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Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


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Lynx Caracal

Lynx Caracal or Caracal Caracal | Lince Caracal o Caracal Caracal

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Se trata de una temática constantemente abordada por los medios, los grupos ideológicos de todo tipo, los amantes de las «teorías de las conspiraciones»; aquellos que quieren cambiar el sistema y la opinión pública en general. Sin embargo, nadie sabe delinear su naturaleza, si realmente existe un proceso de cambio «hacia alguna parte» o si es sólo la fantasía popular, alimentada por el caos social del mundo moderno. Este artículo, trata de esclarecer si existen o no bases para pensar que, dicho fenómeno, está ocurriendo.

Nota de advertencia: Si Ud. es un «conspiranoico» (dícese, más o menos en broma, de todo aquel fanatizado por las ideas conspirativas, los ideologismos y cargado de odio hacia lo establecido, el «sistema» o bien a lo que, simplemente, le es desconocido o inexplicable), por favor, no siga leyendo este artículo… No le gustará lo que viene a continuación… (Gracias).

Conspiranoicos

Una típica imagen de los teóricos de las conspiraciones, quienes aman mezclar y confundir de manera ineluctable, enésimos problemas de diferente índole, fraguando mitos, fantasías e ideologismos. Difunden sus peregrinas creencias, con total impunidad y la pertinente cuota de odio y rencor hacia los grupos, etnias, clases sociales o formas de vivir, que les son ajenos; a los que tienen más o son diferentes a ellos mismos.

Nunca he dudado que existan males en el mundo; poderes económicos y políticos que traen la desgracia y el sufrimiento a muchos y que, en general, como siempre ha ocurrido, la Humanidad se regodee en la injusticia y el caos. Negar tal cosa, sería denotar vocación por el autismo social, y no es mi caso.

Dicho esto, me parece que, así mismo, las teorías conspirativas y paranoicas (que son y han sido tan abundantes en la red y en los medios de comunicación en general, durante los últimos años) sobre los cambios sociales, las nuevas tecnologías, los poderes globales y las causas de las calamidades, sólo ayudan a desinformar y a mantener en la ignorancia a las masas. Siendo que, en modo alguno, el odio al progreso y el rechazo a la natural globalización de la Humanidad, llevará a nada bueno.

Sólo para comenzar, como marco de referencia, habría que recordar que el 90% de las muertes violentas de cada día, en este planeta nuestro, no son culpa del capitalismo o de los «illuminati» -los cuales no sobrevivieron mucho más que el fundador de la orden, Adam Weishaupt, fallecido en 1830; tampoco de «Monsanto» u otras multinacionales o bien de los gobiernos y las corporaciones. (No es que todas estas cosas sean «lindas» o «buenas», sino que no participan de lo que describiré a continuación).

Por el contrario, la gran mayoría de dichas muertes, devienen a causa de los conflictos étnicos, las guerras «santas» y los odios raciales; el accionar de las tribus y mafias urbanas; el crimen organizado o sin organizar, los «narcos», etc… Todas cosas que generan o fomentan «separatividad», segregación, ajustes de cuentas y deseos de supremacía. Todas cosas, vale la reiteración, ajenas y muy alejadas de la globalización y del progreso científico, cultural y tecnológico (sano y real) de nuestra especie.

A la par de ello, también es necesario recordar que las ideologías nacionalistas del siglo XIX y XX se llevaron a la tumba a más de 50 millones de personas y las «revoluciones marxistas», a más de 150 millones… ¿No lo creen así? Pues tómense el trabajo de sumar, nada más que eso… ¡Luego me cuentan! (Verán que, para no exagerar, me he quedado corto con las cifras).

Pero antes de analizar el problema «mental» común a nuestra especie o hablar de la ignorancia implícita en las injusticias que sufren la mayor parte de los miembros de la misma, hay que asumir cual es la causa principal de todo ese sufrimiento y miseria.

El gran enemigo de la Humanidad no es una ideología política ni un sistema económico; no son las corporaciones ni las nuevas tecnologías; no son militares o científicos locos, trabajando en algún laboratorio secreto ni un grupo de magnates planeando empobrecer, aun más, a la clase trabajadora. El gran enemigo, es la explosión demográfica. La que, además de alienar el natural nivel de competitividad por la supervivencia (que es «natural» en una especie avanzada como la nuestra, pero sólo hasta cierto grado), llevándolo a límites extremos, hace que cualquier posible sentido de la vida se pierda de vista. Todo esto, por no referir la catástrofe ambiental y el consumo demencial de recursos naturales, que tal progresión poblacional conlleva.

