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El Ego es rechazado por las religiones abrahámicas, la New Age, las ideologías colectivistas y...

     
Tiempo de lectura: ~9 minutos. 2482 palabra(s).

Si la tendencia a la abnegación y a la solicitud por los demás (la simpatía) llegara a ser más fuerte aún de lo que es, la vida en el mundo resultaría insoportable.
Friedrich Nietzsche (“Aurora”, Libro II, 143.
)

Introducción:

En los ambientes donde prima el posmodernismo, las formas de espiritualidad light o bien las ideologías populistas o neo-marxistas, es muy frecuente que se descalifique al individualismo, al deseo de destacar; a la alta autoestima y el orgullo de sí mismo, como si estas cosas fueran defectos del carácter (o, por lo menos, como si siempre lo fueran, sin importar su grado de correspondencia con las cualidades y méritos de la persona; las circunstancias; o el rango y la frecuencia, de estos pensamientos y emociones).

Este rechazo, puede englobarse con una actitud específica, el repudio al “Ego”*, pero, tomando a esta palabra, no como el sustantivo que alude a una cualidad básica de la mente humana, sino como adjetivación implícita, que hace referencia a una supuesta deformación de la personalidad.

Parece que, en estos tiempos de confusión, no se asume que el progreso de la consciencia humana, está relacionado con la paulatina emergencia del “Yo” (de la individualidad) a partir del mar de la inconsciencia (no diferenciación animal de sujeto – objeto); de la tribu y luego de la masa y el colectivismo (siempre disolutorio de la personalidad).

Esto es así, porque los mismos factores evolutivos que nos hicieron bajar de los árboles y comenzar a usar herramientas; para luego, crear el arte y con ella la noción de vislumbre del futuro y de la posibilidad de ser libres y de hacer la propia voluntad, fueron los que produjeron el surgimiento del “Yo”, en la mente humana.

Sin esta cualidad implícita en cada consciencia, los procesos que conocemos como cultura y civilización, jamás podrían haberse dado.

Tuvieron que transcurrir muchos siglos, para que el sentido de “uno mismo” y la individualidad de que goza la mayoría de las personas del siglo XXI, se desarrollaran con plenitud y afianzaran, al punto de ser ya irreversibles.

Sin embargo, esta evolución hacia la individualidad y la valoración del propio ser, generó (y sigue generando) una paulatina oposición, un proceso inercial.

Este proceso, tiende a hacernos pensar que, en el colectivo, la chatura, la homogeneidad y la des-individualización (conversión del individuo en masa), está el “futuro” de la Humanidad. Como si la negación del “Yo”, fuera diferente de la aniquilación prefigurada del Ser.

Pero, tal regresión no es reciente… Ha acompañado a la Humanidad durante toda su historia y pugnado por disolver su progreso. Ya las religiones abrahámicas en Occidente y las dhármicas en Oriente, plantearon la postergación del “Yo”, o bien su aniquilación, como así también, todo propósito o sentido de la propia individualidad y de la necesidad de plasmarla en la creación y el desarrollo de un futuro personal, de metas totalmente propias y originales.

Por ejemplo, el Buddhismo, surgido en el siglo VI a.C., plantea que el “Yo” es una ilusión, la cual estorba a la evolución espiritual del Ser y no le permite lograr su estado de “realización final”: El Nirvana o aniquilación de toda diferenciación entre el sujeto y el objeto.

Siglos después, el Cristianismo surgiría de entre las muchas sectas judías de su tiempo, para plantear la idea de un “rebaño y su pastor” y de que “… los últimos, serán los primeros.”1; de que toda persona espiritualmente proba y bien enfocada, debía destruir toda apetencia egoísta, todo deseo de realización personal y toda pretensión de sobresalir por encima de la masa.

Desde entonces, el individualismo, la ambición y aun un nivel sano de egoísmo, pasaron a considerarse “pecados”, emociones viles o defectos del carácter.

Lo anterior facilitó el advenimiento del oscurantismo y del feudalismo, donde sólo los “signados por Dios” (nobles, señores y prelados), estaban por encima de los demás y tenían un cierto margen de libertad y de gloria personal.

