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Tiempo de lectura: ~12 minutos. 3313 palabra(s).

laptop1– Lo encontré -dijo Lila sonriendo.

-Si, si. Claro -murmuró su compañera sin levantar la vista de la computadora.

– En serio, ayer fui a hacer una meditación en un lugar especial, en el medio de la naturaleza… y comprendí que ya era tiempo que me deje de preocupar por lo qué dirán los otros y viva como yo realmente quiero.

– Y si… Así debe ser -musitó concentrada.

– ¿Me estás escuchando por lo menos?

– Sí… Más o menos… Es que tengo que terminar esto para entregarle al Presidente en unos minutos. Y no sé como cerrar la última parte, sobre la promoción de los televisores el mes pasado.

– Bueno, pero podes tomarte unos minutos. Si queres te hago café o te preparo un tereré.

– Realmente no creo. Quiero terminar ya esto, desde ayer que le estoy dando vueltas y vueltas…

– Vamos, es importante, te ayudará  sentirte mejor y dejar de preocuparte tanto por el trabajo.

La señora se sacó sus anteojos y la miró lanzando un suspiro.

– Trabajo como loca porque mis hijos me necesitan. El día que tengas una familia comprenderás mejor muchas cosas.  Ahora realmente quiero terminar esto, pero, ¿podemos hablar más tarde, te parece?

Lila se resignó y se fue a su oficina. Miró sobre su escritorio las planillas que debía digitar, las revisó y mientras encendía su máquina, sacó su celular.

– ¡¡Hola Carolina!!

– Ey, ¿qué tal te fue ayer con la meditación?

– Fue increíble, el lugar era hermoso. Vine transformada.

– Sí, estoy segura. El grupo era interesante.

– Así mismo fue. Lástima que no pudiste ir.

– Y es que era muy caro. Y este mes quiero ahorrar para festejar mi cumpleaños.

– Ay, ya te dije, lo del cumpleaños es algo muy temporal. Te conviene preocuparte más por lo trascendente.

– Si, ya sé. Pero cumplo 30 y y esta vez quiero festejar.  Hablé con mis primos, van a venir, y claro, también con los amigos. ¡No te olvides!

– Claro que no.

– ¿Y de qué se habló?

– De varias cosas, sobre todo del tema de ser uno mismo y no preocuparse tanto por lo que piensen los otros.

– Sí, eso es muy importante. En algunas de las charlas a las que fuimos juntas, se tocó eso.

– Cierto, pero esta vez fue diferente.

– ¡Qué bueno! ¡Me alegro! Hablamos mejor esta tarde.

– No, quiero visitar a María.

– No te conviene, ella es muy cerrada para esto…

– Ya sé, pero tiene que cambiar, le hará mal.

– Y no sé… si te parece.

– Seguro. Hablamos luego -y así terminó la conversación y comenzó la jornada laboral.

– María, ya te dije que no soy ninguna tonta. Claro que tengo cuidado donde me meto.

La joven se sentó a su lado en sillón y comenzó a cebar.

– Vos sos demasiado buena y hay muchos avivados.

– Eso pasa en todos lados. En tu Iglesia también hay gente bandida.

María se acomodó el crucifijo.

– Sí, porque son personas. Las personas somos carne y nos equivocamos. Solo Dios es perfecto.

– La verdad es que Dios puede hablar a través de cualquiera. El está no solo en la Iglesia, está en la naturaleza, en quienes que nos rodean.

– A la Iglesia deberías ir. Yo creo que hablar con un sacerdote te podría ayudar.

– ¿Para qué? Si él es tan hombre como todos nosotros.

– Vos necesitas desahogarte. No hace falta que te confieses, ellos están para hablar.

– ¡Ay María, vos no entendés!  Sos tan cerrada cuando queres.

– Igual que vos. Mejor hablemos de otra cosa en vez de pelarnos. ¿Y Arturo?

– No, es que tenes que aprender a aceptar a los demás.

– ¡Si no lo hiciera, no estaría hablando contigo! ¡¡Con vos, que tenes el pentagrama colgado por el cuello!! (¡Si te ve mamá ya sabes todo lo que te regañará!).

– ¡Pero no me aceptas!