No hay esperanzas para la especie humana con la presente tasa de crecimiento demográfico, sin importar que sistema político o económico mantenga su hegemonía. Esa es la razón de los males del siglo XXI (y lo fue, en gran medida, de los del XX). Esto, por supuesto, a la par del perjuicio que la ignorancia y la falta de progreso y educación siempre han generado. Pero sendos últimos factores, lenta y penosamente, van medrando en la sociedad humana, en cambio el problema poblacional crece exponencialmente.

Cuando leo o escucho a alguien adjetivar en contra de la globalización, me pregunto: ¿Qué alternativa hay en un mundo con 7500 millones de personas? Debería ser obvio, para todo intelecto activo y racional, que ya no existe la posibilidad de vivir autárquicamente. No existe el espacio necesario para ello. Pero, además, no se cuenta con los recursos (especialmente, las fuentes de energía) y porque todos dependemos del resto del mundo, dado que ya no vivimos haciendo fogatas y comiendo lo que recolectamos o cazamos, como lo hacíamos muchos miles de años atrás.

Mediten en lo siguiente: ¿Cómo poder soñar con tribalismos, con naciones aisladas y «liberadas» de las influencias extrajeras, si todos aquellos que lean esto (no soy adivino, lo sé por pura deducción lógica), están consumiendo productos y servicios de al menos 50 países diferentes?

Piensen sólo en sus computadoras y conexión a la red: ¿Cuántos orígenes tienen los componentes de tales ingenios? Agreguen a eso todos los demás dispositivos tecnológicos de sus hogares; ciertos materiales de construcción presentes en sus viviendas, como fibras compuestas, polímeros o metales que no se producen en el país donde uno vive; también la indumentaria y los alimentos… Ni que hablar de la cultura y las artes: Los libros, el cine, la música, entre otras muchas expresiones de estas. ¡Luego imaginen qué quedaría de sus vidas si su país se viera imposibilitado de traficar todos esos productos y servicios a través de sus fronteras!

¿Y qué del conocimiento? ¿Acaso no es fácil el observar la supina postración intelectual que sufren los pueblos que se aíslan de la libre circulación de las ideas, las cuales, para bien o para mal, se suelen producir en las grandes urbes para luego «regarse» por el mundo entero, tanto hoy en día como en los tiempos helénicos (o quizás antes de ello)? ¿Cuántos premios Nobel (no hablo «de la paz», por supuesto) tienen los países «revolucionarios», los teocráticos, los populistas? ¡Deténganse un minuto a pensar en ello!

Quiero suponer, que el ferviente deseo de algunos por «independizarse» del mundo, por volverse 100% autárquicos, obedece al desconocimiento de lo anterior y no a el ansia por volver al estadio cultural pre-moderno.

Vivir sin servicios de comunicación, calentando los alimentos mediante fogatas, vistiendo harapos como lo hacía Mohandas K. Gandhi o aislandose en una cabaña en las montañas como Theodore Kaczynski (Unabomber), puede parecer muy «romántico», mientras se piense en ello sentado en el living del propio hogar y comentándolo en las redes sociales mediante una laptop; cuando se escucha música con un sistema de audio 5.1 y se mastica la comida que segundos antes trajo a la puerta algún «delivery». Pero cuando se requiere llevar a cabo tales ascetismos, la cosa ya no pinta tan divertida y serán pocos los que estén dispuestos y tengan la resistencia y los conocimientos de supervivencia necesarios para vivir así… Pero además: ¿Qué sentido tendría llegar a tales extremos en pos de «liberarnos» de fantasmas que sólo viven en la imaginación de los disconformes e inadaptados, y/o que son creados por los líderes populistas y demagogos?

¿Se han preguntado en cuántos lugares están dispersas nuestras vidas, además de la locación geográfica de nuestro cuerpo físico? ¿Podríamos vivir, quienes tenemos un mínimo de cultura e interés por mantenerla y llevar adelante una vida matizada por el conocimiento y la información, sin contar con la Internet, la TV por cable, los periódicos y revistas del exterior, las cadenas de noticias, las conexiones vía satélites, la telefonía celular y todos los medios y herramientas que la modernidad nos ofrece y que ya son tan inherentes a nuestras vidas como lo era el fuego para el hombre del paleolítico; la escritura para los sumerios y egipcios o los caminos para la Antigua Roma?

Cartel contra el Nuevo Orden Mundial

Se supone que toda persona de buena voluntad debe oponerse al cambio… No se sabe cuál es, ni en que consiste, pero es desconocido y por tanto, objeto del odio y el temor de las masas.

