Las religiones y la vida después de la muerte:
La religión de los primitivos hebreos, hasta bien entrada la época pos destierro de Babilonia, jamás sostuvo la creencia en una vida pos mortem y la única finalidad de vivir acorde a lo que dictaba Yãhwêh, su dios tribal, era no sufrir castigos en la vida terrenal y tener la mayor prosperidad posible.
En la Toráh hebrea, las únicas palabras relacionadas con el concepto de «alma» son, a la vez, las que denominan al aire, el viento, la respiración o el «aliento vital». Allí se utilizan tres términos para referirse a esto, a saber: נֶ֫פֶשׁ / Nephesh, que tiene el sentido del «aliento vital», de lo que mantiene vivo al ser (vida física) y en algunas ocasiones se refiere también al «corazón» en un sentido emocional; רוּחַ / rúaj, que significa «viento» (y tardíamente el «espíritu», como algo que sale del cuerpo y se pierde en la totalidad del entorno) y נשמה / neshamah, que significaba lo mismo que las anteriores, pero está más relacionada con la «consciencia» insuflada por el Creador a sus criaturas (también se usa para aludir a «sabiduría», en el sentido del pensamiento, de la conciencia pensante).
En sus acepciones originales, ninguna de estas palabras se refería a una parte inmortal o trascendente del ser, sino sólo a lo que «infundía vida» al cuerpo y que desaparecía con la muerte. La religión hebrea (o sea la bíblica) en tiempos anteriores a las invasiones helénicas y el subsecuente sincretismo con doctrinas griegas llevadas a Palestina de la mano de Alejandro Magno, no creían en nada parecido a la «psique» de Platón, al «ba» egipcio o el «atma» de las doctrinas hindúes.
Ya en tiempos tardíos y medievales, cuando comenzó a desarrollarse la Kaballah, se esquematizó que nepesh era el «instinto»; rúaj, las «emociones» y neshamah, el «intelecto».
En el libro de los Salmos, donde gran parte de los textos consisten en invocaciones, lamentos y súplicas al dios hebreo, el enfoque siempre está en obtener dádivas de éste en la vida terrena, permanecer sano y fuerte, prevalecer frente a los enemigos y ser próspero en la vida. No hay referencia alguna a una vida ulterior ni preocupación por lo que pasará luego de la muerte.
Además, en dicho libro hay claras referencias a la extinción del ser luego de la muerte, como en el siguiente ejemplo:
«Su espíritu ha de salir, y él volverá al polvo. En aquel día perecerán sus pensamientos.»5
Por otra parte, el libro de El Eclesiastés, plantea una larga reflexión en este sentido:
«Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos no saben nada, ni tienen más recompensa, pues la memoria de ellos es puesta en el olvido. También han desaparecido su amor, su odio y su envidia. Ya no tienen parte en este mundo, en todo lo que se hace debajo del sol.»
«Anda, come tu pan con gozo y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son aceptables a Dios. En todo tiempo sean blancas tus vestiduras, y nunca falte aceite perfumado sobre tu cabeza. Goza de la vida, con la mujer que amas, todos los días de tu vana vida, que Dios te ha dado debajo del sol; porque ésta es la porción de tu vida y del duro trabajo con que te afanas debajo del sol.»
«Todo lo que te venga a la mano para hacer, hazlo con empeño. Porque en el Seol6, a donde vas, no hay obras, ni cuentas, ni conocimiento, ni sabiduría.»7
Todo esto deja claramente establecido, que los antiguos hebreos no creían en ninguna vida posterior a la muerte, cosa que probablemente heredaron de la cultura mesopotámica, que compartía el mismo pesimismo existencial.
El siguiente fragmento de la «Épica de Gilgamesh», que de seguro inspiró al párrafo bíblico citado con anterioridad, deja en claro esta similitud:
«Gilgamesh, ¿a dónde vagas tú? La vida que persigues no hallarás. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para ella apartaron, reteniendo la vida en las propias manos. Tú, Gilgamesh, llena tu vientre, goza de día y de noche. Cada día celebra una fiesta regocijada, ¡Día y noche danza tú y juega! Procura que tus vestidos sean flamantes, tu cabeza lava; báñate en agua. Atiende al pequeño que toma tu mano. ¡Que tu esposa se deleite en tu seno! ¡Pues ésa es la tarea de la !»8
Fue sólo luego del destierro babilónico y los sincretismos sufridos por el judaísmo, primero con la religión mazdeísta (persa); más tarde con la griega (durante el período helénico) y finalmente con la egipcia (en tiempos de la comunidad judía de Alejandría), cuando dicha religión desarrolló, paulatinamente, el concepto de trascendencia y de la naturaleza del alma inmortal. Finalmente, siglos más tarde (ya en el Medioevo), cuando se desarrolló la Kaballah, el judaísmo agregó la idea ancestral de la reencarnación a sus concepciones metafísicas (y aun así, no todas las sectas están de acuerdo con la posibilidad de algún tipo de trascendencia del alma).
Dentro de las religiones de la India, en donde existen nociones similares a la «salvación» cristiana, como en el caso del hinduismo, el buddhismo y el jainismo (si entendemos el paso a un plano superior de existencia o el alcanzar el Nirvana como el equivalente a ello), la «Apuesta» tampoco encuentra un sentido. Esto es porque la creencia en la reencarnación, sustentada por dichos credos, siempre deja abierta una puerta a una «nueva oportunidad» (en la siguiente vida física), sin que jamás exista una «condenación eterna» en la ecuación.
En dichas religiones, la única preocupación respecto de este asunto sería más bien a un nivel ético, cuestionándose la falta de interés en «ahorrar vidas» y lograr la realización espiritual planteada por sus doctrinas en el transcurso de la presente. Pero sin embargo, el no cumplimentar esto, no presupone ninguna condenación o riesgo para el «alma», sino sólo (en el peor de los casos) la pérdida de una oportunidad.
En otro sentido, también se debe recordar que, existen y han existido numerosas religiones que no creen en dios alguno. Las dos más destacadas en la actualidad, son el Buddhismo y el Jainismo. En el Buddhismo ortodoxo, donde se mantiene sin mezcla con religiones tribales del Asia, puede o no creerse en dioses, eso no atañe a los preceptos básicos de dicha religión. Mientras que en el Jainismo, se desprecia la creencia en dioses, afirmándose que sólo el ateísmo lleva a la liberación de la consciencia.
Por otra parte, en el Paganismo, tampoco puede cuadrar el concepto de la «Apuesta», porque la forma en que los dioses son concebidos, no da lugar a ello.
La diferencia entre la creencia en los dioses paganos y la que plantean las religiones «reveladas», no es tanto la cuestión del politeísmo, sino algo más simple: Los dioses del paganismo son la personificación de las fuerzas y principios naturales; creer en ellos, no es más que creer en lo evidente y darles una personalidad; seguirlos, no implica perjudicar la vida normal y natural, sino potenciarla, porque se le rinde culto a la Naturaleza, no a una deidad extra-cósmica y alienígena respecto de esta.
Por tanto, en cualquier tradición pagana, el tener fe significa honrar a la Madre Tierra y a las fuerzas del Universo; no atañe en ningún sentido, a «hipotecar» esta existencia en pos de una futura, más allá de la muerte.
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Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»