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A lo largo de mi vida como pagano, he experimentado un largo y tedioso proceso de...

     
Tiempo de lectura: ~7 minutos. 1919 palabra(s).

A lo largo de mi vida como pagano, he experimentado un largo y tedioso proceso de «descontaminación», en lo que respecta a los condicionamientos, normas y costumbres que la educación católica apostólica romana, recibida (o más bien «inoculada») de niño, imprimió en mi persona, en mi carácter y en mis normas conductuales.

Desde mis 16 años, cuando abandoné el cristianismo (concretamente a la ICAR), fui teniendo que educarme a mí mismo en el camino de una ética, una filosofía de vida, una estética y una cosmovisión, entre otras muchas pautas, que me llegarían a convertir en un verdadero pagano. Pero sólo alcancé ese objetivo, luego de los muchos años, de constante esfuerzo, que han transcurrido desde entonces.

De manera singular, el estigma de la «Navidad» y toda su parafernalia de rutinas y “poses”, de rituales vacíos y emociones espasmódicas, fue lo que más me costó erradicar, porque esa infame e hipócrita dualidad entre el «amor filial» y el consumismo; entre la inercia social y los sentimientos remanentes de la primera infancia, ejercen un control profundo sobre todos nosotros, sin importar cuáles sean nuestras convicciones o cuán férreos nuestros valores…

Quiero narrar esto, porque estoy seguro que a muchos paganos (en especial a los más jóvenes y/o neófitos) les puede ahorrar años de dudas y conflictos… Pero no sólo a éstos, sino a ateos, humanistas o personas de cualquier religión que, por ser minoritaria, se vea avasallada y subestimada por la marea de una religión intolerante y negacionista de toda forma de vida alternativa, como es el cristianismo, en cualquiera de sus variantes.

Hasta que cumplí 20 o 22 años (a comienzos de los años ‘80s), mi concepto de lo que era el paganismo estaba poco claro… No tenía amigos tales, no existía la Internet y todo lo que podía saber del tema provenía de libros o, indirectamente, de grupos a los que frecuentaba y que tenían que ver con religiones y filosofías de vida ajenas al judeo-cristianismo, pero no paganas, sino más bien orientales o de corte “ocultista”.

Durante aquellos años, debo admitir que no estaba muy lejos de ser un new-ager… Por entonces, la verdad es que continué celebrando la “Navidad”, tal y como lo hacía el resto de mi familia.

Luego, con el paso del tiempo y el estudio, entendí de lo que se trataba este camino y tuve la suerte de conocer a mi primera esposa, que también era pagana. Fue cuando comencé a limitarme a saludar a mis padres pasada la medianoche de las vísperas de Navidad y hacía otro tanto con las de Año Nuevo (aunque con esa otra celebración, nunca he tenido problemas, incluso hoy día –en este blog tengo un artículo en el que explico el porqué).

Aun así, seguí manteniendo la “tradición” de armar un Árbol de Navidad, porque (verdad sea dicha) siempre me encantó el asunto y la idea de las luces y los adornos despertaba mi fantasía de los tiempos paganos, cuando se hacían otra clase de rituales, mucho más significativos y acordes con la Naturaleza… Pero también me recordaba a mi infancia, un tiempo dulce, donde no había dudas que resolver y la vida parecía de lo más sencilla.

Pasaron los años, entrando en mis treintas, y fue abandonando la práctica de hacer “alguna cosa” para esas fechas. A veces iba a cenar con amigos que no tenían ideas cristianas o con mi pareja de turno, por lo cual sólo me “escapaba” de la rutina y prevenía el que me invitaran a una de esas fiestas o reuniones en donde el mentado “espíritu navideño” estaba presente…

Al final, sólo mantuve la costumbre de ir a saludar a mis padres (sin pasar toda la velada con ellos) y a los de mi segunda esposa, hasta que unos y otros fallecieron.

