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El Karma, en su origen, fue una doctrina hindú utilizada para propósitos muy diferentes de los...

     
Tiempo de lectura: ~12 minutos. 3522 palabra(s).

El Bodhisattva Vajrasattva del buddhismo Mahayana (según las tradiciones shingon y tibetana de dicha religión, los mantras dedicados a esta entidad tienen el poder de «purificar» el Karma).

En el ambiente pagano, la gran mayoría cree en cierto proceso «cósmico», que con diversos nombres, alude a la ley de «Causa y Efecto» o «Causalidad«. Muchos optan por utilizar el término «Karma», de origen hindú, que luego fue adoptado y desarrollado a nivel filosófico por el Buddhismo. Otros, como los wiccans, aluden a la «Ley de Tres» (en su nombre original en inglés: «Three-Fold Law») o a conceptos alternativos sobre la «retribución», pero en general, casi todos los neo-paganos creen en algo «parecido» al concepto oriental del Karma.

Este asunto, tiene un trasfondo muy antiguo y está presente en casi todas las religiones: ¿Existe algún tipo de «justicia» o «retribución» para las acciones de los seres conscientes? ¿Todo lo que se haga, «da más o menos igual» o bien tendrá una repercusión en el propio destino, en nuestro futuro?

Dejaré de lado las ideas no-paganas sobre el pecado, la providencia divina; la salvación y condenación, que son concepciones típicas de las religiones abrahámicas (bíblicas / monoteístas), para no extender demasiado este artículo. En esta ocasión, me interesa (y me preocupa) precisar si el «Karma», es o no una idea válida dentro del Paganismo.

Lo primero que hay que hacer, a este respecto, es separar el trigo de la paja y dejar en claro que el «Karma» como idea espiritual, está conectado con el concepto filosófico y científico de la «Causa y Efecto», pero no es exactamente lo mismo. La Ciencia y la Filosofía avalan a la Causalidad como un principio real presente en el acontecer Universal, pero en modo alguno le otorgan conexiones con lo metafísico (menos aun con lo trascendente).

El principio de la filosofía hermética de: «Toda causa tiene su efecto y todo efecto tiene su causa», no es (como se cree comúnmente) un aporte de la filosofía clásica (hermética o no) o del paganismo ancestral. Se trata de una lucubración, más o menos coherente, de ocultistas de finales del siglo XIX, expresadas en un libro titulado «El Kybalión» o «Siete Principios de la Filosofía Hermética», que presuntamente fue «recopilado» por «Tres Iniciados» cuyos nombres se desconocen (o sea que se trata de una obra anónima).

Existen numerosas sospechas sobre quienes eran estos «iniciados», pero se sabe que ningún párrafo del libro es ancestral1, sino que sólo está inspirado en algunos conceptos de la verdadera filosofía hermética antigua (basada en el Corpus Hermeticum o «Libros de Hermes Trismegisto», que sí es un libro antiguo, compendiado entre los siglos II al IV d.C. o la Tabula Smaragdina«Tabla Esmeralda», h. 650 d.C., donde figura la máxima: «Lo que está más abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo.», que fue reproducida en «El Kibalión» antes citado, como uno de los famosos «Siete Principios»).

El concepto de «Causalidad», de todos modos, es válido y mayormente aceptado por la filosofía occidental, pero sólo en lo que respecta al mundo fenomenológico (o material). Del mismo modo, la ciencia moderna, acepta que (en general) es un principio válido, pero sólo para el ámbito de los eventos a escala humana (o sea, en el contexto del accionar de nuestra percepción directa). Las leyes de Newton, en particular la Tercera, es un buen ejemplo de esto…

La «causa y efecto», no siempre forma parte de los eventos subatómicos (regidos por las leyes de la mecánica cuántica) ni tampoco es seguro que opere a niveles «macro», respecto del origen y el final del Universo y en relación a posibles «metaversos» o planos en donde muchos universos (incluido el nuestro) coexistirían, sin interacción aparente (según lo plantea la «Teoría M« o de las «Branas»).

Por ende, la «causalidad» es sólo un principio basado en la generalización, una tendencia muy marcada de los eventos en el mundo fenomenológico. Podemos tomarla como una «ley», en la medida que se refiera a los acontecimientos humanos normales (y del mundo que nos rodea a nivel inmediato). Pero en rigor, la Causalidad no es una ley de la física o un principio omnipresente en todos los niveles de acción o planos de la Naturaleza.

