La fe puede mover montañas…
Pero también puede construirlas
A lo largo de mi vida, he leído y escuchado miles de explicaciones sobre como los antiguos egipcios construyeron las pirámides en general y las de Giza (las más grandes y perfectas) en particular.
Se han escrito tantos libros sobre el tema que, seguramente, con ellos podría construirse una pequeña pirámide, también… Desde extraterrestres a atlantes, desde poderes psíquicos a tecnologías futuristas, todas las más locas ideas humanas fueron vinculadas con esos monumentos. Pero pocos, muy pocos, son los que comprenden la realidad de los hechos.
Incluso los egiptólogos, hasta hace muy poco, imbuidos primero de la forma victoriana (cristiana y conservadora) de pensar y, más adelante, del materialismo histórico (básicamente, el marxismo), fueron incapaces de vislumbrar, tanto el cómo pero, principalmente, el porqué de aquellas obras. Se acuño el despectivo nombre de “faraónico” para todo aquello que pareciera excesivo y pretencioso, en particular, dentro de la arquitectura.
Esto es lógico, si meditamos sobre ello… Vivimos en una época donde rige el pensamiento lógico-racional (por suerte es así, ya que todos los avances y ventajas del mundo moderno se deben a eso), por tanto, no podemos imaginar cómo vislumbraban el mundo aquellas personas, que regían sus mentes a través de esquemas mítico-simbólicos, hace ya más de 45 siglos.
Debemos el progreso, el conocimiento científico y la tecnología a esa lógica que usamos, pero el precio ha sido alto… Perdimos lo perdurable… Ya no construimos pirámides, partenones o zigurats; ya no hay mármol, bronce o granito en nuestras vidas. Todo es plástico, madera aglomerada y cartón, todo se hace pada durar unos pocos años y luego arrojarse a la basura.
¿Cómo podríamos entender a aquellos que pensaban (literalmente, según una expresión de su lengua) “para los millones de años”? ¿Cómo podríamos entender a aquellos que vivían para la Eternidad, si pasamos la vida sólo con el día a día?
Paradójicamente, y atención con esto, los antiguos egipcios construían sus casas, palacios y lugares para vivir e interactuar de adobe, madera y materiales perecederos. Ellos sabían muy bien cómo aprovechar los recursos que el río, y el entorno en general, les ofrecían para optimizar sus vidas. Era sólo en los templos para los dioses, en los monumentos y, sobre todo, en las tumbas, donde la piedra se usaba, porque estas cosas eran concebidas para durar muchos siglos.
El barro era el origen y el fin de la vida mortal, pero el oro era la piel de los dioses y la piedra el material para las casas de los mismos.
Redescubriendo aquellos logros, volveríamos a abordar una parte importante de nuestras propias vidas, el pensar en dejar un legado “para siempre” (si bien nada dura eternamente, es lícito intentarlo, buscar que ello perdure lo más posible). Perdimos esa visión, pero la correcta contemplación del pasado, nos la puede devolver.
Hace más de 5000 años, un pueblo comenzó a cultivar el suelo fértil, cercano al río Nilo, que cada año se inundaba cíclicamente y otorgaba unos pocos kilómetros de suelo extremadamente fértil, a cada margen de su rivera (por el limo que deposita al retirar sus aguas).
Cuando estas personas se organizaron, comenzaron a crear un Estado (el primero de la Humanidad), con leyes, religión y costumbres prefijadas; cuando comenzaron a dar un sentido colectivo a sus vidas, nació un mito… Una historia sobre el origen de todas las cosas, que les inspiró a construir toda esa grandeza, de la cual, hoy sólo podemos ver las piedras desnudas, ruinosas y descoloridas, pero que una vez, y por miles de años, fueron la primera y más asombrosa maravilla que los antiguos pudieron contemplar jamás. Así nos lo dejó saber Heródoto, el padre de la Historia y más tarde Alejandro III de Macedonia (Magno), el más grande de todos los generales, a través de sus biógrafos.
Ese mito, del que hablo, surgió en una de las ciudades más sagradas de Khem-et (“La Tierra Negra”), Egipto. A pocos kilómetros, del otro lado del río (las pirámides se encuentran todas en la margen occidental, porque es por donde el Sol se pone y por donde, según se creía, los muertos viajaban al Amenti, el reino de “Occidente”, la Tierra del Más Allá), se encontraba la ciudad de Annu (Iunnu o, en griego, Heliópolis –Hoy parte de los suburbios de El Cairo).
En Annu, nació el culto solar egipcio y también el primer y más importante mito sobre la Creación…
Los egipcios creían que antes de ser formadas todas las cosas, existía el Nun, el “Océano Cósmico” o caos primordial. No era un dios, no era un ser, sólo era la existencia en estado potencial… Totalmente oscuro, en silencio y absoluta quietud, nada había diferenciado en él. Entonces fue que las aguas se retiraron y la colina primordial apareció… La primera isla de tierra firme en el Universo, la primera tierra donde podía asentarse una criatura viviente.
Los egipcios llamaron a esa colina Benben (transliterado: bnbn). Una vez que se hubo formado esa colina primordial (que se correspondía a las primeras elevaciones de tierra, que cada año aparecían cuando la inundación del río menguaba), el Sol, Atum (no confundir con Aten, el disco solar, el dios del faraón hereje Akhenatón), apareció por detrás de ella y surgió la Luz.