Debido a que el desarrollo de la individualidad, requiere de un mínimo de “desconexión” respecto de la tribu, el clan o el colectivo al que el sujeto pertenezca (donde le fue dado nacer), esto implicó que el surgimiento de lo particular por sobre lo masivo, a no ser por los casos en que esto era determinado por pertenecer a la cúspide de la pirámide social, se tardara miles de años en gestarse.

También fue previsible, dada la naturaleza humana y su pertinaz tendencia a caer siempre en los mismos errores, el que algunas creencias produjeran siglos de demora (o hasta milenios) en el desarrollo humano.

No obstante, cuesta más entender lo que ocurrió después (y, al parecer, sigue ocurriendo hoy en día).

Negación posmoderna del Ego:

Probablemente, la raíz del problema sea el ancestral y tribal miedo a lo diferente, que se manifiesta en la agresión, la hostilidad y el rechazo hacia todo ser que no se parezca a la manada, a lo que está por encima del “promedio”, lo que sobresale respecto de los que componen la tribu. Pero también hay otro ingrediente: El instinto de supervivencia que, en este caso, se manifiesta como envidia u odio al que es distinto (al que es mejor), a quien se atreve a tener más o elevar su cabeza por encima del límite permitido.

Esta combinación de temores, unida al recelo a la modernidad y el progreso, es lo que en el siglo XIX gestó sistemas de creencias anacrónicos, como la Teosofía y su rechazo por la Evolución de las Especies (reemplazándola por un esoterismo racista) y, a veces, hasta fraudulentos, como fuera el caso del Espiritismo de las hermanas Fox en USA y luego el Kardeciano, en Francia.

Curiosamente y a pesar de pretender ser “científicos” e innovadores, estos movimientos vetaban el librepensamiento y la individualidad, tanto como lo habían hecho, durante siglos, las religiones hegemónicas. Se le daba una vuelta de tuerca a la moral cristiana, ya sea que el giro fuera esotérico o materialista; colectivista o liberal, pero sin sacudírsela del todo…

Sólo unos pocos visionarios, de aquellos tiempos, tuvieron el valor de enfocarse en el Ego (el desarrollo del ser individual, la búsqueda de la diferenciación). Por ejemplo, Friedrich Nietzsche, entre los filósofos; Sigmund Freud, entre los investigadores de la psiquis humana u Oscar Wilde, en la literatura, lo hicieron, pero no sin pagar un alto precio por ello.

Un caso digno de referir fue el de Aleister Crowley, con su Thelema (del griego: «Voluntad»), que rompía con la espiritualidad ovejuna y pacata de su tiempo, declarando: «Every man and every woman is a star…» («Cada hombre y cada mujer es una estrella…»)2

Pero, a pesar de estas pocas y honrosas excepciones, el otro bando era mucho mayor… Integrado por personajes famosos de la época, casi siempre eruditos e incluso ampliamente ilustrados, que invariablemente “predicaban” la sujeción al rebaño, la mediocridad revestida de moralidad.

Lo anterior primó particularmente en el ámbito de lo espiritual: Helena Blavatsky, Max Müller, Rudolf Steiner, George Gurdjíeff, Peter Ouspensky, Annie Besant, René Guénon, Max Heindel y un largo etcétera, produjeron una cantidad de movimientos y sistemas en donde los conocimientos antiguos, parecían conciliarse con los modernos y científicos, pero siempre sujetos a la moral que el judeo-cristianismo (o entuertos de ésta con los dogmas de las filosofías orientales) y su sentido de “pastor y oveja”, había inculcado durante casi 2000 años.

Pasó el tiempo y en la segunda mitad del siglo XX, surgió la New Age y, con la misma, una renovada tendencia a la mezcla acrítica y al ceñimiento a gurúes y “maestros” que estaban por encima del aspirante…

La “devoción al gurú”, tan propia de la India y de su sociedad basada en castas, se proyectó a Occidente, generando una nueva clase de espiritualidad masificante, anti-ego y refractaria del individualismo.

