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[Reputación del Sitio]

Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


Tiempo de lectura: ~4 minutos. 1094 palabra(s).

Los conceptos e ideas vertidos aquí, no obedecen ni reflejan las creencias de su autor, ni tratan de plantear ninguna postura filosófica frente al misterio de la Muerte. Se trata sólo de un relato de ficción, que tiene por finalidad hacerlos dormir menos tranquilos durante las noches…

Pese a ello, existe una solapada e inherente intención, más profunda, en los relatos. Es la de tratar de usar el pensamiento lúdico y el terror, para mostrar lo absurdas y limitadas que son las ideas humanas más comunes, sobre lo que puede venir después de esta vida. Así que si bien la trama es pura ficción, quizás logre hacerles meditar un poco sobre tales trascendentales asuntos…

I.- La Nada

Hacia la NadaIngenua certidumbre la del ateo, de pensar que tras la muerte nos espera la «paz» del no ser, del no sentir, del no anhelar. Estúpida fe la del creyente, cegado por demenciales delirios, propios o atávicos, sobre cielos, infiernos, purgatorios, limbos y tártaros.

Viven con miedo a no ser, pero más que nada, viven con miedo a ser condenados o con las vanas esperanzas de eternas bienaventuranzas. Lo único que ellos no hacen, lo único que no saben hacer, es vivir con plenitud… Vivir mientras pueden hacerlo.

No seré yo quien los disuada, de tan peregrinas creencias. No lo seré, porque no es mi deseo, pero porque además, me sería imposible. Pues poseo el conocimiento de lo que realmente es el final y lo que viene después, pero me está vedado, por las ciegas fuerzas de la Vida y de la Muerte, el revelarlo. Ya he cruzado el umbral, la filosofía ya no es mi negocio. Ahora sólo medito sobre la tierra, los huesos, el mármol y los gusanos. Mi trabajo es ser fertilizante, no volver fértiles las vidas de los otros…

Es extraño, no soy ni dejo de ser. Ya no pienso, como en mis tiempos mortales. Mis conceptos son ecos difusos que reverberan en los rincones de los sitios olvidados, de las tumbas sin nombre, de las sombras difusas… Mi imaginación se dibuja en la niebla de las necrópolis y en las manchas salobres de limo y musgos, en las paredes de los mausoleos. ¿Algo hay más triste que eso? Vivir un instante, para no ser ya nada, por la eternidad…

Pero no guarden esperanzas, míseros mortales que camináis en fila hacia el Erebus. La Oscuridad no está vacía, está plagada por los desesperados intentos de existir de quienes ya no son, de quienes ya no pueden. El silencio de la Muerte no es quietud, es la masa amorfa y sórdida, el conjunto indefinible y abominable de los alaridos de los que ya no tienen voz, de los que, desgarradoramente, claman sin ser oídos.

Mis deseos, son borrosas sombras, sin respuestas endócrinas o sensoriales; sin segregación de endorfinas u hormonas, porque ya no poseo glándulas, sentidos, piel, genitales o cerebro para generarlas. Mis deseos son fantasmas de objetos y placeres ya extinguidos, los unos, por las manos de los miserables que usurparon mis posesiones luego de que abandonara la vida; los otros, por su efímera existencia y posterior evanescencia. ¿Hay algo más patético que haber sido y ya no ser?

Vano consuelo es la ilusión de un legado, pues no perdurará más que un puñado de años. ¿Embarcarnos en el dilema de Aquiles? ¡Pero si él es cenizas y olvido y comparte este «no ser», esta infame «nada», con todos nosotros, e incluso con el menos recordado de los mortales!

Pero la Nada, esa que creía mi amiga, cuando mi último estertor di, no es una vacuidad ciega, un vacío sin entidad. La Nada es todo lo que «no es» en el mundo de los vivos, la Nada está llena de los horrores, de los anhelos, las penas y miserias jamás vividas por los mortales o de las cuales, habiéndolas vivido, las olvidaron y relegaron al «no ser». Aquí pululan las bestias y los monstruos, las aberraciones innominadas, que ni Dante ni Homero, ni Baudelaire ni Lovecraft, se animaron a vislumbrar en sus más oscuras pesadillas.

Comparten esta profana vacuidad, Jesucristo y Stalin, Buddha Gautama y Hitler; la más grande de las reinas y la más vulgar de las prostitutas. Aquí, al fin de cuentas, todos somos iguales, pero de verdad, sin necesitar de poses. Sin embargo, es una lástima… ¡Porque ni eso sabemos! Ya que por ello, no pensamos y debido a ello, jamás entenderemos…

Aquí no hay llamas, ni nubes, ni diablos, ni gentes tocando el arpa; aquí no hay ángeles o demonios, ni siquiera están Hades o Lucifer para darnos la bienvenida. De hecho, no hay nadie… Ni siquiera nosotros. Sólo nuestros mudos ecos, nuestros negros infinitos, fantasmas de los colores de lo que una vez fuimos. Aquí, laten sin sonido ni movimiento en el fluir eterno de la vacuidad.

