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Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


Tiempo de lectura: ~8 minutos. 2288 palabra(s).

Night

Razón de este artículo:
El tema central de lo que abajo analizaré, es algo de lo que suelo «escapar», dada su total irrelevancia para la teología y filosofía de vida pagana y la completa inexistencia de fuentes ancestrales que hablen al respecto. Sin embargo, debido a la persistente tendencia, de algunos paganos, de creen en este asunto, me siento obligado a explicar su verdadero origen.

Es casi imposible que cualquier persona que conozca mínimamente el mundo del esoterismo, las creencias orientalistas o la New Age en general, no haya leído y escuchado cientos de veces el término “registros akáshicos”. Pese a esto, muy pocos podrán referir con certeza cuál es el origen del concepto, pensándose (casi siempre) que proviene de creencias tan ancestrales como muchas de las concepciones del hinduismo y el buddhismo…

Pues bien, lo primero que se debe aclarar sobre la cuestión, es que de ningún modo la idea de “registros akáshicos” es antigua o perteneciente a las épocas en donde surgieron las principales tradiciones de la India.

Origen del término:

Akasha / आकाश es un término sánscrito cuya traducción más aproximada se correspondería con el éter de los griegos o con el concepto moderno del “espacio” (cósmico). Para todo propósito práctico, se lo podría traducir al español como el «espacio vacío».

En los mitos de India y en la metafísica del hinduismo, se trata del primer aspecto del mundo material, creado por Brahmá, el dios creador de la Trimurti (compuesta por Brahmá, Vishnú y Shiva) y que es uno de los cinco elementos que componen las cosas (siempre, según las creencias hindúes), es decir, los cuatro clásicos: fuego, agua, aire y tierra y el espacio o vacío anterior a estos…

Tal noción ya se encuentra en los Bráhmanas, textos que constituyen la exégesis (comentarios) de los Vedas y que datan de entre el 900 y el 500 a.C.

En esa misma época, surgió el célebre mito de “Los días y las noches de Brahmá”, siendo que cuando el Universo existe como un mundo fenomenológico y manifiesto, el dios estaría activo y cuando todo cae en lo inmanifiesto y caótico, ocurriría lo inverso.

Esta misma creencia presupone que, dado que el Universo no es sino algo que se desarrolla y se mantiene en la mente del dios creador, todo lo acontecido pasa a ser parte de su memoria y que, como tal, es una información que nunca desaparece, que pasa a ser “eterna”.

En esto último se basa la idea victoriana de los “registros akáshicos”. Sin embargo, como se verá más adelante, a la par de ser un concepto relativamente moderno, parte de una afectación o desnaturalización de los mitos originales.

El Karma y la física moderna:

Como ya hemos comentado en este blog, la palabra karma / कर्म proviene de la lengua sánscrita y significa “acción”… En su origen, no alude a nada parecido a la idea de “retribución” que le otorgan algunas creencias orientales posteriores pero, muy especialmente, el ocultismo occidental y la New Age.

Podría parecer natural el pensar que el “karma” es algo así como las cadenas causales implícitas en el pasado, tal como explica la física moderna al plantear que todos los acontecimientos pretéritos, o más bien la información de éstos, no desaparece, sino que pasa de un estado explícito a uno implícito (al no poder volver a observarse, ya que nosotros, como espectadores, nos desplazamos siempre hacia el futuro y no tenemos libertad de movimiento en la dimensión del “tiempo”).

Esta aparente similitud con la idea antes mencionada de “la memoria” de Brahmá, parece que hizo pensar a algunos ocultistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en que existía una forma de “consultar” tal información y con el transcurso del tiempo, esto se fue exagerando y sistematizando, cada vez más, hasta imaginarse planos superiores de la consciencia en donde prácticamente existiría una suerte de “internet cósmica” donde las almas aventajadas podría contemplar un infinito compendio de conocimiento, a la par de todos los hechos de la historia y las supuestas vidas pasadas propias y, tal vez, las ajenas…

¿Quién inventó los registros?

La primera persona en aludir a este extraño concepto, o por lo menos en usar el neologismo “registro akáshico”, fue la periodista y ocultista británica Annie Besant (1847-1933), miembro de la sociedad teosófica, autora de numerosos libros y discípula de H. P. Blavatsky. Dicha autora lo refiere por primera vez en «The Ancient Wisdom» («La sabiduría antigua»), libro publicado en 1897.

Iniciado el siglo XX, la idea comenzó a difundirse entre autores y referentes de diversas corrientes ocultistas de la época… Desde Rudolf Steiner (1861 – 1925, creador de la antroposofía), hasta Max Heindel (1865 – 1919, impulsor del rosacrucismo filocristiano); desde Edgar Cayce (1877 – 1945, supuesto vidente y profeta estadounidense), hasta el nefasto Samael Aun Weor, cuyo nombre real era Víctor Manuel Gómez Rodríguez (creador del “gnósticismo moderno”, 1917 – 1977) e incluso personajes como la ocultista y mística cristiana Dion Fortune (1890 – 1946), creyeron en la mentada idea y la difundieron en sus escritos.

El Lama «fake» y la era hippie:

Sin embargo, a pesar de que los “registros akáshicos” estuvieron de moda por entonces, es probable que no hubiesen penetrado en la New Age ni en el neopaganismo de no ser por otros autores que retomaron la idea algunas décadas más tarde…

A mediados de los años 1950s se publicó un libro llamado “The third eye” (“El tercer ojo”, 1956). En el mismo, un supuesto lama tibetano y médico, sobreviviente a innumerables penurias sufridas durante la Guerra del Pacífico (en la Segunda Guerra Mundial) y luego por causa del comunismo ruso y chino, contaba lo que había aprendido en aquella extinta nación, antes de que sus templos y monasterios fueran destruidos.

El sujeto se hacía llamar Lobsang Rampa y escribió 19 libros de ocultismo, mezclado con propaganda anticomunista e ideas reaccionarias respecto de la modernidad, entre 1956 y 1980 (fallecería al año siguiente de la publicación de su último libro).

En realidad, se trataba de un nativo de Inglaterra, de nombre Cyril Henry Hoskin, nacido en Plympton, en 1910 e hijo de un plomero (fontanero), quien ya en sus 40s, comenzó escribiendo cuentos de terror para revistas baratas, hasta que dio con la oportunidad de publicar su primer libro.