Más tarde, con el surgimiento de las diversas tradiciones neo-paganas, la asimilación de estos prejuicios y atavismos doctrinales y morales, fue inevitable.

Ego y neopaganismo:

Paradójicamente, la falta de dogmas, doctrinas fijas y de líderes, entre las diversas manifestaciones del paganismo moderno, lo hizo permeable a toda una cantidad de ideas ajenas a las fuentes ancestrales, las cuales, casi siempre, resultan ilógicas e incompatibles con el humanismo y el pensamiento científico.

Entre los artículos de este blog, ya se citaron algunos de estos problemas: Karma, reencarnación; noción de “bien vs. mal” o de “luz vs. oscuridad”, de valores morales fijos vs. una ética dinámica… La pervivencia de conceptos como el “pecado”, el “perdón” o “amor incondicional”, etc… también son evidencia de ello. Todos, prejuicios, dogmas y tabúes, que no parecen fáciles de eliminar y que impiden emerger a la verdadera óptica pagana y su ética naturalista, humanista e individualista.

El rechazo al concepto de “Ego”, se inscribe en este contexto y es, sin duda, algo que se le ha “pegado” al Paganismo, cuan bacteria infecciosa, a partir de los gurúes modernos, casi todos orientalistas y, por tanto, emanados del Hinduismo y el Buddhismo, religiones que quieren mantener el statu quo social y a todos los miembros de sus comunidades alineados en los mismos antiguos preceptos.

No es casual que existan infinidad de wiccanos y de paganos light que saluden “namasté”, un término que proviene del hindi y cuya traducción aproximada equivale a “me inclino ante ti”. Por lo general, dándole insólitos sentidos, que tal palabra jamás tuvo en su origen.

Del mismo modo acrítico con que se usa ese término, se cree en el karma o se lee a Osho, Deepak Chopra, Paulo Coelho, Brian Weiss, Eckhart Tolle, J. J. Benítez u otros neo-gurúes, magufos o charlatanes, propios de la New Age, también se rechaza el Ego y la individualidad. Así se estigmatiza el deseo de auto-superación, de buscar ser los mejores, del ἀρετή / areté griego, que significa “excelencia” y que constituía la máxima virtud para los paganos de aquella egregia civilización.

Se ha vuelto endémico, espasmódico y monótono, el ver que, a cada planteo racionalista o ajustado a la historia real, siempre surja algún personaje que, sin poder objetar los argumentos o evidencias, tilde al emisor del concepto de “soberbio”, de “poseer un ego desmedido” (o simplemente de tener uno) y otros ataques ad hominem o adjetivaciones similares.

En la era de lo “políticamente correcto”, la permisividad intelectual está a la orden del día y la neutralización del interlocutor, se prefiere a la refutación docta de sus ideas o creencias. La nueva arma letal de los mediocres es la apelación a las aristas sobresalientes del otro, asumiendo que siempre son negativas, pensando que toda forma de excelencia es una suerte de “pretensión egomaníaca”.

Criticar al Ego, como arma dialéctica:

Las personas básicas, con valores atávicos e ideologías cristalizadas, suelen recurrir a la falacia del “hombre de paja”, para distraer la atención y neutralizar todo debate o análisis crítico de los hechos, las evidencias y los argumentos.

En la era del posmodernismo, esto se lleva a cabo con total impunidad y con el agregado de convertir en defectos a los logros, virtudes y capacidades del oponente (o del colectivo que profesa una idea o creencia diferente).

Every man and every woman is a star…
Aleister Crowley  
(Book of the Law)  

Debido al frecuente abordaje superficial y miope de las creencias paganas, esto suele darse mucho en nuestro ambiente… No es poco común el leer o escuchar a alguien afirmando que “sentir” es más importante que “saber”; que si alguien trata de refutar una idea absurda, está atacando el derecho de libre expresión y pensamiento del otro, etc…

Toda refutación o disidencia fundamentada, se toma como un agravio y, de manera automática, se apela a nociones como «ego vs. humildad», «creencia personal como más significativa que la realidad de los hechos», «empirismo anecdótico por sobre la experimentación científica», etc… Tratándose de lograr una supuesta superioridad moral respecto de los otros, de los que muestran su saber o «se hacen notar». (Habría que preguntarse: ¿Cómo alguien puede enseñar a otros sin demostrar sus conocimientos?).

