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Se trata de algo que se ve en otras áreas del conocimiento humano, cuando personas de diversas...

     
Tiempo de lectura: ~12 minutos. 3337 palabra(s).


Unos días atrás, mientras debatía sobre diversas cuestiones relativas al paganismo con un amigo, me percaté de una cuestión que no había contemplado antes… Se trata de algo que había visto en otras áreas del conocimiento, en la ciencia, por ejemplo, cuando personas de diversas disciplinas o especialidades afirman cosas diferentes, no por ignorancia o porque estén rotundamente equivocadas, sino por no haber abordado la cuestión desde otros ángulos. Vale decir, estoy refiriéndome al sesgo que cada actividad profesional suele generar.

Lo que, como dije, nunca me había puesto a pensar, es que el mundo pagano también tenga ese problema cuando dos o más personas ilustradas en alguna de las diversas formas o corrientes que forman parte de nuestro “universo” de tradiciones, escuelas y sistemas, debaten.

Lo anterior es preocupante, no porque exista disidencia, variedad de opiniones o diversos puntos de vista sobre cuestiones éticas, teológicas, filosóficas o estéticas. El paganismo se caracteriza, y siempre lo ha hecho, por su absoluta diversidad y su casi infinita variedad de expresiones. Sin embargo, el que palabras tan significativas como religión, tradición, mito, símbolo y fe, no se entiendan igual y/o se valoren de manera similar, ya implica una barrera muy difícil de soslayar, para poder entenderse y afirmar, con cierto sentido lógico, que se pertenece al mismo colectivo (aunque sea, en realidad, un “conjunto de colectivos”).

Felizmente, la mayoría de los paganos que son referentes de sus propias tradiciones, grupos locales o escuelas de pensamiento, coinciden en tres puntos teológicos que, según creo, vienen a ser la frontera final que divide a las religiones paganas de las abrahámicas y las dhármicas.

Estos tres puntos, de máxima importancia, son: La negación de la trascendencia (a nivel universal y ontológico, no hablamos aquí de “trascender” estados de consciencia o del ser) y el abordaje de la inmanencia. La idea general de que la Naturaleza es todo lo que es, que nada existe por fuera de la misma; que no existió un “antes” ni existirá un “después” de ésta y que no es cosa creada, sino la fuente de toda la Existencia y, finalmente, la noción de que, se tenga la idea que fuere sobre lo que ocurre luego de la muerte, no se esté dispuesto a hipotecar, condicionar o sacrificar el disfrute y la plenitud de esta vida que conocemos y estamos transitando, por hipotéticas existencias futuras en reinos improbables o estados del ser, que son más el producto de experiencias psicotrópicas que de intuiciones relacionadas con una atenta observación del universo.

Pero aun así, incluso con tales presupuestos más o menos claros, que dejan fuera a los “mixtos” (a los que todavía no han abandonado del todo a las creencias abrahámicas o nadan plácidamente en las corrientes de la New Age), siguen existiendo esas trabas en la comunicación, esa sensación de “pertenecer a mundos diferentes”, porque hay términos y conceptos que no se comparten en cuanto a sus sentidos y acepciones, los cuales son necesarios para poder expresar, verdadera y claramente, ya sean las coincidencias o bien las discrepancias, con absoluta certeza de lo que se está hablando.

Por eso es mi intención, en el presente artículo, el desgranar tanto la etimología como los diversos significados que se le dan a las cinco palabras que referí más arriba, tratando con ello de ayudar a la comprensión entre paganos, ya sea de nuestras concordancias como de nuestras diferencias. Pero, sobre todo, para que dejemos de mantener esta penosa imagen de conjunto de “snobs”, “excéntricos” o “alucinados” que no tiene otra cosa mejor para hacer.

Nadie lo sabe todo sobre un tema y menos sabe todo sobre todos los temas. Pero si se establecen bases mínimas de comunicación, el conocimiento de las personas se vuelve complementario en vez de discordante y lleva a la comprensión en vez de a la disociación.

