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Reflexiones Paganas
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Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


Tiempo de lectura: ~5 minutos. 1268 palabra(s).


Nombre original transliterado: w-ḏyt

Significado literal: “La Verde”.

Traducción en español: Wadjet

Traducción en inglés: Wadyet

Nombre griego (Koinē): Οὐτώ (Uto) o Βουτώ (Buto), por su ciudad de origen. (Corrupción del término nativo Mut = “Madre”, uno de los títulos de la diosa).

Morfología: Representada como una cobra real egipcia o áspid*, con alas y la corona roja (desheret) del Bajo Egipto. También aparece en murales y estelas con cuerpo antropomórfico femenino y cabeza de serpiente (también con la corona desheret).

(*) Misma especie de serpiente con que, según Plutarco, la última reina de Egipto, Cleopatra VII Thea Filopátor (Κλεοπᾰ́τρᾱ Φιλοπάτωρ) se valió para suicidarse ante su derrota frente a Octavio (el futuro emperador romano Augusto), en el año 30 a.C. a los 39 años.

Origen: Wadjet comenzó siendo la deidad totémica de las ciudades predinásticas de Pe y Dep, centro urbano principal (probablemente la capital) del Bajo Egipto en ese período (h. 3100 a.C.).

La ciudad luego se llamó Per-Wadjet (“Casa de Wadjet”), más tarde denominada Buto por los griegos (la actual Tell el-Farain). La misma se encontraba en el nomo VI del Bajo Egipto y era la capital de la localidad. Se situaba en el noroeste del Delta del Nilo, sobre el canal Sebennita del río.

También se le rendía culto en Dyanet, capital del nomo XIX del Bajo Egipto, llamada Tanis (Τάνις) por los griegos, actual San el-Haggar, que tenia por nombre alternativo “Per-Wadjet” por ser un centro importante del culto a esta diosa. (Tanis fue capital del Antiguo Egipto durante las dinastías XXI a XXIII).

El yacimiento arqueológico del montículo de Tell el-Farain (donde se localizaba Per-Wadjet) fue identificado en 1888 por el célebre egiptólogo Flinders Petrie, pero no se excavó de manera sistemática hasta comienzo de los años 1960.

Teología: Su nombre, que significa literalmente “La Verde”, se debía a que su planta emblemática era el papiro (también símbolo del Bajo Egipto y de la fertilidad del Delta del Nilo).

Era la contraparte femenina de Wasjur o “El Gran Verde”, la tierra fertil y cultivada y tenía por consorte a Hapï-Meht, una de las advocaciones de Hapï (el Nilo divinizado). Posteriormente se la hizo hija de Inepu (Anubis). Sus epítetos más comunes eran “La Verde”, “La del color del Papiro”, “La Vigorosa”, “Señora del Cielo”, “Ojo de Râ”, “El Fuego Purificador de Râ”.

Wadjet estaba vinculada al culto de “Las almas de Pe y Dep”, que tenían cabeza de halcón y eran la representación de los reyes predinásticos del Bajo Egipto.

En sus primeros tiempos, Wadjet era una deidad vinculada con la tierra, la fertilidad, el verdor, las aguas que fluían, la vitalidad y el crecimiento.

Cuando las tribus del sur de Egipto se unificaron, formando el País Alto y, eventualmente, hacia el 3000 a.C., conquistando el país del norte e iniciando, bajo el reinado se Narmer (el primer faraón) el Imperio (o Reino) Antiguo, la diosa pasó a formar parte del concepto teológico de Nebty o de “Las Dos Señoras” (que luego se incorporó a la titulatura del faraón).

Cuando esto ocurrió, Wadjet pasó a ser la diosa tutelar de todo el Bajo Egipto y se la asoció con Nekhbet (Nḫbt = “la de Nekheb”), la deidad con forma se buitre originada en Nekheb (actual El-Kab) y que ya en tiempos predinásticos llegó a ser venerada, bajo el nombre de Shesemtet, en Nekhen (Hierakómpolis para los griegos y actual Kom el-Amar), el centro político del Alto Egipto antes de la unificación de país.

Nekhbet era representada con una corona blanca (la “hedyet”, del Alto Egipto) y se la apodaba “Corona Blanca», «Señora de Per Ur» y “Madre Divina”, ya en los “Textos de las Pirámides” (dinastías V y VI). También era consorte de Hapï, el río Nilo y en Abydos de Kenti-Amenti (una forma temprana de Wsr / Osiris).

Cuando el culto solar comenzó su auge, durante las dinastías IV y V, se comenzó a considerar a Wadjet como uno de los ojos de y el disco solar que se colocaba como corona de éste, así como de Tephnut y Sekhmet (consideradas hijas del dios Sol), simbolizando el poder solar de quemar, castigar y hacer justicia, mediante la idea de la mortal mordedura de la cobra egipcia.