Antes de decir «¡por supuesto!» o aludir a las utopías sobre vidas más simples, «desarrollo sustentable» (lo que es muy loable, pero imposible hasta que no se descubran nuevas fuentes de energía que no dependan de los combustibles fósiles), a la «vuelta a la Naturaleza» (que todos deseamos, pero manteniendo el móvil en el bolsillo y el tablet entre nuestras manos…). ¡PIENSEN! ¿De verdad creen que la solución es volver al Medioevo o a la Edad del Bronce? ¿La Humanidad la pasaba «tan bien» en aquellos tiempos? ¿Estaban ellos mejor que nosotros?

Independientemente, de que no estaría nada mal remontar ciertos valores de aquellos lejanos tiempos (los paganos tenemos muy en claro este redescubrimiento), adaptarlos y desarrollarlos en el presente, para una mejor interacción con los demás y una vida personal más significativa y realizada, hay que recordar lo que la existencia humana era antes de la Revolución Industrial: Cualquier parámetro social que se tome, era inmensamente más bajo o peor en aquellos tiempos, «tan anhelados» por muchos.

Las enfermedades, las plagas que diezmaban a poblaciones enteras, las hambrunas, la falta de educación, el sometimiento de las gentes humildes y ausencia de derechos y de la protección brindada por las leyes, eran inmensamente más dramáticos en el pasado.

La seguridad personal y los derechos civiles no existían y la esperanza de vida era de 35 o 40 años (en el mejor de los casos), es decir, la mitad que en el Occidente moderno. También sería bueno recordar que sólo sobrevivían uno de cada siete niños nacidos y el analfabetismo era de más del 95% (o total, en algunas áreas).

¿Creen que no es intrínseco a tales anheladas «revoluciones» y abandono de la modernidad, la vuelta a la barbarie y el primitivismo…? Pues sólo hace falta el ver cómo se vive en algunos países populistas de América Latina, en las teocracias del mundo árabe; lo que ocurrió durante episodios «revolucionarios» como el de Pol Pot y su Khmer Rouge, en el sudeste asiático o en algunas regiones del África. Sólo se requiere comparar al Irán previo a la revolución fundamentalista de 1979 y ver en que se ha convertido hoy en día, por poner sólo un ejemplo.

El mundo semeja a un compartimiento estanco. Más allá de la energía solar y de un poco de polvo estelar que cae a diario sobre el planeta (a la par de algún meteorito de vez en cuándo), vivimos en un hábitat somero, aislado de resto del Universo por el espacio (cuasi-infinito). Tenemos recursos limitados, ¡hay que entenderlo!

Me viene a la mente la idea de un estanque… Durante gran parte de mi vida crié peces carassius (los rojos provenientes de la China), así que conozco algo del tema…

Si el mismo es grande y abunda la comida, cada pez vive feliz en su espacio vital (unos cuantos centímetros cúbicos de agua para cada ejemplar o, lo que es igual, unos 5 litros). Ahora bien, si la población aumenta, comienzan a aparecer las enfermedades, el agua se contamina (porque la lluvia no llega a renovarla con la suficiente rapidez y la depuración por decantación tampoco actúa con la necesaria velocidad -Estos peces pueden morir con el cloro del agua corriente si se renueva el contenido del estanque de manera drástica).

Luego ya escasea la comida y los animales terminan por matarse entre sí, quedando sólo los peces más gordos y grandes, que a la postre morirán también de hambre o por las enfermedades, ya generalizadas. ¿Les recuerda a la sociedad humana moderna, verdad? Sin embargo, es algo relativo a todo el mundo natural, al cual nosotros también pertenecemos.

En el estanque no impera el «capitalismo», sino las simples fuerzas naturales, las primordiales, inquebrantables y mecánicas leyes de la termodinámica (que dictan que la energía y los recursos siempre serán limitados). Demás estaría hablar de injusticia o crueldad, porque es así como la Vida responde a la presión del ambiente, tanto hoy como hace 500 millones de años. Es sólo la selección natural, no la malevolencia de oscuros y misteriosos grupos o factores de poder, lo que signa el devenir de la Vida. El planeta Tierra no es más que un enorme y esferoidal estanque, con la sola diferencia de que la especie dominante respira aire y no agua.

Asumir esto, es el principio del cambio. Aquellos que quieren tratar de encontrar un nuevo «sistema», un nuevo «paradigma», deberían incluir en la ecuación el factor demográfico y las reglas del juego de la biología. De otro modo, no sólo fracasarán en sus intentos, sino que empeorarán las cosas…

A espacios y/o recursos limitados, también son limitadas las posibilidades biosféricas. Si se exceden los límites, la vida muere, desaparece, se extingue. Sin embargo, esto no ocurre rápidamente, sino a través de un largo y penoso proceso de degradación y aniquilación (no muy diferente de lo que puede verse hoy en día en la sociedad humana).