Definición del término Religión:

Esta palabra, tan simple como parece, encierra el primer gran problema dentro de nuestro ambiente y, en general, en el de las creencias humanas.

Una de las primeras veces que se definió de qué trataba la religión, fue en la obra “De Natura Deorum”, escrita en el año 45 a. C., por el senador, orador, filósofo y estadista Marco Tulio Cicerón. Este libro, de capital importancia para la teología pagana (en general, no sólo la mediterránea), define, en su Libro II, párrafo XXVIII, que el término en cuestión deriva del verbo latino “relegere”, que significa “leer”, “releer”, “recolectar”, etc.

Cicerón, argumenta que la religión es la relectura, la recapitulación de las tradiciones ancestrales. La opone a la superstición, que sería la práctica irreflexiva de cosas sin sentido ni continuidad, más por miedo que por respeto a los dioses o a los ancestros.

No obstante, unos cuatro siglos después, el teólogo cristiano (y “Padre de la Iglesia”) Lucius Caecilius Firmianus Lactantius (conocido simplemente como Lactancio), definió religión acudiendo a otro verbo latino: Religare… que significa «reunir” y mediante argumentaciones teológicas propias de su fe, le otorgó a “religión” la propiedad o característica de “unir al Hombre con Dios” (Divinae Institutiones IV, 28).

Huelga decir que la definición cristiana del término, predominó durante centurias, siendo que hoy en día, tanto creyentes (de diversas religiones) como ateos y agnósticos, acuden a esa etimología para definir de qué va la cosa.

Pues bien, como se comprenderá, hay un abismo entre ambas nociones, aunque uno esté utilizando la misma palabra (en uno u otro caso).

Para un cristiano (y por extensión para todos los abrahámicos, pero también para la gran mayoría de las personas modernas y occidentales), “religión” es algo que compete a “Dios”, incluso cuando se refiere a credos en donde esa entidad no ocupa ningún lugar. Se ve en esa actividad humana, a una cuestión de “conexión”, de seguir unido a un ser único y omnipresente.

Si un pagano no presta atención a esta inercia lingüística, pensará que las “religiones paganas” son algo parecido a “unir a la persona con sus dioses”, o peor aún, con algún ser “absoluto”. Sin conocer, recordar o tomar en cuenta a la mucho más coherente y asertiva definición de Cicerón, la de que, para el paganismo, la “religión” es el seguimiento, el respeto, la continuidad de las tradiciones, los símbolos y mitos, los valores y costumbres de nuestros primeros ancestros.

Entonces, la etimología pagana para “religión”, ya no es buscar una salvación, una iluminación o algún estado extático, psíquico o moral diferente del que se posee de natura, sino el seguir las tradiciones ancestrales.

Más adelante, en este artículo, explicaré por qué esto es tan relevante y cuáles son los beneficios de abordar la religión humana, desde ese punto de vista…

Las complicaciones de la palabra “Fe”:

Fe proviene del latín fides, que puede traducirse a nuestra lengua como “lealtad”. Sin embargo, las acepciones más usadas de la palabra, tienen que ver con la idea de creer algo ciegamente, de estar seguro de algo, aunque no se tenga prueba alguna de ello.

Esta noción, viene reforzada desde que el cristianismo es hegemónico, por la frase bíblica: “… la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve…” (Hebreos 11:1), adjudicada a Pablo de Tarso.

Si esta es la definición correcta o, por lo menos, la primaria, del término “fe”, entonces los paganos no deberíamos tenerla en lo absoluto.

Pero “fe” también significa otras cosas… “Confianza en…”, convicción sobre algo, etc. Es por ese camino en donde ya no desentona tanto con nuestras tradiciones y senderos. Los paganos tenemos confianza en nuestro legado, poseemos la convicción de que el pasado tiene mucho que ofrecernos, si es observado y mensurado de la manera correcta.