Esta idea se complementó con vislumbrar a Nekhbet como su equivalente en esa tarea de proteger al rey y al país, por lo cual Wadjet se concibió como el ojo izquierdo de Râ y Nekhbet como el derecho. Ambas eran a veces vistas como “hijas” del dios solar y otras veces como emanaciones de éste.

De esta noción de poder solar y de regencia dual del país, surgió la tiara o ureo usado en las coronas faraónicas, con las cabezas de Wadjet y Nekhbet en el área frontal.

Wadjet era tempranamente vinculada con las llamas que abrazan (probablemente por el ardor que produce la mordedura de las serpientes) pero, paulatinamente, fue asumiendo atributos de las diosas felinas antes referidas y de ahí que tomara cierto rol guerrero y destructor.

En una última etapa de su desarrollo mítico, se la hizo partícipe del culto de Osiris, al creerse que la diosa ayudó a Aset (Isis) cuando era perseguida por Sutej (Seth) con el fin de matar a su hijo Horus… El mito narra que Wadjet refugió a Horus niño en las marismas del Delta y lo amamantó.

De esta relación es que surge la mezcla (un tanto confusa en algunos textos) entre Wadjet como perímetro del disco solar y Ojo de Râ y el Udjat u Ojo de Horus (Udjat = “el que está completo”). Esto a la par de la fusión que en varias localidades del Bajo Egipto se hizo entre Râ y Horus, como el Râ-Horu-Ajti («Horus de los Dos Horizontes»), en Iunu (Heliópolis).

En épocas tardías, se hizo famoso un orádulo de la diosa en Per-Wadjet / Buto, que se suponía hacía saber sus profecías a través de los sueños.

Textos de las Pirámide:

Declaración 404 (Pirámides de Teti, Pepi I, Merenra, Pepi II): “… que terminas los oficios de Uadyet; el Rey es más grande que Horus de la Roja, la Corona Roja que está sobre Ra, la pintura de ojos verde del Rey consta del brote de papiro de tu ojo que está inflamado … y el Rey se encuentra firme contigo.”

Declaración 662 (Pirámide de Pepi II): “¡Oh Brillante! ¡Oh Brillante! ¡Oh Jepri! ¡Oh Jepri! Tú eres para el Rey y el Rey es para ti; tú vives para el Rey y el rey vive para ti. La planta de papiro del Norte es invocada… Oh Planta de papiro que brotaste de Uadyet, tú has surgido en el Rey, y el Rey ha surgido en ti, el Rey es poderoso a través de tu fuerza.”

Libro de la Salida al Día:

Conjuro 17: “Pues yo soy la diosa Uadjit, dueña de la Llama…”

Conjuro 17: “Y vosotros, servidores de la diosa Hotep-Sekhus…” (Hotep-Sekhus es una advocación de Wadjet en su carácter de e de Râ).

Conjuro 66:Que soy a la vez, Uadjit, el de cabeza de Serpiente… Y una emanación del Ojo divino de Horus…”

Conjuro 172: “Tus dos labios dicen siempre la Verdad, hija de Ra.Ella apacigua la ira de los dioses. Tus dientes son como cabezas de la diosa-serpiente Mehén…” (La serpiente Mehén es otra advocación de la diosa, que acompañaba a la barca de Râ y a la del rey difunto y representa la Eternidad).

Calendario Egipcio:

El tercer mes de Shemu (estación de recolección / sequía), estaba dedicado a Wadjet y el día séptimo del segundo mes, se llevaba a cabo un festival en su honor.

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Tiempo de lectura: ~8 minutos. 2288 palabra(s).


Razón de este artículo:
El tema central de lo que abajo analizaré, es algo de lo que suelo «escapar», dada su total irrelevancia para la teología y filosofía de vida pagana y la completa inexistencia de fuentes ancestrales que hablen al respecto. Sin embargo, debido a la persistente tendencia, de algunos paganos, de creen en este asunto, me siento obligado a explicar su verdadero origen.

Es casi imposible que cualquier persona que conozca mínimamente el mundo del esoterismo, las creencias orientalistas o la New Age en general, no haya leído y escuchado cientos de veces el término “registros akáshicos”. Pese a esto, muy pocos podrán referir con certeza cuál es el origen del concepto, pensándose (casi siempre) que proviene de creencias tan ancestrales como muchas de las concepciones del hinduismo y el buddhismo…

Pues bien, lo primero que se debe aclarar sobre la cuestión, es que de ningún modo la idea de “registros akáshicos” es antigua o perteneciente a las épocas en donde surgieron las principales tradiciones de la India.

Origen del término:

Akasha / आकाश es un término sánscrito cuya traducción más aproximada se correspondería con el éter de los griegos o con el concepto moderno del “espacio” (cósmico). Para todo propósito práctico, se lo podría traducir al español como el «espacio vacío».

