán cerca se pueda llegar de la realidad objetiva, inherente a los hechos pretéritos.

Por supuesto que la historia no es como un «vídeo» del pasado, en donde todo queda registrado exactamente tal y como ocurrió. Ni siquiera va a serlo así en el futuro, respecto de los tiempos modernos, y a pesar de los medios de comunicación, de la red y del periodismo profesional con que hoy contamos, porque siempre habrá sesgos, datos omitidos, etc.

La historia es lo que ha quedado, lo que sobrevivió de los hechos. La historiografía se encarga de buscar la mejor versión, en base a las fuentes disponibles, de esos hechos y la arqueología nos sirve para ver «físicamente» que tanto se parecen las crónicas a las evidencias tangibles.

Por supuesto que no es una ciencia exacta, pero la actitud del sujeto de los vídeos (que es muy común en nuestro continente) denota que pone por delante tonterías ideológicas por sobre el conocimiento del pasado.

Se da a entender que las versiones de los hechos de otros tiempos son más válidas si provienen de «tradiciones» que de fuentes históricas reales. Tal noción no puede ser más absurda: El folclore, la mitología, las tradiciones orales, sirven para entender la mentalidad, las creencias y las costumbres de una cultura o de un pueblo, pero son la peor fuente histórica posible (ya que están plagadas de fantasías y parcialidades).

Imagínese que un autor quiere hacer un trabajo biográfico sobre la madre de alguien… ¿Acaso ese hijo o hija sería una fuente confiable para el caso? ¡Claro que no! Porque si el consultado al respecto quiere a su madre, dirá maravillas sobre ella, sin la menor objetividad y si, por alguna razón, se lleva mal o le guarda algún rencor, dirá «pestes» por antagonismo y resentimiento. Siendo mucho más probable que las personas que están más «lejos» a nivel afectivo, de quien es objeto de la biografía, podrán dar un testimonio mucho más imparcial y adecuado.

Con la historia de los pueblos pasa lo mismo… Recurrir a lo que «se dice» entre los miembros de una cultura sobre el pasado, no es hacer historia, es sondear antropológicamente a la misma o etnografiarla.

Además, existe otra falsedad en las afirmaciones del sujeto que nos ocupa (el de los vídeos de “TikTok”): Es obvio que ninguna fuente antigua (o no tanto) va a ser 100% objetiva… Pero cuando se analiza la historia, hay tres tipos de informaciones que surgen como resultado…

En un primer nivel, los hechos duros… Por ejemplo, Cayo Julio César fue cónsul de la República Romana, conquistó las Galias y fue asesinado por un grupo de senadores; Ramsés II fue un faraón que gobernó por más de 60 años y perteneció a la dinastía XIX de la monarquía egipcia; Alejandro Magno nació en Macedonia y conquistó el Imperio Persa. Esas cosas no tienen puntos de discusión.

Luego tenemos al flujo de los acontecimientos… Allí ya hay mucha más variabilidad de opiniones (y no sólo es porque se trate de cosas más subjetivas, sino porque casi siempre son multifactoriales). Ej.: ¿Por qué cayó Roma? Muchos eruditos y académicos dirán que fue en razón de los ataques de los bárbaros; otros por las sucesivas crisis políticas y otros más por la decadencia económica y cultural… El lector atento, va a encontrar «500 explicaciones» diferentes, casi todas con algo de verdad y otro poco de opiniones sin fundamento, porque tal cosa no ocurrió por una única y clara razón.

Finalmente, llegamos a la valoración de los personajes, de los hechos y de los pueblos… Abordar tales prácticas, es sólo moralina cronocéntrica o etnocéntrica y un historiador o investigador honesto y legítimo en sus metas, nunca lo hace. Sólo la miopía intelectual trata de comprender a la historia a través de las comparaciones entre diferentes épocas y circunstancias.