Sin embargo y más allá de que, en varias ocasiones a lo largo de su carrera como escritor, la prensa desmontó todo el elaborado engaño, mostrando su verdadera identidad al gran público, eso no perjudicó su popularidad como autor de esoterismo, siendo que sus libros llegaron a influir en el pensamiento de la floreciente New Age, entre los años 1960s a los 1980s.

Con “The Cave Of The Ancients” (“La Caverna de los Antepasados”), libro que salió a la venta en 1963, en donde mezcla alienígenas, ocultismo de corte teosófico y algunos elementos de buddhismo tibetano, plasmó definitivamente la idea de los “registros akáshicos” en la mente de sus lectores.

Cabe destacar que, a la par de los «registros akáshicos», Rampa popularizó otros dislates como la lectura o visualización del «aura» y los «viajes astrales», generando una verdadera moda viral entre los practicantes de tradiciones orientales, new-agers y ocultistas por estas cuestiones, durante los años que sus libros fueron publicados y aun mucho después, siendo que todavía hoy, comenzada la tercera década del siglo XXI, mucha de la desinformación que difundió en sus textos, sigue siendo tomada como una verdad irrefutable por miles de esoteristas de todo el mundo (incluso cuando muchos de ellos nunca leyeron los libros que este autor produjo ni lo conocen por su nombre).

Los registros akáshicos en la Wicca:

Como muchos otros dislates típicos de la teosofía y el ocultismo victoriano en general, los “registros akáshicos” penetraron en el ideario religioso de la Wicca debido a que muchos de los referentes de la misma tomaron conceptos de esas corrientes más antiguas, a veces incluso copiándolos en forma literal.

Doreen Valiente (1922 – 1999), quien fuera co-fundadora de la Wicca Gardneriana (es decir, la tradición original de dicha religión), tenía como referente a Dion Fortune quien, como ya se explicó, creía en los “registros akáshicos” y escribió sobre los mismos.

Valiente influyó mucho en la Wicca, mayormente en las décadas de los 1950s y 1960s, pero unos 20 años después, aparecería en escena el autor preferido de los wiccanos eclécticos y solitarios: Scott Cunningham (1956 – 1993).

Entre los muchos libros que este personaje publicó, se encontraba “Earth, Air, Fire & Water: More Techniques of Natural Magic” (“Tierra, Aire, Fuego y Agua: Más técnicas de magia natural”, 1991), en el cual igualó el concepto de Akasha, con el quinto elemento de la tradición wiccana, definido por la punta superior de la estrella pentagonal que simboliza a esta religión.

Sin embargo, la teología wiccana plantea que el pentagrama (estrella de cinco puntas) o el pentáculo (el símbolo completo, es decir el pentagrama más un círculo perimetral), representa a los cuatro elementos de la metafísica clásica: Tierra, aire, agua y fuego y un quinto, que definen como “el espíritu”. (Esto difiere de las ideas pitagóricas de la Antigua Grecia, en donde ese quinto elemento era el éter o espacio).

El asignar el término akasha a este quinto elemento o, lo que es lo mismo, igualar “espíritu” con “akasha”, fue un grave error de Cunningham (quien nunca se caracterizó por su rigurosidad a la hora de apelar a fuentes históricas, antropológicas o semióticas de ningún tipo).

En la tradición hindú, akasha no es lo “espiritual”, sino una parte más del mundo material, la más sutil, pero aun así parte de la materia. En el hinduismo, ya desde el Rig Veda, la dicotomía materia vs. espíritu, se expresa a través de los términos prakrti / प्रकृति (materia) y purusha / पुरुष (espíritu), en esto coinciden las tres dárshanas (escuelas filosóficas) mayores, es decir el Yoga, el Sankhya y el Vedanta.

Esta confusión sin duda ayudó a que el neologismo “registro akáshico”, así como toda la carga de espiritualidad “light” que se relaciona con ello, penetraran de manera natural y silenciosa en la mentalidad de muchos wiccanos y paganos light en general.

Conclusiones:

Como puede verse, los así llamados “registros akáshicos” son sólo una invención de esoteristas cuya vida y obra no dista del presente en más de 100 o 150 años… Debe quedar claro, entonces, que nunca existió una tradición ancestral del Oriente, en donde tal cosa fuera una creencia aceptada.

Sin embargo, el lector atento podrá argüir que no por ser nueva, una teoría o concepto tiene menos chance de ser cierta, y tal cosa es verdad. Por lo cual convendrá observar a el asunto desde la historia y el conocimiento científico, apoyándose en la lógica formal.

Desde que la noción de “registros akáshicos” fue inventada (como se dijo, hacia 1897), muchos médiums, videntes, paragnostas, supuestos profetas y charlatanes de toda índole, han tratado de predecir descubrimientos arqueológicos, de encontrar tesoros o de explicar misterios históricos de diversos tipos, sin jamás acertar en sus vaticinios. Si los registros akáshicos existieran y pudieran ser “consultados” o vislumbrados por las personas sensibles o “dotadas” para el caso, es de suponer que al menos una parte de tales predicciones deberían haber sido acertadas.

Por otro lado, en lo que respecta a la información que, se supone, muchos obtienen de sus “vidas pasadas” mediante las “lecturas” de estos “registros”, ya sea por propia cuenta o mediante el oficio de terceros, cabe preguntarse por qué jamás se obtiene de esas sesiones alguna información positiva y comprobable, que de alguna forma pueda ser verificada mediante una investigación más “física” y mundana…

La pseudo-lógica, que los supuestos “dotados”, que creen ser capaces de leer estos “registros” proponen, de manera invariable, es que sólo se ofrece la información relevante para la “evolución espiritual” del consultante y jamás cosas que puedan satisfacer la curiosidad de los escépticos… (Se supone que «seres superiores» bloquean todo otro tipo de consulta o investigación). Este es un argumento idéntico al que se esgrime ante el escrutinio serio de las “regresiones a vidas pasadas”, de los “viajes astrales”, de las “experiencias cercanas a la muerte” y de las sesiones espiritistas (de contacto con espíritus, aliens, ángeles o cualquier tipo de entidad imaginaria), cada vez que se pone en evidencia la total carencia de pruebas en relación con tales fenómenos.

