Hagazussa se trata de un película austriaco-alemana del clásico estilo de folk-horror en un ambiente rural. No se niega su belleza a nivel visual con sus colores sobrios y naturales que van perfectos con la historia, además de una forma de ser contada por actos a manera teatral distinta a la usual, acompañada de una música pesada y lenta, que va a tono con esa sensación inquietante, de asfixia y de frustración transmitida. Lo dicho, solo para establecer que no está realizada y pensada precisamente con objetivos de entretenimiento, ni para todo tipo de público.
Aterrizando en lo más importante, cabe preguntarse primero si es correcta la premisa de que “el paganismo” es sinónimo de terror, como suele tomarse en este género. Ese “paganismo”, entrecomillado con razón, porque, en este caso, es uno definido desde como lo entiende el cristianismo medieval, mismo que, muchas veces, sigue conservando, desafortunadamente, gran parte de su imaginario todavía hoy en día.
Ante la estética de las tomas y sus escenarios, contrasta el silencio constante, que, por un lado, puede llegar a ser desesperante y, por otro, contribuir a la sensación que, sin duda, se quiere transmitir de una angustia que lleva a la locura. Es así que Hagazussa es, en realidad, el reflejo de los resultados de la soledad y el asecho de un grupo de aldeanos vecinos, invadidos por un fanatismo religioso que los lleva a la discriminación, rechazo, odio, y a la peor de las crueldades de todo tipo.
Hablando del contexto
Clara está la influencia del entorno en la presencia de estos factores. Es decir, un pensamiento del siglo XV, en una zona del bosque apartada en los Alpes de Austria. No se pierde de vista el estereotipo de la “bruja” por aparecer una mujer que comúnmente no está asistiendo a la iglesia de la comunidad, aislada en el bosque y embarazada, sin un hombre como padre presente. A lo anterior se suman otras típicas concepciones de bruja medieval, que, para no revelar todavía las escenas finales, simplemente diré que se aprecian al puro estilo de un cuadro de Francisco de Goya. Igualmente, no sorprende el hecho de que la sexualidad en cualquier forma sea vista como pecaminosa, sucia e inaceptable cuando se asocia al placer o satisfacción. Se aprecia entonces una delgada línea entre esa “bruja de magia” con la intolerancia y la locura.
El folclore se da a notar con el concepto de la bruja que vive en las afueras, en el cerco o la valla que rodea a la aldea. Por tanto, se pensaba que tenía ya un pie afuera de la “realidad conocida”. No pueden faltar las cabras, la serpiente y el fuego como señales “diabólicas” de un pasado ya deformado que se vive en el distrito montañoso austriaco de Salzkammergut.
A su vez, se destaca la importancia de los aspectos psicológicos que otorgan gran peso a las circunstancias, entre los que se incluyen alucinaciones y la memoria de la madre, Martha, con una muerte traumática que siempre flota como una sombra. Difícil decir si pesa más su ausencia física o su amarga huella en la historia con los habitantes del pueblo, ya que la vieron siempre como hechicera o mujer demonio, trasladando ahora la misma idea a su hija. Albrun está sedienta de compañía, amistad y calidez, pero en cambio es víctima de una pesadilla de desprecio.
Coqueteos paganos
El aspecto pagano se ve llegar como un viento que da la vuelta, que te da una caricia y te antoja a probar más, y luego te abandona. Al inicio se escucha el nombre “Perchta”, esperando se desarrolle después. Mucho se podría decir; te preguntas hasta dónde se va a implicar, pero hasta ahí se queda, remitiéndose de manera más bien supersticiosa en lo poco que se aborda. Ello se ve en uno de los diálogos iniciales: “Hoy es Raunacht. Cuídense de que el espíritu de Perchta no las agarre”, lo cual es dicho por Sepp, un hombre mayor del pueblo, dirigiéndose hacia Albrun y a su madre.
El origen del nombre Rauhnacht tiene varias asociaciones, incluyendo las noches duras del frío invierno donde, en tiempos muy remotos, se hablaba a los dioses y se usaba humo para que los deseos y plegarias fuesen escuchados por las deidades. Por supuesto que, lo que más se encuentra ahora ya viene con un sincretismo en el que se apunta hacia seres “demoníacos” que te atraparán, donde los cristianos piensan en “12 días de navidad”. Aquí hay un entretejido en el que no es tan fácil rastrear y distinguir los rituales y creencias paganas originales de las ideas cristianizadas atadas al recelo y fantasías terroríficas, que en tiempos actuales se ven cada vez menos, dando prioridad a la veneración de “los santos”.
