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Los humanos vivimos sin conciencia del paso del tiempo, de la fragilidad de la Vida y de que todo,...

     
Tiempo de lectura: ~11 minutos. 3093 palabra(s).

Nadie puede apresurarme a caer en el Hades antes de mi tiempo, pero si la hora de un hombre llega, sea este valiente o cobarde, no hay escape para él, una vez que ha nacido.

(Diálogo entre Héctor y Andrómaca,  Ilíada, Libro VI, Homero)

Los humanos vivimos sin conciencia del paso del tiempo, de la fragilidad de la Vida y de que todo, en esta existencia, desde los átomos a las galaxias, es transitorio; que todo lo que tuvo un principio, ha de tener un final. Incluidas, obviamente, nuestras frágiles y cortas vidas humanas, aunque no queramos o no nos guste asumirlo.

Desde muy jóvenes, sabemos que todo termina, que todo muere. Sin embargo, vemos transcurrir la vida, ajenos a ese destino, a tan evidente e ineluctable realidad; sin entender que cada minuto es irrepetible y que cada día vivido es uno que ya no volverá.

La mayoría malgasta su tiempo de vida tratando de blindar su existencia respecto de la realidad y los peligros o avatares que, inexorablemente, se presentarán en ella. Buscando preservar su salud y la de los suyos; sus bienes, relaciones y conexiones con el resto del colectivo de seres al que llamamos «sociedad».

Otros en cambio, viven engañándose a sí mismos y, por ende, a los demás, sobre el paso de ese precioso tiempo, haciendo que sus existencias sean poco más que penosas listas de excusas o «descargos» frente a la realidad de los hechos.

Son muy pocos los que viven sus vidas con intensidad y plenitud y demasiados los que se ocupan de extenderla sin sentido, buscando antes la cantidad que la calidad.

La transitoriedad de la vida, es algo que todos conocemos, pero que pocos asumimos. La mayoría prefiere no pensar en ello, ya sea aferrándose al pasado, al presente o al futuro, pero sin comprender que el tiempo es una continuidad y que esas divisiones son el producto de la ilusión de la consciencia.

Creemos que somos entidades estancas, independientes del entorno. Sin embargo, nuestro cuerpo se renueva totalmente cada dos o tres años y, salvo por implantes o residuos químicos adheridos al mismo, casi ningún átomo que nos compone hoy, estaba presente en nuestro organismo algunos años atrás.

Con nuestra consciencia ocurre otro tanto, creemos ser las mismas personas que recordamos (como a «nosotros mismos») décadas atrás. Sin embargo, la consciencia es sólo una propiedad emergente de las complejas funciones de nuestra corteza encefálica, algo así como el «ruido que el cerebro produce al funcionar», el cual cambia constantemente y sólo mantiene relación con el pasado a través de nuestra imperfecta, fragmentaria y a veces distorsionada memoria. Lo mismo podría decirse de nuestros estados oníricos y del inefable inconsciente, en lo profundo de nuestras mentes.

Todo en el Universo es transitorio. No hay nada en el Cosmos que esté quieto o sea perdurable. Sólo varían los lapsos, los tiempos: Algunos microorganismos viven minutos, los soles decenas de miles de millones de años. Sin embargo, ambas cosas son perecederas, transitorias… La realidad de la Vida, es que todo lo compuesto tiende «descomponerse» en  sus elementos originales; todo lo que está estructurado o formado perderá, tarde o temprano, su estructura o forma.

Este concepto es conocido por la Ciencia, a través del Segundo Principio de la Termodinámica, también llamado Entropía, el cual determina que, si bien la energía presente en el Universo es constante (como dicta el Primer Principio o “Ley de la Conservación de la Energía”), cada vez que la misma se transforma, un cierto porcentaje se disipa como calor o no puede ser reciclado y utilizado nuevamente por ningún futuro sistema.

Desde otro punto de vista, también físico, la Entropía consiste en el grado de desorden o caos de un sistema dado, siendo que ninguno en el Universo carece por completo de entropía y que el caos que la misma genera aumenta de manera constante.

Sabemos pues, que hasta el mismo Universo se degradará, hasta el punto de que toda la materia en el mismo, se descompondrá en partículas elementales. Más exactamente, fotones de baja energía. Expandiéndose al grado de que nada de lo que conocemos, perdurará. Entonces, lo que fue una vez “nuestro universo”, será un lugar oscuro, sin luz y virtualmente tan frío como el cero absoluto (en grados Kelvin, o sea -273,15 grados Celsius).

Esto siempre fue sabido por los místicos y filósofos, pero son pocos los que realmente viven tratando de mantener presente el concepto. Tal tendencia, es particularmente evidente en el mundo occidental, en donde nadie quiere hablar de la Muerte, ni se siente inclinado a pensar en ella.

