– Así que se llama José Luis. Yo soy Josefina. Tengo 75 años -la mujer extendió la mano y saludó al nuevo compañero- ¿Le trajeron sus hijos?
– No -murmuró mientras vaciaba su valija- Era el chófer. En realidad, es el hijo más joven del que era mi chófer, antes.
– Ah… ¿Y cuántos años tiene? -se sentó en una silla de la habitación.
– Tengo 70. ¿Podríamos dejar esta conversación para después? Tengo mucho por hacer -comentó en tono molesto.
– Está bien. Si quiere hablar, puede buscarme por el patio. Me gusta sentir el sol -se levantó y arrimó la puerta.
José Luis cerró con fuerza la valija y se sentó al borde la cama, los pensamientos fluían como una catarata.
«¿Qué hice mal? ¿Qué hice mal?» y comenzaron a pasar los minutos y las horas hasta que finalmente pudo terminar de vaciar su valija, justo a tiempo para la hora de la cena.
Esa noche comió aparte, mientras que los demás compartían las mesas.
La comida era terrible, así que prefirió dejar el plato y dedicarse a observar.
Unos lucían deprimidos; habían otros que tenían la vista perdida e incluso dos o tres a quienes alimentaban las enfermeras; algunos hablaban bajito y finalmente estaba ese molesto grupo que no paraba de hacer bullicio.
Ahí se encontraba la mujer de la mañana, que tan descaradamente entró en su habitación.
Prefirió levantarse antes que lo viera y viniera de nuevo, aunque cuando estaba por salir del comedor, lo detuvo una de las enfermeras.
– Tendrá que comer. Hoy es su primer día y entendemos que le cueste un poco alimentarse, sobre todo a alguien como Usted, pero mañana tendrá apetito y aquí los horarios se respetan.
Refunfuñó y fue a acostarse.
Esa habrá sido probablemente una de las noches más largas de su vida.
Soñaba con el banco, la bolsa de valores, los niños que crecían y las increíbles vacaciones que tuvieron, los lifting de su esposa y el inesperado divorcio…
Para la salida del sol casi no había dormido, por lo que se sentó en su cama, se cambió y salió al patio.
Caminó un poco y encontró sollozando a la misma mujer. No sabía si acercarse o no, así que prefirió alejarse cuando ella lo escuchó y volteó.
– No sabía que había alguien -murmuró secándose los ojos y dibujando una sonrisa.
– Es que no pude dormir.
– Eso es normal aquí… En vez de llamarlo Casa de Reposo, debería ser «Casa de los Recuerdos Insistentes».
Sonrieron.
Decidió acercarse un poco.
– ¿Estaba triste por esos recuerdos?
– ¿Usted no? No conozco a ninguna persona de aquí que no sufra por la memoria. A veces pienso que sería mejor ser como los otros, los que parecen estatuas, no recordar, no ver, no sentir. Pero dejemos esto. Está Usted muy conversador esta mañana.
– Sí, la verdad es que la noche fue muy larga.
– Siempre es así. ¡Ojalá y pueda pertenecer a nuestra camada!
– ¿A qué se refiere?
-Anoche nos habrá visto. Somos un grupo que preferimos ver el lado positivo, cada uno a su manera.
Está Don José, por ejemplo, es el mejor contador de chistes que conozco; y Sarita… es fascinante, se sabe todas las telenovelas. Marta nos mantiene al día sobre la farándula y Carmen siempre tiene con ella alguno de esos libros de autoayuda (se sabe la frase correcta en el momento preciso).
– Qué interesante, y Usted, ¿qué hace en ese grupo?
– ¿Yo? Yo solo estoy ahí con ellos y disfruto de su compañía. Estuve muchos años sola, así que ahora valoro mucho más estar con personas con quienes me siento a gusto.
– ¿Es decir que Usted es soltera?
– ¡No! ¡Jamás! Soy viuda, en paz descanse mi esposo. Y ya adelantándome a su pregunta, tengo una hija -su rostro se obscureció por un instante- Vive en Argentina. Fue a trabajar hace varios años; está bien, no gana mucho pero tampoco le falta nada gracias a Dios.
– ¿Y Usted por qué no va con ella?