En los mitos de India y en la metafísica del hinduismo, se trata del primer aspecto del mundo material, creado por Brahmá, el dios creador de la Trimurti (compuesta por Brahmá, Vishnú y Shiva) y que es uno de los cinco elementos que componen las cosas (siempre, según las creencias hindúes), es decir, los cuatro clásicos: fuego, agua, aire y tierra y el espacio o vacío anterior a estos…

Tal noción ya se encuentra en los Bráhmanas, textos que constituyen la exégesis (comentarios) de los Vedas y que datan de entre el 900 y el 500 a.C.

En esa misma época, surgió el célebre mito de “Los días y las noches de Brahmá”, siendo que cuando el Universo existe como un mundo fenomenológico y manifiesto, el dios estaría activo y cuando todo cae en lo inmanifiesto y caótico, ocurriría lo inverso.

Esta misma creencia presupone que, dado que el Universo no es sino algo que se desarrolla y se mantiene en la mente del dios creador, todo lo acontecido pasa a ser parte de su memoria y que, como tal, es una información que nunca desaparece, que pasa a ser “eterna”.

En esto último se basa la idea victoriana de los “registros akáshicos”. Sin embargo, como se verá más adelante, a la par de ser un concepto relativamente moderno, parte de una afectación o desnaturalización de los mitos originales.

El Karma y la física moderna:

Como ya hemos comentado en este blog, la palabra karma / कर्म proviene de la lengua sánscrita y significa “acción”… En su origen, no alude a nada parecido a la idea de “retribución” que le otorgan algunas creencias orientales posteriores pero, muy especialmente, el ocultismo occidental y la New Age.

Podría parecer natural el pensar que el “karma” es algo así como las cadenas causales implícitas en el pasado, tal como explica la física moderna al plantear que todos los acontecimientos pretéritos, o más bien la información de éstos, no desaparece, sino que pasa de un estado explícito a uno implícito (al no poder volver a observarse, ya que nosotros, como espectadores, nos desplazamos siempre hacia el futuro y no tenemos libertad de movimiento en la dimensión del “tiempo”).

Esta aparente similitud con la idea antes mencionada de “la memoria” de Brahmá, parece que hizo pensar a algunos ocultistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en que existía una forma de “consultar” tal información y con el transcurso del tiempo, esto se fue exagerando y sistematizando, cada vez más, hasta imaginarse planos superiores de la consciencia en donde prácticamente existiría una suerte de “internet cósmica” donde las almas aventajadas podría contemplar un infinito compendio de conocimiento, a la par de todos los hechos de la historia y las supuestas vidas pasadas propias y, tal vez, las ajenas…

¿Quién inventó los registros?

La primera persona en aludir a este extraño concepto, o por lo menos en usar el neologismo “registro akáshico”, fue la periodista y ocultista británica Annie Besant (1847-1933), miembro de la sociedad teosófica, autora de numerosos libros y discípula de H. P. Blavatsky. Dicha autora lo refiere por primera vez en «The Ancient Wisdom» («La sabiduría antigua»), libro publicado en 1897.

Iniciado el siglo XX, la idea comenzó a difundirse entre autores y referentes de diversas corrientes ocultistas de la época… Desde Rudolf Steiner (1861 – 1925, creador de la antroposofía), hasta Max Heindel (1865 – 1919, impulsor del rosacrucismo filocristiano); desde Edgar Cayce (1877 – 1945, supuesto vidente y profeta estadounidense), hasta el nefasto Samael Aun Weor, cuyo nombre real era Víctor Manuel Gómez Rodríguez (creador del “gnósticismo moderno”, 1917 – 1977) e incluso personajes como la ocultista y mística cristiana Dion Fortune (1890 – 1946), creyeron en la mentada idea y la difundieron en sus escritos.

El Lama «fake» y la era hippie:

Sin embargo, a pesar de que los “registros akáshicos” estuvieron de moda por entonces, es probable que no hubiesen penetrado en la New Age ni en el neopaganismo de no ser por otros autores que retomaron la idea algunas décadas más tarde…

A mediados de los años 1950s se publicó un libro llamado “The third eye” (“El tercer ojo”, 1956). En el mismo, un supuesto lama tibetano y médico, sobreviviente a innumerables penurias sufridas durante la Guerra del Pacífico (en la Segunda Guerra Mundial) y luego por causa del comunismo ruso y chino, contaba lo que había aprendido en aquella extinta nación, antes de que sus templos y monasterios fueran destruidos.

El sujeto se hacía llamar Lobsang Rampa y escribió 19 libros de ocultismo, mezclado con propaganda anticomunista e ideas reaccionarias respecto de la modernidad, entre 1956 y 1980 (fallecería al año siguiente de la publicación de su último libro).

En realidad, se trataba de un nativo de Inglaterra, de nombre Cyril Henry Hoskin, nacido en Plympton, en 1910 e hijo de un plomero (fontanero), quien ya en sus 40s, comenzó escribiendo cuentos de terror para revistas baratas, hasta que dio con la oportunidad de publicar su primer libro.