¡Oh mísero mortal, que tan indolentemente la muerte esperas! ¿Preguntas si sufrimos? No… El sufrimiento es un fenómeno propio de los seres mortales y sus pueriles sistemas nerviosos (es curioso que todavía recuerde eso).

Aquí no hay sufrimiento, ni hay dolor; no hay ni pena ni gozo ni tampoco placer; no hay NADA, pero tampoco hay olvido, porque el olvido es «algo»

Cambiaríamos… Lo digo en plural, pero jamás tuve chance de constatar la presencia de otros… Cambiaríamos digo, el dolor de ser quemados vivos, de la pasión del que algunos llaman Cristo, de los campos de exterminio nazi, por un solo minuto fuera de esta «paz», de este «no ser». Pero ni eso podemos soñar. Los sueños son prerrogativa de aquellos que aún están vivos…

No anhelen la muerte, hermanos mortales, no crean que será mejor que la vida. Sería mejor si fuera la «Nada», pero no lo es… El eco de lo que fuimos, es sempiterno; cual discordante tambor se repite en lo que otrora fueron nuestras mentes. No hay verdadero silencio, si bien jamás existe ningún sonido. No hay verdadera oscuridad, si bien jamás se vislumbra ningún atisbo de luz. Se trata de algo que se resiste a morir y sin las férreas ataduras de la carne, es libre para desatar la más demencial locura; el cúmulo horrendo de los traumas y blasfemias, la insanía sumada de toda una vida. De ello no hay escape, de ello no hay descanso.

La Vida es una cruel mentira, pero mucho más lo es la engañosa «Nada», la tramposa Muerte. ¡Tened cuidado oh mortales, no hay pecado, no hay culpas, pero hay ansias y deseos; anhelos y conflictos que perduran más allá de la fría tumba!

Sólo una cosa sé, un día tú estarás con nosotros… Sólo una cosa conozco: ¡Te estaremos esperando…!

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Tiempo de lectura: ~1 min. 132 palabra(s).

Herbert Spencer

Society exists for the benefit of its members, not the members for the benefit of society.

La sociedad existe para el beneficio de sus miembros, no los miembros en beneficio de la sociedad.

(Herbert Spencer, 1820 – 1903)

Por mi parte agregaría que el individuo no se debe ni debería vivir en pos del beneficio del Estado, de las corporaciones, de las instituciones (menos que menos de las religiosas), de los colectivos, de las tribus o los clanes. El individuo debe conciliar sus intereses con los de sus pares en razón de la empatía que sienta por ellos, no por los lineamientos pre-establecidos ni por las presiones de los grupos de poder. El individuo es la base de la sociedad y es antes que la sociedad. Si se invierte este valor, la civilización degenera en totalitarismo.

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Tiempo de lectura: ~17 minutos. 5034 palabra(s).

Muchos hablan del «perdón», como una virtud en sí misma. Sin embargo, en la ética pagana, tal cosa está condicionada por otros principios superiores, tales como la Justicia, el Honor y la Lealtad. En este artículo, se tratará de establecer la visión ancestral sobre estas cuestiones y proponer el retomarla, para plasmar una ética humanista y moderna, pero más coherente con nuestras raíces.

Introducción:

AcusandoEn el paganismo, de casi cualquier tradición, subyace el concepto de «compasión» y de empatía, el cual se expresa a través de la idea de luchar por la Justicia y defender al débil. También la noción de proteger a los seres vivientes, de cualquier especie. Al menos dentro de lo posible, en virtud de la propia supervivencia. Sin embargo, este ideal, no es equivalente al concepto presente en el Cristianismo o el Buddhismo, en donde la persona ofrece amor, compasión y perdón de manera incondicional, indiscriminada y unilateral, sin una lógica inherente.

Nosotros, por el mismo hecho de ser compasivos con los débiles, de sentir empatía por los que sufren y de amar la Justicia, no perdonamos fácilmente, no olvidamos nunca y jamás dejamos pasar una falta (sea ésta contra nosotros mismos o contra terceros), a menos que su autor muestre la intención de revertirla o compensarla. Nociones como honor versus infamia, honestidad versus corrupción o, simplemente, la diferencia entre víctima y victimario, dividen a los hombres de manera ineluctable, por lo menos, dentro del pensamiento pagano.