El mundo no está gobernado por las leyes del mercado o las variables de «Wall Street», sino por la selección natural de Darwin y la Evolución. Si los «revolucionarios» y reaccionarios entendieran esto, el odio, la violencia y las miserias humanas se reducirían considerablemente, porque todos se abocarían a mejorar la dinámica de esas fuerzas naturales en su actuación sobre los parámetros sociales y no a tratar de combatirlas, en vano y a un muy alto coste para el futuro de la especie y del planeta.

El desgastado estereotipo marxista del «cerdo capitalista», como un hombre extremadamente obeso, cargado de ropas lujosas y accesorios de oro; fumando un habano y decidiendo el futuro de millones o del mundo entero, puede o no ser real, según las circunstancias, la época y el lugar, pero no es un factor primordial en la dinámica planetaria.

Las masas humanas son el factor básico, el motor biológico y social, la variable de peso… Lo son, por su crecimiento desmedido y los subsecuentes conflictos por la escasez de recursos. Por no hablar de los riesgos de plagas, el crimen urbano y la miseria extrema, producto del hacinamiento.

Los seres humanos somos animales, poseemos los mismos instintos que todas las especies evolutivamente avanzadas del planeta. Todavía tratamos de luchar por la supervivencia, de modo similar a como lo hacíamos en el Pleistoceno. Si nuestros intentos de procurarnos el alimento, el agua, un lugar de descanso o refugio, fracasan debido a la presencia de otros seres, buscamos destruirlos o al menos anularlos.

Cuando esto se extrapola a la sociedad moderna hay dos cambios dramáticos, producto del exceso poblacional:

El individuo humano, se ve amenazado por entidades poco definidas, por seres no delineados claramente. Se acostumbra a pensar en base a estereotipos, a «colectivos», que rara vez conoce realmente y de los cuales sólo ha oído hablar a sus pares o desde las fuentes de información disponibles (casi siempre tendenciosas).

Algunos ejemplos de ello, podrían ser: El «judaísmo internacional» para el pensamiento nazi, la «modernidad» (el «Satán Occidental») para los musulmanes integristas, las «sinarquías» para los populismos latinoamericanos, el «comunismo» para los estadounidenses de los años ’50s o los «agentes capitalistas» para la antigua U.R.S.S. y un largo etcétera.

No hay un enemigo real, contra el cual luchar, de manera directa y frontal, como ocurría en la sabana africana o en la Europa de los cromañones (o incluso en tiempos históricos, pero pre-modernos). Eso le quita sentido y propósito a la Vida, generando el desconsuelo y la desorientación general.

Entonces, como una respuesta natural, el individuo «inventa» adversarios o identifica a quien está en una situación ponderada, respecto de él mismo, como a su enemigo jurado, como al origen y causa de todos sus males. Culpa a estos individuos o colectivos, ya sea que los mismos se encuentren o no relacionados con sus pesares y desgracias. De esa imposibilidad de identificación real de los males y los enemigos, es de donde nace el odio, la desesperación y la ceguera de las masas.

Lo demás viene sólo: La interacción con otros «conspiranoicos» fomenta la creación y difusión de mitos urbanos sobre entidades o colectivos siniestros, que gobiernan el mundo, que quieren destruir a las clases trabajadoras, que «mueven los hilos» de la sociedad, tras las instituciones formales y modernas.

¿No creen que esto sea así? Pues, sonriendo, invitaré a los escépticos a estudiar la historia del nazismo, particularmente entre los años 1920 y 1933 (o sea antes de su ascenso al poder). Incluso bastaría con leer «Mein Kampf» de Adolf Hitler, para entender el poder destructivo de las aparentemente «folclóricas» y «simpáticas» teorías de las conspiraciones y de los «comprensibles» odios inherentes a la imposibilidad de adaptación social de las clases marginadas. De cómo las teorías de salón, si por los avatares del destino llegan al poder, pueden destruir, de la manera más horripilante y perversa, a decenas de millones de vidas humanas.

Pero además ocurre otra cosa: La falta de aquel imprescindible «espacio vital» (recuerden mi metáfora del «estanque»), lo cual no sólo genera stress biológico, sino psicológico. Hace que nadie pueda olvidar la presión ni por un segundo y busque descargar su ira e instintos mal contenidos, sobre el primer «chivo expiatorio» que aparezca.

Es así como algunos se vuelven racistas, otros xenófobos; algunos creen en alienígenas reptiloides, ocultos tras órdenes esotéricas con fines depravados, etc… Pero también es de ese modo, como nacieron las ideologías utópicas basadas en el odio clasista (como el marxismo) o en las nociones tribales, xenófobas y racistas (como el nazismo).

