Esta es una pregunta que me he hecho a mí mismo, desde que era adolescente… En aquellos tiempos, yo también pasé por una de esas desafortunadas etapas «new-ages», antes de madurar en el sendero que hemos elegido, como paganos que somos.
Claro, eso ocurrió cuando tenía 16 años y, poco después, terminé por conocer la respuesta… Ahora, sólo planteo el interrogante de manera retórica, para motivarlos a pensar en el asunto que quiero tratar en el presente artículo.
Como decía Carl Sagan, la Humanidad, pese al maravilloso avance que, hasta el momento, a tenido la Ciencia y la Tecnología (que entre otras cosas permiten que ahora mismo ustedes estén leyendo este post, sin importar el país donde se encuentren), corre el riesgo de caer en otro período de oscurantismo, que podría ser tan horrendo y profundo como el inmediatamente posterior a la caída de Roma o el de los tiempos de la Inquisición Española.
Esto es así, porque las masas menos educadas o impregnadas de ideologismos, transmitidos por los medios o generados por sus prejuicios sociales, ven a la Ciencia como una parte más del tal mentado «sistema» al que pretenden destruir o cambiar. La mayoría no entiende, que la Ciencia y el progreso son los únicos caminos para terminar con la pobreza, la iniquidad y las miserias humanas.
Por esta razón, los más inclinados a lo «político» o lo «social», fomentan las teorías de las conspiraciones y los odios xenófobos o clasistas. Pero hay otro sector de la sociedad, cuantitativamente importante, que no apunta a ello, sino a supuestos «valores espirituales». Esto, en sí mismo, no tiene nada de malo, sino que incluso, podría ser positivo, si no fuera porque esos valores son falsos. Falaces, como todo concepto o postulado que esté reñido con el real conocimiento de las cosas, que sólo el verdadero método científico puede brindar a la Humanidad.
Es así que, tras cada ciencia, existe una pseudociencia asechando, buscando cooptarla, nulificarla. La física tiene a la parapsicología, la astronomía a la astrología, la química a la alquimia, la medicina (alopática, vale decir, la real) a la homeopatía, la acupuntura, etc… Y así, podríamos seguir con cada disciplina del conocimiento y sus contrapartes oscurantistas.
Las personas, necesitan creer y esperar «algo mejor» y sus subconscientes las empujan a buscar estos horizontes en lo que otros ofrecen y no en base a sus propios logros. Entre los prejuicios y atavismos antes citados y ese deseo de «soluciones mágicas» para sus problemas, enfermedades y traumas, es de donde surge la New-Age y su enorme poder de captación.
En los últimos tiempos, han aparecido innumerables charlatanes y farsantes que ofrecen productos, «medicinas alternativas» y soluciones que la más elemental lógica o el sentido común, harían rechazar de manera inmediata. El éxito de tales propuestas, evidencia lo mucho que a la Humanidad le queda por madurar.
Hoy por hoy, pueden verse infinidad de gurúes de la «medicina natural», convenciendo a las personas para que beban agua de mar (la cual afecta el hígado, deshidrata, puede tener microorganismos peligrosos y además contiene elementos químicos dañinos para el organismo humano); agua oxigenada (sí, la misma que se usa en el proceso de teñido del cabello o para desinfectar heridas, técnicamente conocida como «peróxido de hidrógeno« o H2O2); cantidades de bicarbonato de sodio (sin un propósito definido); zumo de limón en ayunas (al cual, pese a su pH de 2.3, lo consideran «alcalinizante» -el jugo gástrico del estómago, que posee un alto contenido de ácido clorhídrico, tiene un pH de 1.0 y el valor neutro, es 7.0, considerándose alcalina a toda substancia que esté por encima de ese valor) y muchos otros dislates semejantes…
A lo anterior, habría que agregar el consumo de infusiones herbarias, no recetadas por un médico competente, bajo la presunción de que por ser algo «natural» no puede intoxicar al organismo; así como la ingesta de una cantidad de alimentos exóticos y dudosos, en cuanto a sus propiedades nutricionales y sanitarias.