El compromiso con la Justicia, en todos sus niveles y formas, hace que el pagano no extralimite su misericordia con un individuo en particular, sino que promueva y extienda su compasión y empatía por el colectivo en general (solidaridad). Haciendo esto, como una virtud orgánica, sistemática, hacia todos los que son débiles y cuentan con él.

Precisamente por lo anterior, el pagano no perdona sin pensar. Porque hacer tal cosa, sería traicionar a esa justicia, que busca en todos los niveles de la Existencia, y abandonar a aquellos que cuentan con su accionar. Eso sería faltar a su honor, por el mero hecho de generar, en sí mismo, un sentimiento de falso bienestar, de auto-complacencia, tal como hacen los new-agers y partidarios de la espiritualidad «light», sentimiento que siempre emana de la desconexión del propio ser respecto de la Realidad.

Naturaleza del perdón:

Lo primero que hay que analizar en la problemática del «perdón», es en qué consiste tal acto o, más exactamente, comprender que se trata de una particular mutación de la propia psicología.

«Perdonamos», o no lo hacemos, cuando hemos sufrido un mal, un agravio u ofensa (real o imaginaria), por parte de otro ser o grupo. Nuestra especie, ha desarrollado esa práctica para maximizar la eficiencia del núcleo social.

Los animales no-humanos, gozan del beneficio de sólo recordar los eventos como información para la supervivencia. Si se quemaron, «recuerdan» instintivamente el peligro inherente al fuego y huyen de éste; si estuvieron a punto de ahogarse, es probable que adquieran prudencia al estar cerca de las corrientes de agua. Pero no mantienen recuerdos de los eventos en sí, tal como nosotros los concebimos y no poseen la capacidad de proyectarse hacia el futuro (cualidad exclusiva del Homo Sapiens). Por tanto, no sufren de sentimientos tales como la culpa, el rencor o la necesidad de «ajustar cuentas». Si algo parecido a ello ocurre en sus ambientes, es más que nada basado en los instintos de territorialidad, supremacía sexual y supervivencia.

Un animal que destruye a un enemigo potencial, lo hiere o bien que muestra hostilidad hacia el mismo, no siente odio sino agresividad instintiva, lo mismo ocurre cuando pelea. Lo más cercano a ello en el universo emocional humano es la ira. Se trata de emociones pasajeras, temporales. Sólo la capacidad de intelección, permite conceptualizar y memorizar un agravio o ataque por parte de un individuo o grupo definido (identificado).

La ira puntual, motivada por un hecho agraviante o peligro real, es una emoción útil para la supervivencia. Del mismo modo lo es el miedo, en la medida que se ajuste a una respuesta relacionada con eventos reales que puedan afectar al sujeto. Ambas emociones, activan a las glándulas suprarrenales, generando adrenalina, aumentan el ritmo cardíaco y la presión sanguínea, propician la quema de glucosa y, con todo ello, maximizan las capacidades de supervivencia del individuo, ya sea para la lucha o para huir del peligro inminente o del enemigo que se aproxima.

Cosa diferente es cuando el sujeto, por no haber podido procesar un evento del pasado o por haber sido éste demasiado prolongado o intenso para sus energías físicas o emocionales, lo mantiene en la memoria de manera patológica, generando un «trauma».

Es así, como el miedo normal al peligro o a lo desconocido, deviene en pánico, por cosas que son sólo el producto de la fantasía del sujeto, de su imaginación. Del mismo modo, la ira deviene en odio visceral y permanente, probablemente hacia un enemigo real o imaginario que logró vencer al sujeto o que lo humilló o asustó lo suficiente, como para traumatizar su psiquis.

En el Hombre, a diferencia de otras especies, todo hecho desagradable, todo sufrimiento del pasado, es (casi siempre) vívidamente recordado y mantenido en la memoria por el resto de su tiempo vital.

El odio, es la suma de dos elementos: La aversión, producto de la ira inicial ante un agravio, ataque o daño infringido y la identificación de tal evento con un individuo, colectivo, cosa o lugar determinado, lo que deviene en su fijación en la memoria. La rutinaria evocación de ese engrama emocional, genera que esa emoción perdure a través del tiempo, a veces por años o décadas. Por tal razón, al ser necesaria la vida en sociedad, la coexistencia, se desarrolló, de manera natural e instintiva, la acción de «perdonar».

El «perdonar», blanquea el «historial» de las relaciones interpersonales, permite reiniciar a las mismas, sean estas afectivas, comerciales o de cualquier tipo; de mutuo interés o conveniencia. La moral social tiende a promover este «valor» por esa razón. El acto de «perdonar» es, ante todo, una carga moral impresa en la consciencia del individuo a modo de mandato social (y generalmente religioso), no para su propio bienestar, sino para el beneficio del colectivo en general (de la sociedad).