En algunos grupos, incluso se impone como regla el no debatir. Se veta la posibilidad del disenso, sacralizando el supuesto derecho de pensar o afirmar «lo que sea”, con impunidad y sin consecuencias.

Pero todavía hay más: A veces, ciertas personas preguntan algo, esperando que se les responda exactamente lo que sus expectativas le dictaban y si esto no ocurre (como ha de ser en la mayoría de los casos), se encolerizan y, ¡Oh casualidad! Surge la descalificación visceral del otro en base a su “ego” (sea porque sabe más que quien pregunta, sea porque cree algo diferente, en todo caso, siempre será «condenado» por ello).

El apelar a la “humildad”, al concepto de que “todo el mundo tiene su verdad”, que el “ego es malo”, que «el individualismo destruye a la sociedad» y otros tantos dislates, se ha convertido en un bagaje pseudo-argumental de los básicos y de los borregos, en el reemplazo más patético de la lógica racional, de la apelación a las fuentes del conocimiento y del análisis sereno y crítico de cualquier tema.

La Verdad no existe, lo que existe es la Realidad (que, en todo caso, es la única Verdad) y la forma de conocerla es el estudio, la lectura, la experimentación, la práctica y la interacción constante con quienes saben más que uno.

A pesar de que esto debería ser fácil de entender, en una era donde todo se pretende que sea instantáneo, donde se quiere enseñar antes de aprender y donde muchos se proclaman “maestros” antes de haber sido alumnos, es más fácil no leer, no apelar a datos y fuentes y, sencillamente, descalificar a quien sí lo hace, aduciendo que su erudición no es sino la evidencia de un “gran ego”, de una falta de “evolución espiritual”.

En síntesis, el ataque al Ego no es sino la metralla, la dialéctica vacía de los mediocres, de aquellos que se dicen paganos, pero siguen pensando como sus padres o abuelos abrahámicos les inculcaron en la infancia. Es la manifestación más patente de que el cambio de rituales, de nomenclaturas, de poses y estilos, no hace a una verdadera conversión… Que, el ser pagano, implica un verdadero, profundo y valiente corte con la moral judeo-cristiana y con su noción de que el “Yo” y la individualidad son cosas malas per se.

En el paganismo, no caben los idealismos emanados de los «yo-creísmos», de lo nominal o de las convenciones; tampoco los que nacen de la debilidad, la enfermedad, la decrepitud, la cobardía o el cansancio. La búsqueda de la excelencia se lleva a cabo lejos del rebaño y todo conocimiento nuevo, se aprende a partir de abandonar los dogmas, las supuestas verdades asumidas y la irracionalidad. Todo pagano, debería huir de las «sabidurías» llorosas, conformistas y ovejunas.

¡Volvamos a las fuentes! El nuestro es un camino individual, sin líderes, sin gurúes, sin pastores o mesías… ¡Por eso, no se le puede transitar sin centrarse en uno mismo!

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* Ego: Del griego antiguo ἔγω (egó), a través del latín, Ego. Pronombre personal (primera persona del singular) = Yo.
Yo: m. Fil. Sujeto humano en cuanto persona. (RAE, Edición 23).


1) Ev. Mateo 20:16 (RVA, 1989).
2) "The Book of the Law", 1904.

Bibliografía:

- Friedrich Nietzsche, “Aurora”, Biblioteca Nueva, 1ª edición, 2000. ISBN: 8470307452.
- Sigmund Freud, "El Yo y el Ello y Otros Ensayos De Metapsicología", Alianza, 2012. ISBN: 8420608955.

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¿Qué opinas tú? ¿Descalificas al Ego o lo crees una importante parte del ser individual?

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