– ¿Otra vez con pesadillas? -El señor se acercó a su hija y la besó en la frente mientras le daba unas palmaditas en la espalda.
– Sí papá -tomó un sorbo de su té y se calentó las manos.
– ¿No quieres hablar de eso?
– No, gracias -se levantó para lavar su taza y la dejó en la pileta- ¿Qué haces despierto a esta hora?
– Uy… Sabía que no debía comer chancho a la noche… ¡Pero es tan rico! Tu mamá es la culpable -ambos sonrieron- No te preocupes, está todo bien. Yo tomaré mi remedio y listo. Mejor intentá dormir.
– Sí, creo que sería lo mejor.
Rubí fue a su dormitorio y dio varias vueltas en la cama, mientras recordaba el sueño una y otra vez hasta que finalmente pudo dormirse.
En el medio del bosque, entre la niebla de la noche, nuevamente partía Ian. Como era costumbre, había sido llamado desde otra tribu para ayudarlos a resolver un problema. «Probablemente una guerra».
Lo veía partir y lo despedía como otras tantas veces, con su antorcha en la mano, envuelta con un pesado manto ya que el inverno se acercaba.
Ian se alejaba en la embarcación, también mirándola, alumbrado por la luz de la luna. Se despedía recordándole que se encontrarían en primavera, ya que su regreso sería por tierra y los pasos se cerraban con las nevadas.
Años atrás, cuando era más joven, temía por la separación; pero viaje tras viajé él la tranquilizaba siempre, «Regresaré»; y jamás la había defraudado.
Era duro a veces cuidar el ganado y la casa sola, aunque los vecinos la ayudaban y el jefe la tratara como si fuera su hija.
Y pasaron los años, los viajes se espaciaban más a medida que las canas aumentaban en la cabeza de Ian.
– Nos estamos poniendo viejos -solía murmurar frente a la hoguera.
– No, son sólo estos días de lluvia -respondía, tratando de esconder su miedo a la vejez y a la falta de hijos.
– Nunca mentiste bien.
– Que seas el sabio más reconocido no quiere decir que tengas siempre la razón. Escucha… parece que se acercan caballos -se arrimaba a la ventana para cambiar de tema y Ian sabía que era tiempo de dejar el asunto.
Los pasos se fueron haciendo más lentos, los brebajes para el dolor en la rodilla se consumieron más a menudo hasta que llegó la noche más fría de ese año.
– Sabíamos que tarde o temprano ya no podría regresar -murmuró mirando el techo.
– Por favor, no digas eso. Mejor es dormir, hace frío y es tarde.
El solamente le tomó la mano bajo las pieles.
– Gracias por esperar. Se que fue una vida dura y yo estoy seguro que los dioses te recompensarán.
Ella volteó y lo miró.
– No hay nada que recompensar. Es la vida que decidimos tener.
– Solo lamento no haberte podido dar hijos.
Ella le apretó la mano.
– No hay nada que lamentar.
Con el alma en paz, se produjo la separación y algunos meses después, pudieron encontrarse nuevamente.
– Rubí, tenes una cara terrible. Tendrías que dormir un poco. Porqué no suspendes la clase de hoy? -Josefina era su compañera de trabajo, casi como una amiga.
La muchacha revolvía su café negro, corto, mientras conversaba con ella, tratando de mantener centrada la conversación.
– Estoy bien. No quiero faltar, fue cara la especialización.
– Pero seguro que tu papá te enseña después, si él ya trabaja en el campo, no creo que haya algo que no sepa.
– Al contrario, hay muchas cosas que no sabe y que también aprende cuando le cuento (eso sí acepta que yo le enseñe, porque a veces también él se pone duro) -golpeó la mesa de madera.
Así transcurrió la jornada, entre bostezos y tareas administrativas urgentes o atrasadas, hasta que fue la hora de salida y partió rumbo al curso.
En los cuarenta y cinco minutos de viaje en ómnibus de un lugar a otro, durante la hora pico, Rubí dormitó hasta que despertó unas cuadras después de la universidad donde estudiaba.
Llegó, dejó sus cosas apiladas en una silla, y se sirvió unos vasos de café antes de comenzar la segunda etapa de su jornada.
Más tarde durante el receso, se encontró con su vecino y compañero.
– No te despegaste del termo de café. ¿Todo bien?
– Si, claro Marcos.
– Bien. Me avisaron que la mayoría de los compañeros, esta noche a la salida van a tomar algo, todavía no sé bien dónde.
– Uy yo justo te iba a pedir que me acerques a casa…
– No hay problema.
– No deja.
– ¿Segura que no queres ir? Por lo menos un rato. Será divertido.
– No gracias -volvió a sentarse en su lugar antes que termine el recreo y quedó pensando en todas las veces que había postergado las salidas, ya sea por el trabajo o los estudios- ¡Pensándolo mejor, vamos!
Más tarde, se despertó cansada, con dolor de cabeza, en una inmensa obscuridad.
Buscó a tientas la lámpara de la mesita de noche, pero no la encontró, en su lugar halló varios botones; prendió uno de ellos y un poco más atrás se encendió la luz de un baño.
