Acabo de leer la entrada «Tradición y Modernidad», y mientras la leía me llegó a la mente un tema que se discute en ciertos círculos en Twitter desde hace tiempo: la apropiación cultural. De acuerdo a las personas que denuncian esto, cuando una persona que no pertenece a un grupo étnico o racial usa elementos decorativos (rastas, kufiyya, tatuajes de henna, etc.) de dicho grupo étnico/racial incurre en apropiación cultural. Generalmente se acusa de esto a personas blancas, cuando por moda usan tales elementos. Sin embargo, muchos sostienen que sigue habiendo apropiación cultural aun cuando la persona, blanca o no, conoce el significado, el simbolismo y la historia de los elementos que usa.
Algunos me acusarían de blanca privilegiada por lo siguiente, pero tengo mis dudas al respecto. No dudo que durante mucho tiempo las rastas, por ejemplo, han sido calificadas negativamente (y aun lo son, en menor medida) por la sociedad en general, quedando relegadas a cierto sector social. Sin embargo, si una persona ajena a ese sector, conociendo su importancia, lo que significa dicho elemento, las usa y las promueve, ¿es algo negativo? ¿Es realmente malo para dicho grupo social que se promueva fuera de él, no solo la parte estética, sino la simbología? ¿O es ese ataque una forma de mantener eso que los hace «especiales» en conjunto, un deseo de no renunciar a aquello que los segrega del resto, que les da un motivo para odiar?
Se que no tiene que ver mucho con el paganismo, pero tenía la necesidad de exponer esta duda, surgida a raíz de su anterior artículo. Espero haberme explicado bien. Y no quedar solo como otra «blanca colonialista». Tengo una curiosidad genuina sobre el tema, y realmente me gustaría entender mejor esto.
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Primero que nada, te diré que creo que la pregunta que haces es muy relevante para los asuntos paganos, aunque no esté directamente relacionada con ellos.
Realmente, el término “apropiación cultural” denota en sí mismo odio racial y/o xenofobia. No existe ninguna razón válida para pretender que el abordaje de una cultura exógena a la persona, tenga que ser considerada como tal.
Comencemos por un par de conceptos elementales:
Los humanos, tenemos dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos y así… tan sólo remontándonos 8 generaciones atrás (no más de entre 180 y 220 años), nos encontramos con que descendemos de 256 personas diferentes… ¿Acaso es sensato pensar que entre ese abultado número de individuos no existió ninguna rama “contaminante” de nuestro supuesto “legado étnico”?
Tal vez los bosquimanos en el sur del África, los inuits en el Círculo Polar Ártico o alguna tribu del Amazonas, puedan estar seguros que aun así, pertenecen a un linaje homogéneo desde miles de años atrás. Pero ciertamente eso no vale para ningún occidental, ningún habitante del mundo árabe, del África negra en general o del Oriente (salvo quizás por alguna población recóndita de la selva de Borneo y las estepas de Siberia).
La ilusión que genera la transmisión patrilineal de los apellidos, nos hace pensar que todas las otras ramificaciones jamás existieron, pero obviamente no es así (y no se necesita ser biólogo o genetista para saberlo, sólo tener un mínimo de sentido común).
En segundo término, comprendo perfectamente que algunas culturas aborígenes americanas (“pueblos originarios”, como se ha puesto de moda llamarlos), se indignen y defiendan sus tradiciones frente a la cooptación y comercialización de las mismas o de sus objetos sagrados e indumentarias.
Esto es así, porque son naciones vivas y que están tratando de permanecer en ese estado, luego de haber sido expoliadas, esclavizadas y sojuzgadas por etnias y religiones que les eran ajenas. Algo que, en muchos casos, todavía sigue ocurriendo.
Dicho esto, y dado que casi nunca existe continuidad alguna respecto de las culturas y civilizaciones que originaron los símbolos, mitos; la indumentaria, peinados y otras cosas que se suelen abordar “por fuera” de estas, no veo razón para hablar de “apropiación cultural”.
Hay que entender, que cualquiera de nosotros tenemos tanto que ver con los antiguos egipcios, con los atenienses, con los babilonios o proto-germanos (por ejemplo), como lo tienen los que actualmente viven en las regiones donde esos pueblos se desarrollaron.
Hace unos años, en una de las redes sociales, recibí un mensaje (en inglés) de un egipcio musulmán, que me preguntaba: “¿Por qué estaba interesado en su país?” y “¿Qué tenía que ver con el mismo?” (Cabe aclarar que soy kemita, o sea, pagano reconstruccionista egipcio).