El Perdón a Nivel Judicial:

Desde que la humanidad comenzó a conformar sociedades organizadas, surgió la necesidad de resolver conflictos y de ir dejando atrás los odios y rencores del pasado, cosas manifiestamente antagónicas con la estabilidad de la Sociedad y el Estado.

En su estadio primitivo, los seres humanos no tenían la necesidad de cargar con culpas o deseos de revancha. A lo sumo, existían rivalidades entre clanes o tribus, pero en general la vida era cuestión del momento. La violencia y las agresiones eran cosas que ocurrían sin premeditación, en encuentros casuales que, a poco de ocurrir, se resolvían aniquilando al «enemigo» u olvidando su existencia, para pasar a preocuparse por el siguiente problema que, aquella dura vida, presentaba a cada momento. Básicamente, nuestra conducta no era diferente de la del resto de las especies animales conscientes.

La proyección del pensamiento hacia el futuro, es lo que genera la necesidad de elaborar mecanismos de «perdón» y «olvido», y nuestra pertinaz consciencia del pasado es lo que motiva los sentimientos de odio, revancha y resentimiento.

CastigoNo está claro, como se desarrolló la noción del futuro entre los homínidos. Es probable que una mezcla de la progresiva habilidad de planear las cacerías, del conocimiento de que era necesario migrar en las estaciones y sincronizar las expediciones de caza con la luna llena, además del lento pero sostenido crecimiento de la mente simbólica, la magia y el ritual, nos diera la capacidad de entender que existe un mañana y que la Vida es un continuo devenir en una línea temporal. También la idea de los ciclos naturales, las estaciones y el mismo hecho del nacimiento y la muerte, han tenido que ser factores determinantes.

Ya la misma biología y la evolución cultural e intelectiva temprana, brindó al Hombre la memoria selectiva: el recordar lo que es esencial y olvidar lo superfluo. Esto no es más que la última etapa de procesos evolutivos mucho más antiguos. La mayoría de los animales sólo recuerda o asimila lo que es útil para su supervivencia y si es el caso que recuerda a un antiguo agresor, lo hace no por sentimientos de revancha, sino como prevención de futuros casos similares. La información que los homínidos primitivos mantenían en sus rudimentarios cerebros era sólo la que potenciaba su supervivencia.

La línea directriz de los organismos vivientes no es aprender, conocer sobre la existencia o el entorno o evolucionar en ningún sentido trascendente. Tan solo es sobrevivir y transmitir sus genes a través de la reproducción. Todo «conocimiento» o aprendizaje, que ayude a ello, es asimilado por los animales superiores e incorporado al instinto por los inferiores, a través de millones de años de interacción del estímulo-respuesta y su adaptación al medio.

El cambio que sobrevino con nuestra consciencia social, con la concepción del pasado, el futuro y el balance o equilibrio que, entre ambos, requieren los lineamientos generales de la cultura humana, es lo que hizo surgir el concepto de Justicia (pero también de venganza, resentimiento, perdón y olvido).

Esto no se debe confundir con la reacción de un mamífero, consciente pero no intelectivo, a un estímulo desagradable. Un perro que ataca a quien lo maltrató, está haciendo uso de su memoria selectiva sobre lo que, dentro de su entorno, es peligroso para su supervivencia. Sin embargo, tan pronto como el «peligro» desaparece de su horizonte de eventos, el animal se calma y «olvida» a su enemigo.

La intelección humana y la consciencia temporal que deviene de esta, hace que nuestra especie «funcione» de manera diferente: Cuando nuestro enemigo se va, deja detrás una estela de preocupaciones, temores y ansiedades (proyecciones hacia el futuro), pero también de rencores, odios, prejuicios y rechazos (recuerdos del pasado).

Nuestros instintos primales, tales como la supervivencia, la territorialidad, el impulso reproductivo (y por ende la «seguridad» que el individuo busca respecto de su supervivencia y la de los suyos), genera la tendencia a la acción, un impulso proactivo por mantener el balance y la propia seguridad.

Es importante recalcar lo primero, porque no se trata de la mera idea de revancha sobre lo que realmente nos han hecho: La mente humana funciona extrapolando, mediante el pensamiento simpático o inductivo (el razonamiento y la deducción llegaron muy avanzada la cultura, y no antes).

No sólo es necesario sentir que se castigó a los propios enemigos, sino a los del clan; a los del grupo, el colectivo al que se pertenece, porque sólo así se adquiere ese sentimiento de «balance», de «satisfacción» por las «cuentas ajustadas», a lo que solemos llamar «Justicia».

Además, aquí aparece un muy poderoso factor presente en todas las especies gregarias, que viven en manada, grupos o sociedades: El instinto de pertenencia, el tribalismo, la fidelidad y devoción (lealtad) al clan.