Por otra parte, no todos los inadaptados se vuelcan a manifestar su odio hacia determinados colectivos reales o imaginarios. Los hay muchos, que descargan su rencor, psicosis y rabia sobre individuos en particular (generalmente los que están más próximos a ellos mismos, pero en gran medida al azar), surgiendo así todo tipo de crímenes, abusos, violaciones y ataques.

La falta de espacio vital no permite actuar al individuo en su calidad de entidad singular, lo convierte en «masa» aún cuando no sea proclive a masificarse. Por eso aumentarán cada vez más las expresiones de odio y barbarie en las calles de todos los países civilizados, en donde rara vez eso se había visto con anterioridad. Si las ciudades siempre fueron «junglas de cemento», ahora han devenido en «infiernos» propios del Dante.

Sencillamente, la gente ya no tiene lugar para vivir y todo el mundo se encuentra en un exponencial proceso de alienación. Así ocurrirá, hasta que esto se solucione mediante la evolución de la conciencia humana y un cambio en el paradigma reproductivo y de la organización social y familiar. Eso, o bien que la Madre Naturaleza, con sus ciegas leyes, le ponga remedio con una plaga global, una hambruna de proporciones dantescas o alguna catástrofe natural que lleve los índices poblacionales a valores biológicamente operativos.

¿Cuáles serían tales índices? Se calcula entre 500 y 750 millones de personas como el valor ideal para sustentar el ecosistema global y mantener los recursos a niveles renovables… Esto equivale a una población mundial entre 15 y 10 veces menor a la actual.

En las presentes condiciones demográficas, ante cualquier conflicto interno, catástrofe, crisis alimentaria o económica, epidemia o guerra en un país o grupo de los mismos, se produce el «efecto de pisar un hormiguero».

Así como las hormigas, ante cualquier perturbación grave de su hábitat, salen disparadas en todas direcciones, confusas y corriendo a toda velocidad, bajo la única premisa instintiva de «salvarse», ocurre lo mismo con las migraciones y movimientos geográficos de masas.

Por eso mismo, hay que destacar que los problemas demográficos antes descriptos no atañen sólo a las grandes urbes de Occidente o del mundo desarrollado en general. En los países periféricos, el drama es aun mayor. En tales regiones, la infame mezcla de ignorancia, tradicionalismo mal entendido y rechazo por la modernidad, sumado al crecimiento demográfico y a la explotación excesiva de los recursos naturales (principalmente debido a ello), hace que todo lo anterior se manifieste de manera más profunda y generalizada.

Por ejemplo, la gran mayoría de la deforestación mundial no la llevan a cabo las «demoníacas» multinacionales, sino los agricultores minifundistas, quemando año tras año, hectárea tras hectárea, cuan hormigas depredadoras, las selvas lluviosas del Amazonas, del sudeste de Asia, del Yucatán o del África Subsahariana.

El Islam y el Progreso

Irán y Afganistán, dos ejemplos de entre tantos posibles, donde triunfó el dogma, la superstición, el fundamentalismo y el primitivismo, por sobre el pensamiento racional y la modernidad. No debemos creer que se trata de casos aislados: Puede ocurrir en cualquier país o cultura si se abandona la lógica y el sentido común.

Lo mismo vale decir sobre las decenas de especies que DIARIAMENTE se extinguen en este mundo por la acción del Hombre. La ignorancia de los nativos, de las regiones donde la vida salvaje todavía existe, combinada con la necesidad de sobrevivir y la «disponibilidad» de remanentes tecnológicos, de conflictos bélicos ya olvidados, genera la cacería con AK47s, granadas y minas anti-personales (cuando hasta hace pocas décadas usaban arcos y flechas); el exterminio de «plagas» con bombas incendiarias o la contaminación de ríos con desechos industriales, cuya composición, ni siquiera conocen quienes los arrojan a las aguas, entre otras muchas atrocidades…

La Humanidad está destruyendo el mundo natural y su propio espacio vital, en todos los «frentes» y de un modo parecido a cómo se comportan los virus en los organismos vivientes.

¿Cuál es o podría ser la solución para esto? Ciertamente el progreso tecnológico y el acceso a la información y a la educación de la mayor cantidad posible de personas. Pero atención: De la información sólidamente documentada, del conocimiento científico y no de la basura que circula en la red sobre «conspiraciones» o sobre «ocupemos el planeta y cambiemos el sistema».

