Algo curioso, que he verificado con cierta frecuencia, a partir de declaraciones de algunos paganos (y que ha dado lugar a la redacción de este artículo) es que, según parece, muchos de entre nuestras filas odian al dios abrahámico… y algo todavía más extraño, «lo culpan» por las atrocidades, pasadas y presentes, llevadas a cabo por judíos, cristianos y musulmanes.
A mi juicio, no puede existir algo más ridículo: Los paganos no creemos en la existencia del dios de la Biblia o del Corán, no aceptamos la realidad del dios de Moisés, Cristo y Muhammad. No lo hacemos, por la sencilla razón de que creer en él, implicaría descartar a toda otra deidad y, lo que todavía es más importante, a la Naturaleza como lo sagrado, como la fuente y el origen de todo lo real (más allá de la cual, nada existe).
Debe comprenderse que, el monoteísmo, no sólo es la creencia en un dios único (si fuera sólo eso, se hablaría de “monolatría”), también es el acto manifiesto de negar la posibilidad de que exista toda otra entidad divina. La concepción monoteísta se caracteriza por la excluyencia de otros dioses, no sólo por la unicidad del propio culto.
La primera declaración monoteísta (abrahámica), es llamada por los judíos «Shemá Israel« (por las dos palabras con que comienza en su lengua de origen). La misma constituye una plegaria, pero también una suerte de «credo», donde se deja en claro la unicidad y excluyencia de su dios. La misma dice:
שמע ישראל, יהוה אלוינו, יהוה אחד
«Shemá Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad.»
«Escucha oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es.»
(Deuteronomio, 6:4).
Unos 800 años después, surgiría el Credo Niceno (concebido durante el Concilio de Nicea, en el 325 d.C. y ampliado y canonizado en el de Constantinopla, durante el 381), llegando a ser la base de la estructura dogmática del Cristianismo… Aquello de:
Πιστεύω είς ενα Θεόν, Πατέρα, παντοκράτορα, ποιητήν ουρανού καί γής, ορατών τε πάντων καί αοράτων.
“Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles…”.
Más tarde, al comenzar el yugo del Islam, hacia el 613 d.C., Muhammad proclamo la “Shahada”, la declaración que todo musulmán debe hacer pública, en momentos de convertirse a su fe y que es el primero de los “Cinco Pilares” de esa religión:
لا إله إلا الله محمد رسول الله
«Lā ‘ilāha ‘illā-llāhu Muhammadun rasūlu-llāh.»
«No hay más dios que Alláh y Muhammad es su apóstol».
Convirtiéndose ésta, en la forma más intransigente e intolerante del monoteísmo.
Siendo lo anterior, algo que no está sujeto a debate, es absurdo creer en ese dios como uno más, igualándolo a cualquiera de los que concebimos en nuestros panteones paganos.
No obstante, es necesario precisar que no estoy criticando el eventual odio hacia las religiones hegemónicas. Siendo que el Cristianismo y el Islam (como cualquier otra religión) no son condiciones innatas del individuo, sino elementos que se adquieren a lo largo de la vida y considerando que, además, han sido dos de los más importantes factores de violencia, destrucción, ignorancia y fanatismo enfrentados por toda la Humanidad a lo largo de los últimos 2000 años, siempre he reclamado el derecho de sentir antagonismo hacia tales creencias.
Como he dicho muchas veces, las ideas (o las creencias) no merecen respeto. Sólo las personas (y demás seres vivos) tienen el derecho de recibir tal don… Las ideas son cosas, no tienen vida propia, y por tanto puedes ser cuestionadas y combatidas, si se las consideran erróneas.
Pero, sin perjuicio de lo anterior, no veo razón alguna para odiar a quienes profesan tales creencias, a menos que se trate de personas que, llevando a la práctica a sus dogmas, atenten contra nuestros derechos, contra nuestra libertad o seguridad.
Aun más, llegar al extremo de odiar a un ser imaginario (pues, como dije, aceptar la existencia del dios abrahámico es equivalente, en un nivel teológico, a rechazar a todos los panteones paganos), me parece demencial.
Profundizando, puede observarse que, en el odio a esta entidad, se manifiesta algo más: Una cierta carga psicológica. Esto queda expuesto con mayor claridad al recordar lo segundo que dije más arriba: La noción de culparlo por los crímenes cometidos en su nombre. Me parece que, quienes así proceden, en realidad son reaccionarios a las tradiciones abrahámicas, pero no verdaderos paganos (parecen ser personas que, tras su denominación pagana, ocultan sus mismos viejos traumas monoteístas).
Nada es más fútil que odiar a algo que no posee existencia.
Como pagano, no creo en Yãhwêh ni en Elohim, Adonay o Hashem; no creo en «Dios Padre», en Cristo ni en el «Espíritu Santo»; no creo en Alláh ni en ninguna otra figura unívoca, trascendente y extra-cósmica.
Así mismo, quiero suponer que la mayoría de los paganos comparten esta postura, aunque no me resulta tan evidente o seguro, que esta «no creencia» sea algo cabalmente asumido y llevado a la práctica en todo ámbito de la vida diaria.