– Irme sería caro… es decir, hay que pagar el pasaje y a alguien que vaya conmigo. Somos solo las dos, no tenemos otros parientes. Así que, para que no me quede sola, y como ella se preocupa mucho por mi, decidimos que venir aquí sería lo mejor para todos.
– Pues tienen razón…
– Su rostro no parece estar de acuerdo. No necesito que me tengan pena. Yo di a mi hija todo lo que pude, amor, dinero, horas de atención… el que esté aquí no debe ser visto necesariamente como algo negativo.
– Yo no dije eso señora.
– Pero yo sí -estaba a punto de marcharse cuando él la tomó del brazo.
– Al contrario, ahora que lo pienso mejor, y me arrepiento muchísimo, yo creo que solo di a mis hijos dinero. Un niño y una niña, ahora ya adultos. Trabajé muchísimo, jamás les faltó nada, y nuestras vacaciones, uff! eran sagradas y maravillosas.
– ¡Qué buen padre es! No debería reprocharse el haber trabajado tanto.
– Ahora viéndolo desde otro punto de vista, yo creo que debería haber dejado un poco más de lado el trabajo y las obligaciones (siempre me preocupaba el futuro, hasta que este me encontró!). Tal vez así me habrían dejado vivir con por lo menos uno de ellos. Tienen casas enormes.
– ¡Oh, no sea tan duro con Usted mismo! Se preocupó por darles lo mejor.
– ¿Y de qué sirvió?, para qué me echaran de la casa porque se cansaban de escuchar mis plagueos?. Pero por lo menos, hablando ahora con Usted, veo que dar tanto amor tampoco es suficiente.
Ambos callaron.
– Y tal vez no José Luis. Tal vez nos equivocamos y no pasa por ninguno de esos dos extremos. Por mi parte, por lo menos no me arrepiento de haber dado todo lo que pude…
Siguieron conversando un poco más y se despidieron, regresando cada uno a su habitación.
Esa tarde hubo mucho movimiento en el lugar, José Luis se acercó a Don José y le preguntó que sucedía; el mejor contador de chistes del hogar lo miró con rostro compungido y le murmuró suavemente.
– Falleció Josefina. Ella fue quien nos unió a todos, por Dios, ¿qué haremos sin ella? -se alejó a pasos lentos, derramando lágrimas sin cesar- No sé porqué me sorprende tanto, todos sabíamos que tenía un problema grave en el corazón.
«Querida Sol:
Antes que nada te comento que una de las enfermeras de acá me está ayudando a enviarte este email, la verdad es que yo no sé manejar nada de esto.
Quería que supieras que siempre te llevaré en mi corazón.
Eres mi única nieta (tal vez después tu tía tenga hijos, quién sabe), ya tienes 14 años y yo casi no te he visto desde que dejaste los pañales.
Lamento mucho que tu padre haya decidido seguir mi ejemplo y dedicar tanto tiempo y energía en su trabajo. Sé que con el correr de los años se dará cuenta que es un error.
También siento haber estado de acuerdo en que vayas a un colegio de doble escolaridad, y que luego tengas clase de inglés, danza y otras tantas cosas más, para reforzar… Solo ahora me doy cuenta que hay momentos que no deben ser substituidos jamás.
Espero en fin, cuando seas madre, que puedas comprenderme y perdonarme, y sobre todo, que no cometas los mismos errores que tu padre y yo, comete tus propios errores, pero nunca, jamás, dejes de lado a las personas que te importan, porque no sabes en qué momento pueden partir«.
– ¿Eso es todo Señor?
– Sí, muchísimas gracias.
La enfermera envío la carta y apagó la computadora.
– ¿Está seguro de lo que hará?
– Por supuesto -tomó su valija y salió caminando a pasos lentos- tanto trabajé tantos años, por lo menos ahora, y por lo que me reste, me dedicaré a hacer las cosas que había postergado.
~ RebecaMT ~
Rebeca Medina Tumino
Septiembre, 2013
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Nadie nos prometió un jardín de rosas
, sin embargo depende de cada uno de nosotros plantarlas en nuestro jardín.
No me importa la religión, política o cualquier tipo de distinción que pueda separar a las personas, me gustan los puntos en común que logran unirlas; el esfuerzo por hacer de esta Tierra, nuestro planeta, y preservarlo. Admiro a la gente humana, aquella que se equivoca y acierta, porque es la que aún con miedos, logra aprender de sus errores y seguir en el camino.