Entre los partidarios de algunas creencias, como el Buddhismo, se maneja el concepto de «reencarnación» como una forma de reconciliar la transitoriedad con los «eternos» ciclos de la Naturaleza. Sin embargo, los occidentales (muy particularmente los partidarios de la new-age), toman aquello como la «esperanza» de poder vivir de nuevo. Por el contrario, los buddhistas, jainas e hindúes, no gozan con la creencia de que volverán a nacer, sino que, el cúmulo de las enseñanzas de dichas religiones, consiste en un método para «liberarse» de ese ciclo de nacimientos y de muertes (llegando al «Nirvana» o «Moksha»).

Sin embargo, hay ciertas leyes y principios en la Naturaleza, que dejan entrever la noción de que «no todo da igual», de que «no todo es en vano». En primer lugar, como dije más arriba, el tiempo no es lineal, la vida no es una secuencia con un comienzo y un final y «ya», en donde eso es todo lo que hay.

El tiempo, es una serie de infinitas curvas y redes de posibilidades cuánticas, de cadenas causales que van y vienen y por tanto, casi todo lo que pudo ser alguna vez, lo fue realmente y casi todo lo que podría ser, lo será alguna vez, aunque no se nos esté dado «transitar» por el camino causal a través del cual las mejores o más deseadas opciones, se plasmen en nuestra realidad. Todo está formado por ciclos y curvas, las líneas rectas no existen en la Naturaleza (aunque la acotada percepción de nuestra especie, a veces así lo perciba).

Por otro lado, la Ciencia ha descubierto que la información no se pierde. Esto significa que nada de lo que alguna vez ocurrió, deja de «estar ocurriendo» en algún sentido (respecto del continuo espacio-tiempo). El hecho de que una información o evento, quede fuera del alcance de nuestra percepción o posibilidad de conocimiento, no implica que desapareciera de la «memoria del Universo» (por favor, no tomar este término en un sentido místico o «new-age», sino en el de que todos los procesos mantienen para siempre la información que generaron, aún después de extinguirse).

Así que todo cuenta, cuenta cada minuto que se vive, porque quedará registrado en lo que, poéticamente, podríamos llamar la «Eternidad» (aunque, para ser rigurosos, no exista nada realmente eterno ni infinito, cosa que también ha quedado establecida por la Ciencia Moderna).

Todos estos principios que he enumerado, no están sujetos a debate, son parte de la Realidad observable por el método científico, las matemáticas y el estudio de los fenómenos que acontecen en el Universo. Sin embargo, no tenemos la capacidad para discernir como es que, todo esto, afectará a nuestra entidad como seres conscientes.

Ninguna de las teorías sobre la «trascendencia» o «extinción» del ser, luego de la muerte física, puede ser comprobada ni tiene bases sólidas. De lo que se puede estar seguro, a la luz de todo lo anterior, es que ha de tratarse de algo mucho más complejo, menos trivial y fuera del alcance de nuestra comprensión (al menos en el presente estado evolutivo del homo sapiens) de lo que por el momento podemos imaginar.

La búsqueda de la inmortalidad no es errónea, dentro del punto de vista pagano. Algún día, los avances de la tecnología y del conocimiento científico, nos permitirá alcanzar el tan ansiado sueño de una inmortalidad física e individual, de la permanencia (no eterna pero sí por un tiempo mucho mayor) de nuestro ser físico sobre la Tierra. Sin embargo, ese logro está lejos todavía en el horizonte del futuro y ninguno de quienes estamos vivos hoy, gozaremos de ello.

Pero tal búsqueda, aun ante nuestras limitadas posibilidades, no es en vano, porque no existe una sola manera de ser «inmortales». En todos los mitos, la verdadera inmortalidad, está reservada a los dioses, pero hay grados intermedios y caminos alternativos para ello. ¿Cuál sería entonces el camino del pagano? Pues sin dudarlo, hay que decir, que el «Camino del Guerrero».

Dentro de la literatura universal, el significado de tal sendero o forma de encarar la Vida, ha sido plasmado con insuperable claridad en el Libro VI de la Ilíada de Homero, en el diálogo entre Héctor y Andrómaca, cuando el héroe se despide de su esposa, sabiendo que, casi con seguridad, no regresará, diciendo:

«Nadie puede apresurarme a caer en el Hades, antes de mi tiempo, pero si la hora de un hombre llega, sea este valiente o cobarde, no hay escape para él, una vez que ha nacido.»

En tiempos antiguos, el camino del guerrero era morir valientemente en la batalla y ser recordado por siempre, era preferir una muerte rápida, en el momento de mayor esplendor de la existencia y no una lenta y penosa, en su ocaso.