Ahora bien… Si no existen fuentes antiguas que sostengan la creencia en los “registros akáshicos”; si, por otro lado, jamás se ha podido obtener información verificable que pudiera hacer pensar que estos existen y si el sentido común dicta que se trata simplemente de una invención de mentes afiebradas por doctrinas peregrinas, que ya son obsoletas a la luz de la ciencia moderna (como es el caso de la teosofía y otras formas de ocultismo victoriano), ¿Cuál es el objeto de seguir tratando de validar la creencia en estas cosas?

Si las razones aludidas no fueran suficientes para alejar a cualquier pagano que tome con seriedad su camino espiritual y que goce de un mínimo de sano escepticismo como herramienta para pensar, del dislate denominado «registros akáshicos», puede recordarse (además), que tanto las nociones que dieron origen a esta idea como la idea en sí, no tienen un origen pagano.

La creencia referida en el presente artículo, no sólo carece de todo fundamento mítico, filosófico, histórico o teológico, además es y ha sido fuente de innumerables fraudes y de inagotables excusas para hacer «dinero fácil» en base a la ingenuidad ajena.

Es de esperar que todas estas razones sean más que suficientes para mantener alejada a toda persona que tome en serio su vida espiritual (pagana o no), de todo lo relacionado con los «registros akáshicos» y con la presunta lectura de los mismos…

Bibliografía:

+ "Earth, Air, Fire, and Water: More Techniques of Natural Magic", Scott Cunningham, 1991. ISBN: 9780738718088

+ "Six Systems of Indian Philosophy; Samkhya and Yoga; Naya and Vaiseshika", Max Muller, 2003. ISBN: 0766142965.

+ "The Cave Of The Ancients", T. Lobsang Rampa, 1963. ISBN: 9788423331284.

+ "The Ancient Wisdom", Annie Besant, 1898. ISBN: 9781450560566.

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Flower Alone

«La raíz de todos los males es que la moral de los esclavos, la moral de la humildad, de la castidad, del desinterés, de la obediencia absoluta haya remitido…» Friedrich Nietzsche (“La Voluntad de Poder”, 865)

De tiempo en tiempo, siempre aparece alguien, en algún lugar interactivo de la red (de los que administro), que reivindica a la “humildad” como una virtud, es decir como algo meritorio desde el punto de vista pagano… En este artículo, trataremos de ver qué grado de validez tiene tal concepción y si se trata o no de una virtud aceptable para nuestra visión del mundo…

Está claro que la “humildad” es apreciada como una virtud primordial en el ámbito de las creencias hegemónicas (basadas, todas ellas, en la sumisión a un dios único e inapelable), pero, antes de avanzar en ello o en las razones por las cuales tal atributo es completamente inválido en el paganismo, será mejor que nos enfoquemos en un asunto más básico: El origen y fuente de toda noción de virtud, el ethos

Ethos y el origen de la ética y la moral:

La palabra “ethos” proviene del griego antiguo ἔθος, término usado por Homero en la Ilíada1 para referir al lugar donde habitaban los caballos (ἤθεα ἵππων = “el hábitat de los equinos” -equivalente a “pesebre” o “establo” en nuestra lengua- y, por extensión, “de los hombres”).

Esta palabra parece ser el origen etimológico de “ética”, ya que comparte la misma raíz: ἠθικός / ethikos = “moralidad”, “mostrar un carácter moral”, “filosofía de la conducta”.

Es interesante notar que el término latino mōrēs es equivalente al griego ἔθος y del primero derivan tanto “morada” como “moral”, vinculándose así, de manera bastante obvia, a la idea de que cualquier código moral tiene relación con la conexión y el consenso entre los miembros de un grupo, entre los que habitan un sitio concreto y acotado.

Ya en la época clásica de la Hélade, Aristóteles de Estagira le otorgó un segundo sentido a este ethos, entendiéndolo como «hábito: carácter o modo de ser derivado de la costumbre», la conducta progresivamente más acendrada que va formando cada individuo y cada pueblo a lo largo de su existencia.

“Habiendo, pues, dos maneras de virtudes, una del entendimiento y otra de las costumbres, la del entendimiento, por la mayor parte, nace de la doctrina y crece con la doctrina, por lo cual tiene necesidad de tiempo y experiencia; pero la moral procede de la costumbre, de lo cual tomó el nombre, casi derivándolo, en griego, de este nombre: ethos, que significa, en aquella lengua, costumbre. De donde se colige que ninguna de las morales virtudes consiste en nosotros por naturaleza, porque ninguna cosa de las que son tales por naturaleza, puede, por costumbre, hacerse de otra suerte…” (Aristóteles, “Ética a Nicómaco”, cap. 1).

Si la moral no es otra cosa que las costumbres aceptadas a partir de haberse hecho hábito para un colectivo o tribu, entonces (por lógica) las personas de otro colectivo o tribu no tienen porqué aceptar tales normas y es totalmente lícito y lógico que no las incorporen a sus reglas de conducta.

Por otra parte, es sabido por los antropólogos (más allá del análisis filológico de cualquier palabra) que esto es así: Las costumbres aceptadas, que con el tiempo devienen en reglas morales, en lo definido como «buenas costumbres», son el producto de una decantación sistemática hecha por consenso y llevada a un nivel de «sacralidad» por las leyes y mandamientos religiosos, los tabúes o las normativas civiles. Esta aceptación llega a través de la fuerza del hábito y la rutina y el sentido de pertenencia y aislamiento que presupone vivir gran parte de la vida en un ambiente acotado. Con el paso de los siglos, se crean mitos, leyendas y narraciones etiológicas para afianzar la idea de que si se procede diferente de lo «aceptable», «correcto» y «bueno», se recibirá algún castigo o desgracia proporcional a la transgresión.

Queda claro entonces que, todo concepto de virtud nace de un determinado ethos (de un entorno acotado de hábitos compartidos y consensuados por cierto tiempo)… Se trata de algo propio de una cultura o colectivo y por ello no puede ser universal. Sin ese marco de referencia de la tribu o el colectivo, nada es mérito o demérito, ya que cada pueblo y cada época ha tenido (y siempre tendrá) valores diferentes, vale decir, diferentes “ethos”, divergentes morales.