Sin embargo y más allá de que, en varias ocasiones a lo largo de su carrera como escritor, la prensa desmontó todo el elaborado engaño, mostrando su verdadera identidad al gran público, eso no perjudicó su popularidad como autor de esoterismo, siendo que sus libros llegaron a influir en el pensamiento de la floreciente New Age, entre los años 1960s a los 1980s.

Con “The Cave Of The Ancients” (“La Caverna de los Antepasados”), libro que salió a la venta en 1963, en donde mezcla alienígenas, ocultismo de corte teosófico y algunos elementos de buddhismo tibetano, plasmó definitivamente la idea de los “registros akáshicos” en la mente de sus lectores.

Cabe destacar que, a la par de los «registros akáshicos», Rampa popularizó otros dislates como la lectura o visualización del «aura» y los «viajes astrales», generando una verdadera moda viral entre los practicantes de tradiciones orientales, new-agers y ocultistas por estas cuestiones, durante los años que sus libros fueron publicados y aun mucho después, siendo que todavía hoy, comenzada la tercera década del siglo XXI, mucha de la desinformación que difundió en sus textos, sigue siendo tomada como una verdad irrefutable por miles de esoteristas de todo el mundo (incluso cuando muchos de ellos nunca leyeron los libros que este autor produjo ni lo conocen por su nombre).

Los registros akáshicos en la Wicca:

Como muchos otros dislates típicos de la teosofía y el ocultismo victoriano en general, los “registros akáshicos” penetraron en el ideario religioso de la Wicca debido a que muchos de los referentes de la misma tomaron conceptos de esas corrientes más antiguas, a veces incluso copiándolos en forma literal.

Doreen Valiente (1922 – 1999), quien fuera co-fundadora de la Wicca Gardneriana (es decir, la tradición original de dicha religión), tenía como referente a Dion Fortune quien, como ya se explicó, creía en los “registros akáshicos” y escribió sobre los mismos.

Valiente influyó mucho en la Wicca, mayormente en las décadas de los 1950s y 1960s, pero unos 20 años después, aparecería en escena el autor preferido de los wiccanos eclécticos y solitarios: Scott Cunningham (1956 – 1993).

Entre los muchos libros que este personaje publicó, se encontraba “Earth, Air, Fire & Water: More Techniques of Natural Magic” (“Tierra, Aire, Fuego y Agua: Más técnicas de magia natural”, 1991), en el cual igualó el concepto de Akasha, con el quinto elemento de la tradición wiccana, definido por la punta superior de la estrella pentagonal que simboliza a esta religión.

Sin embargo, la teología wiccana plantea que el pentagrama (estrella de cinco puntas) o el pentáculo (el símbolo completo, es decir el pentagrama más un círculo perimetral), representa a los cuatro elementos de la metafísica clásica: Tierra, aire, agua y fuego y un quinto, que definen como “el espíritu”. (Esto difiere de las ideas pitagóricas de la Antigua Grecia, en donde ese quinto elemento era el éter o espacio).

El asignar el término akasha a este quinto elemento o, lo que es lo mismo, igualar “espíritu” con “akasha”, fue un grave error de Cunningham (quien nunca se caracterizó por su rigurosidad a la hora de apelar a fuentes históricas, antropológicas o semióticas de ningún tipo).

En la tradición hindú, akasha no es lo “espiritual”, sino una parte más del mundo material, la más sutil, pero aun así parte de la materia. En el hinduismo, ya desde el Rig Veda, la dicotomía materia vs. espíritu, se expresa a través de los términos prakrti / प्रकृति (materia) y purusha / पुरुष (espíritu), en esto coinciden las tres dárshanas (escuelas filosóficas) mayores, es decir el Yoga, el Sankhya y el Vedanta.

Esta confusión sin duda ayudó a que el neologismo “registro akáshico”, así como toda la carga de espiritualidad “light” que se relaciona con ello, penetraran de manera natural y silenciosa en la mentalidad de muchos wiccanos y paganos light en general.

Conclusiones:

Como puede verse, los así llamados “registros akáshicos” son sólo una invención de esoteristas cuya vida y obra no dista del presente en más de 100 o 150 años… Debe quedar claro, entonces, que nunca existió una tradición ancestral del Oriente, en donde tal cosa fuera una creencia aceptada.

Sin embargo, el lector atento podrá argüir que no por ser nueva, una teoría o concepto tiene menos chance de ser cierta, y tal cosa es verdad. Por lo cual convendrá observar a el asunto desde la historia y el conocimiento científico, apoyándose en la lógica formal.

Desde que la noción de “registros akáshicos” fue inventada (como se dijo, hacia 1897), muchos médiums, videntes, paragnostas, supuestos profetas y charlatanes de toda índole, han tratado de predecir descubrimientos arqueológicos, de encontrar tesoros o de explicar misterios históricos de diversos tipos, sin jamás acertar en sus vaticinios. Si los registros akáshicos existieran y pudieran ser “consultados” o vislumbrados por las personas sensibles o “dotadas” para el caso, es de suponer que al menos una parte de tales predicciones deberían haber sido acertadas.