Paradójicamente, la revolución de la información de los últimos 20 años, ha generado que ya no sea tan fácil discernir qué es verdadero conocimiento y cuáles las ideas irracionales o sin fundamento. «Todo» es información, incluso el ruido blanco… Lo que pasa es que sólo parte de toda la información existente, en el mundo humano y en el Universo en general, es CONOCIMIENTO (o sea, información útil y/o veraz).

Nadie nos manipula si no queremos que así sea… Nuestra especie puede pensar con lógica, razonar, deducir y usar el método científico y las reglas de la lógica filosófica, para discriminar que es falso y que es verdadero. Está en cada uno el usarlos o no, el tener el valor de ser racionales, realistas y lógicos o perdernos tanto en la «información oficial» como en las teorías paranoicas o alucinatorias.

La «Verdad» no está ni en esos extremos ni tampoco en el medio. La Verdad es tan sólo la Realidad, y la Realidad es cognoscible, sólo hace falta usar el intelecto de manera correcta, aprender e informarse mediante los métodos que describí arriba y ser constantes en ello.

Es fácil prevenir que nos manipulen o desinformen: Sólo se requiere usar el método científico para aprender… Eso y el intelecto racional, son las dos cosas más valiosas con que cuenta la Humanidad. Es una pena que muchos rechacen tales dones en pos de explicar la realidad mediante oscuras ideologías, sean las «dominantes» o las «contestatarias».

Para pensar correctamente, no hace falta tener una gran cultura, ser un erudito o nacer con un IQ de 150… Hay muchos que gozan de estas cualidades y aun así son irracionales. Para pensar «bien», sólo hace falta usar el sentido común, el pensamiento deductivo y no abandonar el racionalismo.

Pese a los agoreros y creyentes en la teoría del «Big Brother», el mundo irá, de manera natural a una democracia global. Será una defensa instintiva de nuestra especie, el generar un sistema donde rija el Estado de Derecho y dejen de existir gobiernos como el de Irán, los países africanos (donde día por medio hay un genocidio) o el de Corea del Norte.

Sin embargo, los «progresistas» pueden perder cuidado: Para que esto ocurra, falta mucho y no lo comandará USA u otra gran potencia existente en la actualidad. Será algo por decantación, por evolución; será producto de la educación y de la destrucción final de las barreras que impedían, hasta hace poco, la libre información. Será un proceso lento y gradual, que llevará muchas décadas, sino siglos, pero que se logrará… Claro está, siempre que no seamos tan idiotas como para acabar con el planeta y su biósfera, antes de que tales logros se hagan presentes.

Todo el mundo, o al menos las personas de buena voluntad, aspiran a que exista la PAZ, pero la paz es un efecto, no una causa. La paz forzada es la de la bota fascista o la de los cementerios… Para que exista la misma de manera natural y verdadera, debe existir la JUSTICIA, pero esta también es el subproducto de otras causas: La Libertad, la igualdad de derechos (no de bienes o recursos, porque cada quien debe tener lo que merece y no todos merecen lo mismo); la libre información, la educación, etc…

El error es pensar que la Justicia tiene que venir primero, porque la Justicia es un valor humano y por tanto «algún humano» (o grupo de ellos) debe administrarla, promoverla, «crearla». Si no partimos de la base libertaria y democrática, mediante la cual TODOS podamos y seamos capaces de crear y sostener esa justicia, tendremos que delegar su administración a ciertas elites o grupos de «iluminados», de «líderes», de gurúes económicos o políticos o de «revolucionarios»… y ya sabemos dónde termina eso.

Por eso es importante la LIBERTAD, porque con ella cada uno puede mejorar las cosas en menor o mayor medida, cada uno puede aportar su creatividad y su energía al progreso humano (si así lo quiere, porque nadie debería obligarlo, ¡esa es una parte fundamental de la regla!) y no ser un engranaje más del «modelo» o del «sistema». Por eso, también, es importante la DEMOCRACIA, porque por mala que sea, permite cambiar a los que gobiernan y permite que ninguno de ellos se crea «signado» para gobernar.

Por supuesto, cabe aclarar, que el «Estado de Derecho», la Democracia y los valores libertarios son el punto de partida, no el «techo» o el «horizonte». Sin ellos no somos ni podemos hacer NADA, pero con eso sólo no alcanza. Todos aspiramos a más, a ver un mundo con verdadera justicia social, nacida del fluir natural de la interacción ética y sensata de los seres humanos.

Sin embargo, la «justicia social» predicada por las ideologías populistas y profesada por los «anti-sistema», suele significar «quitarles» («confiscarles», que le dicen…) a quienes poseen algo por el sólo hecho de que otros no lo tienen. La más de las veces, sin razones válidas, sólo basándose en la noción de que «si alguno no tiene, ninguno puede tener».