Un pagano no cree en dioses trascendentes (no sería congruente con su teología basada en la Tierra), sólo diviniza a las fuerzas de la Naturaleza, a valores humanos fundamentales o a elementos más sutiles, pero cuya existencia es irrefutable. A un pagano, se le puede cuestionar la razón por la cual profesa su adoración por el Sol, la Luna, el Mar o las Montañas; por la Verdad, la Justicia, la Guerra o la Paz, pero no la existencia de estas fuerzas, elementos o valores, ya que resultan algo evidente.
Es así que la diferencia entre la πίστη (pisti) o «fe» de los abrahámicos y la γνώση (gnosi) o conocimiento de los paganos es algo abismal. Los paganos no somos personas de fe, rendimos culto a la Madre Naturaleza, porque está allí, porque la vemos y sentimos de manera directa.
Por lo anterior, no es posible culpar al dios abrahámico, en tanto que es un ser imaginario (adolece de realidad ontológica), de ningún evento del pasado, ni odiarlo o antagonizar con él (al menos no, desde la lógica y cosmovisión pagana). Sería equivalente a hacer lo propio con un personaje literario o cinematográfico…
Cuando alguien lee o ve ficción, puede sentir odio o aprecio, durante el tiempo que dure la experiencia, por los personajes o las situaciones presentadas en la misma, pero pasado el episodio, se olvidará de ello y las emociones pasarán a ser sólo recuerdos anodinos en el bagaje de su cultura personal.
Para dejar el punto pristinamente claro: Se puede repudiar la violencia presente en “Macbet”, como reflejo del rechazo que se siente por la misma en la vida real, pero ninguna persona razonable terminará odiando al teatro, a William Shakespeare, al actor que interpreta el personaje o a la lengua inglesa, por tal razón. Tampoco sería legítimo, el odiar a estas cosas porque un loco las tome como realidad y las quiera imitar, cometiendo crímenes en post de ello (como en los casos de psicópatas que cometen crímenes basándose en tramas de ficción).
Es así que en este asunto, el dios abrahámico no es sino el personaje de una ficción que, por desgracia, motivó enésimos crímenes y miserias, pero que no puede ser visto como el causante de las mismas, ya que no tiene existencia real.
Los únicos responsables por los crímenes que, eventualmente, cometen los miembros de una religión, en el nombre de su dios, son ellos mismos y no los personajes míticos en que estos creen.
Es necesario entender lo anterior en su verdadera magnitud: Existen ideas y creencias nocivas, pero las mismas, al igual que las constructivas y progresistas, siempre nacen de las mentes humanas.
Jamás ha existido revelación alguna. Todo lo que la Humanidad ha creído o concebido, alguna vez surgió de la mente de uno (o de varios) de los miembros de nuestra especie.
Debe entenderse que, nadie puede aspirar a ser un verdadero pagano, hasta que logre un estado de total descreimiento de todo lo relacionado con los dogmas, la teología y los valores morales hegemónicos (del cristianismo, el islam y el judaísmo; del teísmo en general). Esto también vale para la creencia en ese «Dios» y los sentimientos que tal personaje nos pueda despertar.
La madurez en el camino pagano, se adquiere cuando Alláh, Yãhwêh o Cristo, llegan a ser nombres que no despiertan en nosotros nada diferente a lo que podría motivar cualquier otro (ficticio), surgido de una novela, un filme o programa de televisión.
Se debe soltar la mochila del Shemá, del Credo Niceno y de la Shahada, si se quiere progresar en este sendero. No es lógico echar la culpa a un ser mitológico por las atrocidades llevadas a cabo en su nombre, sino que se debe culpar y tomar distancia de las personas e ideas que inspiraron esos trágicos eventos. Son los seres humanos, reales, existentes y conscientes, que cometieron esos actos, quienes deben ser condenados y execrados de la sociedad.
Si así no se procede, teniéndose o no consciencia del caso, se estará generando dos efectos desafortunados: En primer lugar, asumir que ese dios «único y verdadero» tiene alguna probabilidad de ser o de existir; pero, además, se exculparía a los verdaderos criminales, del presente y del pasado, convirtiéndolos en simples actores o incluso en víctimas, de ese “Dios” inexistente.
Si bien es lícito inferir que la idea del dios abrahámico, su noción o concepto, ha sido la fuente de todo el daño citado, de nuevo debe recordarse que las ideas no tienen vida propia, las mismas sólo pueden ser beneficiosas o dañinas cuando alguien las lleva a la práctica. En sí mismas, todas las ideas y creencias, sin importar lo fantasiosas o extrañas que puedan ser, son anodinas, carentes de todo efecto (sea positivo o negativo). Únicamente cuando alguien las convierte en acciones y hechos, es que se vuelven letales. Es así que, las únicas entidades capaces de cometer crímenes, son los seres reales y conscientes (nunca los mitológicos).
En síntesis, la excelencia y la coherencia en el paganismo, no se logra por incrementar el odio a la entidad imaginaria que nos fue «inoculada» en tiempos de nuestra niñez. Muy por el contrario, se obtiene al emanciparse completamente de ese mito, de sus dogmas y de los valores morales resultantes.
En el camino pagano, «Dios» no juega ningún papel, ni siquiera como enemigo o antagonista. La herencia que buscamos rescatar es mucho más importante que el mero y mezquino acto de odiar a un ser imaginado por beduinos sin cultura, quienes vivieron en desiertos sin nombre, hace cerca de 3000 años.
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Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»