Cuando el concepto de «ajuste de cuentas» aparece en escena, cuando un miembro de la familia, el clan o la tribu es ofendido, agredido o muerto por un extraño respecto del grupo, todo el colectivo reacciona al unísono, cual colmena atacada por un organismo hostil.

En las eras en que no existía más que la venganza como regla de «balance», como forma de alivio a esa ansiedad individual y colectiva producto de las agresiones externas, la sociedad no podía avanzar más allá de la tribu paleolítica y de la jefatura como forma de organización social.

Al nacer los primeros asentamientos urbanos, en el neolítico temprano y comenzar, poco a poco, la vida ciudadana, un cambio profundo se gestó en la cultura humana: La pérdida de la libertad salvaje y primal, trocada por el comienzo del ceñimiento a un orden establecido.

La justicia penal, nació de la necesidad de limitar la revancha, la justicia retributiva indiscriminada y, con ella, se estableció toda una filosofía social y conductual sobre el «castigo» y el «perdón».

No se debe confundir los avances legislativos, propios de los códigos tales como la Estela de Hammurabi (h. 1800 a.C.), con la idea de que antes de ello no hubieran «reglas», tabúes y normas en los clanes y tribus que, de no respetarse, conllevaban todo tipo de castigos y penalizaciones. Sólo en ese esquema de cosas, fue en donde la cultura humana, y más propiamente la civilización, se pudo desarrollar.

Quién puede perdonar y cuándo:

El concepto de «perdón», al menos en el paganismo, no es «transmisible». Dado que las emociones, recuerdos e impulsos inherentes, no son comunicables ni factibles de compartir… Otros pueden sentir empatía, respeto, solidaridad o tristeza para con las víctimas de una injusticia o agravio, pero nadie puede, como dice el refrán popular, «ponerse en los zapatos de los demás».

No podemos «perdonar» a quienes dañaron a terceros. No hay honor o lealtad, no hay justicia ni bien alguno, en perdonar a los enemigos de los demás. El atribuirse el derecho de decidir por otros, el avasallar sus derechos y sentimientos, conlleva más miseria sobre las víctimas y mayor impunidad sobre los ofensores.

Por ejemplo, yo no puedo perdonar a los represores de la Dictadura Militar de los años ’70 en mi país (Argentina), porque a mí no me secuestraron ni me torturaron ni me mataron y tampoco lo hicieron con mis allegados directos. No soy quien para hacerlo. Y debo, por una razón de lealtad y de justicia para con las víctimas, ser un enemigo jurado y de por vida, de tal régimen y todo el horror y la maldad que significó para la tierra en donde nací.

Esto es así, aun cuando estoy muy lejos de adherir a la ideología que profesaban la mayoría de los que sufrieron tal represión (pero la Justicia es una sola y lo correcto no tiene que ver con el pensar de cada grupo o individuo). Sólo quien fue víctima (y sobrevivió) o quien fue un íntimo allegado (pareja, pariente, familiar, amigo), puede ejercer ese derecho, hacer uso de esa prerrogativa, la de «perdonar» al ofensor.

No obstante, nada indica que, incluso en esos casos, la acción de «perdonar» sea (necesariamente) una virtud. La misma sólo deviene en tal cosa, si conlleva un mejoramiento en la relación de la víctima de la ofensa respecto de su entorno, en su mayor felicidad y armonía y en un bien social de carácter superior (como puede ser la pacificación de una nación). Este acto, es válido cuando cancela conflictos internos y permite continuar la progresión de la vida con mayor eficiencia y naturalidad.

Sin embargo, cuando el perdón se lleva a cabo por una razón social trivial o vulgar; debido a tecnicismos legales, modas «new-age» o a dogmas morales, no es un acto noble, sino un ejercicio de sumisión y, por tanto, una lacra psíquica y ética para quien se ve obligado a ejercerlo.

El perdón llega naturalmente cuando la falta es expiada, cuando se agotó el flujo de sentimientos negativos a causa del daño sufrido, ya sea por el tiempo transcurrido o por el accionar exitoso de la Justicia (sea legal o fáctica). El mismo deviene, cuando el balance se restablece. Si se lo fuerza o se lo ofrece gratuitamente, antes de ello, se está violentando la Justicia y perturbando ese orden y balance, todavía más.

Pero, no existe una sola clase de «perdón»: Para un guerrero pagano, lo sabio era no ocuparse de mantener rencores, odios o sentimientos negativos, cuando no había forma de hacer justicia. En el paganismo, las emociones no son negativas «per se», sino en contexto, según cuál sea la ocasión y la oportunidad en que se sientan.