Y con esto nace un gran problema: Quitarle la propiedad a quienes «no merecen poseer tanto», implica que alguien tiene que decidir «cuanto merece tener cada quien» y ahí aparecen los Castro, los Chávez o afines… El irrespeto a la propiedad privada no trae la prosperidad de todos, sino la pobreza y la mediocridad (de por vida y sin posibilidad de crecimiento personal) para todo el mundo.

El ideal socialista es válido, pero debe ser una concepción ética, no un sistema político o económico. La gente debe volverse «socialista» porque lo desea, por empatía, por solidaridad para con sus semejantes, no porque le pongan una pistola en la nuca, por revoluciones o porque algunos revoltosos salgan a la calle a romper todo lo que odian o no poseen.

Mientras las cosas se vean desde el punto de vista clasista, siempre existirá la injusticia, sino es de la mano de los «grandes capitales», lo será de las burocracias proletarias o de las elites pseudo-populistas. ¡Antes de cambiar el sistema, deben cambiar las personas…!

Si fuera el «amor» por la solidaridad, la inclusión social y la justicia lo que inspirara las protestas, las largas reflexiones contra el libre mercado y el sistema capitalista y toda otra manifestación «anti-sistema» y no el odio por carecer de lo que otros poseen, el egoísmo velado tras el ropaje socialista, entonces todos los que así pensaran deberían vender sus computadores, sus automóviles y todos sus bienes suntuarios o no esenciales para la supervivencia más elemental y agruparse en algún colectivo propio de la edad del bronce.

¿Se han preguntado por qué esto no ocurre? ¿Por qué el «socialismo» nunca ha funcionado? ¡Porque no se puede pensar con las vísceras, para ello se debe utilizar el cerebro! Se debe oír el reclamo de los que sufren, de los carenciados. Ese debería ser el mandato ético de todo aquel que tiene una vida relativamente cómoda. Pero jamás tratar de implementar las supuestas soluciones emanadas de ese clamor, porque del dolor nunca nacen propuestas racionales, sino simples expresiones de deseo o lucubraciones del pensamiento mágico.

Si se invirtiera en mejorar la producción de un país toda la energía que las masas gastan en protestas, expresiones de odio, movimientos políticos, etc… La calidad de vida de los más necesitados mejoraría notablemente. Pero la gente no quiere eso, porque las protestas del siglo XXI son simples catarsis, no tienen contenidos o fundamentos (excepto honrosas excepciones). «—Ocupemos algo… —¿Qué? … —Cualquier cosa… ¡No importa! … Porque la moda es ocupar».

Pocos entienden una simple cuestión: No existen, en el planeta, recursos como para otorgarle un nivel de vida de «clase media» a todas las personas vivientes en este momento de la historia humana. No importa cuán creativo se sea, cuán bien y equitativamente se «reparta el pastel».

Si ocurriera «por milagro», que todos los humanos fueran promovidos a un nivel modesto de clase media (no necesita ser demasiado «alto»), en pocas semanas colapsarían todos los servicios, se acabarían los alimentos; en un par de meses se agotarían todas las fuentes de energía y en algo más que eso la civilización caería completamente. Al ambiente planetario no le iría mejor. Es preciso repetirlo: ¡La Tierra no puede mantener a 7500 millones de seres humanos! ¡Es así de simple!

Las personas deben entender que los estados no pueden crear prosperidad, bienes, servicios o recursos mediante «decretos», leyes o medidas de gobierno (no importa si son «buenos» o «malos», corruptos u honestos, no les está dado, no les es posible…). Son los factores productivos de la sociedad los que generan los bienes y la prosperidad, los que son realmente capaces de elevar el nivel de vida de las personas.

La única forma de dar ese mejor nivel de vida es aumentar la producción. Nunca se logra nada «administrando», repartiendo o redistribuyendo la riqueza ya existente. Eso sólo vuelve pobres a los ricos, pero no enriquece a los pobres. Genera una sociedad chata, sin aspiraciones ni metas; sin méritos ni recompensas y con ello, la infelicidad de todos. Produce una sociedad donde la máxima aspiración es formar parte de la burocracia estatal o ser miembro de la «elite» que rodea a los líderes que la comandan.

Es preocupante, sobresalta a la razón, el que se hable de la DEMOCRACIA como un mal, no porque sea la panacea para todas las miserias y desgracias. Pero es el mejor sistema de gobierno que el ser humano ha concebido y, la historia ha demostrado, con diferentes grados de dramatismo, lo que conlleva su abandono: Stalin, Hitler, Pol Pot, Mao, Castro, Gadafi, Saddam Husein, Chávez, Franco, Videla, Pinochet, etc… etc… Nótese que hablo de diversas ideologías, pero todas (poco más o poco menos) han traído la pobreza, la muerte, la desgracia y el dolor a millones de seres.

