– Guau, si tan solo la mitad de lo que escribe fuera cierto, estaría contenga -murmuró Silvana dejando las cartas sobre la mesa, cuidadosamente.
– ¡Qué romántico ni qué ocho cuartos! Toda paraguaya quiere a su europeito propio. ¿Qué esperas? ¿Por qué no procedes? -increpó Lucía.
Marta recogió una a una las cartas, las acomodó y guardó en una carpeta.
– Porque no lo conozco.
– ¿Para qué? Dice que podría venir -interrumpió Silvana con su mirada romántica.
– Que te pagaría el pasaje también dijo… Sin pedir nada a cambio. ¿Qué esperas tontita?
– Podría ser alguien de la realeza, que está muy solo.
– ¿Solo? Ufff… reciclado dirás. ¿No viste su trágica historia? -Lucía echó una de sus miradas infartantes a un muchacho que acaba de entrar al restaurante.
– Yo no sé…
– Basta -volvió a mirar de reojo- No me vengas con tus ridiculeces ni tus sueños o esperanzas. La verdad es que nos estamos poniendo viejas. Bueno, yo no, ya me casé, me divorcié… «mi honor está limpio»… Pero vos seguis soltera y estás llegando a los treinta y cinco, hace cinco años ya pasaste la fecha roja.
– ¡Eso es cierto!… Cada vez que recuerdo que tengo treinta y dos, no dejo de agradecer que dentro de poco será mi boda.
– Es una locura. No lo conozco.
– Pues conoscánse -en se momento el mozo trajo una botella de champagne que enviaba de regalo el muchacho que había entrado poco antes. Lucía agradeció y escribió en un papelito su número- ¿Ves? Así se hace, rápido.
– Podría tener cualquier enfermedad, o ser un obsesivo, o ser muy feo, o qué se yo cuántas cosas.
– Pero está muy bien en la foto. Y se nota que tiene plata, por eso te escribió todo eso.
– Marta, deberías probar, tal vez es el amor de tu vida.
– Si… -miró los papeles- las frases son perfectas, demasiado para mi gusto…. Además, me las hubiera gustado oír en otro lado.
– Esto es real -dijo Lucía tocando los papeles.
Marta los miró con cierto desgano.
– ¿Y cómo van los preparativos para tu boda?
– Bien, ya era hora de hablar del tema, porque tan sólo faltan cuatro meses…
Y mientras Silvana hablaba y hablaba, sacando cada tanto imágenes de las vajillas y manteles, la mente de Marta no dejaba de dar vueltas «Y si…», «Y si…».
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Esa noche durmió con el aroma a jazmín en su almohada, hasta que alguien la despertó al sentarse a su lado.
– Ya es hora. ¡Levántate! -susurró.
– No… es de noche -murmuró mientras se tapaba hasta la coronilla.
– Tienes que responder a estas cartas. Hay que ir cerrando los pendientes para empezar algo nuevo.
Ella se destapó lentamente y vio una imagen que le era familiar.
– ¿Por qué tanto apuro?
– Porque no puedes vivir tanto tiempo con dudas.
– ¿Y si me equivoco?
– ¿Qué quieres hacer realmente?
– Alcanzar mi sueño, pero con la persona indicada.
– ¿Cómo vas a saber si es la persona correcta si no tratas de conocerlo más a fondo?
– ¿Es necesario viajar?
– ¿Lo conocerías realmente de otra manera?
Marta pensó por un instante en todas las veces que había soñado con conocer la tierra de sus ancestros y las oportunidades que ofrecía un encuentro cara a cara.
– ¿Pero y si me desvío de mi camino?
– Si realmente es tu camino, nunca habrás salido verdaderamente de él y Carlos te comprenderá.
– Yo no hablé de él -dijo sobresaltada.
– No hace falta. Ahora duerme… mañana será un día largo.
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Dos semanas después , a la mañana bien temprano amanecía Marta en Madrid.