– Claro que sí. Vos tenes tus creencias y yo las mías. Y una cosa es aceptarte y otra convertirme. ¡Soy cristiana, orgullosa y de las que creen que predicamos con el ejemplo! No confundas.

Lila refunfuñó para sus adentros.

– En serio, ¿que pasó con Arturo? ¿ya pasó algo?

– No. Dejamos de vernos -respondió seca.

– ¿Pero porqué? ¡Era tan bueno!

– ¡Era un pesado! Me decía que no tome, que no fume.

– Bueno, pero tal vez era porque le preocupabas.

– ¡Por favor! Era un mojigato que no fuma y apenas toma. Tal vez deberías salir con él.

– ¡Imaginate! Era tu chico, ni ahí.

-No en serio, creo que son tal para cual.

Un poco más de tres estaciones después, Carolina y Lila se encontraban en un café para merendar.

– Debemos darnos prisa, la boda será en unas horas.

– Ya sé.

– ¿Y qué pasa? ¿Qué es lo tan importante? De aquí voy a la peluquería y después a cambiarme. ¿No te emociona que hoy se casa María? ¡¡Qué gusto!!

– Es que ayer fui a una charla en la casa de Javier, super interesante fue. Estuvimos hablando sobre la importancia de aceptar a los otros, sean como sean.

– ¡No, espera! Me dijiste que era importante, cambié la hora de la peluquería… ¿Solamente para contarme una de tus revelaciones?

– ¡Claro! ¿Qué esperabas? ¡Esto es importante!

– ¿Qué te pasa Lila? ¿Hoy se casa nuestra mejor amiga? Yo pensé que te sentías mal porque descubriste que estabas enamorada de Arturo.

– ¿De Arturo? ¡Nada que ver! Me parece monótono y detestable. A María ya sé que le gusta porque es «bueno», a su estilo.

Carolina se levantó y dejó el dinero en la mesa.

– No sé que te pasa Lila. En serio. Trato de escuchar pero parece que vos no me escuchas. Durante todo este tiempo te acompañé y aprendí muchísimo. Pero este Javier no me gusta, hay alguna mala vibra. Y hoy… hoy es un día especial para nuestra amiga. Vos que hablas de aceptar y tantas otras cosas más, hoy deberías apoyarla, dejar de lado tus cosas por lo menos una vez.

– Pero claro que la apoyo, me iré esta noche, aunque ella esté tan cerrada conmigo.

– ¿Cerrada? Con todo lo que le decis y te escucha con paciencia. Lo que pasa es que vos queres que todos piensen como vos, sino son malos.

– ¡Claro que no! ¡Quiero que sean felices!

– ¿Felices? -suspiró resignada- En serio, esto ya es mucho, yo me voy.

Desolada Lila fue hasta la casa de Javier y hablaron sobre la incomprensión de las personas y para relajarse más, decidieron debatir mientras tomaban cerveza.

Cuando la joven miró su reloj eran las once de la noche. Se despidió con cierta dificultad y fue hasta el auto. Al prenderlo volvió a mirar la hora.

«Si me apuro podré llegar antes que termine la fiesta». Apretó el acelerador y poco después, quedó dormida sobre el volante.

– ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? Me duele la cabeza.

– Tranquila. Debe relajarse y poco a poco se aclarará todo.

La habitación era blanca, muy blanca, Lila se sentó.

– Respire profundamente.

Vio a su derecha una ventana que daba a un hermoso jardín.

– Tuvo un accidente.

– No lo recuerdo -sintió un punzante dolor en la cabeza y finalmente se fijó en su interlocutor.

Era un hombre de alrededor de 50 años con bata blanca , gruesos bigotes al estilo de los ´80, ojos negros y rostro afable.

– Fue por el alcohol. Recuerdo que bebí mucho… ¿Pero cómo no recuerdo el accidente?

– Fue muy duro, probablemente se debe a un golpe fuerte en la cabeza -miró de reojo su información del paciente.

– Pero estoy bien -se miró el cuerpo- tengo las piernas, no veo ningún tubo…

– Las secuelas internas no se ven físicamente.

– ¿Pero puedo caminar, no? -intentó ponerse de pie y mareada cayó de nuevo a la cama.