Por otro lado, en lo que respecta a la información que, se supone, muchos obtienen de sus “vidas pasadas” mediante las “lecturas” de estos “registros”, ya sea por propia cuenta o mediante el oficio de terceros, cabe preguntarse por qué jamás se obtiene de esas sesiones alguna información positiva y comprobable, que de alguna forma pueda ser verificada mediante una investigación más “física” y mundana…

La pseudo-lógica, que los supuestos “dotados”, que creen ser capaces de leer estos “registros” proponen, de manera invariable, es que sólo se ofrece la información relevante para la “evolución espiritual” del consultante y jamás cosas que puedan satisfacer la curiosidad de los escépticos… (Se supone que «seres superiores» bloquean todo otro tipo de consulta o investigación). Este es un argumento idéntico al que se esgrime ante el escrutinio serio de las “regresiones a vidas pasadas”, de los “viajes astrales”, de las “experiencias cercanas a la muerte” y de las sesiones espiritistas (de contacto con espíritus, aliens, ángeles o cualquier tipo de entidad imaginaria), cada vez que se pone en evidencia la total carencia de pruebas en relación con tales fenómenos.

Ahora bien… Si no existen fuentes antiguas que sostengan la creencia en los “registros akáshicos”; si, por otro lado, jamás se ha podido obtener información verificable que pudiera hacer pensar que estos existen y si el sentido común dicta que se trata simplemente de una invención de mentes afiebradas por doctrinas peregrinas, que ya son obsoletas a la luz de la ciencia moderna (como es el caso de la teosofía y otras formas de ocultismo victoriano), ¿Cuál es el objeto de seguir tratando de validar la creencia en estas cosas?

Si las razones aludidas no fueran suficientes para alejar a cualquier pagano que tome con seriedad su camino espiritual y que goce de un mínimo de sano escepticismo como herramienta para pensar, del dislate denominado «registros akáshicos», puede recordarse (además), que tanto las nociones que dieron origen a esta idea como la idea en sí, no tienen un origen pagano.

La creencia referida en el presente artículo, no sólo carece de todo fundamento mítico, filosófico, histórico o teológico, además es y ha sido fuente de innumerables fraudes y de inagotables excusas para hacer «dinero fácil» en base a la ingenuidad ajena.

Es de esperar que todas estas razones sean más que suficientes para mantener alejada a toda persona que tome en serio su vida espiritual (pagana o no), de todo lo relacionado con los «registros akáshicos» y con la presunta lectura de los mismos…

Bibliografía:

+ "Earth, Air, Fire, and Water: More Techniques of Natural Magic", Scott Cunningham, 1991. ISBN: 9780738718088

+ "Six Systems of Indian Philosophy; Samkhya and Yoga; Naya and Vaiseshika", Max Muller, 2003. ISBN: 0766142965.

+ "The Cave Of The Ancients", T. Lobsang Rampa, 1963. ISBN: 9788423331284.

+ "The Ancient Wisdom", Annie Besant, 1898. ISBN: 9781450560566.

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Tiempo de lectura: ~10 minutos. 2725 palabra(s).

«La raíz de todos los males es que la moral de los esclavos, la moral de la humildad, de la castidad, del desinterés, de la obediencia absoluta haya remitido…» Friedrich Nietzsche (“La Voluntad de Poder”, 865)

De tiempo en tiempo, siempre aparece alguien, en algún lugar interactivo de la red (de los que administro), que reivindica a la “humildad” como una virtud, es decir como algo meritorio desde el punto de vista pagano… En este artículo, trataremos de ver qué grado de validez tiene tal concepción y si se trata o no de una virtud aceptable para nuestra visión del mundo…

Está claro que la “humildad” es apreciada como una virtud primordial en el ámbito de las creencias hegemónicas (basadas, todas ellas, en la sumisión a un dios único e inapelable), pero, antes de avanzar en ello o en las razones por las cuales tal atributo es completamente inválido en el paganismo, será mejor que nos enfoquemos en un asunto más básico: El origen y fuente de toda noción de virtud, el ethos

Ethos y el origen de la ética y la moral:

La palabra “ethos” proviene del griego antiguo ἔθος, término usado por Homero en la Ilíada1 para referir al lugar donde habitaban los caballos (ἤθεα ἵππων = “el hábitat de los equinos” -equivalente a “pesebre” o “establo” en nuestra lengua- y, por extensión, “de los hombres”).

Esta palabra parece ser el origen etimológico de “ética”, ya que comparte la misma raíz: ἠθικός / ethikos = “moralidad”, “mostrar un carácter moral”, “filosofía de la conducta”.

Es interesante notar que el término latino mōrēs es equivalente al griego ἔθος y del primero derivan tanto “morada” como “moral”, vinculándose así, de manera bastante obvia, a la idea de que cualquier código moral tiene relación con la conexión y el consenso entre los miembros de un grupo, entre los que habitan un sitio concreto y acotado.