Los primeros cuatro días enviaba mails y fotos diariamente, luego la comunicación se fue espaciando cada vez más hasta que al cabo de tres semanas regresó a su ciudad.
En el aeropuerto la esperaban sus dos amigas, quienes habían pedido a su familia el honor de buscarla para traer la «buena nueva». Se vieron, se gritaron, saltaron y se abrazaron como si hubieran pasado años.
Durante el almuerzo les contó todo lo bueno que tuvo el viaje, el viñedo donde se hospedó, los innumerables museos y parques que conoció, los restaurantes y las comidas (desde las más finas a las callejeras), y por supuesto mostró todas esas fotos… todo lo que se podía decir.
– Hija, veo que fue maravilloso. Estoy realmente feliz por ti… pero hasta ahora no nos cuentas lo que queremos saber.
Marta abrió su cartera y sacó una cajita negra de terciopelo.
– ¡AYYYY! -gritó Silvana- ¿te casas con un español? Vas a tener el pasaporte europeo. ¡Qué maravilla!
Ella lo abrió y les mostró el anillo con un pequeño diamante; a su mamá le faltaba rostro para sonreír y Lucía asentía satisfecha.
– La verdad es que lo rechacé -cerró la caja con un golpe seco y el ambiente se volvió en un instante denso como la noche más obscura.
– ¿Qué? -gritaron al unísono.
– Dijiste que era maravilloso, muy gentil, muy atento -increpó Silvana.
– ¡Tiene un viñedo y es europeo! Y se nota que tiene plata -continúo Lucía.
– ¿Qué van a decir tus tías? -se preocupaba su mamá caminando de un extremo al otro.
– Tienen razón, era muy perfecto… pero no era lo que busco… me cansé de escucharlo hablar de sí mismo y lo feliz que era desde que me conoció. No quiero a alguien que su felicidad dependa de mi.
La verdad Lucía, que se nota que está bien económicamente y que la crisis no lo golpeó. El anillo no me lo esperaba y se lo devolví, pero él quiso que me lo quedara y decidí que tal vez fuera lo mejor. Si llego a tener un hijo, se lo puede dar a su prometida.
Y mamá, no me importa lo que digan los parientes, vecinos o amigos, me interesa más mi felicidad.
Las tres quedaron mudas por un tiempo que pareció infinito; y cuando iban a increparle, se retiró de la mesa.
– Ahora voy a descansar.
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A la mañana siguiente, Marta estaba merendando en el café de Carlos.
– Vi algunas de las fotos del viaje. Se nota que estuvo bueno.
– Sí.
– ¿Y después?
– España es bellísima. Un sueño.
– ¿Y qué pazó con el español?
Ella lo miró cansada.
– Me dolían los oídos de tanto escucharle hablar de sí mismo… Buen tipo, muy apasionado, pero en definitiva, no es para mi. Debo tener algo raro en mi chip no?. Todos esperaban que yo viniera casada, comprometida o algo así.
– Yo nunca te dije.
– Pero lo insinuaste.
– No, te insistí a que siguieras tus sueños, que conozcas algo que te gusta y que te saques una duda de encima.
– Listo. ¿Y ahora qué?
– Ahora creo que ya podemos comenzar a construir algo.
Sin tanta pompa ni alcurnia, sin boda civil ni religiosa, un tiempo después decidieron vivir juntos y treinta años más tarde su hijo le regalaba a su prometida un hermoso anillo de diamantes.-
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Rebeca Medina Tumino
Enero, 2014
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Nadie nos prometió un jardín de rosas
, sin embargo depende de cada uno de nosotros plantarlas en nuestro jardín.
No me importa la religión, política o cualquier tipo de distinción que pueda separar a las personas, me gustan los puntos en común que logran unirlas; el esfuerzo por hacer de esta Tierra, nuestro planeta, y preservarlo. Admiro a la gente humana, aquella que se equivoca y acierta, porque es la que aún con miedos, logra aprender de sus errores y seguir en el camino.