Dejé de armar el “árbol” hace más de 20 años, por una razón muy diferente de la religión o las convicciones filosóficas: Mis gatos siempre estaban en riesgo de tragarse algún pedazo de los adornos que destrozaban (algunos de vidrio) o de electrocutarse con las luces (incluso con los protectores diferenciales y llaves termomagnéticas instaladas), así que al final, desistí…

Hoy en día, ya a mis 60 años, para mí, el 24-25 de diciembre es un día como cualquier otro, a no ser por la molestia de la pirotecnia y de las bobadas navideñas que veo por todas partes, tanto en los medios, como en el mundo “físico” y en el “virtual”.

Ya sin ancestros vivos a los que “considerar” y tolerar en sus poses religiosas y costumbristas, en sus hipocresías y nostalgias, me siento libre de tener que estar “atado” a esta celebración, vacía de contenido real; distorsionada y falsaria desde su origen…

Pero lo que quiero explicar aquí, no es (principalmente) mi particular experiencia de vida al respecto de esta fecha específica, sino las razones filosóficas y éticas que tengo para rechazarla de plano, para considerar que es algo ajeno al Paganismo y lesivo para la armonía espiritual de quienes realmente se toman las cosas en serio (aunque no sean paganos).

En primer lugar, quiero aclarar que hice el preámbulo biográfico de arriba, para que quede en claro que no me referiré a las personas que, por “sana convivencia”, porque quieren ser educados con sus familiares o porque sólo tienen esta época del año como chance para verlos y compartir una cena con ellos, a pesar de ser paganos, asisten y llevan a cabo las “costumbres navideñas”.

Como dice el refrán popular: “Cada casa es un mundo” y, por tanto, sólo lo conocen los que lo integran…

Eso sí, hay que decir, que al menos en las reuniones familiares grandes, en particular cuando se tiene ascendencia española o italiana, como es mi caso (tengo ambas), siempre son una atroz mezcolanza de amores, rencores, falsedades, poses, tradiciones estúpidas, respetos forzados, reproches, llantos, etc…

En mi caso, hasta mis 20, me reunía con la familia de mi padre (cerca de 25 personas) la más de las veces, ya fuera en mi casa o en alguna de las de mis dos tíos… No recuerdo una sola ocasión en que se viviera un verdadero “espíritu navideño”, sino más bien el tedio y la obligación de hacer algo “porque lo hacían los abuelos o los padres” y “porque es lo que se usa y se debe hacer…» o incluso por el «¡… qué dirán!».

En cualquier caso, dejemos aparte a las ocasiones y circunstancias en que uno asiste a un evento o celebración que le es ajeno, pero lo hace por respeto, cariño o consideración hacia su familia o seres amados (eso sería similar a si un/a pagano/a asiste a un bautismo, boda o funeral cristiano, porque el protagonista es su familiar o amigo cercano, se hace por la persona, no por el significado del rito o la conmemoración).

Vayamos sí, a definir qué significa o puede significar la “Navidad” para un pagano con convicciones sólidas y bien fundamentadas…

La primera cuestión a considerar, es la famosa alusión (siempre en boca de muchos) sobre que la “Navidad” tiene un origen pre-cristiano y basado en muchos mitos de las diversas corrientes del paganismo antiguo.

Tal cosa es absolutamente cierta, pero se presta a confusiones: Desde mi punto de vista, a ese uso cooptado de antiguos mitos y símbolos, no le veo más significación que cuando una iglesia se “desacraliza” y convierte en una librería, un bar o algo similar (algo muy común en países con un ateísmo creciente, como en Holanda y la Península Escandinava).

Vale decir, el hecho de que la estructura una vez fuera algo sagrado, con un significado espiritual, no implica que, en el presente, sea algo más que un lugar para pasar el rato… Eso mismo ha ocurrido con toda festividad que una vez fue pagana y que terminó por ser cooptada por el cristianismo.