Puede decirse que, en cierto sentido, los paganos tenemos fe en los dioses. No obstante, nuestros dioses son las fuerzas de la Naturaleza y la misma no es algo “que no se ve”, sino por demás evidente y presente en todo lo que existe. Así que, desde ese ángulo, podríamos decir que la fe pagana está más en “sacralizar” y divinizar a la Naturaleza y a sus fuerzas, que en creer en cosas que no se ven, que (quizás) no existan o que no pueden ser comprendidas por la Razón.

Claro está que en el neopaganismo (y en casi todo el antiguo también) abunda el “pensamiento mágico”. Léase, el pensar que, por medios no explicables o cognoscibles, algo va a tener un determinado resultado, sólo porque así se lo quiere o porque se imagina de ese modo.

Sin adentrarnos en las peculiares conexiones entre la mente profunda de nuestra especie y la manipulación de la realidad (es verdad que toda cosa que no proviene directo de la Naturaleza, ha sido concebida, en algún momento, por una mente humana), puede decirse que ese tipo de pensamiento, “es así porque así lo creo o lo siento”, “será porque tengo fe en ello”, etc. está obsoleto y es rayano en la superstición, no sólo para nosotros, sino que probablemente el ya citado Cicerón (como persona culta de su época), lo vería del mismo modo.

Pero claro, todavía hay otra acepción más para “fe”, y tiene que ver con el enfoque… El ejemplo más claro de esto es el de un corredor de maratón, que tiene o no fe en terminar la carrera… Si no tiene “fe” en que terminará, es casi seguro que no podrá hacerlo. Si la tiene, también existirán enésimos otros factores determinantes (tanto o más) que esa fe, para que pueda lograr su meta, pero es seguro que, sin la convicción necesaria, no logrará nada.

En este sentido, los paganos sí aconsejamos tener fe en nuestras metas, valores e ideales y, de manera indirecta (lo cual quedará claro cuando explique los términos “mito” y “símbolo”) en nuestros dioses.

Pero es seguro que ningún pagano ilustrado, de la tradición o corriente que fuere, será de los que crean que un cáncer avanzado se curará por “fe” o por orar mucho, o que el trigo de un campo crecerá más alto, sólo porque pensemos obsesivamente en que así será…

El valor del mito y del símbolo:

En esta parte del artículo, y debido a que ya he explicado en muchos de mis contenidos qué es (y cuál es la importancia) del pensamiento mítico-simbólico, me ceñiré a profundizar sólo en los aspectos que creo “peor” entendidos del tema, especialmente, entre paganos…

Los mitos, en tanto que son narraciones o conceptos que siempre implican metáforas de sentido, no pueden ser abordados literalmente por quienes pretendan profundizar en ellos. Vale decir, el sentido literal de un mito no tiene otro valor que el poético o estético.

Lo anterior, es conocido por casi todos, pero puede generar malos entendidos el hecho de saber que hay que buscar el simbolismo implícito en los mitos.

Las metáforas y símbolos que cada mito encierra, no son “verdades sagradas”, no tienen un sentido unívoco (si bien a veces hay uno o más que son convencionalmente aceptados por colectivos enteros).

Las pretendidas “verdades sagradas” de algunas religiones, tienen por origen las enseñanzas explícitas de algún profeta, santón, “salvador” o “avatar”, al que la tradición (o, pocas veces, la historia real) le atribuye tales afirmaciones.

El mito pagano, se origina en la memoria colectiva de una cultura o de la humanidad en sí. Se trata de esquemas de pensamiento, narraciones literarias o conceptos simbólicos, que se diferencian del (así llamado) “mito urbano”, de las leyendas populares, los neo-mitos mediáticos o cinematográficos y los fakes modernos.

La diferencia mayor, mas no la única, estriba en que todas esas otras cosas son creadas por personas específicas, con un fin utilitario determinado o sólo por cuestiones lúdicas. El mito ancestral siempre proviene de un gran número de personas y, su desarrollo, cubre muchas generaciones.

Éstos, no deben confundirse con la literatura poética derivada de los mismos. Es así que la Ilíada no es un conjunto de mitos “tal cual” eran narrados en épocas micénicas, sino una compilación de poemas y narraciones aprovechadas por los poetas (sea que existiera o no Homero como persona real y única responsable de la obra) que desarrollaban de manera artística y no necesariamente fiel, respecto de los que sí eran los verdaderos mitos (los transmitidos de boca en boca por la gente común).