De esto se desprende que la moral siempre es relativa a un contexto (cultural, religioso, doctrinal o ideológico), no a algo natural.

Zanjada la cuestión de que, dado que somos paganos, las conductas humanas consideradas virtudes o faltas («pecados») entre cristianos no deben ser tomadas por válidas sin un pormenorizado análisis, ahora sí podemos investigar si la “humildad” tiene algún valor o mérito dentro de la cosmovisión pagana de la vida y, de no ser así, si existe alguna otra actitud conductual que pudiera reemplazarla con éxito y que sí merezca ser ponderada por nuestras tradiciones como una verdadera virtud, válida y consecuente con nuestra concepción del mundo.

¿Qué es la humildad?

El diccionario oficial de la lengua española2 define el término “humildad” como:

humildad
Del lat. humilĭtas, -ātis.

  1. f. Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.
  2. f. Bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie.
  3. f. Sumisión, rendimiento.

En este sentido, se aprecia que existen al menos tres acepciones para la palabra:

  • La humildad como virtud o valor.
  • La humildad como origen social y/o económico.
  • La humildad como sinónimo de sumisión a otros seres.

Sin embargo, cabe aclarar que la primera definición que el citado diccionario da, tiene más que ver con el concepto de MODESTIA, que, con el tradicional de HUMILDAD, habiéndose englobado dentro de la segunda sólo por el uso arbitrario y vulgar que del término se suele hacer. (Pero ya se profundizará en esto más adelante).

El análisis de la etimología latina de este vocablo deja en claro muchas cosas: Humilitas surge de humus (“tierra”) y del sufijo -itas, que en latín significa “cualidad de ser”. Por esta razón, “humildad” tiene relación con la tierra y con permanecer cerca de la misma (postrado, inclinado, con la cabeza baja).

Se observa, entonces, que el sentido original era el tercero que la RAE otorga: SUMISIÓN. Variantes de la palabra latina son humilis («humilde») y el verbo humiliare, que significa «postrarse en tierra», asumir (o sumirse) ante la superioridad de otros frente a la propia.

El cristianismo, a través de varios Padres de la Iglesia como Cipriano de Cartago, Lucio Cecilio Lactancio, ​Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona,  y, más tarde, Tomás de Aquino, se ha esforzado por definir a la humildad como lo opuesto a la soberbia, al egocentrismo y a la vanidad, pero en realidad este es un concepto teológico propio de esa religión, ya que en tiempos pre-cristianos, la idea de “reconocer” la bajeza o insignificancia propia frente a los dioses no existió jamás o, por lo menos, no era definida como “humilitas” o algún término parecido.

Humildad, en su sentido más puro y original es postrarse, doblegarse, bajar la cabeza frente al poderoso, al superior, al que es más fuerte o más renombrado que uno.

La sumisión como virtud cristiana:

Las religiones abrahámicas siempre han tomado el hecho fáctico de la existencia de personas de condición humilde (o sea, menos favorecidas en su nivel económico, rango social o condiciones de nacimiento) y han vuelto a esto un parámetro sine qua non se puede ser grato a su dios o “salvarse” de la condenación…

Es así que en el Antiguo Testamento ya se dice: “Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Yãhwêh.» (Prov 22:4) y se lo remarca mucho más en los orígenes del cristianismo, donde el ser pobre y carenciado parece ser una condición excluyente para participar de la redención ofrecida por Cristo: “Pero muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.” (Mateo 19:30) y “Revestíos de humildad hacia los demás, porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes” (I Pedro 5:5), por ejemplo. (También el islam deja clara esta característica, cuando pone nombre a los seguidores de esa fe: musulmán = “abandonado a la voluntad de Alláh”).

En la tradición cristiana, llegan a leerse afirmaciones como: «Los pecadores humildes entran con más facilidad por la estrecha puerta que lleva a la vida -la que tantos buscan y pocos hallan-, que los justos que son soberbios…”3 (Paulino de Nola, 354 a 431 d.C.).

El caso es que, conviene aclarar de antemano que ser de “condición humilde”, sea por nacimiento o por los avatares de la vida, no es ni mérito ni demérito, no es virtud ni falta (al menos no intrínsecamente), pero algunas religiones parten de la definición original de humildad (de la tierra, cercano o relacionado con la misma) y mediante entuertos teológicos desarrollan la idea de que es una virtud postrarse, humillarse o sumirse4 a “Dios” y, por reflejo de esto, al rey o gobernante de turno, a los papas y clérigos y a todo aquel que represente un aspecto de la autoridad divina sobre la Tierra.

Escapa a la motivación de este artículo el describir y explicar las razones por las cuales el cristianismo siempre ha pendulado el tema de la humildad para hacerlo parte de una doctrina similar al marxismo (como parece verse en los Evangelios), hasta un dogma moral que obliga a las personas a mantener la cabeza baja frente a «los representantes de su dios en la Tierra», como era común en el Medioevo (y en cierta forma, sigue siéndolo). Sin embargo, sí es importante dejar en claro que la humildad cristiana y por ende la supuesta virtud homónima, es equivalente a ser sumiso y obediente, a aceptar a priori que existe personas superiores a uno, no por méritos evidentes o logros personales, sino por signo o voluntad divina.

Según lo anterior, la razón por la cual todo pagano debería rechazar a la humildad como virtud resulta obvia… El pagano jamás cree que alguien en superior a sí mismo si no lo demuestra, si no es más digno, más sabio o más fuerte que éste, y mide esas cosas a través de hechos evidentes, no supuestos o asumidos de antemano.

Veremos ahora si existe algo que reemplace a esa supuesta virtud, de manera más certera y acorde con nuestros valores éticos y espirituales…

La modestia:

El diccionario de la R.A.E. define a “modestia” como “la cualidad del modesto/a” y a “modesto” como:

modesto, ta
Del lat. modestus.

  1. adj. Humilde o carente de vanidad.
  2. adj. De nivel económico relativamente bajo.
  3. adj. De poca categoría o importancia.
  4. adj. Dicho especialmente de una mujer: Honesta y pudorosa.