Sin embargo, ¿qué equivalente existe en el presente? ¿Hay alguna manera de emular aquella forma de vida, bajo los parámetros de la existencia moderna? La respuesta es: Sí, simplemente dejando nuestra marca y usando todas nuestras energías en ello.

Inútilmente, muchos humanos tratamos de postergar el paso del tiempo, el envejecimiento o la decadencia del cuerpo, en vez de optimizar el uso de ambas cosas: Nuestro tiempo y nuestras habilidades. La alegoría planteada por Oscar Wilde en su «The Picture of Dorian Gray» (1880), da buena cuenta de ello.

En dicha obra, el protagonista logra, mediante un deseo ferviente y tan poderoso que llega a obrar un «efecto mágico» sobre una pintura suya, que todo lo que pudiera afectarle, ya sea moral, psíquica o físicamente, tanto a nivel del paso del tiempo como de sus acciones, quede reflejado en el retrato y no, en él mismo.

El resultado de esto, como podría esperarse, es que Gray vive décadas sin envejecer y con la frescura propia de un adolescente, pero cuando los avatares del destino signan que su muy preciada pintura quede destruida, vuelve a él, en un instante, toda la decadencia y degradación «pendiente» a través de esos años, con el esperable resultado de una horrible aniquilación de su ser.

Si bien, tal obra literaria, no es más que ficción, lo que narra no está muy lejos de lo que la mayoría lleva a cabo cada día, en sus propias vidas, tratando de engañar al tiempo en vez de usarlo, tratando de disimular la evolución de su ciclo biológico, en vez de hacer buen uso del mismo.

Cuando así se obra, inevitablemente llegará el día que la «pintura se rompa» y caiga sobre el individuo todo el tiempo en que su existencia estuvo en un «dique», sin posibilidad de que siga su curso, normal y como la Madre Naturaleza le ha signado.

Debemos aprender, por tanto, a mensurar el alcance de nuestra existencia, de nuestro ser. ¿Qué es lo que realmente somos, si es que somos algo en realidad? ¿Cuál sería el uso más apropiado para nuestro tiempo en la Vida? Y por apropiado, no me estoy refiriendo a qué se destine el tiempo, el esfuerzo y la energía de cada quién, dado que eso es algo particular, singular y personal, sobre lo cual no hay reglas fijas.

De lo que se trata es de invertir en el presente, no en el futuro. El mañana nunca llega, es como el horizonte. Perdemos la vida pensando en el futuro, en vez de ver la realidad del hoy.

Poniendo un ejemplo simple: Alguien quiere comprar un automóvil, pero no tiene el dinero para ello… Entonces planea ahorrarlo. Para el caso, toma un segundo empleo, con lo cual duplica sus horas laborales, su stress y sus problemas de relación con sus allegados (pareja, familia, amigos, etc…). Pasa el tiempo, y quizás, en efecto, llegue a reunir el dinero para comprar el automóvil de sus sueños, pero probablemente tenga que gastarlo en otra cosa, producto de tantos problemas generados por su plan equívoco, de trastornar su vida para lograr un objetivo menor…

Pero supongamos que el sujeto logra obtener lo que deseaba, ¿Podrá disfrutar de su éxito al adquirir el objeto de sus sueños? Probablemente no… Porque estará cansado, estresado, presionado por su régimen laboral y sus conflictos familiares y sociales. Por tanto, toda la empresa habrá sido en vano. El individuo malgastó energías, tiempo y esfuerzo, meses o años de vida y dañó sus relaciones, para algo que no valía la pena.

Nos han enseñado a pensar y a proceder, como el sujeto de mi ejemplo, desde la escuela, desde la infancia, en nuestros hogares. Por lo cual, de no cambiar nuestra mentalidad, estamos condenados a una vida trágica, llena de tedio, rutina y aburrimiento.

Pero entonces, ¿es la filosofía del guerrero el no esforzarse en lo absoluto? (Podría concluirse del análisis de lo anterior). Por el contrario, el guerrero pagano se esfuerza «a muerte», deja todo por sus objetivos, sacrifica lo que sea por sus ideales y metas. Pero hay dos cosas a tomar en cuenta: Apuntar alto, no a menudencias, no a trivialidades o cuestiones convencionales o transitorias. Apuntar a la gloria y a la trascendencia. Tal como lo hizo Aquiles.

Como dijo una vez Bruce Lee, el maestro de artes marciales: «No fallar, pero con un bajo objetivo, es el crimen. En grandes intentos, es glorioso incluso fracasar».