Ya en la época clásica de la Hélade, Aristóteles de Estagira le otorgó un segundo sentido a este ethos, entendiéndolo como «hábito: carácter o modo de ser derivado de la costumbre», la conducta progresivamente más acendrada que va formando cada individuo y cada pueblo a lo largo de su existencia.

“Habiendo, pues, dos maneras de virtudes, una del entendimiento y otra de las costumbres, la del entendimiento, por la mayor parte, nace de la doctrina y crece con la doctrina, por lo cual tiene necesidad de tiempo y experiencia; pero la moral procede de la costumbre, de lo cual tomó el nombre, casi derivándolo, en griego, de este nombre: ethos, que significa, en aquella lengua, costumbre. De donde se colige que ninguna de las morales virtudes consiste en nosotros por naturaleza, porque ninguna cosa de las que son tales por naturaleza, puede, por costumbre, hacerse de otra suerte…” (Aristóteles, “Ética a Nicómaco”, cap. 1).

Si la moral no es otra cosa que las costumbres aceptadas a partir de haberse hecho hábito para un colectivo o tribu, entonces (por lógica) las personas de otro colectivo o tribu no tienen porqué aceptar tales normas y es totalmente lícito y lógico que no las incorporen a sus reglas de conducta.

Por otra parte, es sabido por los antropólogos (más allá del análisis filológico de cualquier palabra) que esto es así: Las costumbres aceptadas, que con el tiempo devienen en reglas morales, en lo definido como «buenas costumbres», son el producto de una decantación sistemática hecha por consenso y llevada a un nivel de «sacralidad» por las leyes y mandamientos religiosos, los tabúes o las normativas civiles. Esta aceptación llega a través de la fuerza del hábito y la rutina y el sentido de pertenencia y aislamiento que presupone vivir gran parte de la vida en un ambiente acotado. Con el paso de los siglos, se crean mitos, leyendas y narraciones etiológicas para afianzar la idea de que si se procede diferente de lo «aceptable», «correcto» y «bueno», se recibirá algún castigo o desgracia proporcional a la transgresión.

Queda claro entonces que, todo concepto de virtud nace de un determinado ethos (de un entorno acotado de hábitos compartidos y consensuados por cierto tiempo)… Se trata de algo propio de una cultura o colectivo y por ello no puede ser universal. Sin ese marco de referencia de la tribu o el colectivo, nada es mérito o demérito, ya que cada pueblo y cada época ha tenido (y siempre tendrá) valores diferentes, vale decir, diferentes “ethos”, divergentes morales.

De esto se desprende que la moral siempre es relativa a un contexto (cultural, religioso, doctrinal o ideológico), no a algo natural.

Zanjada la cuestión de que, dado que somos paganos, las conductas humanas consideradas virtudes o faltas («pecados») entre cristianos no deben ser tomadas por válidas sin un pormenorizado análisis, ahora sí podemos investigar si la “humildad” tiene algún valor o mérito dentro de la cosmovisión pagana de la vida y, de no ser así, si existe alguna otra actitud conductual que pudiera reemplazarla con éxito y que sí merezca ser ponderada por nuestras tradiciones como una verdadera virtud, válida y consecuente con nuestra concepción del mundo.

¿Qué es la humildad?

El diccionario oficial de la lengua española2 define el término “humildad” como:

humildad
Del lat. humilĭtas, -ātis.

  1. f. Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.
  2. f. Bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie.
  3. f. Sumisión, rendimiento.

En este sentido, se aprecia que existen al menos tres acepciones para la palabra:

  • La humildad como virtud o valor.
  • La humildad como origen social y/o económico.
  • La humildad como sinónimo de sumisión a otros seres.

Sin embargo, cabe aclarar que la primera definición que el citado diccionario da, tiene más que ver con el concepto de MODESTIA, que, con el tradicional de HUMILDAD, habiéndose englobado dentro de la segunda sólo por el uso arbitrario y vulgar que del término se suele hacer. (Pero ya se profundizará en esto más adelante).

El análisis de la etimología latina de este vocablo deja en claro muchas cosas: Humilitas surge de humus (“tierra”) y del sufijo -itas, que en latín significa “cualidad de ser”. Por esta razón, “humildad” tiene relación con la tierra y con permanecer cerca de la misma (postrado, inclinado, con la cabeza baja).

Se observa, entonces, que el sentido original era el tercero que la RAE otorga: SUMISIÓN. Variantes de la palabra latina son humilis («humilde») y el verbo humiliare, que significa «postrarse en tierra», asumir (o sumirse) ante la superioridad de otros frente a la propia.