Habiendo luz, agua, calor y tierra firme donde posarse, la primer criatura apareció: El Ave Bennú (garza real o cenicienta), y produjo el primer graznido, por lo que rompió el eterno silencio anterior, generando el sonido.
Luego Atum creo a los dioses, Shu y Tephnut (el aire luminoso y la humedad, sin los cuales no puede existir fertilidad); estos a su vez, generaron a Nut y Keb, la diosa del Cielo (la Vaca Celeste) y el dios de la Tierra y, a su vez, estos generaron a los cuatro dioses del ciclo osírico: Wsr (Osiris), Aset (Isis), Seth y Nephtys.
El Sol de la mañana, del alba, pasó a llamarse Khepri (“El que viene a la existencia”), el del mediodía o cenital, “Râ” y el anciano, el que viaja en el ocaso al mundo inferior, Atum…
Por otro lado, el Benben existió como un objeto de culto real. Se cree que fue una piedra meteórica, negra y ferrosa, con formato de óvalo. Se le rindió culto por miles de años en un templo de Heliópolis, donde se la colocó en la cima de un obelisco (como terminación de éste).
Cuando los grandes reyes del sur, comenzando por Narmer, el faraón creador del país, fundaron a Men Nefer (Menfis, la primer capital del Antiguo Egipto), y trasladaron el poder a la misma (cerca del Delta, en el Norte del país), adquirieron la religión solar como parte de su sistema de creencias (sumándola al culto de Horus y de otros dioses predinásticos, como Bat, Seth y Kenti-Amenti –el primitivo Osiris).
Fue poco después, que se decidió, quizás por idea del gran Imhotep, el sabio visir del rey Djozer, arquitecto de la pirámide escalonada de Saqqara y padre de la medicina (que milenios después inspiraría el culto de Asclepios y Esculapio –el dios griego y romano de este arte, respectivamente), el cambiar las mastabas por la primera pirámide…
La misma representaba a la Colina Primordial, al Bnbn y, por tanto, a una esperanza de renacimiento, de resurrección para el rey, el faraón (nisut-bity), pero también para todo Egipto y para todos aquellos que colaboraran en su construcción.
Las pirámides no salieron de la nada, llevaron unos 200 años de prueba y error, de paciente y férrea construcción. Snefru, el padre de Kuffu, construyó tres pirámides, hasta que dio con la forma y las proporciones correctas.
La perfección no se logra de la noche a la mañana. Ni en Egipto, hace 4500 años ni tampoco hoy en día o en ninguna otra época.
Los pocos que han tenido el privilegio de entrar en los niveles recónditos del techo de la “Cámara del Rey”, en la pirámide de Kuffu (Kheops), pueden ver grafitis de aquellos tiempos. No son de los sacerdotes o de los nobles, ni fueron puestos allí por orden del rey. No están en un lugar visible (hay que hacer un considerable esfuerzo para poder contemplarlos), la Gran Pirámide nunca tuvo inscripciones oficiales.
Estos grafitis fueron realizados por los obreros, antes de colocar las piedras en su lugar. Muchos de ellos sólo dicen “donde debe ir cada cosa”, pero muchos otros son verdaderas “firmas” de los grupos que pasaron gran parte de su vida, construyendo a esa “montaña de piedra”. Estos obreros querían dejar constancia de que trabajaron bien, de que sirvieron a su rey y a los dioses.
No hubo esclavos ni látigos… Los esclavos pueden amontonar piedras, pero no crear monumentos u obras de arte. Cosas grandes pueden salir del trabajo forzoso, pero no cosas bellas. Aquellas eran gentes con fe en sus dioses, con amor por Khemet, que tenía otro nombre: Ta-Meri, “La Tierra Amada”.
Cuando comprendemos esto, entendemos que aquellas personas primitivas, pudieron hacer con herramientas de cobre, sogas y trineos de madera, lo que hoy nos costaría muchísimo más, con la última tecnología. Esto es así, porque hoy no tenemos esa fe, no tenemos esa noción de Eternidad… Somos prácticos, vivimos en un mundo “reciclable”. Por eso, creemos que lo que fue hecho para dudar eternamente, ha de haber sido construido por alienígenas o razas perdidas en la noche de los tiempos o vaya a saber qué otra cosa.
Nada de esto es verdad y, cuando buscamos explicaciones tan simplistas, improbables y hasta absurdas, sólo estamos ofendiendo aquellos ancestros paganos que creían en dejar un legado, en buscar trascender a través de los tiempos.
Esas montañas de piedra, artificiales y que desafiaron incontables siglos, tienen un mensaje para nosotros: Nada es imposible si se tiene fe en ello, nada está fuera del alcance de la Humanidad, si realmente todos apuntamos a lo mismo.
Por todo esto, los invito a que, la próxima vez que vean o piensen en las grandes pirámides del país del Nilo, olviden a los extraterrestres, los atlantes, las máquinas anti-gravedad, y recuerden que aun con las más simples herramientas, con mínimos recursos, se puede lograr algo tan grande como eso. Algo que podrá durar para siempre, algo que, a primera vista, puede parecer imposible…
Dua Khemet… Dua Netjeru!!
Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»