Todos tenemos derecho a creer lo que se nos dé la gana… Ese punto no está sujeto a debate. Sin embargo, hay que diferenciar entre creer lo que a uno le parezca mejor, sobre un tema no mensurable por la historia, la ciencia o la razón, de querer negar lo que fue o lo que es, sólo porque nos gustaría que haya sido o que sea de otra manera.
Esta cuestión tan básica y simple es, a pesar de eso, obviada por muchos paganos noveles que comienzan a transitar alguna de nuestras tradiciones.
En estos días, ocurrió en uno de los grupos paganos que administro en las redes sociales… Un miembro nuevo, comenzó a teorizar sobre “cómo debería ser” la interpretación y las regencias de tal o cual deidad griega desde el punto de vista de las dinámicas sociales y de las problemáticas éticas y existenciales del mundo occidental, del s. XXI…
Ya hemos dicho muchas veces que no es necesario ser reconstruccionista para abordar seriamente una tradición pagana. La persona puede tomar de ella lo que le sirva para afrontar mejor su vida diaria, para darle sentido a la existencia y para desarrollar su espiritualidad, sin necesidad de “copiar al carbón” (lo que, a veces, sería incluso un error, dado que hay aspectos del paganismo que ya son claramente obsoletos en nuestra sociedad moderna, humanista y científica).
Pero, sin perjuicio de lo anterior, lo que una persona no tiene derecho a hacer o bien, que lo deja muy mal parado desde el punto de vista del sentido común y del rigor histórico o académico, es generar una mitología on-demand y pretender que está “reinterpretando” las antiguas tradiciones o que se está basando en ellas, cuando, en realidad, hace todo lo contrario…
Si un cristiano fuera lo suficientemente “peculiar” para tratar de imponer la visión de Jesús de Nazaret que se tiene en la serie de TV de USA “South Park” (donde Jesús es un personaje animado que aparece con frecuencia), no estaría generando una interpretación más moderna de la figura de su salvador, sino inventando un culto nuevo, desde la ignorancia y la carencia de sentido común.
Pasaría lo mismo si un ásatrúar le rindiera culto al Thor de Mavel Comics o un helénico al Zeus o al Herakles de algunas películas de Disney.
Esto que estoy comentando parece un tanto tonto, pero es precisamente lo que muchos hacen, dejándose influir por entretenimientos mediáticos o por factores modernos, ajenos a las tradiciones paganas ancestrales.
Un indicio claro de lo anterior, es cuando aparecen preguntas o planteos del tipo: «¿Qué pasaría si se enfrentaran X dios (o diosa) de Y panteón con W dios (o diosa) del panteón Z?». Otra «perla» de este tipo es la bastante común tendencia de querer agregarle atributos modernos a una deidad ancestral… Que tal dios o diosa podría regir a la comunidad LGBT+, que tal otro (u otra) es el dios (o la diosa) de las redes sociales o anacronismos similares.
Si uno no elimina la noción de que existe un dios único y verdadero o de que hay creencias que son más acertadas que otras en el terreno de lo teológico, va a pasar siempre lo mismo: No importa que se crea en uno o en mil dioses, la tara abrahámica de querer combatir (o corregir) las creencias ajenas no cesarán en la mente del practicante.
No se puede entender a una deidad ancestral sin estudiar primero, y en profundidad, a la cultura que la concibió. Pero incluso eso no es suficiente, hay que tratar de aprender a pensar como lo hacían aquellas personas… Finalmente, luego de años de proceder así, se podrá ir logrando una comprensión aproximada de la teología y los mitos relacionados. ¡Nunca antes de eso!
Y en esto debemos ser muy claros: No se puede practicar ninguna clase de paganismo sin sintonizar esa tradición a la ética humanista y al conocimiento moderno de la realidad (que nos ofrece la ciencia). De otro modo, podemos convertirnos en personajes primitivos y básicos; en fundamentalistas de la peor ralea, con valores medievales y creencias similares a la de los terraplanistas o negacionistas del sol o, incluso peor aún, en extremistas radicales.
Pero, al mismo tiempo y sin conflicto con lo anterior, no se puede irrespetar al pasado; querer perfeccionar lo que llevó miles de años el concebir; tampoco se puede tergiversas la historia.
Cabe destacar que, en esto, no valen las «buenas intenciones». La historia humana está llena de ejemplos sobre «buenas intenciones» que generaron calamidades, matanzas y horribles sufrimientos. No hay idea más peligrosa para los demás y para uno mismo, que pensar que los otros «viven equivocadamente» y uno tiene el «deber de ayudarles» a corregir ese error.
El estudio del pasado conlleva el valor necesario para entenderlo tal como fue, sin endulzar las partes ríspidas ni modificar las que nos hacen ruido, a causa de nuestros valores modernos.
Por ejemplo, si uno entiende que la virginidad de Atenea no era considerada una especie de “virtud de castidad” sino, al igual que su origen como diosa surgida de Zeus y no nacida, un atributo especial relacionado con la polis (la ciudad) que regía (Atenas comenzó en tiempos micénicos y perduró hasta el período romano, habiendo sido casi invencible y centro de urbanización y cultura desde siempre), entonces se comprende que no se puede extrapolar ideas o moralinas de otras religiones a esa condición especial de la diosa.
Si, por otro lado, se observa cómo era el culto y cómo se concebía a Afrodita en la Hélade, quedará claro ésta no rige en Amor en un sentido puritano del término, que su foco principal es la sexualidad (no el “amor” plantónico o como virtud de compasión o empatía) y que incluso las manifestaciones más crudas y excéntricas de la sexualidad moderna serían de su agrado.
No entender estas cosas, es imaginar que se puede orar a Atenea por respeto de los valores tradicionales, cuando fue esta diosa la única en ayudar a Odiseo, que había sido castigado por los dioses por no seguir las leyes y tradiciones o bien solicitar a Afrodita un amor monogámico, políticamente correcto o duradero (cuando la misma se complació siempre en la espontaneidad, casualidad e incluso la “escabrosidad” de los amoríos y de los actos sexuales).
Para abordar el paganismo sin perderse en los mares de las conjeturas, los prejuicios abrahámicos o la insensatez de querer copias cosas perimidas y arcaicas, hay que dar por sentado que mucho de lo ancestral es obsoleto e impracticable hoy en día, pero que no puede ni debe ser modificado; que, sencillamente, debe tomarse de ello lo que sirva al presente y descartarse el resto, pero sin adulterarlo.
Cuando Marco Tulio Cicerón nos habla en su «De Natura Dorum» sobre lo que es la «religión» y nos dice que se trata de la relectura de las tradiciones de los ancestros, nos está indicando eso mismo… El practicar o creer algo sin fundamento, nos lleva a la superstición, el dogmatismo y, a poco de ello, a la barbarie autoritaria (como ocurre con los personajes de ultraderecha que se hacen llamar «paganos»). El olvidar o tergiversas esas tradiciones, nos acerca a la trivialidad, la irrelevancia y la futilidad en los valores y las creencias (como ocurre con los new-agers y los «eclécticos blandos»).
No es igual que se tomen las mejores manzanas del árbol, a que primero se las pinte para que parezcan más bellas o maduras y luego se elija a cualquiera de ellas. Lo primero es sentido común y sabiduría, lo segundo es autoengaño y falacia…