Pero hay algo más: El guerrero pagano, no lucha para lograr metas intermedias… No vilipendia su tiempo en buscar una meta que sólo sirve para lograr otra, que a su vez, lo acercará a otra y a otra, y que al final, se supone, lo llevará a su verdadero deseo, la «meta final». Tal cosa es perseguir al horizonte, lo que jamás podrá lograrse (la más obtusa de las banalidades).

El tiempo de la vida es corto y hay que elegir muy bien cuales batallas hay que pelear, cuales deben ser libradas y cuales eludidas. Todo lo intermedio, todo lo transitorio y relativo debe ser evitado, debe descartarse.

La Vida tiene momentos de felicidad, pero no existen vidas felices. El que busca la felicidad o el éxito, nunca los encuentra. Tales cosas llegan solas, y por momentos… Cuando las grandes batallas son peleadas y ganadas.

Para poder afrontar la transitoriedad de la existencia, hay que vivir en el presente. El futuro no existe, porque cuando llegue a la existencia, será también el presente.

En la vida moderna, rara vez se puede hacer algo sin encajar en la maquinaria del «sistema», sin una larga consecución de «tramites» y pasos intermedios. Pero esto no es importante, mientras esos pasos se den de manera sistemática, rápida, firme y simple. Cuando los estadios intermedios se comienzan a complicar, a diferir, a dilatar o bloquear, es hora de buscar otro camino y tal vez otras metas (o al menos, una manera distinta de lograrlas).

La gente vive para lograr cosas que no les otorgan ninguna satisfacción, que ni les ofrecen la trascendencia de su nombre (o identidad) mortal ni de su, probablemente inmortal, espíritu. Por eso la vida es tan triste y dura. Hemos perdido la alegría del guerrero, que tras vencer en la batalla y por tanto vivir un día más, celebraba con pasión y felicidad su triunfo, sin importarle en lo absoluto si esa sería su última noche.

El humano moderno ha perdido el valor, lo ha cambiado por el vano afán y esfuerzo sobre lo mediocre, sobre la búsqueda de su nicho social. No se busca ya más, el pertenecer al ἄριστος«aristos» (término griego que significa «los mejores»), sino a ser aceptados por el colectivo al que se pertenece, como una oveja más del rebaño. La mayoría encuentra satisfacción en «encajar» cuan vil engranaje y no en «destacar», como los seres humanos de antaño aspiraban.

Se vive para ir a la escuela, a la universidad, tener un empleo, formar una familia, envejecer y morir… Y se le ha hecho creer a todos, basándose en parábolas y leyendas del sistema de creencias hegemónico, que ese es el «destino y la finalidad de la vida humana». Se han perdido de vista, se han olvidado, los ideales olímpicos, el ἀρετή / «areté« (auto-superación constante). Ya no tenemos como iconos, a un Alejandro Magno o a un Leónidas de Esparta; a un Sócrates o a una Hipatia; a un Fidias o a una Safo, sino a un imbécil, vestido con traje y corbata, que por alguna razón, generalmente azarosa, termina siendo el CEO de una mega-corporación.

Un día llegará la vejez, la enfermedad y la muerte… Esas cosas que siempre les esperan a todos los mortales. ¿Qué recordaremos cuando miremos atrás? ¿Cuáles serán nuestros logros? Sería mejor encontrar granos de arena agregados al cúmulo de conocimientos humanos, pinceladas al arte universal o ínfimos cambios en el progreso de nuestra especie, antes de «enormes logros» formales o sociales, que desaparecerán más rápido de lo que lo harán nuestros huesos en el seno de la Tierra…

En verdad no hay logros válidos y otros que no lo sean… Cada uno juzgará eso con su propia vara de medida. Pero si la única huella que se deja, al abandonar este mundo, es la signada por la descendencia y la biología o bien por los «éxitos profesionales» que se evaporarán tan rápido como llegaron; si sólo se trata de una tenue y evanescente memoria en quieres nos rodearon, nuestra vida habrá sido en vano, otro parpadeo transitorio en la existencia cuasi-eterna de la totalidad del Cosmos.

Si eres pagano, vive el hoy, disfrútalo y deja tu marca, día tras día… No te dejes engañar con quimeras sobre éste u otro mundo. La verdadera inmortalidad la alcanzan los héroes, en este mundo y en la memoria eterna de la Humanidad, que a diferencia de la de los individuos, perdura por siempre.

Si es que poseemos un alma inmortal, ésta llegará a su destino sin esfuerzo, pero si no es tal el caso, sólo nos queda lo anterior: La marca que hemos dejado a lo largo de la Vida.

No trates de vivir mucho o de lograr mucho… Trata de vivir bien y de dejar tu marca. Calidad y no cantidad, es lo que signa la búsqueda y la lucha del pagano.-

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(1288 – 1347, fraile y filósofo inglés)

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