– Mamá, no puedo dormir –Eric estaba nuevamente parado al lado de la cama de sus padres, con su pijama de pelotas y su peluche en la mano.
– Amor, hoy te toca a vos.
Juan se levantó a duras penas, tomó al niño en brazos y lo llevó a su cuarto.
– ¿Ves? No hay nada -dijo mientras lo sentaba y prendía la luz de la mesita de noche.
– Sentí que la cama se movía. Me pareció escuchar voces.
– No hay nada. Mejor dormí que mañana hay escuela.
– No te vayas, tengo miedo.
– No te preocupes, dejaré prendida al luz del pasillo y la puerta abierta.
Eric se tapó con las sábanas hasta la cabeza y después de mucho tiempo, consiguió dormirse.
A la noche siguiente, después de la cena ambos padres estaban conversando en la cocina.
– Yo creo que debe ir a la sicóloga -dijo Juan.
– No hace falta, es sólo una etapa de la niñez.
– Las pesadillas, pero él no tiene pesadillas.
– Hace poco que se mudó a su cuarto, solo. Dale un tiempo para que se acostumbre –continuó mientras lavaba los platos y los apilaba.
Eric fue despacito hasta su cuarto y se sentó en su cama. Esa noche tenía que terminar todo.
Algunas horas después, cuando sus padres se acostaron, él se levantó, fue al baño y al regresar se arrodilló al lado de su cama.
Se acostó de nuevo, miró la imagen del ángel custodio que estaba colgada en la pared y quedó atento: nada, nada, nada…
Estaba por dormirse cuando sintió que alguien se sentaba en su cama, a su lado y le acariciaba la cabeza.
Con miedo abrió los ojos y vio una luz que lo encegueció, parpadeó un par de veces y pudo observar mejor, sentándose en la cama.
– ¿Quién sos?
– ¿No me reconoces Eric?
El niño tenía la respuesta en su interior.
– ¿Qué haces acá?
– Me llamaste y vengo a acompañarte. Aunque nunca me alejé mucho, solo te di espacio cuando me pediste.
– ¿Y cuando yo quise espacio? No me acuerdo.
– Cuando rezaste para ser como los otros niños. Eras más chiquito.
– Ah… ¡Me acuerdo! Mis papas estaban preocupados porque yo decía que veía a mi ángel de la guarda… ¿O sea que todo eso, no me lo había imaginado?
– Nunca. Siempre estuvimos contigo.
– ¿Y eras vos?
– A la noche, a tu lado, cuidándote para que tengas dulces sueños.
El niño se levantó de golpe, emocionado y abrazó al ser de luz.
A partir de esa noche, nunca más tuvo miedo; de hecho, quería acostarse temprano y a veces sus padres lo veían hablando solo y riendo a carcajadas.
– Creo que debemos ver a alguien. Hablé con Martín, mi compañero de trabajo, el pelado; su hija tiene la misma edad y no hace esas cosas.
– ¿Ahora qué Juan? -Dejó de lavar los platos y se dio vuela- Antes era porque tenía miedo, ¿ahora es porque sonríe?
– ¿Te parece normal lo que hace a la noche?
– Y tal vez no, pero está feliz. ¿No es eso lo que debemos buscar para nuestro hijo?
– Si, pero también que sea normal. No será feliz mucho tiempo si sigue así… Y si en la escuela habla solo? ¿Pensaste cómo se van a burlar de él sus compañeros?
A Marta se le hizo un nudo en el estómago con tan solo pensarlo.
– Está bien. Hablaré con él esta noche.
Y así fue. Eric le contó lo sucedido y su mamá lo miró incrédula.
– No te culpo mami. Yo tampoco lo creería -le dio un fuerte abrazo y se acostó a dormir.
Desde ese día, siguieron varias discusiones en su hogar. El papá retaba al niño por tener exceso de imaginación, la mamá lo protegía y uno de los dos se retiraba enfadado.
– Mamá, ya no quiero que discutan. Si les hace daño que juegue con mi ángel, le volveré a pedir que se aleje. No le molestará, ya me lo ha dicho.
Marta vio en sus ojos el dolor y la aceptación, más como un adulto que como un niño; lo abrazó fuertemente y lo llenó de besos.
– No hijo. No hace falta que lo hagas.
Lo dejó en su habitación y fue a la suya, nuevamente a continuar con la discusión.
– Te lo dije mil veces. ¡No es normal, y es tu culpa, lo estás alentando!
– Pero si hubieras visto su carita.
– Sos débil, le hace falta más firmeza al niño.
Juan siguió rezongando un poco más y luego salió de la casa seguido de un portazo. Marta quedó sentada en la cama, asustada… Solo se le ocurrió hacer lo que le dijo una vez su hijo: «orar».
– Señor, que sea lo que deba ser. Lo mejor para nosotros -fue al cuarto del niño, se acostó a su lado en la cama y se durmió profundamente.
Durmió hasta que la despertaron al sentarse a su lado y acariciarle.
– Juan, sabía que cambiarías de opinión -se dio vuelta y gritó del susto.
– ¿Qué pasa mamá? – Eric se rascó los ojos, luego miró al ángel -Ahora no Kemuel, tengo sueño -se movió nuevamente y siguió durmiendo.
Marta seguía atónita mientras el ángel la miraba compasivamente. Ella abría y cerraba los ojos, pero todo permanecía igual por un tiempo indescriptible.
– ¿Eric tenía razón?
– «Sí».
– ¿Qué es esto? ¿Estás en mi cabeza?
“Nosotros nos comunicamos con telepatía. Bueno, en realidad lo hacemos de diversas maneras. Sólo no necesitamos hablar, aunque a veces lo hacemos”.
Al mirarlo mejor, Marta fue perdiendo el miedo y tomando confianza.
“Debes saber que yo soy el ángel guardián de tu hijo. Tu ángel es Miguel”.
– ¿Cómo, hay otros entonces?
“Hay muchísimos, de varios tipos”.
– ¿Y dónde está mi ángel de la guarda?
“Está ahí”.
Y aunque parecía imposible, la habitación se volvió todavía más luminosa, esta vez en color azul.
A la mañana temprano, Juan entró a su hogar, había dormido en el automóvil y estaba adolorido.
Molesto por la indiferencia comenzó a gruñir hasta que finalmente quedó a solas con su esposa. Ella le contó lo sucedido y él se ofuscó aún más.
-Solo te pido que ores, que busques la verdad con el corazón, no con la mente.
– Lo único que me falta, volverme creyente.
– No te pido que creas, sólo que te entregues.
Fue la gota que colmó el vaso. Esa noche preparó su valija y cuando iba a despedirse, los vio riendo y cantando.
– Qué me entregue… Qué me entregué a qué?. Hay acaso algo más que esto? –golpeó la pared.
“Si”.
Juan volteó asustado y vio una intensa luz violeta y poco a poco, todo se fue aclarando para él también…
Entró en la habitación de su hijo, abrazó a su familia y comenzaron juntos una nueva vida.
Nadie nos prometió un jardín de rosas
, sin embargo depende de cada uno de nosotros plantarlas en nuestro jardín.
No me importa la religión, política o cualquier tipo de distinción que pueda separar a las personas, me gustan los puntos en común que logran unirlas; el esfuerzo por hacer de esta Tierra, nuestro planeta, y preservarlo. Admiro a la gente humana, aquella que se equivoca y acierta, porque es la que aún con miedos, logra aprender de sus errores y seguir en el camino.