Hoy os vengo a dar cuenta de mi credo, de mi credo de hoy. Que quizá no sea el de mañana.
Mi credo es simple y corto.
Tengo una sola fe, fe en que existe la realidad independientemente de que la conozcamos o no. Lo que sobre ella pensemos forma parte de ella, pero no la domina. La realidad no nos pide permiso para ser, aunque nos permite como parte de ella que somos interactuar con ella y por lo tanto con lo demás que también forma parte de ella. En un espacio, durante un tiempo.
Pienso, que es solo pensar, que la realidad para poder ser y obrar, todo lo que hace, necesita estar formada a partir de una única cosa, a esa cosa los antiguos paganos griegos le llamaban Arché, es la fuente, el origen y principio de todo, el elemento que todo lo constituye, aquello que no necesita de nada más para existir. Anaximandro, uno de esos paganos lo llamó Ápeiron, es aquello que carece de límites, indefinible en su propia naturaleza, imposible que se destruya, no fue engendrado y no puede perecer, forma por si mismo todo lo existente, según dicta el tiempo y el equilibrio de todo lo existente en coherencia con todo lo demás que forma su espacio y su tiempo. Es un caos sin forma alguna, pero hambriento de todas, pues el carecer de límites le exige que ni eso le limite, que la falta de límites no lo encadene, su naturaleza requiere que para no tener ningún límite los tenga, a la vez, todos, ha de ser lo que nada más puede ser, a la vez presencia y ausencia, izquierda y derecha, todo y nada en particular. Es como el oro que fundido puede tomar, una y otra vez, la forma de cualquier joya, como el fragmento de mármol que contiene ya en sí todas las formas posibles que le puede dar el escultor sin por ello tener aun ninguna de ellas, como el río en él que nunca podremos entrar dos veces seguidas ya que sus aguas son siempre distintas, pero que precisamente por ello es ese río. Nada hay que no sea una de sus formas, nada que no lo contenga. Solo de esa forma puede carecer de limites, es la materia de toda materia, la fuerza de toda fuerza y en cada parte se halla pleno, sin limite, entero. Él es el origen de la naturaleza, de los dioses y de los mortales, la causa del espacio y causa del tiempo. Él es la realidad, pero no sería él si le faltara al desierto uno solo de sus granos de arena o al mar una sola de sus gotas ya que solo si hasta el último grano de arena, la última gota, en su momento y lugar, son reales puede ser él a su vez él, solo de esa forma puede existir.
La realidad se despliega de este modo desde lo que es uno a todo lo que es, por la misma razón que sin ese uno no podría existir el todo, sin el todo no existiría el uno. De ese caos primordial nace el propio cosmos y todo lo que en él llega a su vez a nacer nace por el caos, sin forma, al tomar todas las formas. Todo ello según da lugar al espacio, al tiempo, y a todo lo que estos producen, según coherencia de cada cosa con su momento y lugar y solo mientras tal coherencia es posible. Aquello que no es coherente con sigo mismo y lo demás no puede ser, Logos es como llamaban los antiguos griegos a esta fuerza, esta ley que nada se puede saltar y a la que hasta el propio caos se ve sometido, que todo lo posible sea y lo imposible nunca.
Salvo el ápeiron que los tiene todos, todo lo demás tiene un momento y un lugar, en un permanente fluir, en un continuo cambio, en el que lo que es da lugar a lo que va ser y deja su lugar a lo que ha de ser. De ese modo en el cosmos el cambio es ley y toda adaptación lleva a otra. Es el permanente cambio para lograr que todo lo posible llegue a ser, como se despliegan las palabras en un discurso, por eso el logos es, a su modo, el discurso del universo entero y la razón, la medida, que lo hace posible con todo lo que él contiene. Es esa palabra y esa razón lo que nos hace ser al proporcionar la armonía entre todo lo que en un momento es y ha de ser, es el caos generando el cosmos. Nada carece pues de logos, el grano de arena lo contiene y cada gota de agua también, de su dictado nada puede escapar, ni el caos, ni los dioses, ni por supuesto los mortales.
Pero raro, muy pero que muy raro, es ver lo que somos. Por regla casi general sólo percibimos nuestros límites, y hasta nos confundimos con ellos. Nacemos, vivimos y morimos sin conocernos a nosotros mismos, creyendo lo que nos apetece en lugar de investigar la realidad y seguir la naturaleza aprendiendo humildemente de ella sus secretos más escondidos a los ojos, creemos saber lo que en realidad ignoramos y nos negamos a crecer, madurar, desarrollarnos salvo de puertas para fuera. Por ello nos importa más parecer grandes que ser grandes y no comprendemos la grandeza de lo pequeño, ni la pequeñez de lo grande, vivimos entre sombras convencidos de contemplar la luz del Sol. Terminamos, a veces, siendo lobos para otros hombres, alimentándonos de su sangre y su sudor, teniendo por mejor amigo a un perro antes que a otro ser humano, se diría que con gusto aceptamos volvernos locos y es que, sin necesidad, como locos actuamos al buscar fuera honores y brillos, robando a escondidas en la noche un disfraz que nos parezca hermoso, ocultandonos de nosotros mismos, como si en vez de ser lo que realmente somos fuéramos lo que tememos ser. Nos negamos a desarrollar lo que somos, a crecer y a madurar, como aquel que aun necesita pañales cuando hace mucho que se le pasó la edad de tener necesidad de ellos. El mayor enemigo de la humanidad, no es el hambre, ni la peste, ni la muerte, es la propia humanidad cuando se niega a madurar, entonces nosotros mismos alimentamos el hambre, extendemos la peste, invocamos la muerte y es que con frecuencia los dioses dormidos sueñan ser lombrices hambrientas de carne humana.
Pero no somos lombrices, somos humanos. Expresión limitada sí, cierto, pero de lo Ilimitado y capaz de comprender, si queremos comprender. Libres para vivir en el lodo, libres para alcanzar los cielos, para ignorar y para descubrir. Por ello hasta los mismos inmortales nos envidian. Nosotros los humanos somos aquellos que pueden elegir. Hijos del Sol y de la Luna, habitantes del barro y reyes de los cielos, incluso cuando lo olvidamos, ignoramos o no lo vemos. Ni los granos de arena ni los dioses pueden tanto.
Sí, este es mi credo a día de hoy.
Lilith Sinmás
Mis palabras valen lo que sean capaces de valer por si mismas, mi identidad ningún valor les quita ni da, si soy o no una iniciada en tal o cual tradición nada significa eso para ellas, si soy o no una adepta en tal o cual tradición de nuevo nada dice sobre ellas. Por ello si en mis palabras encuentras algo que te sea de utilidad habrán valido la pena y si nada encuentras de valor en ellas entonces solo serán humo.