Es lógico odiar al enemigo si se está en el campo de batalla, pero no tiene sentido mantener ese odio por décadas, luego de haber acontecido el hecho. Esto se puede traducir a cualquier aspecto de la vida moderna.

No es igual que yo me violente contra quien me ha agredido, a los 5 segundos de iniciarse el ataque, que una semana después. Lo primero es legítima defensa, lo segundo es venganza, siendo una reacción patológica que no beneficia a nadie.

La venganza no es un «pecado» en el paganismo, no tiene por qué ser vista como un deseo negativo o como una acción reprobable, pero tampoco es un acto noble u honorable a menos que conlleve justicia, que promueva la vuelta al balance, a lo que «era antes» de producirse el agravio o, por lo menos, tienda a evitar que la injusticia se repita.

Perdonar en el Paganismo, no implica «exonerar» de las culpas y penas. Los paganos no creemos en redenciones, por lo cual, el asesino debe purgar su pena, aunque pida perdón a los deudos de su víctima (y lo reciba).

El «perdón» es una gracia que se recibe para no cargar con la culpa, no para salvarse del castigo. En la visión pagana de la Vida, todos somos responsables de nuestros actos, por tanto, la eximición de culpas nunca debería existir.

Tampoco es lo mismo «perdonar» virtualmente o «en teoría», que hacerlo en la realidad. No podemos perdonar a quien no nos pide perdón, a quien no está arrepentido. Primero que nada, es como un diálogo de sordos, porque sendas partes no están en la misma «frecuencia».

Ese tipo de cosas, es parte de otro contexto religioso, como el cristiano, no del pagano. La base de la ética pagana no es «sentirnos buenos», agradar a ningún dios o buscar algún «reino de los cielos», sino el hacer lo correcto, el marcar la diferencia.

Deberíamos perdonar a los que con sinceridad piden ese perdón y están dispuestos, hasta donde les sea posible, a reparar el daño que hicieron. Sin embargo, los únicos autorizados para eximir de culpas y castigos, son las víctimas directas. Yo puedo perdonar al ladrón que me robó, pero ninguna otra persona lo puede hacer por mí.

Esto implica, que un homicidio es imperdonable, que no hay posibilidad de «redención» a ese respecto, ya que la víctima ha dejado de existir, ha sido despojada de lo más valioso que poseía: Su propia vida, y la única forma en que el «balance» se recupere, es que el homicida pague con la propia (sea a través de la pena capital o bien de una condena perpetua, que nulifique su existencia hasta el mismo día de su muerte natural).

Tampoco es legítimo para el pagano el famoso «olvido» («perdonar y olvidar»). El perdón implica la cancelación de todo propósito de revancha, la abstención del ajuste de cuentas, de sentimientos antagónicos hacia el perpetrador de la acción. No presupone que se vaya a olvidar el hecho, porque si se lo olvida, se está siendo cómplice del mismo (o por lo menos promoviendo que se continúen llevando a cabo actos parecidos).

El «olvidar» una ofensa seria, es un acto pusilánime. La actitud de los cobardes, de quienes prefieren borrar de sus vidas al pasado y no afrontar la realidad del mismo. Por supuesto, habría que dejar de lado en esto a las nimias discusiones y peleas entre personas allegadas, donde los lazos afectivos son suficientemente sólidos como para minimizar el sentido de agravio e injusticia sufrida a posteriori, respecto de la solicitud de perdón por parte del ofensor.

En casi todas las filosofías paganas, un acto criminal o negativo, conlleva una alteración del balance cósmico. No es a través de actos emocionales o protocolares que se ha de revertir tal cosa, sino de una cantidad igual de energía, invertida en el sentido opuesto.

Por tanto, el homicida merece (en principio y sin debatir aquí sobre la «pena capital») morir también, no sólo como castigo en sí, sino como balance retributivo, como necesidad de restablecer lo que los antiguos egipcios llamaban la «Ma’at», el «Orden»; la «Diosa Justicia» del mundo clásico, frente al Caos o la disolución del Universo.

Así es igual, en proporción a cada acto, respecto de toda otra cosa que merezca ser condenada. Nadie tiene derecho a perdonar de manera «irresponsable», tan sólo por creer que es una buena acción. El «perdón» debe ser privativo de las víctimas o de sus representantes directos y no debe conllevar ni olvido ni eximición de castigos.

PreocupadoDentro de la concepción pagana de la Vida y dado nuestro sentido de auto-responsabilidad y la noción de Destino y Causalidad, no hay, en ningún caso atenuante para las acciones de los seres conscientes: Tanto el ladrón de gallinas como el de bancos es igualmente un criminal, un delincuente. Tema aparte será que los magistrados competentes, en base a las leyes de cada nación y con un cierto grado de equidad social, gradúen la pena del reo en función de cuánto daño causó su acción. Sin embargo, para un pagano, robar es un acto execrable y ningún ladrón es digno de perdón (a priori) o de ningún sentimiento de «lástima» o misericordia.