A primera vista, parecería que «modestia» es un término sinónimo de «humildad», al menos en algunas de sus acepciones. Sin embargo, esto es porque la Academia de la Lengua se rige no por fidelidad a los orígenes de las palabras, sino por el uso formal de las mismas y los significados que van formándose sobre ellas a lo largo del tiempo. No obstante, una revisión de la etimología de «modestia» nos deja claro las diferencias entre ambos vocablos…

MODESTIA proviene del latín «modestia, -ae», palabra que está formada por modestus («moderado») con la adición del sufijo «-ia» (sustantivo abstracto femenino). La raíz de ambas es modus («medida»). Vale decir que modestia refiere el mantenerse dentro de ciertas normas, de practicar la mesura y la moderación. La raíz indoeuropea de este término es *med, que también forma parte de «molde» y «moderar».

Entonces, al menos en sus orígenes, la modestia es una cualidad muy diferente de la humildad, se relaciona más con la moderación, con el mantener el balance y el equilibrio entre el exceso y la inacción, entre la sobrevaloración y la subestimación de uno mismo… Esto lo explicaba perfectamente Aristóteles de Estagira en su Magna Moralia:

La modestia es un medio entre la impudencia, que no respeta nada, y la timidez, que ante todo se detiene. La modestia se muestra en las acciones y en las palabras. El impudente es el que todo lo dice y todo lo hace en todas situaciones, delante de todo el mundo, y sin ningún miramiento. El hombre tímido y embarazado, que es lo contrario de este, es el que toma toda clase de precauciones para obrar y para hablar con todo el mundo y en todos los negocios; se siente siempre como trabado e impedido y no sirve para nada. La modestia y el hombre modesto ocupan el medio entre estos extremos. El modesto sabrá guardarse a la vez de decirlo y hacerlo todo y en todas ocasiones como el impudente, así como de desconfiar siempre y de todo según hace el tímido, que con tanta facilidad se desalienta. Así el hombre modesto sabrá hacer y decir las cosas dónde, cómo y cuándo conviene hacerlas y decirlas.5

En pocas palabras, Aristóteles creía que el modesto era aquel que sabía exactamente cuánto podía hacer, cuánto sabía y hasta dónde podría llegar y no caía en el alarde vano, pero tampoco en la cobardía de no intentarlo. Hacía lo que debía hacer, sin alardear sobre ello, pero evitando el temor y la dilación.

Para el filósofo, el modesto era opuesto al necio, que creía saber lo que no sabía; poder hacer lo que era incapaz, etc… pero también estaba equidistante del pusilánime o del cobarde, que sabiendo que sí conocía, podía o lograría algo, no actuaba, no hablaba o no se erguía por sobre otros por temor, vergüenza, conveniencia o sumisión ovejuna.

En el paganismo, la modestia nace naturalmente del conocimiento de uno mismo y de los propios límites, pero también de las propias capacidades.

La modestia como virtud, como atributo natural o logrado mediante el dominio del propio carácter, está en consonancia directa con la máxima griega de μηδὲν ἄγαν («nada en exceso»), presente en el Oráculo de Apolo en Delfos y que era la frase de cabecera de Solón de Atenas (sentencia que muchos refieren como «el credo griego»). En este sentido, el modesto es quien más se aleja de la ὕβρις (hýbris = «desmesura»), lo cual era visto como el peor de los defectos.

Conclusión:

En sus orígenes, el término humildad no se refería a una virtud ni tan siquiera aludía de manera anodina a quienes tenían un origen socioeconómico paupérrimo. Más bien catalogaba a quienes estaban destinados a la sumisión, a la obsecuencia, a la obediencia apriorística y a la ausencia total de orgullo personal.

En los comienzos del cristianismo, esta condición fue objeto de ponderación, de la promesa de redención, pero con el paso de los siglos devino en sinónimo del rol que el vulgo debía tomar respecto de los nobles, de los clérigos y de cualquiera con autoridad.

Muy por el contrario, la modestia era, ya desde la Hélade, una virtud fundamental… Se encontraba entre los extremos de la cobardía y la temeridad; entre la apatía y la desmesura; entre la soberbia y la ovejuna mediocridad. El ser modesto era visto como sinónimo de “mantener la moderación”, de no excederse y de evitar la desmesura.

Por todo esto, la modestia sí es una verdadera virtud pagana y debe ser cultivada hoy como lo fue hace 2500 años. Sin embargo, la humildad es una lacra, una imposición que ningún pagano debería aceptar ni cultivar y que, si tiene la tendencia de poseer, debería sacudirsela con prontitud, ya que no es de paganos el formar parte del rebaño ni el obedecer a líderes, por lo menos no sin que éstos demuestren primero su valía.

La humildad es la presunción de que se es menos que los demás, es el agachar la cabeza antes de intentar llegar a los propios límites. Es, al fin de cuentas, rendirse antes de comenzar la batalla. La modestia, por el contrario, es conocer las propias limitaciones, sin por ello abstenerse de buscar trascenderlas y de hacer todo lo posible por empujar los límites; sin ir más allá de lo razonable, pero tampoco contenerse por temor o sumisión a nada ni a nadie.

Puede que para los diccionarios modernos ambas palabras parezcan similares, pero para nuestra visión del mundo, existe un abismo entre las mismas, uno que deberíamos tener cuidado en no cruzar jamás.-

1.- Homero, Ilíada 6.511 y 15.268.

2.- Diccionario de la RAE (Edición 23°, octubre de 2014).

3.- Paulino, obispo de Nola, Ep. 29. ad Sever., seni. 9, Tric. T. 5. p. 331.

4.- "La palabra humildad significa abajamiento o sumisión y se deriva del latín humilitas o, como dice Santo Tomás de Aquino, de humus: la tierra que pisamos..." (Enciclopedia Católica).

5.- "La gran moral", libro primero, cap. XXVII: "De la modestia".

Aristóteles, "La Gran Moral" (PDF completo).
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Días atrás, participé en un debate sobre los “tipos de paganismo” existentes, en un grupo de la red social Facebook. A partir de eso es que nace el presente artículo.