Ni la pusilánime moral abrahámica ni el pensamiento de colmena del marxismo (o de colectivismos sucedáneos), jamás lograrán comprender las glorias y miserias del pasado humano. A los partidarios de estas corrientes de pensamiento, les es imposible tal empresa, porque no vislumbran el hecho evidente de que el Hombre es un animal individualista, egoísta y, todavía primitivo, y que la única manera de mensurar su pasado, su «evolución» social y cultural, es analizar a cada personaje, colectivo, pueblo o nación en sí misma, por sus éxitos y fracasos, por su legado y perdurabilidad, y no a través de la lente de como ellos desearían que sea el mundo.

Por ejemplo, el sujeto hace referencia a la Conquista de las Américas: El hecho ocurrió, fue real e indiscutible. No obstante, su valoración no es un tema histórico, es un tema ideológico, de opinión, etc. Muchos de nosotros, podemos mantener el más enconado repudio a las atrocidades ocurridas durante ese proceso histórico, pero las emociones, los sentimientos, así como los gustos personales; incluso los valores éticos, son irrelevantes si lo que se quiere es entender el pasado de nuestra especie, tal y como fue, sin tintes ideológicos o morales.

La historia no debería estar sesgada por las ideologías, las “luchas sociales” o los intereses políticos o sectoriales. Es igual que cuando aparece algún fundamentalista y ve un aspecto de la cosmología o la biología, en donde cree que hay una evidencia o una excusa para hacer apología de sus dogmas o pautas teológicas o religiosas… Los hechos históricos fueron lo que fueron, el analizar lo malos o buenos que pudieron ser, escapa a la Historia como disciplina del conocimiento, pero los hechos mismos no, están allí (y lo seguirán estando) para todos aquellos interesados en aprender del pasado.

Esta clase de personajes, cambia el análisis de los tiempos pretéritos por la dialéctica política, haciéndole creer a la gente que «la verdad» sobre lo que es o fue la tienen las masas, cuando eso es absolutamente falso. Cambian los hechos por los relatos, los descubrimientos por las consignas y las fuentes por sus sueños febriles.

La interpretación de los hechos históricos es algo subjetivo, el recuento de los mismos (en base a las fuentes disponibles), no… Este último, puede ser incompleto, sesgado o lo que se le quiera criticar, pero si la persona desea saber «cómo fue» el pasado, es la única fuente de información posible… Lo demás es pensamiento irracional, onanismo mental o basura política.

Las cosas son ciertas si realmente ocurrieron, y eso no depende de cuántos miles o millones lo crean o no… Tampoco lo determina un discurso ideológico, una «lucha social», un colectivo étnico traumado u oprimido por el pasado ni un conglomerado de conspiranoicos, que tienen más fe en la literatura de ficción desinformada, que en los tratados científicos o académicos modernos o que en los augustos clásicos del pasado.

Mientras que las ciencias sociales como la historia, la antropología, la sociología o la psicología se autocorrigen y depuran continuamente, a través del estricto control entre los pares académicos y las instituciones u organismos que fiscalizan las nuevas teorías y conjeturas, por otro lado, el pensamiento basado en el “yo creísmo”, en las experiencias subjetivas, en la moda lúdica o la lucubración mágica, tiende a aumentar su nivel de error y a ramificarlo en nuevos falsos conceptos, cada vez más osados y peregrinos.

Transmitir información subjetiva en el universo de lo pagano, sin contrastarla primero con los hechos y las evidencias, acerca a quien lo hace al delirio místico y, además, a alienta la formación de sectas alucinadas y coercitivas.

Esperemos que el futuro del paganismo no sea un conjunto inconexo de grupos de practicantes acríticos, sin apreciación por el conocimiento real del pasado y envenenado por ideologías, odios etnocentristas, xenófobos o clasistas… Y si el Destino dicta que eso es lo que a nuestros senderos les espera, quizás sería mejor que vuelvan a caer en el olvido, porque en vez de llegar a constituir una alternativa al ateísmo materialista y a la demencia abrahámica, se convertirán en otra variante, de las tantas existentes, que hacen perder a los seres humanos en los laberintos de la fantasía, del pensamiento carente de lógica y el seguimiento ovejuno de doctrinas vacías y hasta dañinas para las sociedades y los individuos.

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  ⁂  C O M E N T A R I O S  ⁂

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