Se refiere, en cualquier caso, a “espíritus malignos”, así como a Perchta de la mitología continental germánica y eslava, o también a Roggenmuhme (demonio de los cereales femenino) que en esa época se pensaba castigaba la pereza de doncellas que no hilaran sus ruecas. Aportaba pesadillas e inclusive rajaba el estómago de sus poco afortunadas víctimas. De la misma forma, su aliento podría matar o cegar. El vínculo se establece con “Knecht Ruprecht”, o un asistente de San Nicolás, (más ligado a lo navideño y, por tanto, nada pagano), que esclarece una semejanza con el Krampus. No obstante, esto no se explica ni define en la película, dando una amplitud al tema que iría más allá de los fines de este artículo.
En otra escena, cuando Albrun recibe el cráneo de su madre e improvisa una especie de altar, es hasta conmovedora la delicadeza con la que lo toma. Te deja un sabor exquisito de amor y culto a los ancestros que hace a su modo y que, por supuesto, causa también miedo y desprecio en una de las aldeanas (Swinda) cuando lo ve. En general, podría decirse que se aprecia en un inicio a una protagonista sin prejuicios, viviendo gracias a lo que le da la naturaleza y conviviendo con ella, sus animales y plantas.
Igualmente, se puede mencionar el deseo de incluir escritura rúnica en los nombres de cada acto, adhiriéndose a palabras simples con componentes naturales, abarcando las palabras de sombra, cuerno, sangre y fuego.
Como aclaración, el mismo director Lukas Feigelfeld menciona que su película está inspirada en el folclore de Austria y la zona montañosa, donde pasó gran parte de su niñez, mismo que deseó destacar por la fascinación que le causaban las historias de brujas y entidades con serpientes y sangre. Sin embargo, busca que exista empatía con la protagonista, su sufrimiento y acciones, como respuesta a una vida dura que se acompaña por las supersticiones en que se ve envuelta.
El final y su análisis (ALERTA DE SPOILERS)
Albrun termina por convencerse de que todos “tienen razón” y que ella heredó la maldición de la bruja de su madre, por lo que, probablemente, se transmita, a su vez, a su hija. A este respecto, en una mezcla de alucinaciones causadas por los ataques que recibe, su desamparo, y las que luego se agravan por consumir hongos alucinógenos, termina por actuar tal como tanto habían esperado. Es decir, dar vida al imaginario de la bruja.
Ahora Albrun se venga de la violación, humillaciones, engaños y del terrible asesinato de sus cabras, al contaminar el agua del arroyo valiéndose de su orina y de una rata muerta. Así, se alegra al observar a enterradores que apilan los cuerpos de sus vecinos fallecidos. Tras el trance de los hongos alucinógenos, se sumerge en el agua del pantano con su bebé, quien no sobrevive al suceso. Ahora toma el cuerpo de su hija en la cabaña y, como toda una esperada bruja medieval, hierve su cuerpo en el caldero para devorarla después. Ello podría ser muestra del rechazo del “legado maldito” de su madre Martha, de quien ya escucha su voz como un susurro, deseando no continuar su herencia “brujeril”. Ella se va corriendo, mirando con ojos nublados y se desploma para que su cuerpo se incinere de forma inesperada.
El haber “ardido en llamas”, tiene probables alusiones a que termina consumida por el dolor de sus terribles actos, junto a la perspectiva de la hoguera de la que fueron víctimas muchas personas por no coincidir con el pensamiento de una sociedad intransigente y obsesionada con los ideales de dogmas intolerantes. Todo lo dicho, unido a la condena de su marginalidad, desventura y al maltrato que ha recibido sin descanso. Una presa más de una leyenda y maldición fantástica que termina por carcomerla. Asimismo, se puede entender como su última conexión con esa “civilización” y con lo que le quedaba de cordura.
Ya se va la bruja,
corre Hagazussa,
huye y se consume entre la ruindad,
ahogándose lentamente
con su triste soledad.
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