La gente siempre ha tratado de persuadirme de lo contrario… Por alguna extraña razón, nacida de ancestrales costumbres y optimismos superficiales, no ven el horror que se cierne sobre todos los mortales en esta época del año. Algunos, hasta me creen loco por declararlo.
Tal vez, sólo tal vez, en otras latitudes sea diferente, pero en la Cuenca del Plata, donde los dioses de las fuerzas meteorológicas se ensañan con Buenos Aires durante todo el mes, el panorama es ominoso.
Puesto a pensar en ello, no sabría decir cuál es el mayor de los horrores, cuál el peor de los presagios… Son tantos factores que, en realidad, tales disquisiciones carecen de importancia. Es la combinatoria de todos ellos lo que resulta en vivencias que ni Dante, en su “Infierno”, pudo haber previsto.
Ya a finales de noviembre, el aire cambia, y no sólo es la humedad, similar a la de un nauseabundo pantano del carbonífero; no sólo es el calor, que llega en impiadosas olas hasta límites perversos, también hay algo que se altera en la psiquis humana…
La proximidad del natalicio del “Zombie Mágico” cambia las mentes, las consume como lo hace el gran Cthulhu en los mitos de H. P. Lovecraft. La irracionalidad, se potencia por los avatares del clima y por los infames mitos, pero mucho más por el virus mental… Esa cosa que llega a mitad de mes y que reduce el IQ de la mayoría al 20% de lo acostumbrado.
Es entonces cuando la incertidumbre se presenta… Jamás he estado en peligro de afrontar la pena capital, pero se me antoja que los sentimientos sufridos por el condenado a la misma, son similares… El temor a que el flujo de electrones se interrumpa y el suministro eléctrico cese, se convierte en mayor a que lo haga el de la sangre en nuestras venas y a que el corazón se detenga. En cualquier instante, la pesadilla puede hacerse realidad y los 35 grados Celsius (de promedio) pueden caer sobre uno como fuego abrazador, sin el misericordioso paliativo de ventiladores, bebidas frescas y acondicionadores de aire.
Es en esos días, cuando la amorosa oscuridad, las sensuales tinieblas, se vuelven horrorosas arpías. Cuan gorgonas de la Hélade, su mera visión conlleva una muerte atroz.
Las nubes, con sus hermosos grises, sus relámpagos y sus lluvias, abandonan el mundo, dejando a los seres vivos bajo todo el poder y la furia del Sol, cuyos rayos calcinan el asfalto y el cemento y elevan por los aires las pestes y los tufos de las cloacas, los desagües y los basurales.
Lo anterior, redunda en la proliferación de moscas, mosquitos y otros bichos, dándole un toque de satánica exquisitez a la tortura de la vida urbana.
Pero todo esto no es sino el preludio, la antesala del espanto final, del averno sin fondo…
La siguiente fase comienza sin previo aviso… En las zonas céntricas de la ciudad: Masas de humanoides toman el control de las calles reclamando cosas absurdas, saqueando mercados e interrumpiendo el tránsito vehicular; dejando ver lo tenue que es el barniz de civilización que cubre sus selváticos instintos. Es entonces cuando, sin importar el medio de transporte con que se cuente, allegarse a unas pocas cuadras (calles) es análogo a soslayar a un sitio medieval, a moverse entre hordas de tártaros o hunos.
Pero no es el mayor riesgo de crimen, asalto, de accidentes o violencia lo que atormenta a las almas sensibles en tal período, sino la visión de la verdadera naturaleza de nuestra especie, sin filtros y con la “música de fondo” de los discursos políticos, los reclamos salariales, la publicidad viral y la parafernalia navideña.
Y luego llegan los terrores mayores, no sin picos indecibles de sensación térmica… Las “fiestas” y sus teatralidades… Esos momentos en que uno se encuentra con quienes no desea y que, en otro período calendárico, no saludaría más que por cortesía, pero que, en cambio, en tales días requieren de gastos inútiles de tiempo, energía, dinero e histrionismo.
Algo en el aire, regresa al homo sapiens al tribalismo del holocénico y con ello llegan las canciones cacofónicas, las borracheras rituales y los patéticos intercambios de tangenciales reproches. Una infame y catártica interacción marca la pauta del “festejo”, ocultando sólo a medias a los celos, las envidias, los rencores y las frustraciones. Es un intento vano de darle sentido a lo que no lo tiene, uno que siempre fracasa.
Finalmente, como broche de oro, se presentan los llantos, encubiertos o explícitos, por los seres fallecidos. Como si todo el ritual, el consumismo y los excesos, se asumieran como parte de una puesta en escena, de una mascarada, para cubrir la mediocridad, los temores y dolores de la vida humana; buscando alejar el miedo a la Muerte y al inexorable paso de los años con excesos y evasiones; para tratar de espantar demonios que ni la pirotecnia o las luces de colores pueden conjurar.
Es entonces cuando la pesadumbre final se yergue sobre todos y la resaca, los daños irreversibles al aparato digestivo y a las propias finanzas, son el marco a través del cual se proyecta la imagen de subsecuentes meses de hastío, rutina y sinrazón… Es entonces, cuando cesan los horrores del mes, pero sólo para dar paso a los de un año más (¿o sería más preciso decir que “los de un año menos”?).
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Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»