Fue a tientas para lavarse la cara, intentando recordar qué había pasado, y sobre todo, dónde estaba.
Solo le venía a la mente, una y otra vez, todo lo que había bebido, cuando de repente estiró el cuello para ver por la puerta del baño hacia la otra habitación, y encontró la cama ocupada.
«Mierda», silenciosamente se vistió y salió del motel.
Rubí llegó tarde a su clase. El único asiento vacío era al lado de Marcos, así que fue y tomó el lugar.
El la miraba asombrado, como hacía malabarismos mientras dejaba en el suelo la cartera, el bibliorato, los cuadernos, la agenda, el mate y la guampa.
-¿Algo más? -preguntó sonriendo.
A ella no le agradó mucho el comentario.
Unas horas después, cuando la clase terminó, Rubí comenzó recoger a una a una sus cosas.
– ¿Quieres que te lleve?
– No, no hace falta. Gracias.
– ¿Te irás en omnibus con todo eso? -la miró desconfiado.
– Claro.
– Y bueno…
– Marcos -ella dejó nuevamente alguna de sus cosas en la mesa- lo del viernes fue un error.
– Está bien.
– ¿Seguro?
– Claro. Me lo imaginaba.
– ¿Entonces, no hay resentimientos?
– Supongo que los dos tomamos mucho. Ahora me voy, mañana viajo temprano y quiero descansar.
– No sé, se lo tomó demasiado bien -murmuraba Rubí mientras revolvía su café.
– Yo creo que te simplificó mucho. Yo te habría hecho sufrir más -añadió Josefina.
– ¡Ey!
– Ponete en su lugar. Tienen una noche de fantástico sexo.
– La verdad que eso no lo sé -interrumpió frunciendo el ceño.
– Bueno, como sea. Te despiertas y estás sola. ¿Cómo te sentirías?
– Eso siempre hacen los hombres.
– No todos, solo los patanes. Y hay que ser muy ciega para no reconocerlos. Además, Marcos me parece un buen tipo. Siempre te da una mano.
– Sí… tal vez hice un poquitito mal.
– Tal vez tú deberías pedirle perdón.
– ¿Para qué si está todo bien? El lo dijo.
– ¿Y cómo lo dijo?
– Normal, qué se yo… ¿Serio?
– Te lo hizo demasiado fácil.
– No existe lo fácil. Era incómodo.
– De cualquiera manera lo hubiera sido.
– Listo, vamos a terminar ya el almuerzo. Estamos dando demasiado vueltas al asunto y no vale la pena. La gente que tiene interés te lo dice de frente y listo.
– ¿O te lo demuestra, no?
– ¡No! Lo que se demuestra no se mide. Ahora vamos.
Pasaron los días, idas y venidas, estudio y trabajo, encuentros y desencuentros, hasta algunos meses más tarde.
– Marcos, ¿será que me podes acercar a casa? Estoy muy engripada, me duele la cabeza y no quiero mojarme -afuera la lluvia caía a cántaros, en una de las noches más frías de ese invierno; mientras que Rubí sacaba un pañuelo de la caja.
– Sí, claro.
Al principio el ambiente le parecía un poco tenso, aunque poco a poco, hablando sobre el trabajo y el curso, todo volvió a ser como antes… incluso las llamadas y los mensajes.
Poco después, nuevamente el grupo de estudio organizó una salida, aunque esta vez Rubí la rechazó rotundamente.
– ¿Quieres que te acerque?
– No, gracias.
– Sin problema. Yo puedo reunirme con ellos después.
– No, para nada. Vayan y disfruten.
– No te estás rehusando solo por la de la…
– No.
Y nuevamente decidió tomarse un tiempo por la vergüenza, aunque otra vez volvieron a hablar… y así sucedió un par de veces más al año siguiente.
Terminó la especialización, se organizó un encuentro final y formal, brindaron, intercambiaron tarjetas y se despidieron aquellos cuyos caminos se separaban.
Marcos llevó a Rubí a su casa y la acompañó hasta la puerta.
– Listo, por fin ha terminado -dijo aliviada.
– Sí -respondió seco.
– ¿Qué pasa? ¿No me dirás que no estás feliz?
– Uff. Sí. Fueron dos años pesados. Pero me preguntó si volveré a verte después de esto.
– Sí, claro -repuso blanca- ¿por qué no? -solo se miraron – Sí, está bien que ha veces no tengo tiempo; pero siempre… siempre… -y de pronto fue como un relámpago que iluminó todo a su alrededor- siempre regresé.
– ¿Seguirás haciéndolo sin una excusa?
– Tal vez ya no necesite más excusas.
~ RebecaMT ~
Rebeca Medina Tumino
Junio, 2013
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Nadie nos prometió un jardín de rosas
, sin embargo depende de cada uno de nosotros plantarlas en nuestro jardín.
No me importa la religión, política o cualquier tipo de distinción que pueda separar a las personas, me gustan los puntos en común que logran unirlas; el esfuerzo por hacer de esta Tierra, nuestro planeta, y preservarlo. Admiro a la gente humana, aquella que se equivoca y acierta, porque es la que aún con miedos, logra aprender de sus errores y seguir en el camino.