El cristianismo, a través de varios Padres de la Iglesia como Cipriano de Cartago, Lucio Cecilio Lactancio, ​Ambrosio de Milán, Agustín de Hipona,  y, más tarde, Tomás de Aquino, se ha esforzado por definir a la humildad como lo opuesto a la soberbia, al egocentrismo y a la vanidad, pero en realidad este es un concepto teológico propio de esa religión, ya que en tiempos pre-cristianos, la idea de “reconocer” la bajeza o insignificancia propia frente a los dioses no existió jamás o, por lo menos, no era definida como “humilitas” o algún término parecido.

Humildad, en su sentido más puro y original es postrarse, doblegarse, bajar la cabeza frente al poderoso, al superior, al que es más fuerte o más renombrado que uno.

La sumisión como virtud cristiana:

Las religiones abrahámicas siempre han tomado el hecho fáctico de la existencia de personas de condición humilde (o sea, menos favorecidas en su nivel económico, rango social o condiciones de nacimiento) y han vuelto a esto un parámetro sine qua non se puede ser grato a su dios o “salvarse” de la condenación…

Es así que en el Antiguo Testamento ya se dice: “Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Yãhwêh.» (Prov 22:4) y se lo remarca mucho más en los orígenes del cristianismo, donde el ser pobre y carenciado parece ser una condición excluyente para participar de la redención ofrecida por Cristo: “Pero muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.” (Mateo 19:30) y “Revestíos de humildad hacia los demás, porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes” (I Pedro 5:5), por ejemplo. (También el islam deja clara esta característica, cuando pone nombre a los seguidores de esa fe: musulmán = “abandonado a la voluntad de Alláh”).

En la tradición cristiana, llegan a leerse afirmaciones como: «Los pecadores humildes entran con más facilidad por la estrecha puerta que lleva a la vida -la que tantos buscan y pocos hallan-, que los justos que son soberbios…”3 (Paulino de Nola, 354 a 431 d.C.).

El caso es que, conviene aclarar de antemano que ser de “condición humilde”, sea por nacimiento o por los avatares de la vida, no es ni mérito ni demérito, no es virtud ni falta (al menos no intrínsecamente), pero algunas religiones parten de la definición original de humildad (de la tierra, cercano o relacionado con la misma) y mediante entuertos teológicos desarrollan la idea de que es una virtud postrarse, humillarse o sumirse4 a “Dios” y, por reflejo de esto, al rey o gobernante de turno, a los papas y clérigos y a todo aquel que represente un aspecto de la autoridad divina sobre la Tierra.

Escapa a la motivación de este artículo el describir y explicar las razones por las cuales el cristianismo siempre ha pendulado el tema de la humildad para hacerlo parte de una doctrina similar al marxismo (como parece verse en los Evangelios), hasta un dogma moral que obliga a las personas a mantener la cabeza baja frente a «los representantes de su dios en la Tierra», como era común en el Medioevo (y en cierta forma, sigue siéndolo). Sin embargo, sí es importante dejar en claro que la humildad cristiana y por ende la supuesta virtud homónima, es equivalente a ser sumiso y obediente, a aceptar a priori que existe personas superiores a uno, no por méritos evidentes o logros personales, sino por signo o voluntad divina.

Según lo anterior, la razón por la cual todo pagano debería rechazar a la humildad como virtud resulta obvia… El pagano jamás cree que alguien en superior a sí mismo si no lo demuestra, si no es más digno, más sabio o más fuerte que éste, y mide esas cosas a través de hechos evidentes, no supuestos o asumidos de antemano.

Veremos ahora si existe algo que reemplace a esa supuesta virtud, de manera más certera y acorde con nuestros valores éticos y espirituales…

La modestia:

El diccionario de la R.A.E. define a “modestia” como “la cualidad del modesto/a” y a “modesto” como:

modesto, ta
Del lat. modestus.

  1. adj. Humilde o carente de vanidad.
  2. adj. De nivel económico relativamente bajo.
  3. adj. De poca categoría o importancia.
  4. adj. Dicho especialmente de una mujer: Honesta y pudorosa.

A primera vista, parecería que «modestia» es un término sinónimo de «humildad», al menos en algunas de sus acepciones. Sin embargo, esto es porque la Academia de la Lengua se rige no por fidelidad a los orígenes de las palabras, sino por el uso formal de las mismas y los significados que van formándose sobre ellas a lo largo del tiempo. No obstante, una revisión de la etimología de «modestia» nos deja claro las diferencias entre ambos vocablos…

MODESTIA proviene del latín «modestia, -ae», palabra que está formada por modestus («moderado») con la adición del sufijo «-ia» (sustantivo abstracto femenino). La raíz de ambas es modus («medida»). Vale decir que modestia refiere el mantenerse dentro de ciertas normas, de practicar la mesura y la moderación. La raíz indoeuropea de este término es *med, que también forma parte de «molde» y «moderar».