Cabe lo mismo para cualquier otro crimen o falta social grave. La concepción clasista, en donde a más baja ralea o nivel social, se da una progresiva relativización del delito y conmiseración hacia el delincuente, es algo repugnante para el pagano. Lo es tanto, como la progresiva impunidad y corrupción que se suele dar al ir subiendo en dicho espectro.

Todos somos iguales ante la Ley, la diosa de la Justicia es ciega, respecto del status o de las vicisitudes de los mortales. La misma, condena o exonera según los hechos y las pruebas, no según las necesidades, motivaciones o padecimientos previos del criminal.

Destino y prescripción de la revancha:

Toda ética pagana bien fundamentada, también exige la consideración de: «¿Qué ocurre cuando el enemigo a muerto, se ha ido más allá de nuestro ámbito de acción o cualquier situación, en donde ya la recuperación del balance perdido y la promoción de la Justicia sea imposible?».

En este caso, es necesaria la resignación, el aceptar al DESTINO, como el árbitro que determinó que las cosas ocurrieran de ese modo. Lo que requerirá una valiente aceptación y deposición de las emociones bélicas (del tipo que sean: rencor, odio, ira, etc…), porque se han convertido en vanas a partir del momento en que la Justicia deja de ser posible.

El balance perdido, el avance del Caos, en este caso, no podrá ser compensado por una acción recíproca e inversa, sino con el paso del tiempo y una lenta reconstrucción del orden y la armonía perdida. Esto no es «perdón», sino resignación, o sea, la aceptación de la Realidad tal cual es: Otra de las premisas del Paganismo como filosofía de vida.

Tampoco deberíamos confundir la empatía o la «comprensión» que le podamos ofrecer al perpetrador de un acto negativo o criminal, con el perdón. Uno puede sentir compasión o comprensión hasta por el mismo Adolf Hitler o Iósif Stalin. Tal postura emocional, es privilegio de cada quien y no afecta a dicho «balance» del que hablé arriba.

Sin embargo, no se puede accionar a nivel social o personal en el sentido de «perdonar», si no somos los protagonistas de la tragedia (la compasión y la comprensión son sentimientos, el perdón es un acto y como todo acto, afecta no sólo al individuo que lo ejecuta, sino a todo su entorno). La compasión es un estado subjetivo, mientras que el perdonar tiene consecuencias en los hechos, en la realidad objetiva.

Sólo la víctima puede perdonar, jamás un «tercero» observador. Así sea el caso de un genocidio o de la omisión de una simple «salutación».

El TiempoTampoco la víctima puede perdonar más allá de la porción de ofensa que le es propia. No es legítimo que el padre de una víctima de genocidio, perdone a los perpetradores del mismo en nombre de todos los demás, exonerándolos de los sufrimientos de otros seres diferentes a los de su hijo. Sólo puede hacerlo en base a la «parte que le toca». Por tanto, ciertos actos son imperdonables, porque jamás se podría lograr el ejercicio del perdón de todos y cada uno de los damnificados.

El pagano no tiene al odio como una virtud de ninguna naturaleza, pero tampoco es refractario al mismo, si está justificado. Es aconsejable odiar al «hecho», al «proceso negativo» que ha desbalanceado el Cosmos (el Orden) o la Ma’at del Universo, y no al perpetrador en sí, a su autor o autores. Pero tampoco es condenable, si la tensión emocional sufrida por la víctima, sus allegados o pares, así lo determina. Cuidar la «estética» de las emociones, es también otra de las virtudes básicas del paganismo.

El ideal es sólo usar las emociones «negativas» cuando son necesarias o útiles para obtener la Justicia o el balance perdido, pero descartar luego todo ello y sólo pasar a un rechazo conceptual, a un «odio intelectual» por la infamia o la injusticia.

El «Amor Incondicional» y sus consecuencias:

En el Paganismo, no hay margen para el «amor incondicional», el «perdón de los enemigos» (a menos que sea en el contexto antes citado), ni para «poner la otra mejilla».

Se perdona si hay un sincero pedido, expectativa y deseo de perdón (un verosímil sentimiento de culpa, de remordimiento). Se lo hace, si el arrepentimiento es evidente y genuino. Pero, además, se cancela la emoción antagónica, mas no el castigo del culpable. Se deja en el pasado al hecho, pero jamás se lo olvida. Se puede admitir como parte del destino, pero jamás consentirlo como algo aceptable, válido o justificable.

Este código de conducta era válido para casi cualquier tradición ancestral y puede ser adaptado a la realidad del paganismo moderno, de manera operativa y sin ninguna dificultad.