– Mejor no hagamos muchos esfuerzos hoy. Un paso a la vez, estuvo mucho tiempo dormida.

– ¿Estuve en coma? ¡Qué horrible! ¿o debería estar feliz? ¿Tuve alguna experiencia como la del túnel y la luz? -exclamó emocionada.

– Eso no lo sabemos. Esta es nuestra primera conversación. Mejor recuéstese y hablemos mañana. Pronto será hora de dormir.

La muchacha hizo caso, se acostó, se tapó y quedó profundamente dormida.

Al principio su sueño era agradable, pero de pronto regresó a aquella noche y recordó que no solamente bebieron mucho sino que también probó por primera vez un porro.

«Tal vez fue un exceso» pensó, y de repente se iluminó la habitación. Se despertó sobresaltada y vio que ya había amanecido.

Con un poco de esfuerzo se levantó y caminó hasta la ventana.

El jardín era enorme, con senderos de tierra bordeados por piedras blancas. La vegetación en su mayoría eran arbustos con flores y a lo lejos se distinguía una inmensa arboleda.

La puerta se abrió y entró un enfermero.

– Por favor, venga conmigo.

Ella lo siguió por un largo pasillo blanco hasta una puerta de madera reluciente. El enfermero la abrió y ella entró.

El Doctor estaba hojeando un libro del estante, al verla la invitó a tomar asiento y él tomó su lugar correspondiente.

– Sigue sin recordar el accidente.

Ella juntó los pies y asintió.

– Recordé… recordé que esa noche fumé marihuana. ¿Puede haberme afectado de alguna manera?

– ¿Era usual?

– No, fue la primera y última vez.

– No -sonrió- entonces no creo haya problemas. Tampoco hay registro de alcoholismo. Supongo que en algún tiempo lo recordará.

– ¿Es tan importante eso? ¿Cuando podré irme?

– Bueno, esperaremos un poco más. El recuerdo es rutinario para nosotros, para comprobar que ya esta cien por ciento.

– ¿Y mis amigas? ¿Puedo llamar a mis amigas?

– Lo siento, pero para el tratamiento necesitamos que esté aislada.

– Pero al menos dígame lo que tengo.

– ¿Qué más recuerda?

– ¡Todo! Eso creo.

– Está bien, mejor dígame cómo fue el accidente.

– Estaba muy contenta ese día. Aprendí sobre la aceptación y quise compartirlo con una amiga, pero ella… a ella supongo que no le interesaba o no era tan amiga mía como yo pensaba. No me hizo caso, se enojó y se fue. Me dejó sola.

– Pero porque se enojaría ante un mensaje tan bello? -interrumpió.

– Es que… era el día de la boda de nuestra amiga. ¡¡Ella prefirió ir a la peluquería ante que escucharme!!

– ¡Qué decisión! ¿Y ella siempre era así?

– Sí… -pensó un momento- No. Siempre hablábamos. Solo ese día… estaba emocionada por la boda.  Cuando éramos niñas, solíamos jugar a que nos casábamos, imaginábamos como sería todo: el lugar, los invitados, las ropas y por supuesto que el novio también.

El doctor la miró como esperando un poco más de esfuerzo.

– Tal vez… tal vez yo debí haberme dado cuenta que no era el momento.

– Sí, tal vez deberías haber aceptado al momento, ir con él, no querer cambiarlo.

Adentro de Lila algo pareció explotar.

– Creo que por hoy tuvimos suficiente.

– Pero… si solo estuvimos hablando un momento.

– Quiere salir al jardín a pasear?. Luego podríamos continuar.

– ¡Sí, claro! ¡Se ve bellísimo!

El Doctor abrió una puerta que la llevó al jardín. Ella comenzó a recorrer los senderos entre las hierbas con flores mientras pensaba.

Empezó a recordar varias de las lecciones que había aprendido y se dio cuenta de cuántas veces las ignoró en la práctica. Eso la hacía sentir mal en un primer momento, luego le daba rabia haberse equivocado tan grande e incluso sintió vergüenza de sí misma ante lo que habrían pensado los otros al ver el enorme trecho que había entre lo que decía y hacía.

«Una falta de coherencia total».