He llegado a escuchar, a desquiciados que aconsejan no lavar los vegetales, porque (según ellos) la «tierra» posee nutrientes «valiosos» para nuestra salud, sin recordar que esos vegetales pudieron estar en contacto con defecaciones de animales que pueden poseer peligrosos parásitos alojados en sus intestinos; con productos tóxicos, larvas de insectos, etc…
Recuérdese que los virus y bacterias, también son naturales y no por eso benéficos para nuestro organismo.
Está claro que detrás de muchos de estos casos, hay personas corruptas, que usan la credulidad de quienes son ingenuos, para llenar sus bolsillos. Pero esto no explica al fenómeno en su raíz, sino que es sólo una variable más de la ecuación. Sí todo el problema fuera la obra de charlatanes y estafadores, no sería preocupante. Lo realmente alarmante, es la facilidad con que la sociedad abandona los métodos científicos de nutrición y la medicina ortodoxa y los cambia por toda esta colección de ridiculeces.
No hay que olvidarse de referir, a algunas de las «terapias alternativas» verdaderamente invasivas y hasta peligrosas, como la «colónica» (eufemismo para aludir a una demencial serie de enemas semanales, que pueden destruir la flora intestinal o producir lesiones internas), la ingestión de infusiones o zumos de hongos (generalmente, producto de la descomposición de otros organismos, como el de Kombucha –«Medusomyces gisevi»– u hongo manchuriano, por ejemplo), de licuados con ingredientes que no son alimentos y cosas parecidas… Todo esto, con el supuesto propósito de «depurar» el organismo.
La mayoría de las personas parecen no conocer que, el cuerpo humano, si recibe una alimentación balanceada, la cantidad de agua suficiente para hidratarse y una razonable higiene y ejercitación física, es capaz de depurarse a sí mismo, sin necesidad de agregar «cosas raras» a la rutina diaria de la subsistencia.
¿Acaso no se entiende, que nuestra especie vivió durante decenas de miles de años sin la necesidad de todas esas estupideces? (Que en el mejor de los casos son inocuas y una pérdida de tiempo y dinero; pero en el peor, pueden ser dañinas para la salud y hasta mortales).
Una práctica extrema que, según uno podría pensar, parece el producto de alguna secta de lunáticos, perteneciente a algún rincón perdido del mundo, pero que sin embargo ya se cobró varias vidas de personas modernas, occidentales y residentes en poblaciones urbanas, es la de «vivir sin comer», o sea «alimentarse» de prana (nombre sánscrito para la «energía vital») o bien de la «luz solar» (como si los humanos fuéramos vegetales y pudiéramos llevar a cabo fotosíntesis). ¡Aunque cueste imaginarlo, hay personas con educación universitaria que creen y practican esto!
En realidad, el «matarse» tratando de lograr una vida más prolongada, plena y «elevada» o incluso en pos de perseguir una ilusoria inmortalidad, no es una «locura» moderna. El primer emperador de China, Qin Shi Huang Di (h. 260 a 210 a.C.), murió envenenado por el consumo de mercurio, oro, jade en polvo y otras sustancias, con las cuales pretendía prolongar su vida. Lo mismo le ocurría a los alquimistas del medioevo, que se intoxicaban con los vapores de sus crisoles o se envenenaban a sí mismos con sus pociones.
Otra cosa que hay que entender, es que un alimento no es bueno sólo por ser «orgánico». Conozco granjas «orgánicas» de mi país (la Argentina) que riegan a sus cultivos con aguas cloacales, por lo que el ínfimo factor de contaminación corporal que presupone la ingesta de vegetales fumigados con herbicidas (que se pretende evitar, al optar por alimentos cultivados «naturalmente»), es reemplazado por la, muy alta, posibilidad de contraer una infección por Escherichia Coli o salmonelosis (o cosas todavía peores).
