Los conceptos e ideas vertidos aquí, no obedecen ni reflejan las creencias de su autor, ni tratan de plantear ninguna postura filosófica frente al misterio de la Muerte. Se trata sólo de un relato de ficción, que tiene por finalidad hacerlos dormir menos tranquilos durante las noches…
Pese a ello, existe una solapada e inherente intención, más profunda, en los relatos. Es la de tratar de usar el pensamiento lúdico y el terror, para mostrar lo absurdas y limitadas que son las ideas humanas más comunes, sobre lo que puede venir después de esta vida. Así que si bien la trama es pura ficción, quizás logre hacerles meditar un poco sobre tales trascendentales asuntos…
V.- Lo Negro
Los psiquiatras piensan que estoy loco, que sufro de esquizofrenia paranoide… Les resulta patológico, que me niegue a permanecer sentado y prefiera estar recostado en el piso, con las luces encendidas, todo el tiempo.
Ingenuos, optimistas y torpes mortales, incapaces de ver más allá de lo evidente, poniéndole nombres elegantes a los terrores que no conocen. Así es como los conjuran, para que su «sociedad» funcione, insípida y ordenada… Pero yo sé la verdad, la horrorosa y simple verdad.
Alguna vez fui como ellos, viviendo una trivial existencia, regodeándome en mi pequeño mundo de confort, pero ya no más… Ya no puedo, aunque quisiera. No puedo, porque «Eso», a pesar del terror que me provoca, me atrae más que ninguna pasión o deseo antes sentido por mi.
Todo comenzó como un juego, con un amigo etnógrafo, en una noche cualquiera, aburrida e imprecisa. Durante la misma, él me relató las creencias de una tribu cuyo nombre no recuerdo ahora… Sabrán perdonarme, pero «Eso» ya se ha llevado parte de mis recuerdos y de mi mente.
Decía, que esa tribu creía en «Lo Negro», algo atávico y aterrador, que se formaba en los rincones oscuros, pero a diferencia de las sombras normales, avanzaba hacia uno… Y, cuando eso ocurría, entonces llegaba el final.
«Lucubraciones de mentes primitivas», pensé en su momento, con irrespeto y estupida arrogancia, «se asustan de las sombras», le comenté a mi amigo… Pero él sólo calló y pasado unos largos minutos, únicamente dijo: «Inemi-Dapu… Así le llaman ellos».
El nombre me causó gracia, parecía una mezcla de algo egipcio antiguo con dialectos de Nubia o Etiopía, pero no le di importancia, sólo reí como estúpido. En ese tiempo, creo que lo era, ya que vivía feliz y despreocupado.
Pero las cosas cambian, y nunca se sabe… Mi vida comenzó a ir mal y caí en una profunda depresión, a pocos meses de aquella charla con mi amigo.
Un día, bajo la peligrosa mezcla de algunos antidepresivos que tomé, junto con un par de cervezas, hablando conmigo mismo, recordé el extraño nombre y mirando hacia el fondo del pasillo central de la casa, que sólo estaba iluminado desde mi lado, lo pronuncié desafiante: «¡Imeni-Dapu! ¿Por qué no vienes a asustarme ahora? Qué más da otro poco de oscuridad en mi triste vida…». ¡No sabía, que con esa estúpida frase, había sellado mi destino…!
Mi vista se fijó en el fondo del corredor, sólo por seguir el juego, pero de pronto, palidecí, mi cuerpo comenzó a templar y, probablemente, mi presión arterial bajó, disparando los latidos de mi corazón hacia una rauda taquicardia… No fue sin razón… El pasillo, al fondo, tenía las luces apagadas, pero aun así, mis ojos lograban percibir los contornos de puertas, marcos y paredes. Sin embargo, todo eso comenzó a desvanecerse, como si una oscuridad sólida lo avasallara.
Quedé petrificado por unos segundos, pero luego, creo que gritando, giré y miré a la luz eléctrica del techo, que a pesar de encandilarme y lastimar mi retina, la percibí como una amable bendición… Al tomar valor y volver a mirar el corredor, todo estaba normal de nuevo. Oscuro, sí, pero dentro de la lógica penumbra, por la falta de luz en ese extremo.
Corrí los diez metros que distaban del mismo y encendí todas las luces e incluso abrí la ventana del fondo, para que penetraran los resplandores de la contaminación lumínica del cielo urbano y las pocas luces de los edificios vecinos, que a esas horas de la madrugada, estaban encendidas.
Me tranquilicé y me prometí a mí mismo (ingenuo de mí) no volver a tomar alcohol junto con las píldoras que me habían recetado para mi depresión.
Entre la experiencia tétrica y el efecto de las sustancias intoxicantes, esa noche caí en un profundo sueño, un plácido sopor sin experiencia onírica alguna. Al día siguiente, desperté renovado, como si nuevas energías me hubieran invadido.
Retomé varios proyectos laborales y personales, abandonados por mi estado de depresión melancólica de los meses anteriores y los encaré con ímpetu y serenidad. Pero esa ilusión de felicidad, duraría no más de unos pocos días…
A poco de ello, trabajando en mi oficina con mi computador, una fuerza desconocida, algo que controlaba mi voluntad como si estuviese sonámbulo o hipnotizado, me hizo escribir con una tipografía grande y en «negrita»: «IMENI-DAPU… Ahora Lo Negro te posee».