A partir del siglo XIX, cuando existió una intensa transculturación entre Oriente y Occidente y teósofos, místicos, espiritistas y gurúes comenzaron a enseñar a los occidentales el concepto de «Karma», muchos de los movimientos espirituales de nuestro hemisferio reaccionaron, adosando a sus doctrinas este concepto o principio y debido al poco rigor historiográfico con que se abordaron las fuentes. Se lo imaginó presente, en todas las creencias antiguas (malentendido que sigue existiendo hoy en día). Este proceso, se creyó natural, al entenderse que el karma estaba en perfecta correspondencia con la «ley de causa y efecto». Sin embargo, esto es verdad sólo si se lo concibe desde el punto de vista material.

Pero será mejor ahondar en los orígenes de esta doctrina oriental, para comprender algunos de sus problemas lógicos y éticos, antes de abordar la cuestión de si es o no válido incorporar el concepto al corpus de creencias del paganismo moderno.

Karma ( कर्म ) es una palabra sánscrita que alude a «acción», al hecho o fenómeno de «hacer alguna cosa». Su raíz no tiene connotaciones morales o éticas, sino más bien describe el hecho de que todo lo que ocurre tiene consecuencias o efectos, tanto para el entorno, como para el causante en sí. Las primeras nociones sobre esta concepción filosófica, ya estaban presentes en la religión brahmánica, hacia el siglo VII u VIII a.C.

La filosofía materialista (atea) del Samkhya (h. 750 a.C.), fundada por el sabio indio Kapila, que incluso es anterior a la Vedanta, aborda la idea del Karma, pero sin un sentido espiritual, sino como una forma de describir el devenir de los hechos en el mundo en que vivimos.

Cerca de la misma época, Parsvanata, el tirthankara2 número 23 del Jainismo, según la tradición, y el primero del cual se tiene cierta certeza sobre su historicidad, predicaba más o menos lo mismo (si bien, según las fuentes disponibles, incluía el concepto de reencarnación en la «ecuación»).

Tal vez las primeras ideas sobre el karma provengan de la misma época de la invasión indoaria (coincidente con la redacción de los Vedas, h. 1200 a.C.). A medida que se fueron instaurando las castas (sistema que segregaba a aborígenes respecto de los indoeuropeos que habían invadido al país), los sacerdotes (llamados brahmanes) desarrollaron la idea de que «si se cumplían bien los roles», asignados a la propia casta (la de origen de cada individuo), en otras vidas futuras se renacería en una superior. También propiciaron otras ideas más pueriles y coercitivas, como la creencia de que si se hacía daño a un brahmán, se renacería como un animal repugnante o cosas parecidas.

Vale decir, la primitiva idea del karma era un elemento político disuasivo, para propiciar la aceptación del status quo imperante. En modo alguno hay que pensar que surgió de las «más profundas reflexiones» de los grandes sabios del Oriente, si bien es cierto que muchos de ellos trataron de profundizar en este concepto y lo elevaron a la categoría de una filosofía conductual depurada, como el caso de las enseñanzas del príncipe Siddhartha Gautama, el Buddha o de Jñataputra Vardhamana («Mahavira«, –«el victorioso», tirthankara jaina número 24 y el último, según la tradición).

En el Oriente, particularmente en las tres religiones que mantienen esa doctrina como parte significativa de su filosofía (hinduismo, buddhismo y jainismo), el karma es una idea asociada de manera inextricable con la reencarnación. Esta idea también tuvo el mismo origen y sentido «persuasivo», explicado con anterioridad y fue manipulada por los brahmanes (y los katrishas o casta militar de la India Antigua) para sus fines de dominación social.

No es casual, que en los pueblos donde estas creencias predominan y son parte natural del acervo cultural, el progreso social y tecnológico siempre haya sido menor que en Occidente. La idea de que siempre existirá otra chance, otra oportunidad, combinada con el miedo a hacer cosas que «podrían no ser las adecuadas» según ciertos mandatos religiosos y que pueden conllevar desgracias futuras (en esta o en otras vidas), «paraliza» o ralentiza la evolución intelectual y cultural (y por ende la social).

Sobre estas doctrinas, karma y reencarnación, al menos tal como se presentan en las corrientes principales de la espiritualidad oriental, existe una gran confusión por parte de los occidentales interesados en ellas: En las religiones de la India, la reencarnación es una «maldición», algo que se desea evitar, terminar o interrumpir y por tanto, el karma (que es la cadena causal y motor de las subsecuentes existencias), también debe ser extinguido.

En modo alguno se cree, como sí ocurre en Occidente (merced a la tergiversación de teósofos, espiritistas y ocultistas), que la reencarnación es una «esperanza de continuidad eterna» o algo por el estilo. El ciclo de «nacimientos y muertes», la «Rueda de la Vida» o «Samsara», es lo que tanto jainas, como buddhistas e hindúes, tratan de destruir.