También es preciso comprender que una infusión herbal puede ser agradable y saludable de vez en cuando, pero si se las consume en exceso, bajo la premisa de que por ser una «planta» (o sea algo «natural») y no provenir de la industria farmacéutica, ya es buena per se, podemos enfermarnos gravemente. Hay que tener en cuenta que las plantas medicinales poseen uno o más componentes activos y que si se los ingiere sin control, pueden intoxicar a nuestro organismo.
Cuando un medicamento es creado o descubierto, casi siempre proviene del mundo natural, mayormente de los vegetales. Sin embargo, los investigadores aíslan las sustancias químicas activas en ellos y las sintetizan. Con esto, se garantiza varias cosas que la ingestión directa de las hierbas no puede controlar: Primero que nada, una píldora con ese principio activo, posee sólo eso y algunas otras sustancias que sirven de excipiente y conservadoras del mismo. Por tanto, los profesionales de la medicina, pueden dosificar con absoluta precisión, la cantidad de la droga o componente que desean suministrar al paciente. Esto no ocurre con el consumo de vegetales, porque es casi imposible una dosificación perfecta.
Además, y quizás esto sea lo más importante: Casi cualquier hierba, posee decenas de sustancias químicas, no sólo la que interesa para utilizar como medicina en relación con una patología dada. Por tanto, al consumir éstas, la persona está incorporando cantidad de cosas a su organismo, sin control alguno. La más de las veces, esto no produce problemas serios, pero si el consumo se hace frecuente y en cantidades notables, pueden sobrevenir trastornos graves en la salud.
En realidad, es otra cuestión de sentido común: ¿Por qué se piensa que la ciencia médica, que ya tiene al menos 2000 años de experiencia acumulada, va a conocer menos que un improvisado que leyó algún dudoso catálogo herbolario o sencillamente aprendió algún truco rural, viendo preparar infusiones a su abuela?
Pero hay todavía cosas peores, algunas de las cuales deberían ser objeto de penalización jurídica…
Ciertos «gurúes» de la New Age, desde hace unos años a esta parte, están aconsejando a los padres de niños pequeños que ¡no vacunen a sus hijos! Según arguyen, las vacunas afectan o disminuyen sus sistemas de defensas naturales… Para mí esto es rayano en lo criminal y los padres que prestan oídos a estos delincuentes deberían ser penalizados también… Pero dejando la consideración moral de lado: ¿Acaso antes de inventarse las vacunas, los niños vivían más sanos, fuertes y felices? ¿No basta con estudiar las estadísticas de mortandad infantil, por diversas enfermedades virales, para entender que las «odiadas» vacunas han salvado millones de vidas y han evitado graves secuelas físicas y mentales a otras tantas?
¿Es que el fanatismo por la espiritualidad light o la locura «conspiranoica» (contra el «sistema», las multinacionales y las grandes potencias), pueden cegar las mentes hasta tal punto?
Pero, y ahora llegamos a la cuestión de fondo, la que ha dado el título a este artículo: ¿Dónde están los superhumanos? Sí… ¿Dónde están? … ¿A cuáles me refiero? Se preguntarán ustedes… Pues muy sencillo: Las prácticas de la New Age; las «terapias alternativas», «depuraciones» y demás, ya llevan casi 60 años entre nosotros (pues comenzaron hacia 1965, o quizás antes). Entonces, ¿Dónde están los superhumanos resultantes de tantas «depuraciones», de miles de horas de «meditación», terapias herbolarias; alimentaciones macrobióticas, zen, «galácticas» o del tipo que fuere; de la abstinencia de vacunas; de la ingesta de «cosas raras» que no son alimentos, pero que algún alquimista de hace 1000 años o un gurú de hace algunas décadas, aconsejaba con denuedo?