Al comienzo creí que era un juego de la mente, quizás la tensión y el stress por comenzar a trabajar intensamente, luego de mi larga dolencia emocional… Pero no, por desgracia no era eso… Al levantar la vista, una parte poco iluminada de la habitación, comenzó a oscurecerse y a perder sus contornos, a pesar de que las sombras iniciales eran tenues y que la ventana del lado opuesto, recibía la plena luz del día.
Salí corriendo de allí, imaginando ser parte del mito egipcio de Apep, tratando de devorar a Râ, el dios solar… Permanecí todo el resto del día en los exteriores, procurando mantenerme lejos de los lugares donde la luz penetraba poco o el contraste fuera excesivo… Al menos tuve la suerte de que fuera una jornada soleada. Aun así, cualquier cosa generaba extraños patrones de negrura en mi mente, ya en pleno proceso de alienación.
Antes de caer la noche, decidí ir a una tienda de electrodomésticos y comprar cantidades de lámparas eléctricas de 100 watts, luces de emergencia, linternas y otros elementos que me procuraran la mayor cantidad de luz posible, incluso si la energía eléctrica se interrumpiera.
El taxista que me llevó a casa, debió pensar que estaba loco, ante la atípica carga de productos de iluminación… Y quizás, tenía razón.
Usé las últimas horas del día en cambiar todos los focos de luz por los nuevos y más potentes, en instalar estratégicamente las luces de emergencia y colocarle baterías nuevas a las dos poderosas linternas de LEDs que, al terminar el trabajo, mantuve siempre entre mis manos.
Me senté en una silla, justo debajo de las lámparas centrales de mi habitación. No había un solo rincón en penumbras y todas las puertas y ventanas estaban cerradas…
Creí estar a salvo, me dije que así permanecería cada noche y dormiría de día, en el balcón de mi departamento, a pleno sol… De nuevo fui ingenuo…
Al mirar el espejo que había en el cuarto, las excesivas luces me encandilaron e involuntariamente, cerré los ojos. Por supuesto sólo vi una mancha de color rojo, el típico producto de las retinas, saturadas por la luz. Pero mi imaginación me hizo leer en la mancha, las palabras: «IMENI-DAPU…».
Al abrir los ojos, recorrí con mi vista toda la habitación, tratando de buscar la manifestación de «Lo Negro», en ciernes. Nada ocurrió y, por unos segundos, me tranquilicé. Pero a poco grité con horror: Sentía que me hundía en algo como un barro viscoso y húmedo, demasiado pegajoso y sólido como para que yo pudiera ejercer alguna resistencia.
Ni siquiera tuve que mirar hacia abajo para comprender… ¡Qué torpe había sido! Tantos preparativos y olvidé la parte inferior de la silla, la cual proyectaba sombra sobre el piso, justo debajo de mí.
Era extraño, porque «Lo Negro» parecía consumirme, como supongo, una ameba fagocita su alimento. Pero a la vez, sentía una suerte de horroroso placer, una parte de mí pugnaba por «hundirme» en él, y abandonarme en la oscura nada. Sentía que mi cuerpo perdía la vida, que mi energía se desvanecía como el calor al roce con la nieve.
Creo que me salvó un simple espasmo muscular, el cual me hizo caer de la silla y liberarme en parte, tanto de la sensación, como de «Eso».
Con mis manos entumecidas, pero todavía sosteniendo las linternas, logré encenderlas y, apuntándo el haz de luz debajo de la silla, de nuevo, todo el fenómeno se retiró, desvaneciéndose como una simple ilusión. ¡Me había salvado! Al menos por el momento…
Al día siguiente, exhausto y sin haber dormido, decidí ir a visitar a mi amigo, aquel que me había narrado sobre aquella tribu y sobre «Lo Negro».
Cuando llegué a su casa, a pesar de mi ferviente esperanza de encontrarlo, no me sorprendió que el portero del edificio me comunicara, que el doctor había emprendido un largo viaje, el cual le mantendría muchos meses lejos del país. Era lo común en él, ya que su profesión le exigía vivir entre culturas de lugares remotos, por largos períodos de tiempo.
Sin embargo, sí fue una sorpresa el enterarme que había dejado un sobre para mí… Era de tamaño mediano, con algo de cartón o papel duro dentro.
Le agradecí al portero y corrí raudamente al parque más próximo. Me senté a pleno sol, en un banco carente de vegetación cercana y abrí el sobre…
Sólo contenía una palabra, grande y con evidentes muestras de una caligrafía nerviosa y presurosa. Lo único que decía era: «¡PERDÓNAME!».
Al comienzo, pensé en que él había asumido que yo era víctima de una combinación de mi depresión aguda y de lo que él me había narrado, provocándome un colapso nervioso. De hecho, esa era mi teoría también, porque en el fondo de mi mente, me negaba a creer que «Lo Negro» fuera más que una alucinación, un fenómeno patológico, mezcla de mis problemas emocionales y del funesto relato de aquella velada.
Pero luego descarté esa idea… Él no podía saberlo. Yo no le había contado a nadie sobre mis terrores y no había hablado con mi amigo en meses. ¡Entonces entendí…! Supe que lo único que me salvaría sería narrar toda la experiencia en este corto escrito.
Comprendí que él, en aquellos minutos de silencio, entre mi risa y el momento de nombrar a «Lo Negro», había decidido salvarse a costa mía. Me di cuenta que la redención estaba en transmitir aquel horrendo nombre… IMENI-DAPU…
………….
¡PERDÓNAME, querido lector… Pero ahora «Lo Negro» te posee…! Sólo recuerda una cosa, evita las sombras y esmérate por transmitir el nombre con claridad, ¡sólo eso podrá salvarte…!
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Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»