Además, no es importante si se tiene «buen» o «mal» karma (si bien algunos reconocen que esto hará que se tenga una vida de diferente «calidad» al renacer), sino que todo karma debe ser extinguido para poder romper con ese ciclo. La New-Age ha tergiversado eso desde sus albores, a finales del siglo XIX y más aun, durante su auge, en los tiempos modernos.

Dentro del mundo occidental, el primero en aludir claramente a la ley de Causalidad, fue Aristóteles de Estagira, en su libro «Analytica Posteriora», pero lo hizo con el fin de formular una descripción de como consideraba que se llevaba a cabo el proceso cognitivo de la Realidad, no tanto para definir la naturaleza del mundo objetivo y fenomenológico.

Sin embargo, es un hecho, que siempre ha estado presente, en casi todas las culturas, aquella intuición de que «todo efecto tiene su causa» y viceversa. El problema radica en que no es lícito implicar, que el principio de causalidad actúe antes del nacimiento o más allá de la muerte, porque no es ni evidente ni mucho menos comprobado el que esto ocurra.

En el Paganismo ancestral, ya fuera el egipcio, grecorromano, celta, nórdico, entre otros, la tendencia era no preocuparse por las consecuencias de las acciones, sino ser proactivos y buscar llevar a cabo sólo las acciones excelentes, las mejores, las que conllevaran la gloria, el honor y la promoción del individuo a un estadio superior (en el plano que fuere) y que, así mismo, fueran benéficas para la nación, la sociedad, el clan y el colectivo al que se pertenecía.

Esto no presupone un desentendimiento del concepto de «retribución», ya que los paganos estuvieron siempre muy conscientes de los ciclos perpetuos de la Naturaleza y de la misma causalidad. Sino más bien, el no adosarle una moral prefabricada y adaptada a los propios prejuicios (o a los prejuicios de la tribu o el clan), para no condicionar la «acción» a reglas morales sobre el devenir.

Sin embargo, en el paganismo moderno, con mucha frecuencia, se han mixturado los conceptos, haciendo que el «karma» domine la escena de la ética conductual. Tal cosa no sería gran problema, si no fuera porque la espiritualidad «light» ha contaminado a dicha noción con eufemismos e ideas ingenuas sobre el que «todo vuelve» y cosas por el estilo.

Para poder abordar una visión pagana del «Karma», sin caer en estas tendencias equívocas, deberíamos entender algunas nociones importantes:

En primer lugar, la Causalidad (el «karma», si así se quiere llamar a dicha ley), no es moral. Se trata de una ley mecánica, universal y totalmente automática. No de una «providencia» que administra justicia de manera «poética». No hay entidades amorosas o «justicieras» detrás de este principio, sino fuerzas ciegas de la Naturaleza.

Las causas y efectos devienen en interminables cadenas, pero no necesariamente harán, según los conceptos morales humanos, que un asesino pague por su crimen, que el ofensor sea castigado o que las víctimas sean premiadas o compensadas por su sufrimiento, en algún momento.

El Karma o las consecuencias de nuestros actos, no se tratan de algo que se pueda «permutar», negociar o cancelar. No hay recursos «mágicos», físicos o metafísicos para saldarlo de manera anticipada. Ninguna acción puede prevenir o proteger al individuo contra calamidades o desgracias y ningún crimen, de manera ineluctable, llevará al criminal a ser castigado.

El Universo es más complejo que eso, no obedece a las frívolas o ingenuas expectativas de los humanos. Toda acción conlleva una reacción, todo acto genera un resultado, pero no siempre será (para bien o para mal) lo que esperamos o confiamos que ocurra.

Ninguna cadena causal puede interrumpirse. Todo acto o evento, por nimio que sea, es irreversible y quedará para siempre «registrado» en el continuo espacio-tiempo universal (la Ciencia sabe, hoy en día, que ninguna información se pierde, más allá de que quede fuera del alcance de la percepción o la intelección humana, debido a las limitaciones de nuestra especie). Por esto mismo, no hay que esperar «perdones», «salvaciones» o «redenciones». El Karma es (si es que existe) una ley ineluctable.

Como el clásico ejemplo planteado por la Física, de la taza de café que cae al suelo haciéndose mil pedazos y jamás, sin importar el esfuerzo, la energía o el tiempo invertido, podrá ser reconstruida al punto de dejarla tal como estaba antes de la caída. Del mismo modo, las acciones de cada individuo tienen consecuencias IRREVERSIBLES y todos los seres humanos tenemos que aprender a vivir con ello.