La verdad es que no le respondí. Más que nada para no tener que aclararle lo que sigue: ¿Quién tiene más “conexión” con el Antiguo Egipto? ¿Un egiptólogo que dedicó su vida a estudiar la historia y las creencias de esa civilización o un habitante de la misma tierra donde aquella se dio, pero que practica otras costumbres, otra religión y que no conoce nada en absoluto de ese majestuoso pasado? Para mí, la respuesta es evidente…
El legado cultural de los pueblos ya desaparecidos, son patrimonio de TODA la Humanidad. Quien pretenda otra cosa, no entiende nada de genética y sí mucho de racismo y de odios viscerales.
A mi entender, esto vale también para los objetos, los edificios y el arte… Los mármoles del Partenón, las pirámides de Giza o los objetos culturales de los mayas, incas o anazasis, son propiedad de nuestra especie toda, no de los que ahora habitan donde aquellos otrora vivieron…
Luego tenemos los casos de cosas que se divulgan y popularizan (como por ejemplo las rastas), “por fuera” de su entorno de origen, siendo que dicho entorno es una cultura o subcultura viva y floreciente…
No conozco a ningún verdadero rastafari que sea racista o xenófobo y que vaya a enojarse por ver rastas en una persona “blanca”. Pero sí hay muchos afroamericanos racistas, que usan a las mismas como “insignias” de su prejuicio.
Pasa otro tanto con las culturas nórdicas: Ningún verdadero seguidor de los Asir, pretenderá que hay que tener una determinada raza o color de piel para usar un Mjöllnir o un Valknut, pero sí existen multitud de miserables nazis que se escudan entre las filas de los paganos sinceros y fieles a los dioses del norte, para llevar agua a su molino (puramente nacionalista, racista o simplemente “hater”, por resentimientos sociales).
También he visto eso en el Kemetismo… Una vergüenza para mi propia tradición: Hay movimientos nacionalistas en los países donde alguna vez estuvieron las naciones de Kush (Alta Nubia) y Punt y que hoy conforman el Sudán, Etiopia y Somalia (territorios que nunca formaron parte del Antiguo Egipto en sí mismo, salvo como reinos vasallos), que pretenden ser los únicos dueños y portadores de la tradición de los netjeru (dioses). Esa gente, tiene tanto que ver con Egipto como cualquier español o latinoamericano que lea este artículo…
Un último ejemplo que pondré es el de los mexicas nacionalistas, que pretenden inventar un pasado que jamás existió para Mesoamérica, aduciendo que son herederos directos y únicos de la cúspide de la cultura de la región y queriendo “volver” a un estadio que ni siquiera conocen en profundidad (y ciertamente mucho menos que cualquier arqueólogo o antropólogo especialista en tema).
Podría seguir, pero creo que estos casos bastan para exponer el punto…
Nadie es dueño de la cultura. La cultura es patrimonio de la Humanidad. Si queremos conservar una tradición, nada hay mejor para ello que difundirla y ser abiertos al respecto de que otros la aborden.
Gustav Mahler solía decir que “la tradición consiste en la transmisión del fuego, no en la adoración de las cenizas”. Es una pena, que muchos no lo entiendan (o que lo ignoren a sabiendas, para poder profesar sus odios y resentimientos).
Tampoco es válido atacar o descalificar la transculturación: Por ejemplo, yo llevo un ankh al cuello desde mi adolescencia. Para mí, es símbolo de la Vida y de mi conexión con los dioses egipcios. Sin embargo, en la subcultura vampírica, se usa también.
Muchos podrán decir que eso es una bastardización del símbolo, pero yo lo veo como una transposición natural, ya que para ellos significa lo mismo: Vida Eterna.
Resumiendo, la comercialización o la “imitación” trivial de algo que otros consideran sagrado, puede ser ofensivo para quienes fueron sus dueños por siglos o milenios. Pero no veo sentido alguno en las ofensas, los reproches, descalificaciones o el odio que emana de quienes ven que sus símbolos y tradiciones son utilizados con respeto y sentido, por personas de otras etnias u orígenes. De hecho, deberían estar felices, porque de ese modo perdurarán para siempre.
La “apropiación cultural” no existe, porque la cultura nos pertenece a todos y, a su vez, nadie es dueño de ella. Si algún aspecto de la misma, no nos fue enseñado desde la infancia, porque nacimos en una zona distinta del mundo o nos diferenciamos por unos pocos genes, respecto de quienes inventaron a particular tradición, es perfectamente legítimo aprenderla y usarla cuando tengamos la posibilidad.
En el terreno de lo cultural, todo suma, nada resta… Lo único que resta es el olvido, la extinción y el ostracismo autoimpuesto, que condenará irremediablemente a las tradiciones de los racistas y “haters” a la nada y el olvido, ya que no se “transmitirá la llama”.-