Entonces, al menos en sus orígenes, la modestia es una cualidad muy diferente de la humildad, se relaciona más con la moderación, con el mantener el balance y el equilibrio entre el exceso y la inacción, entre la sobrevaloración y la subestimación de uno mismo… Esto lo explicaba perfectamente Aristóteles de Estagira en su Magna Moralia:

La modestia es un medio entre la impudencia, que no respeta nada, y la timidez, que ante todo se detiene. La modestia se muestra en las acciones y en las palabras. El impudente es el que todo lo dice y todo lo hace en todas situaciones, delante de todo el mundo, y sin ningún miramiento. El hombre tímido y embarazado, que es lo contrario de este, es el que toma toda clase de precauciones para obrar y para hablar con todo el mundo y en todos los negocios; se siente siempre como trabado e impedido y no sirve para nada. La modestia y el hombre modesto ocupan el medio entre estos extremos. El modesto sabrá guardarse a la vez de decirlo y hacerlo todo y en todas ocasiones como el impudente, así como de desconfiar siempre y de todo según hace el tímido, que con tanta facilidad se desalienta. Así el hombre modesto sabrá hacer y decir las cosas dónde, cómo y cuándo conviene hacerlas y decirlas.5

En pocas palabras, Aristóteles creía que el modesto era aquel que sabía exactamente cuánto podía hacer, cuánto sabía y hasta dónde podría llegar y no caía en el alarde vano, pero tampoco en la cobardía de no intentarlo. Hacía lo que debía hacer, sin alardear sobre ello, pero evitando el temor y la dilación.

Para el filósofo, el modesto era opuesto al necio, que creía saber lo que no sabía; poder hacer lo que era incapaz, etc… pero también estaba equidistante del pusilánime o del cobarde, que sabiendo que sí conocía, podía o lograría algo, no actuaba, no hablaba o no se erguía por sobre otros por temor, vergüenza, conveniencia o sumisión ovejuna.

En el paganismo, la modestia nace naturalmente del conocimiento de uno mismo y de los propios límites, pero también de las propias capacidades.

La modestia como virtud, como atributo natural o logrado mediante el dominio del propio carácter, está en consonancia directa con la máxima griega de μηδὲν ἄγαν («nada en exceso»), presente en el Oráculo de Apolo en Delfos y que era la frase de cabecera de Solón de Atenas (sentencia que muchos refieren como «el credo griego»). En este sentido, el modesto es quien más se aleja de la ὕβρις (hýbris = «desmesura»), lo cual era visto como el peor de los defectos.

Conclusión:

En sus orígenes, el término humildad no se refería a una virtud ni tan siquiera aludía de manera anodina a quienes tenían un origen socioeconómico paupérrimo. Más bien catalogaba a quienes estaban destinados a la sumisión, a la obsecuencia, a la obediencia apriorística y a la ausencia total de orgullo personal.

En los comienzos del cristianismo, esta condición fue objeto de ponderación, de la promesa de redención, pero con el paso de los siglos devino en sinónimo del rol que el vulgo debía tomar respecto de los nobles, de los clérigos y de cualquiera con autoridad.

Muy por el contrario, la modestia era, ya desde la Hélade, una virtud fundamental… Se encontraba entre los extremos de la cobardía y la temeridad; entre la apatía y la desmesura; entre la soberbia y la ovejuna mediocridad. El ser modesto era visto como sinónimo de “mantener la moderación”, de no excederse y de evitar la desmesura.

Por todo esto, la modestia sí es una verdadera virtud pagana y debe ser cultivada hoy como lo fue hace 2500 años. Sin embargo, la humildad es una lacra, una imposición que ningún pagano debería aceptar ni cultivar y que, si tiene la tendencia de poseer, debería sacudirsela con prontitud, ya que no es de paganos el formar parte del rebaño ni el obedecer a líderes, por lo menos no sin que éstos demuestren primero su valía.

La humildad es la presunción de que se es menos que los demás, es el agachar la cabeza antes de intentar llegar a los propios límites. Es, al fin de cuentas, rendirse antes de comenzar la batalla. La modestia, por el contrario, es conocer las propias limitaciones, sin por ello abstenerse de buscar trascenderlas y de hacer todo lo posible por empujar los límites; sin ir más allá de lo razonable, pero tampoco contenerse por temor o sumisión a nada ni a nadie.

Puede que para los diccionarios modernos ambas palabras parezcan similares, pero para nuestra visión del mundo, existe un abismo entre las mismas, uno que deberíamos tener cuidado en no cruzar jamás.-

1.- Homero, Ilíada 6.511 y 15.268.

2.- Diccionario de la RAE (Edición 23°, octubre de 2014).

3.- Paulino, obispo de Nola, Ep. 29. ad Sever., seni. 9, Tric. T. 5. p. 331.

4.- "La palabra humildad significa abajamiento o sumisión y se deriva del latín humilitas o, como dice Santo Tomás de Aquino, de humus: la tierra que pisamos..." (Enciclopedia Católica).

5.- "La gran moral", libro primero, cap. XXVII: "De la modestia".

Aristóteles, "La Gran Moral" (PDF completo).
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