Toda persona que quiera entender de qué se tratan los mitos, tiene que partir de la base anterior. Es cierto que las mitologías se enriquecen con los poetas y la literatura y con el arte en general, de sus respectivas culturas. Pero también lo es que se distorsionan, envilecen y se vuelven “explicativos” y acomodaticios, sea a nivel de propaganda política para apoyar a algún gobernante, sea porque algún pensador les quiere asignar una determinada enseñanza moral, etc.

Toda mitología es amoral, si en ella se encuentran “enseñanzas” explícitas o entendidas del mismo modo por todos, hay que sospechar que fue adulterada por algún interés político, social o religioso, surgido a posteriori de la aparición de la misma.

Por eso, en diversas ocasiones he sostenido que algunas narraciones bíblicas, coránicas y de otras escrituras no-paganas, no sólo comenzaron como mitos (al igual que todas las tradiciones religiosas humanas), sino que, además, mutaron en fraudes históricos, al asignarles pretensión de historicidad o bien darles enseñanzas forzadas, acomodaticias o “midrásicas” de algún tipo.

Esta clase de fenómeno distorsivo, es también muy frecuente entre las religiones dhármicas y, a pesar del negacionismo de algunos al respecto, se dio, durante los siglos postreros del paganismo antiguo, entre las religiones mistéricas, gnósticas; entre algunas filosofías de corte espiritual y en las escuelas iniciáticas greco-egipcias.

Por usar una analogía un tanto trivial, el mito debería ser visto como una mancha de humedad en una pared: Cada persona que la observe, podrá tener pareidolias diferentes y meditar sobre ellas, derivando en emociones, inspiraciones, intuiciones y razonamientos diversos y totalmente individuales.

A lo anterior, algunos paganos solemos llamar “gnosis personal”. Se trata de algo que genera verdadero conocimiento y es útil para el individuo, pero tiene dos características que no se deben perder de vista: Se trata de un tipo de conocimiento intransferible (tal como si fuera el empirismo producto de los sentidos físicos) y nunca puede ser elevado a la categoría de “enseñanza” que vaya más allá del mundo interno de quien la ha vivenciado.

No obstante, el mito tiene metáforas de sentido que podríamos llamar “estándares”: Prometeo muestra que desafiar el statu quo es peligroso; Pandora, que la curiosidad puede tener consecuencias nefastas; el mito osírico expresa el ciclo de la fertilidad y la vegetación, etc.

Estos no son los sentidos literales, pero tampoco los subjetivos y personales de cada quien. Se trata de la intuición de los pueblos antiguos, que dio origen al mito en sí… En ese nivel, la metáfora es una decantación, una sedimentación de conocimiento colectivo y si bien NO PUEDE ser tomado como una verdad sagrada, sí tiene una enseñanza práctica, más allá de las diversas capas de “gnosis personal” que cada uno le pueda encontrar en su vida espiritual o “interior”.

El mito tiene la singular característica de que, si un grupo de individuos se pone a recitar un episodio de la Ilíada, la Eneida, el Ramayana o el Edda Poético, frente a un fuego, quizás todos los presentes se emocionen por igual (si están conectados con la cultura que originó el relato), pero cada uno evocará cosas diferentes, meditará sobre cuestiones distintas y, en definitiva, tendrá una experiencia que no será la misma que las de los demás.

Ese es el uso sano e irremplazable del mito, el que mueve a nuestra especie a niveles en que el pensamiento lógico-racional nunca podrá. Es el que nos impulsa a crear arte, a construir para la eternidad, a dejar legados perdurables a las generaciones que nos sucedan y a luchar por la Justicia y la Libertad, como valores eternos, más allá de la necesidad del simple acontecer y de la transitoriedad de la propia vida.