Entre los paganos antiguos, con filosofías conductuales depuradas y avanzadas, como los pitagóricos, herméticos, estoicos y neoplatónicos, existía la concepción del mantenimiento de una empatía general (que sin mayores traumas intelectivos, hoy podríamos llamar «humanismo»).

A veces, esta virtud, que muchos de los paganos modernos practicamos, es parecida a la idea de la «compasión» buddhista hacia todos los seres vivientes. Pero sin embargo, ésta es una postura existencial, un enfoque de los sentimientos. Nunca se puede convertir en la pusilánime e irresponsable idea de «amar a todos», sin distinción; de «amar a los enemigos» o de no responder a la maldad, a las ofensas graves o a la injusticia, con todas las fuerzas físicas y mentales de las que seamos capaces.

El «Amor», para el pagano, es una noción, un sentimiento y una virtud tan importante, que no la vilipendia en vano, que jamás la entrega a quien no la merece o no es digno de recibirlo…

De lo anterior, podría surgir la pregunta: «¿Y quién tiene derecho a decidir esto?». Pues, obviamente, cada individuo por sí mismo, en la intimidad de su ser. Dado que se trata de los propios sentimientos, uno mismo es, y debe ser, el absoluto soberano de éstos.

La idea cristiana de «amar a los enemigos» o de «perdonar a quienes nos ofenden» y la new-ager de «profesar amor incondicional», ha traído a la Humanidad más injusticia y dolor que ninguna otra cosa o idea en la Historia.

Los poderosos y malvados, siempre ejercerán su potestad de castigar, premiar o «compensar», de manera arbitraria y discrecional, a quienes tienen a su alrededor. Mientras tanto, los «mansos», los que viven en el llano, aquellos que no se oponen a la maldad y la injusticia, serán sus cómplices y vivirán sus vidas creyendo que lo hacen en la virtud, cuando sólo hacen gala de su cobardía y sumisión.

En el Paganismo, «amor» y «perdón» siempre son dos valores condicionales, subproductos de otros más básicos. Sólo lícitamente ofrecidos o entregados a quienes realmente lo merecen.

Sociedad y libertad de criterio:

La «liberación» que muchos sistemas de creencias ven en el acto de perdonar, con frecuencia genera sumisión o una dependencia peor, ya que la víctima se despoja de sus sentimientos presuntamente «negativos», pero declina la retribución, la revancha y por tanto inclina la cabeza ante su agresor, autorizándolo a que repita la acción con ella misma y, lo que es peor, con terceros.

La presión social, inhibe el poder de decisión del sujeto. Así como en tantas otras cosas, lo hace también con las culpas y rencores, con la decisión (que debería ser personal) de perdonar o no hacerlo, de ser empáticos o antipáticos. El mandato moral, sesgado, prefigurado y ajeno a la situación real, con frecuencia aliena a la justicia natural, al acto básico de buscar el balance.

No hay que entender a la Justicia como algo relativo a las cortes o los juzgados, a los abogados o cuerpos legales. Tampoco como una entelequia de origen divino o «trascendente». Lo que definimos como Justicia, no es otra cosa que el natural balance entre las energías del entorno.

Observamos a un ser que sufre y decimos que es «injusto», pero no siempre el concepto es aplicable: Algo es «injusto», cuando el desbalance es consecuencia de otro ser y fue provocado adrede.

No existe algo como «una vida justa o injusta». La vida ES, simple y sencillamente… Lo que sí existen, son actos que afectan el equilibrio, ya sea promoviéndolo o perjudicandolo. Los fenómenos obedecen a cadenas causales, no a razones morales. Las interpretaciones morales llegan después de acaecidos estos.

Es así que el pagano pondera el balance, modera sus emociones y las usa como una herramienta para conjurar valores más elevados. El amor es algo maravilloso cuando se da de manera recíproca, el perdón es algo magnánimo cuando promueve la armonía y el equilibrio.

Pero, del mismo modo, el amor es una patología cuando se ofrece o se recibe por obligación, por trauma o de manera unilateral y el perdón es un acto de esclavitud y deshonor, cuando posterga la justicia o la lealtad, que se le debe a quienes contaron con nosotros, a los débiles o a las víctimas de la maldad.

Por todo esto, en el Paganismo no existe la opción de «perdonar y olvidar», sino que es obligación de quien sigue este camino, el buscar siempre la Justicia, cueste lo que cueste, y el estar de parte de quienes sufren, no de quienes han hecho sufrir a otros… Para el pagano, la Justicia viene primero, el perdón (a veces), llegará después.-

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«Desconocer una verdad nos hace esclavos de una mentira…»

— Anónimo,
Proverbio japonés

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