No porque una vez fuera relativa al paganismo, una cosa debe ser valorada hoy, si ha perdido todo su significado y simbolismo original.

Además, la copia, por lo general tiene menos calidad y “resolución” que el original, por tanto, ¿Quién querrá elegirla si se tiene al mismo disponible?

Luego están aquellos que aluden a que el “espíritu navideño” puede tener un significado “universal”, como si realmente en esos días ocurriera algo “mágico” o bien, como si las personas realmente cambiaran su actitud y hostilidad natural, sólo por una efeméride calendárica (los «milagros navideños» sólo ocurren en las remanidas películas de Hollywood o en las puritanas novelas de Charles Dickens).

Esto es algo rayano en la estupidez, que ni siquiera los cristianos ilustrados creen de verdad… La “Navidad” suele generar un consumismo compulsivo y hasta psicótico; malestar y stress por los apuros, los horarios, las reuniones, los gastos (excesivos) y los compromisos; depresión y tristeza por pensar en aquellos que ya no están (o por duelos incompletos) y una larga lista de pesares e inconvenientes. Es sabido que, en casi todos los países, en estos días aumenta el crimen y la insatisfacción y el caos social…

Por otra parte, creo sinceramente (y exceptuando a los casos ya citados, de aquellos que no tienen disponibilidad de ver a sus seres queridos cuando lo deseen), que quienes no se prestaron atención durante todo el curso del año, quienes no se interesaron por sus allegados o al menos compartieron algún momento con ellos, no lo harán con sentimientos verdaderos o con la convicción de que “algo singular” se vivirá en esos días, sino que sólo la obligación, la rutina y el infame costumbrismo los impulsarán a ello.

Pero eso no es todo: La “Navidad” es, claramente, un alarde del pretérito “triunfo” del cristianismo por sobre todas las tradiciones paganas del Viejo Mundo. Un signo de cómo han caído los antiguos valores. ¿Por qué un pagano debería sentirse partícipe de ello? (¡Si ahora el Paganismo está de vuelta y lo está para quedarse!). Me lo pregunto cada vez que veo comentarios complacientes hacia las costumbres navideñas entre mis pares, sea en el mundo virtual o el físico.

Finalmente, pero no menos importante: Nuestra verdadera festividad (casi global y cara a toda tradición pagana o heathen), es la que tiene que ver con el solsticio… La misma está conectada con el Yule de Europa, el natalicio de Herakles, de Horus (en los tiempos grecorromanos), de Mithra; la victoria del Solis Invictus por sobre la oscuridad invernal; las Saturnalias y un largo etc… Tiene sus versiones en todos los continentes y está verdaderamente conectado con la Naturaleza y el territorio donde vivimos…

Pero he aquí que, felizmente, el calendario fue modificándose y tal evento astronómico (que es algo tangible y real, no una impostura costumbrista o una efeméride sobre un ser imaginario), se da entre el 21 y 22 del mes. Por tanto, no hay razones para mezclar una cosa con la otra.

Cada quien sabrá cómo debe pasar y con quienes, tanto la víspera de la Navidad como el día en sí. Sin embargo, es bueno recordar que, aunque el natalicio de Jesús de Nazaret se celebre en las mismas fechas que nuestras sagradas y ancestrales tradiciones, una cosa no tiene nada que ver con la otra y que pocos símbolos o valores en común hay entre ambas cosmovisiones y formas de encarar la Vida.

Por eso es que, al menos yo, vivo el 25 de diciembre, como si fuera un día más… Sólo que, con más ruido, molestias y por lo general, el típico y horrible calor de comienzos del verano, aquí en Buenos Aires.-

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Y tú, como pagano, ¿Celebras la Navidad? ¿Te sientes cómodo participando en ella? ¿Cómo has llevado el asunto a lo largo de tu vida? ¡Deja tu comentario al respecto!

  ⁂  C O M E N T A R I O S  ⁂

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