Mujer Pagana

Es razonable que nos atengamos al diccionario de la lengua cuando necesitamos usar adjetivos o sustantivos que definan correcta y precisamente alguna cosa… Es así que, si se quiere referir un “lápiz”, uno no dice “palito de madera con núcleo de grafito que sirve para escribir” ni tampoco usa una palabra aleatoria, como bolígrafo, mesa o cuaderno.

Sin embargo, no en todos los niveles del conocimiento la cuestión es tan simple ni el diccionario tan definitivo y útil. Cuando uno se adentra en la filosofía, en las jergas propias de cualquier disciplina académica o en el contexto de un sistema de creencias, un término que significaba X cosa para el común de las personas o para la acartonada formalidad de la academia de la lengua, ya no representa exactamente lo mismo.

Se podrían poner miles de ejemplos de lo anterior: La palabra body es “cuerpo” en inglés y un forense anglófono, o quizás un policía, podrá usar a la misma para aludir a un cadáver, pero si se tratara de un analista de sistemas o de un programador, ese mismo término referiría la parte central de un contenido (email, artículo, plantilla de formato, etc…) y si fuera un escultor o pintor el que la utilizara para describir su obra, seguramente estaría indicando alguna figura humana presente en la misma.

Del mismo modo, y sin importar lo que el diccionario paute como “paganismo”, para todo aquel que practica alguna tradición o corriente que pudiera ser incluida en esa categoría, la palabra significa algo por demás diferente de las acepciones formales, provenientes todas de la ICAR y por tanto irrelevantes para definir el concepto.

En otras palabras, “paganismo” no es todo aquello que esté fuera del pensamiento abrahámico. El mundo de las religiones, a lo largo y ancho del planeta y a través de los miles de años de la historia humana, ha generado muy diversos sistemas de creencias que no pueden ser encasillados sencillamente como “cristianos” o “no-cristianos”… Proceder de ese modo, no sería diferente a pensar en el Universo como “el sistema solar” y “todo lo demás”, cuando lo primero no es sino un punto infinitesimal en el inconmensurable concierto de estrellas, planetas y galaxias que forman lo segundo. Así también es el cristianismo respecto del «universo» religioso humano, por más que a nivel demográfico pudiera parecer lo contrario.

Sobre el origen de esta reflexión…

Como decía en el copete de este artículo, toda esta cuestión nació de un debate en un grupo de Facebook sobre paganismo1, donde el día 30 de octubre pasado, se posteó un contenido que pretendía validar la existencia de formas de paganismo no-teístas2. El post era un enlace hacia una entrada de un blog latinoamericano sobre el tema3 que, a su vez, estaba basada en el libro de un autor anglosajón llamado John Halstead4.

Aclarando que no conozco el libro en cuestión más que por las referencias que del mismo hace el artículo, que no lo leí ni lo pienso leer (como la mayoría sabe, prefiero las fuentes primarias y los trabajos académicos a las obras que son meras opiniones o fuentes terciarias), en cualquier caso, vale el punto citado sólo como ejemplo, ya que lo que quiero aclarar aquí es una serie de conceptos y no refutar específicamente ninguna publicación o antagonizar con ningún autor. Además de lo anterior, no tengo motivo alguno para dudar de la validez referencial del post5 donde se analiza el tema.

Los límites del Paganismo…

El diccionario de la Real Academia Española (RAE)6, el cual regula la lengua castellana, tiene dos acepciones para el término paganismo, a saber:

  1. m. Religión de los gentiles o paganos.
  2. m. Conjunto de los gentiles.

(Para informarse sobre por qué tales definiciones son sesgadas, incompletas y no representan al pensamiento del movimiento pagano moderno, ni a la etimología o los orígenes históricos de la palabra, ver el siguiente artículo: «Origen del Término Pagano»).

Como puede verse, esta concepción haría que todo lo no abrahámico, todo lo no nacido de la Biblia, por el mero hecho de estar fuera del cristianismo, sea visto como «pagano», sin más precisiones ni consideración filosófica, teológica o histórica, de ningún tipo.

Es de aquí, o de su equivalente en los diccionarios del idioma inglés7, desde donde parte el autor mencionado más arriba, para tratar de «hacerle lugar» a ciertas religiones o filosofías de corte espiritual dentro de nuestro colectivo.

«Su escritor se denomina a sí mismo Pagano No Teísta. Y explica cómo muchos practicantes que no tienen una visión politeísta de su espiritualidad o práctica a veces se sienten marginados.» Artículo: «Sobre los distintos tipos de paganismos» (6 enero, 2017).8

En primera instancia habría que dejar en claro qué es el no-teísmo… Tal denominación es, para todo propósito, tanto práctico como teológico, un sinónimo de ateísmo, es decir la completa carencia de creencia en dioses, la negación de la existencia de los mismos (de uno o de muchos) o, por lo menos, su rechazo total y absoluto (aunque no se niegue la posibilidad de que existan, como ocurre en algunas filosofías y religiones). No es necesario profundizar en la aclaración de que cualquier pagano de mente abierta aceptará al ateísmo como una postura totalmente válida y razonable, pero no participará de la misma, dado que es incompatible con su forma de ver el mundo.

Es de perogrullo que para que algo o alguien se considere «pagano», la idea de lo divino, en forma múltiple y positiva, tiene que estar presente. La base fundamental del paganismo es el culto a la Naturaleza, la visión de que todas sus fuerzas y principios son sagrados (y divinos). Por esa misma causa, una tradición pagana puede ser henoteista (enfocarse en la adoración de una deidad en particular, sin atender demasiado a las demás), como ocurre con el mithraismo, el «Reclaiming the Goddess», etc… Puede incluso ser monista (pensando que todos los dioses y seres son, en última instancia, parte de esa Naturaleza totalizadora) y seguramente hay más excepciones peculiares que no se me ocurren en momentos de redactar este texto. Pero una tradición pagana NO PUEDE ser atea (es decir, carecer de dioses) ni puede ser monoteísta (o sea, ponderar a una única deidad particular y negar la realidad o divinidad de todas las demás). No va con el espíritu de tolerancia, libre pensamiento y apertura que siempre tuvo el paganismo ni tiene sentido el seguir un camino «vacío», en donde se considere al mundo como algo vano o ilusorio (más adelante se explicará mejor este concepto).