Deberíamos asumir y luego abandonar por completo, aquella idea «disuasiva» del karma que pregonan las religiones orientales. Por dos razones importantes: Primero, no sabemos nada sobre lo que le ocurrirá a nuestro ser más allá de la muerte ni tampoco sobre si ocurrió algo antes del nacimiento. No es lícito, desde el punto de vista ético, el razonar y mucho menos obrar, en consecuencia de ello (dada la incertidumbre inherente).

Del mismo modo que el lector culto de la Biblia, conoce que la gran mayoría de las nociones del Antiguo Testamento son parte del «midrash» (del hebreo: «explicación»), es decir fábulas moralizadoras, tanto en lo que respecta a las narraciones legendarias sobre el pasado, como así también, al destino del Hombre, de manera similar, se deberían leer y comprender las escrituras del Oriente.

Es muy probable que la mayor parte de los sabios buddhistas e hindúes más esclarecidos, nunca hayan creído en un «karma» tan trillado y simplista como el de una conocida anécdota narrada por el Gurú Nanak en el «Granth Sahib» (escritura sagrada de los sikhs). Se dice que en una ocasión, un individuo probo y honesto, perdió a nueve de sus hijos, los cuales se ahogaron tras una súbita crecida de un río en las cercanías de su hogar. El hombre, destrozado por el dolor, acudió al gurú en busca de una respuesta al «¿por qué?» de tal desgracia… Entonces el Gurú Nanak le dijo: «En una vida anterior, por descuido, pisaste un hormiguero y mataste a nueve hormigas. Tus acciones del pasado, ahora se reflejan en tu presente». Exagerado y sorprendente como este ejemplo puede parecer, los hay por cientos en la tradición de todas las religiones reencarnacionistas del Oriente.

Una práctica repugnante y muy común entre los partidarios de la New-Age, es «explicar» enfermedades, accidentes trágicos, muertes espantosas y otras cosas horribles, que ocurren en la vida de los seres humanos con regularidad, a través del «Karma». Afirmándose que «debió ser porque se hizo esto o aquello» o «porque no se hizo esto otro», que alguien sufrió tales tribulaciones. También, «porque no se perdonó, no se ofreció amor incondicional», etc…

¿Cómo saben eso? ¿Cómo se atreven a afirmar tal cosa? No sólo no existen bases lógicas, sino que éticamente es deplorable, dado que se descalifica a la víctima de un suceso trágico, asociándole culpas y defectos que quizás jamás haya tenido. (Tan sólo por el hecho de salvaguardar su dogma y de calmar sus ansiedades espirituales).

Lo anterior es particularmente abominable, cuando se ejercita con los nacimientos, a partir de observar eventos desgraciados antes, durante o en un periodo inmediatamente posterior a los mismos: Para tratar de dar una razón lógica y «justa» a un defecto congénito, a una muerte infantil o a cualquier desgracia de ese tipo, se aluden a «vidas pasadas»«Nació ciego porque no supo ver las verdades espirituales que le enseñaron en una vida anterior», «Murió quemado en la cuna porque arrojó bombas incendiarias en una guerra, durante una vida pasada»… Estas son cosas que he escuchado como «explicaciones» para tales casos, ¡no las estoy imaginando ahora!

El Universo no aplica la «Justicia» según los términos humanos. No debemos esperar a que los dioses, los cielos o el «Karma», provea a cada quien el exacto grado de premio o castigo que nuestro reducido entendimiento cree correcto.

Si bien es cierto que todo es cíclico, que la causalidad prevalece en todos los aspectos de la Existencia y que muy probablemente los criminales terminen mal y quien viva violentamente, termine del mismo modo… Tal cosa no implica que «todo vuelva», según las ingenuas nociones de la «justicia humana», sólo es consecuencia de las probabilidades.

La Naturaleza busca el balance, los excesos y las anomalías suelen ser depuradas por los propios procesos de la evolución, la causalidad y el devenir cósmico. Sin embargo, no hay que esperar que «todo vuelva», tal cual lo dictan las religiones del Oriente, y mucho menos mezclarlo con la moral cristiana, porque entonces no se habrá entendido nada sobre lo que es el Paganismo.

La Justicia es un invento humano, por tanto, está en nosotros el que prevalezca. Es un trabajo de los hombres, no de los dioses, el que así suceda. Podemos creer en el «karma», como un proceso a través del cual las cosas se balancean y los ciclos se completan (incluso quizás a través de las vidas).