El mito une sin dejar de diversificar a los humanos, es lo contrario del dogma, origen de todo sectarismo e intolerancia del pensamiento y de su expresión o divulgación… La intelección lógica-racional también nos libera de este último, pero si sólo nos ceñimos a la misma, nos volveremos engranajes de una gran maquinaria, como proponen las ideas que maneja el marxismo u otros tipos de colectivismos o populismos.

El pensamiento lógico-racional, sin el complemento del mito, del mundo de los simbólico, del plano onírico, nos llevará al «1984» de Orwell o incluso, a cosas peores.

La Razón, por sí sola, no puede contra la barbarie. No lo pudo en el pasado ni lo puede actualmente. La Hélade ganó las Guerras Médicas (y con ello salvó al mundo de un oscurantismo temprano) no sólo con la razón de Atenas, sino con los mitos y la mística guerrera de Esparta y de otras polis.

Alejandro Magno, no unió al mundo conocido por entonces, sólo por ser un brillante discípulo de Aristóteles. Lo hizo por encarnar la idea del héroe, del civilizador (el hijo de «Zeus-Ammón») que tenía por destino el hacerlo… y así con tantos otros ejemplos…

Sin la Eneida (sin lo que en ella se narra, no específicamente por la obra de Virgilio en sí) no habría existido la Roma que conocemos… Sin los mitos grabados en estelas y templos, el Antiguo Egipto no hubiese tenido un Estado próspero, estable y funcional durante 3000 años, incluso teniendo el río más fértil y predecible, en su ciclo, de todo el mundo.

El único, o por lo menos el mayor peligro que atañe al abordaje de la mitología para darle sentido y propósito a los colectivos humanos; así como un punto focal y la pasión necesaria para la vida del individuo, es que las personas que no comprenden su verdadera naturaleza, los prostituyan para hacerlos funcionales a sus mezquinas o trasnochadas ideologías o bien a las postmodernas interpretaciones del pasado que surjan de sus afiebradas mentes.

En ese sentido, el mito no debe ser “reacomodado” o reinterpretado, sino tomado como en el mundo del arte abordan los estilos clásicos, no para modificarlos ni copiarlos, sino para servir de fuente de inspiración y creatividad, y marco de referencia para otros nuevos.

Tan inculta y equívoca es la interpretación literal, fundamentalista, de aquellas viejas tradiciones, como la trivial, profana y materialista de aquellos que, sin entender a nuestros remotos ancestros, llevan a cabo juicios morales en base a sus símbolos y metáforas, sin primero contextualizarlas.

Conclusiones:

Toda vida espiritual sana y operativa, conlleva el aprendizaje de conocimiento (intelectual) y de experiencias en donde la emoción y la intuición juegan un papel fundamental. Por ese motivo, la Razón no podrá llevar al practicante a buen puerto sin el concurso o el complemento de la metáfora, el mito y el símbolo. La espiritualidad, para desarrollarse, requiere tanto de la mente consciente como de la inconsciente.

También, en un sentido opuesto, la mera inmersión en lo mítico, sólo puede causar desvaríos sin el filtro del pensamiento lógico-racional. Es por eso que ambos lados de la mente humana, son necesarios por igual.

Por otro lado, para las sociedades modernas, la vuelta al pensamiento mítico-simbólico como una herramienta tan asiduamente utilizada como el lógico-racional, será lo único que pueda garantizar el freno de ideologías cosificantes de la persona humana; de credos dogmáticos, integristas y fundamentalistas, que ponen en riesgo la individualidad, la libertad y la seguridad de todo ser humano de buena voluntad y de la masificación y total pérdida de un propósito y sentido de la vida, para quienes las integren…

Respecto de nuestro colectivo pagano, también es fundamental que establezcamos claramente mínimos terminológicos que sean universalmente aceptados y validados, así como también, el evitar los sesgos por locación, profesión, etnia de origen o gustos intelectuales.

De no ser así, el renacimiento de las antiguas tradiciones, del legado de las grandes culturas del pasado, será sólo una moda, que pasará sin pena ni gloria ni aporte significativo alguno para la Humanidad y para el difícil futuro que le espera a la misma.

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