En ese momento notó que por trechos el jardín se iba poniendo más denso, con arbustos enmarañados. Se sintió perdida y comenzó a buscar la salida sin llegar a ningún lugar.

– ¡Hola! ¿Hay alguien?

– ¿Lila? Es por aquí.

Ella siguió la voz por una especie de túnel de ficus, hasta que finalmente llegó al claro.

– Doctor, ¿qué hace aquí?

– A veces me tomo un breve descanso entre paciente y paciente, y vengo a este lugar para admirar la naturaleza.

– Seguro dirá que es la obra de Dios.

– No pensaba en eso. Generalmente no discuto estos temas.

– ¿Por qué cree o porque no cree?

– Porque escapa a mi comprensión. Yo estoy aquí y ahora. No me atrevo a hablar sobre lo que pudiera haber arriba mio o sobre lo que pudiera haber existido milenios antes que yo.

– ¡Guau, qué sabio!

El Doctor sonrío.

– Es solo el resultado de la experiencia. Mi trabajo es reconstruir; y en general las religiones, o mejor dicho, sus seguidores, destruyen por ellas. Pero esto no es el tema. Llegó y habló de religión, ¿miró siquiera el paisaje? Pensé que le gustaba la naturaleza.

Lila observó alrededor. En realidad era un sitio bellísimo, un jardín al estilo japonés, un claro con arbustos y plantas de hojas rojas con una pequeña laguna en el centro, todo bordeado por piedras blancas mientras que el lago era atravesado por un camino hecho con otras de un tamaño mucho más grande (lo suficiente para pisarlas y pararse sobre cada una, para atravesar el agua) con un pequeño puente en el medio.

También habían tres pajareras, dos bancos blancos de hierro rústico, algunos patos marruecos nadando en el agua, en grupo y cardumenes de carpas anaranjadas y blancas.

– Es cierto, es muy lindo y tranquilo.

– Y no lo vio hasta que se lo señalé.

– Si, es que temía que me viniera a hablar de Dios.

– ¿Y es eso tan grave que no le deja ver a su alrededor?

– Y no, la verdad es que aveces soy una tonta. Justo estaba pensando en eso cuando me perdí -y así comenzaron a hablar mientras caminaban de regreso.

– Fui una tonta, tanto hablaba y hablaba, y como una ciega cometía los mismos errores que tanto criticaba.

– A veces pasa eso -sonrío- Lo importante es darse cuenta y tratar de no cometer las mismas equivocaciones, no después de haber aprehendido la lección.

– ¡Me da tanta rabia!

– Es también importante aprender a perdonarse uno mismo. A veces se hacen cosas sin esa intensión específica. Eso es un error; pero cuando la intensión es dañar adrede, eso es otra cosa.

Siguieron conversando hasta que llegaron al jardín donde todo había comenzado.

– Le llevarán la cena en breve -se despidieron y Lila continuó pesando en su cuarto sobre todo lo que había descubierto en apenas dos días.

– Es el tercer día que recuerdo después del accidente. ¿Cómo es posible que no me acuerde del hospital? ¿de las heridas? ¿de algo más? -susurró mientras se abrazaba las rodillas en su dormitorio.

– Hay hechos traumáticos que bloqueamos por protección.

– ¿Protección a qué? No hace falta, ¡estoy bien!

– ¿Sabe alguna técnica de relajación?

– Claro, conozco miles.

– Bien, porque no probamos con una?. Pero esta vez, para que esté más tranquila, la guiaré yo. Ya sabe que tiene que dejar que broten sus sentimientos y recuerdos más internos, teniendo en cuenta que son solo recuerdos, no el presente.

Lila se relajó, respiró profunda y lentamente tres veces, y comenzó.

Inició recordando la merienda, la visita a Javier, el apuro con que salió y cuando subió al coche. Apretó el acelerador para llegar pronto a su casa, darse una ducha, cambiarse e ir a felicitar a los novios.

Se sentía mareada y tenía sueño, mucho sueño, hasta que cerró los ojos. Escuchó un sonido ensordecedor, abrió los párpados y vio dos luces que chocaron de frente contra su vehículo, el sonido del metal abollándose y gritos que no distinguía si eran suyos, ajenos o ambos.