El referido autor, alude tácitamente al buddhismo (y quizás también al jainismo y al confucianismo), al pensar en ese «no-teísmo», una religión en donde las deidades no existen o bien no tienen protagonismo alguno ni importancia para el Dharma (la doctrina o enseñanza básica enseñada por Siddhartha Gautama, el Buddha).

Quizás algún lector pueda pensar en Epicuro de Samos y sus razonamientos respecto de los dioses, pero las motivaciones, métodos y metas de los epicúreos y de los buddhistas estuvieron siempre, y aún siguen estando, a años luz de distancia… Mientras Epicuro pregonaba ocuparse de esta vida y de sus posibilidades de disfrute y realización personal, Gautama predicaba que todo debería ser abandonado «aquí y ahora» en pos de la aniquilación de la individualidad para lograr el cese de todo sufrimiento (eso es de lo que el nirvana se trata). Epicuro buscaba alejarse del dolor lo más posible, pero a través del disfrute en esta vida; Gautama pensaba que la única forma de escapar del dolor era abandonarla por completo.

En la filosofía religiosa fundada por Gautama, los dioses no son seres significativos… Se puede creer o no en ellos, pero se tiene que aceptar que son tan irrelevantes e ilusorios como la propia existencia de los mortales. Esa es la base sine qua non, dicha religión tiene una lógica interna: Todo es Maya, la ilusión, el error y la ignorancia motivada por el deseo, que a su vez produce el dolor y el sufrimiento y la única forma de liberarse de ello es el abandono del mundo, es decir, de las pasiones, las emociones y cualquier apetencia egocéntrica o materialista…

Pero, dejando aparte el buddhismo, ¿Acaso el hinduismo puede ser considerado como una religión pagana?

Se debe aclarar un punto importante sobre las religiones orientales antes de continuar: La mayoría son «dhármicas», palabra que suelo utilizar para aludir a que mantienen una doctrina específica, un método a seguir, con el cual pretenden lograr un resultado (generalmente, algún tipo de emancipación espiritual, sea el nirvana, el samadhi, el moksha, etc.). En ese sentido, no tienen ninguna diferencia fundamental con las «salvíficas» (aquellas religiones, en donde uno puede salvarse o condenarse y eso depende de cuán fiel seguidor de las enseñanzas de su fundador la persona sea… el cristianismo y el islam son dos ejemplos de ello).

La salvación o redención cristiana es diametralmente opuesta al paganismo, por lo general eso es conocido por todos, pero parece no serlo tanto el hecho de que el dharma del Oriente es igual de incongruente…

No obstante, el hinduismo requiere algunas precisiones adicionales: Desde luego, se trata de una religión que (en apariencia) adora a miles de dioses pero, por otra parte, no hay una fe o credo que pueda ser definido como «hindú» (a secas). Esta terminología es occidental, fue aplicada por los musulmanes que invadieron India y luego por los europeos, en épocas coloniales, para aludir a cientos de sectas y filosofías diferentes. (Algunos conocerán que para referirse a la filosofía de la India hay que aludir al menos a seis escuelas mayores, además de las incontables menores, por ejemplo).

Hace miles de años, cuando existían civilizaciones drávidas en el Valle del Indo[/wiki], las formas de religión practicadas podrían haber sido reconocidas por nosotros como paganas. Posteriormente, al comenzar las invasiones indoarias, también se dio otra forma de paganismo: El védico / brahmánico, que duró desde el 1200 a.C. hasta, algunos siglos antes de Cristo. Esta forma de religión era politeísta (dura, sin matices filosóficos) y procuraba una buena conexión con la Naturaleza, sin ningún tipo de meta «trascendente», sólo buscando una vida plena en este mundo en lo personal y el orden y la prosperidad social en lo general.

Escapa al sentido y alcance de este artículo el referir la historia de cómo la India dejó de ser un subcontinente pagano (con religiones tradicionales, basadas en la Tierra, auténticamente politeístas y enfocadas en la presente vida). Sin embargo, en un raudo resumen, puede decirse que las creencias en la reencarnación y el karma, diseñadas por los brahmanes (la clase sacerdotal de los invasores indoeuropeos) para justificar las castas y el racismo, terminó por ser un factor de subversión y reforma religiosa, que dio origen al buddhismo y al jainismo y a filosofías como el Samkhya y el Yoga.

Cerca del siglo VIII a.C., surgieron los primeros Upanishads (textos sagrados de corte filosófico), donde se gestó la idea del samsara (ciclo de nacimientos y de muertes); entre los siglos VI y IV a.C., la expansión del buddhismo y el jainismo revolucionaron el pensamiento indio, hasta que en el s. III a.C. surgió el «Código de Manu» (una suerte de dura contrarreforma que trató de volver al brahmanismo original sin lograrlo, ya que un siglo después, el gran rey Ashoka había hecho de casi toda la India un país buddhista).

De manera paralela, surgieron los Puranas, textos épicos similares a los homéricos de la Hélade, pero con doctrinas espirituales concretas (como el Ramayana o el Mahabharata y su «Bhagavad-gītā» o «Canto del Señor», obra cumbre de la literatura sagrada hindú). En estos libros, surgió (o, más exactamente, se estandarizó) la idea del dios Vishnú como conservador y salvador del mundo y de la periódica venida de sus «avatares» (del sánscrito: «descenso»), para otorgar el dharma a los seres humanos.

Finalmente, entre los siglos IX y XII, el islam penetró con fuerza en todo el subcontinente y destruyó el poco paganismo original que todavía quedaba, haciendo que las diversas escuelas filosóficas y sectas se centraran cada vez más en lo absoluto y «único» (el Paramātman) detrás de lo múltiple y en ver a los dioses sólo como manifestaciones de una realidad superior y trascendente.

Entre los últimos siglos del primer milenio y el siglo XV d.C., cuando los cultos devocionales llegaron a su máximo auge (Chanitanya, Kabir, Gurú Nanak), desapareció el paganismo del Indostán, y no sólo eso, sino que se exportó el buddhismo (y, a veces, algunas formas de hiduísmo puránico) al Tibet, China, el Sudeste Asiático e incluso el Japón, aniquilando en esa oleada a todas las creencias ancestrales y nativas. Estas últimas eran de corte manista, shamánico, animista y naturalista, siendo que hoy en día, sólo sobreviven algunas comunidades de ese tipo en el continente asiático merced a etnias aisladas y de pocos miembros, que conservaron sus tradiciones a pesar de los caprichos de la historia. La única excepción fue el shintoísmo japonés, que aunque muy sincretizado con el buddhismo y la filosofía confuciana, todavía tiene buena parte de sus raíces intactas.