¿Por qué todos estos locos de atar, viven la misma cantidad de años que las personas normales? ¿Por qué también se enferman de cáncer, mueren de infartos o accidentes cerebro vasculares? ¿Por qué no tienen más resistencia a las enfermedades o mayor fuerza física e inteligencia? ¿Por qué se resfrían o se les infectan las heridas (al igual que a todos nosotros, los mortales «no depurados»)? ¿Por qué no han aumentado su capacidad sensorial o sus dotes psicomotrices?
Es más, ¿Por qué la mayoría de ellos parecen tener físicos similares a «cáscaras de huevo», que se rompen o dañan ante el primer percance? La explicación, risible, que ellos dan, es que al tener el «organismo depurado», las toxinas, bacterias y desbalances alimenticios, los dañan más fácilmente (en comparación con quienes llevan a cabo vidas «no depuradas» -léase: normales), del mismo modo que se nota más una mancha negra en una tela limpia que en una sucia.
Ahora, digo yo: Si no hay tales seres superdotados… Si tantas prácticas bizarras, anti-científicas y desaconsejables por parte de la medicina seria y formal, NO PRODUCEN a estos «superhumanos», si la salud de los «adeptos» a la New Age no es mayor (sino por lo general mucho más débil) que la de las personas que mantienen una vida sana pero normal (o sea, quienes simplemente optan por dietas balanceadas, ejercicio físico, buen descanso, etc.), ¿para qué demonios habríamos de practicar tales cosas? Es más, cabe preguntarse: ¿Qué inspira a estos individuos a llevar a cabo todo el asunto y a esforzarse fanáticamente en ello?
La respuesta nos lleva al comienzo del artículo: Es una simple postura dogmática… Como la de aquellos que odian lo que se produce en un país «enemigo» y por tanto no lo consumen, aunque por tal abstinencia perjudiquen su calidad de vida, su salud y su longevidad.
Desde luego, todo esto es parte de la libertad de cada quien. Nadie pretende quitarles a estos «iluminados», la posibilidad de llevar a cabo tales prácticas, ni siquiera es lícito limitar el accionar de los gurúes y farsantes que inventan todos estos dislates (excepto cuando se pone en riesgo la vida de menores de edad o de seres inocentes). Después de todo, cada quien debe seguir su camino y optar libremente por lo que su destino le ofrezca como alternativas para vivir.
De lo que se trata esta suerte de denuncia, este llamado a la cordura, es de vivir con lógica, con sentido común, con practicidad y buscar el «estado de bienestar» de una manera lúcida, acorde con lo que las disciplinas del conocimiento real de las cosas (la Ciencia y la verdadera Filosofía), nos muestran como viables y no perdernos en tanta bobada, en tanto divague místico y «luminoso», que sólo llena nuestra alienación y sólo vacía nuestros bolsillos.
Algunos me podrán decir: «¡Son los factores de poder, quienes quieren hacernos creer que nada de eso sirve…! ¡Son las multinacionales productoras de alimentos, las farmacéuticas; los gobiernos de USA y afines, quienes ocultan la verdad!». Pues, ¿saben qué? Yo prestaría oídos a tales afirmaciones, aunque fuera de manera efímera, si realmente existieran esos «superhumanos» de los que hablo… Pero no los hay… ¡No existen! Si existieran, algunos ya deberían tener entre 40 y 50 años y hacerse notar en la sociedad. Otros, que comenzaron tales prácticas cuando todavía eran jóvenes, hace décadas, ahora deberían poseer una salud de hierro, promediando sus 80 o 90… Pero nadie los encuentra… No se ven casos así, en ningún país. Los estudios médicos imparciales, no observan ninguna diferencia apreciable, ninguna cosa que pudiera alertarnos sobre las bondades de dichas costumbres…
Nada mejor que lo anterior, a la par del estudio objetivo del conocimiento científico disponible en la actualidad, para demostrar que todas esas prácticas bizarras no conducen a nada…
Nada mejor, para descalificar a la New Age y sus patrañas, que preguntarse (y preguntar a los promotores de todas esas ideas falsarias): «Y los superhumanos, ¿dónde están?».
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Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»