Sin embargo, no hay que hacer etiología (buscar explicaciones para cosas que ya ocurrieron) y mucho menos condicionar nuestro destino y nuestro futuro, por el temor a la «acción» (karma) o porque todavía pese sobre nosotros la ingenua idea de una providencia, que administra justicia de manera parecida a como terminan los cuentos de hadas, que se les cuenta a los niños antes de que se vayan a dormir. Debemos madurar y aceptar la realidad de como es el mundo en que vivimos.

Si el Karma es concebido como la Ley de Causalidad, entonces existe, no hay duda de ello, incluso estaría validado por la Ciencia. Pero no es lícito, a nivel filosófico ni ético, el extender esta noción para explicarlo todo, porque no siempre pueden deducirse las causas a partir de los efectos ni tampoco adivinarse los efectos a partir de las causas. A veces sí ocurre, en un laboratorio puede hacerse, en ciertas ocasiones (no siempre), pero en la Vida, es casi imposible.

También hay que recordar, que el Azar es una fuerza presente en el Universo, que ha sido confirmado por la Ciencia como una realidad y que muchos de los procesos cósmicos obedecen a ese motor y no al de la Causalidad.

El Karma no opera según la «justicia humana», no es compatible con la moral del sistema de creencias hegemónico en Occidente. Tampoco es predecible o puede analizarse en retrospectiva (y si se pudiera hacer, no se debería, por razones éticas -créanme, en mi juventtud, practiqué regresiones a «vidas pasadas» a muchas personas, durante más de 15 años, sé de lo que hablo).

Por tanto, más allá de que cada quien pueda creer o no en este concepto, dentro del paganismo no debería cumplir el rol disuasorio que tiene en el hinduismo o el buddhismo ni ser un freno para el ejercicio de nuestra voluntad o el cumplimiento de nuestro destino.

La Causalidad es una ley real del Cosmos, pero las fantasías moralistas que el hombre ha creado alrededor de ella, no lo son. Vivamos proactivamente, buscando la excelencia, el Areté de los griegos o la Ma’at de los egipcios (o como quieran llamar a tal virtud, según la tradición a que cada quien pertenezca) y no necesitaremos preocuparnos por el mentado «Karma».

Pagano, haz tu voluntad; que esa voluntad sea acorde con la Naturaleza y, en la medida de lo posible, sea para el bien de todos los seres. ¡Con eso será suficiente!

1) Sé que muchos se escandalizarán con esta afirmación, pero reto a quien disienta con ello, a que cite alguna obra clásica occidental, de la Antigüedad, donde se formule tal concepción conectándola con la filosofía hermética y/o lo metafísico en general. También a que encuentren una referencia anterior al siglo XIX del así llamado «Kybalion».

2) Los tirthankaras son, para el Jainismo, el equivalente de los buddhas para el buddhismo: Una suerte de sabios iluminados (no se los adora ni se los cree dioses, tan sólo humanos que alcanzaron el máximo estado de «iluminación»).

Leer también: Los ingenuos no heredarán la Tierra y No todo vuelve…

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¿Crees en el Karma? ¿Piensas que Karma y Causalidad ("causa y efecto") son lo mismo? ¿Aceptas la existencia de la Providencia Divina? ¿Existe la Justicia más allá del ámbito humano? ¿Imaginas que todo lo que las personas hacen recibe su premio o castigo? (Nos gustaría saber tu opinión al respecto).

  ⁂  C O M E N T A R I O S  ⁂

«Comentarios del Blog»

 2 comentarios para «¿Existe el Karma?»

  • Hola muy interesante articulo, creo que muchas palabras están corruptas por el manoseo de años de personas que han lucrado con ellas, entre otras «Karma», seguramente porque queremos cosas que nos conformen y no ver lo que hay, ni hablemos de palabras como meditación, amor, amistad, etc. Copio un pequeño texto de jiddu Krishnamurti sobre karma: «Causa y efecto no son dos cosas diferentes. El efecto de hoy será la causa de mañana. No hay una causa aislada que produzca un efecto; están interrelacionados. No existe tal cosa como la ley de causa y efecto, lo que significa que no existe tal cosa como lo que llamamos «karma». Para nosotros, «karma» significa un resultado con una causa previa, pero en el intervalo entre el efecto y la causa ha habido tiempo. En ese tiempo ha habido mucho cambio y, por tanto, el efecto nunca es el mismo. Y el efecto producirá otra causa, que nunca será meramente el resultado del efecto. No diga «No creo en el karma»; esa no es la cuestión. «Karma» significa simplemente acción y el resultado, con su nueva causa. Si sembramos una semilla de mango, producirá un mango, pero la mente humana no es como eso. La mente humana es capaz de transformarse dentro de sí misma, de la comprensión inmediata, que es romper con la causa, siempre.» -Obras completas, vol. XI.
    Saludos.

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