No-Teísmo, Transteísmo y otras yerbas…

El Transteísmo es una concepción creada por teólogos cristianos modernos (inclinados al marxismo) que pretende rescatar el humanismo cristiano de entre sus mitos y observar a estos últimos como metáfora teológicas para explicar cuestiones morales y sociales (virtualmente es un ateísmo social con enfoque moral cristiano). Incluso dentro de esa religión, tal tendencia termina por ser afectada (es más una pose que algo que realmente se pueda sostener a partir de la literatura bíblica o de la historia cristiana), elitista (porque, por fuerza, sólo unos pocos van a poder manejar esas ideas tan «malabaristas») y totalmente contraria a las principales corrientes teológicas de dicha religión.

Quienes siguen esta línea de pensamiento, pretenden rescatar la figura de Jesús de Nazaret como arquetipo moral, sin importarles si fue un personaje histórico o no (en realidad casi ninguno de los partidarios de estas ideas cree que realmente existió).

Ahora bien, si el transteísmo ya tiene problemas para ser planteado en el cristianismo, en el paganismo resulta imposible tan siquiera proponerlo… Los paganos no somos teocéntricos, tenemos diversos puntos de enfoque: Nosotros mismos, la Naturaleza, el Conocimiento y, sí… por supuesto, también a los dioses. No estamos pendientes de la devoción ni somos seguidores ovejunos de ningún ser físico o metafísico, real o imaginario, histórico o legendario… Pero, aun así, la base de nuestras creencias es que todo es sagrado, que todo es parte de la Naturaleza y que la misma es el origen y el final de todas las cosas… Sin sacralizarla (lo cual es idéntico a divinizarla y adorarla), no hay paganismo, porque no hay chance de «conexión» con la Vida y la Tierra que nos origina y a la cual volveremos un día. (Para los paganos, el divinizar a la Naturaleza es un requisito para lograr cualquier tipo de conexión espiritual con la misma).

Los paganos ilustrados no creemos en entidades personales y pintorescas tal cual se las perfila en los mitos, tomamos esas cosas como metáforas de sentido para vislumbrar fuerzas y principios que, de no ser por los mitos y los símbolos, no son accesibles ni mensurables. Todo eso hace que sea absurdo pensar en un paganismo sin dioses, pero hay algo más: Si los dioses son las fuerzas de la Naturaleza y las fuerzas de la Naturaleza existen de forma evidente, ¿qué duda hay de que nuestros dioses existen realmente? (Un ateo podrá decir que rendir culto a las fuerzas del Cosmos es vano, pero no podrá decir que esas fuerzas no existen o que son imaginarias).

Es decir, el paganismo adora a la Naturaleza, en todas sus manifestaciones, formas y matices… No resiste argumentación la idea de sustraerse de eso para crear una teología “más moderna” o “sin mitos”, eso es algo absurdo…

Si uno no cree en dioses, no debería abordar el paganismo… Si uno no cree en Cristo y toda la parafernalia cristiana, no debería ser (o llamarse a sí mismo) cristiano.

Nuestra época está signada por el «inclusivismo forzado»… Todo tiene que pertenecer a todo… Los carpinteros deben ir a las reuniones de herreros y los herreros a las de carpinteros… La palabra “excluir” o el concepto de “diferenciar” han caído en desuso y están mal vistos… Pero todo eso es una ilusión vana y pueril de estos tiempos, pronto despertaremos de ella.

El paganismo es un colectivo muy amplio, en donde muchas tradiciones diferentes pueden convivir sin problemas, pero no es ilimitado o difuso… Hay muchas cosas que no caben dentro del mismo, una de ellas es la negación (completa) de los dioses y de la sacralidad de la Naturaleza y de la Vida.

Hay muchos senderos espirituales disponibles para quienes no se pueden adaptar a la teología y la ética pagana, por esa misma razón, no queramos arruinar el legado ancestral por tratar de abarcar más de lo que la lógica indica o nuestras tradiciones permiten. Las fronteras no discriminan, sólo marcan dónde comienzan y terminan las cosas. El acto de discriminar consiste en despreciar a lo que se encuentra de uno u otro lado, no en trazar una línea para indicar sus límites.

No existe el paganismo no-teísta (o «transteísta»), existen quienes creen en dioses y quienes no, ninguno es mejor que el otro, ninguno tiene más razón, son sólo dos formas de ver la vida. Pero, atención, la forma pagana es politeísta, el no-teísmo, el ateísmo y el transteísmo están fuera de nuestro colectivo y eso no está sujeto a debate

Cris Perales FernándezDedico este artículo a la memoria de Cristina Perales Fernández (Fallecida el día 6 del presente mes). ¡Qué la Diosa, a quien tan bien has servido durante tu vida, te sea propicia por siempre, querida amiga!

1.- Estudios Paganos

2- Tipos de Paganismo, post del 30 de Oct. 2020, del grupo mencionado. Basado en el artículo homónimo del 6 enero de 2017, que se puede encontrar aquí.

3.- Paganismo a la Latinoamericana.

4.- Godless Paganism: Voices of Non-Theistic Pagans, John Halstead (2012). ISBN: 978-1-329-98849-1 (Versión electrónica). ISBN-13: 978-1329943575 (Editorial lulu.com, 2019).

5.- Suelo participar en el grupo de Facebook mencionado y, en general, los contenidos son de primer nivel.

6- Diccionario de la Real Academia Española, Edición 23 (Actualización del 2019).

7.- Oxford Dictionary of English (Ed. 2020):
paganism
- noun [mass noun] a religion other than one of the main world religions, specifically a non-Christian or pre-Christian religion: converts from paganism to Christianity.
- a modern religious movement incorporating beliefs or practices from outside the main world religions, especially nature worship: modern paganism includes a respect for mother earth.

8.- idem, punto 2.
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— Carl Gustav Jung,
(1875 – 1961, psiquiatra suizo)

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