Luego solo vio más luz.

Y se encontró mirando la escena desde unos diez metros atrás.

– Doctor, acá hay algo mal -susurró. El se acercó, le tocó el hombro y la ayudó a relajare aún más, antes de continuar.

– ¿Qué está pasando? -una mujer de 40 años gritaba en la calle, desaforada. Poco después vinieron los bomberos y la sacaron del sitio para inspeccionarla.

– Ella necesita ayuda. Yo no hice nada, salió de la nada -gritaba.

La policía llegó poco después y comenzó a desviar el tráfico.

Los bomberos se acercaron hasta su vehículo y trajeron una especie de abrelatas para separar los metales y sacarla por lo que había sido la puerta.

– Tiene el pulso muy lento -inmovilizaron su cuerpo sobre una camilla y la trasladaron al hospital con las sirenas gritando incesantemente.

– Signos de vida bajos -interrumpió el paramédico al abrir bruscamente la puerta de emergencias -Hay hemorragias internas y fracturas en diversas partes.

Poco después de llegar al quirófano se hizo un silencio profundo.

– Hora de defunción… -un enfermero tapó el cuerpo con la sábana y lo llevó a la morgue, apagando las luces.

– ¡No! ¿Qué es esto? -se levantó de la cama. No puede ser. Estoy en un psiquiátrico.

– Nuestro nombre depende de la cultura de cada uno -sonrío.

– ¡No estoy muerta! Si lo estuviera estaría ahora frente a Dios o a San Pedro.

– Pensé que no creía en Dios.

-No… digo sí. No sé.

– Piense un poco más. ¿Qué pasó después?

Ante sí vio las imágenes. El velorio sin muchas lágrimas y el entierro en el Panteón familiar.

María no pudo asistir porque estaba en su luna de miel, recién al llegar al aeropuerto de Brasil se había enterado de lo sucedido. Carolina dio los pésames de nuevo a su hermana y se despidió.

Cuando se cerró la puerta ella corrió y la empujó vanamente, todo se puso obscuro y finalmente, luego de un tiempo imposible de medir, despertó en el cuarto.

– ¿Dónde está Dios? ¿Iré al Infierno?

– Después de tanto buscar, todavía no encuentra la verdad? -la tomó del brazo y salieron a pasear por el jardín- Dios está en todo. Los opuestos, el infierno y el paraíso, son metáforas de lo que puede se encontrar en este lado o incluso de cómo puede ser la vida en general, según sus sentimientos.

Las personas con miedo pueden quedar sumidas en la obscuridad más profunda, como te pasó a ti; aquellos con rabia pueden verse en un infierno, una guerra y un montón de cosas más, todas terribles; mientras que generalmente a las personas en paz, los buscan sus seres queridos.

– ¿Y dónde está papá?

– El ya está en otra vida… y cuando hablaba de los seres queridos, me refería a cómo ellos nos ven…

– ¿Sos un ángel?

– Ángel, guía, elohim, devas… nos dan muchos nombres.

Siguieron hablando y conversando durante mucho, mucho, mucho tiempo, viendo sus aciertos y equivocaciones, los puntos que debía mejorar y lo que necesitaba aprender.

– Bueno, creo que ha llegado el momento -dijo de pronto.

– ¿El momento de qué?

– De encarnar nuevamente.

Lo miró asustada y ante ella se abrió una puerta de luz imposible de mirar directamente.

– Aquel es el contexto más adecuado para lo que necesitas aprender.

– Tengo miedo.

– Es normal.

– ¿Y si lo hago todo mal de nuevo?

– Ya sabes que no existen los extremos. Todo es un aprendizaje. Será diferente pero te permitirá enfocarte en los puntos que habíamos mencionado.

Ella dudo un momento.

– ¿Dolerá?

– El parto siempre duele un poco, pero pasa pronto. Es mucho más impactante el cambio de dimensión y el trajín del momento.  Luego, olvidará todo esto, y comenzará de nuevo.

Lila lo abrazó fuertemente y corrió hacia la puerta.

– Mira Zuleica, ¡finalmente llegó Yasmín! ¡Bendito sea Alláh!

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(1854 – 1900, escritor británico)

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