Como dato interesante, cabe recordar que en el círculo inmediato de dictadores como Stalin o Hitler, se sufría de mayor stress y temor a ser «eliminado» (no sin la previa y tradicional semana de torturas) tanto o más que en los niveles más marginales u opositores a sendos regímenes. ¡Cuando existe un «mesías todopoderoso» en la cúspide del poder, nadie, absolutamente nadie, ni el más obsecuente lacayo, se encuentra a salvo!

Planeta Tierra

Si una civilización ajena a este mundo, viera a nuestra Madre Tierra, detectaría vida vegetal por el oxígeno molecular, vida animal por la presencia de metano y vida inteligente por las luces nocturnas de las grandes urbes. Sin embargo, no podría detectar fronteras, ideologías, conspiraciones o ninguna de las otras estupideces que separan a los seres humanos y retrasan su evolución social, tecnológica, cultural y espiritual. En esta esfera azul, antigua y maravillosa como es, sólo gobiernan los poderes inapelables de la física y la biología.

Eso no quiere decir que todo país democrático sea maravilloso. USA no es un «maravilloso país» y tampoco casi ninguno de la Comunidad Europea, pero, ¿Saben qué, amigos? Es una gran cosa que uno no tema a que un automóvil se estacione en la puerta de nuestra casa por la noche, tampoco que nos de piel de gallina porque alguien golpea nuestra puerta; que no tengamos miedo a que, por las opiniones vertidas aquí (o en cualquier otra parte), nos den un tiro en la nuca en algún sótano oscuro (si es que tenemos suerte de no ser torturados por semanas o meses antes de eso). Es una suerte poder elegir que leer y tener libros para elegir; también el poder acceder a los medios de comunicación y circular libremente por la vía pública. ¡Es una suerte poder estar conectados entre todos y que nadie nos diga qué páginas podemos ver y cuáles no! ¿No lo creen así?

Me perdonarán los amantes de las «utopías», sean estas nacionalistas, marxistas, populistas u otras, pero yo amo a la Democracia y la Libertad y prefiero a un mal como el de USA, haciendo de «policía mundial» a que el Islam, el comunismo o la anarquía del tipo que reina en África o Europa del Este (con sus mafias, paramilitares y demás linduras), invadan el país donde vivo.

Una democracia global llegará con el tiempo, por sí sola y como reacción contra el tribalismo y su idiotez miope.

Pero me queda algo por decir: ¿Nuevo Orden Mundial? Amigos, amigos… Los impuestos fueron inventados por los sumerios y egipcios; la globalización por Alejandro Magno (aunque los asirios y los persas tuvieron su parte en ello); el capitalismo y la hegemonía global, por los romanos… Los «bancos», fueron una idea de los caballeros templarios, allá por el siglo XII y la primer «multinacional» fue (y sigue siendo) la Iglesia Católica… Y así, con casi todo lo demás…

Como se le hace decir al mítico rey Salomón: «Nada hay de nuevo debajo del sol». No hay nada nuevo, es lo mismo de siempre. Cambian las siglas, los nombres y los discursos. La Humanidad seguirá así hasta que la evolución tecnológica nos de mayores capacidades y recursos, hasta que la Ciencia ilumine los intelectos abyectos y hasta que abordemos valores espirituales más sólidos y racionales. Pero, mientras tanto, ¡por favor! Dejen al «nuevo orden» en paz, ¡porque lo «otro» es Corea del Norte, Cuba; Irán, Irak, Afganistán o Burkina Faso!

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Uno de los primeros relatos famosos de H. P. Lovecraft y con el cual inicia su serie de narraciones sobre deidades primordiales pseudo-míticas (que luego se daría en llamar el «Ciclo de Mitos de Cthulhu»). Dagon (tomado de una deidad mitológica real de la antigüedad, a quienes los filisteos rendían culto, en el Levante Palestino) es, al igual que Cthulhu, una criatura del mar, un monstruo innombrable y tremendo.

Este relato breve, fue escrito en 1917, cuando el autor contaba con unos 27 años (y alrededor de 9 años antes que el célebre cuento «La Llamada de Cthulhu», con el cual se consagró como maestro del terror cósmico o «materialista»).

Dagon

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«No pain, no gain…»

— Arnold Schwarzenegger,
(Austrian-American actor, filmmaker, author, politician, and bodybuilder, 1947 – )

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