Danae aprovechó ese instante y huyó al bosque, sin si siquiera entender muy bien qué sucedía.
Esa tarde, entre los abetos, ella escuchó pasos que se acercaban y decidió esconderse tras una roca.
– Es una asesina. Si no era porque Laco le sacó la espada de la mano, la hubiera descuartizado.
– Y yo que creí que era tan buena!
– Todos sabíamos que amaba al soldado, pero está loca de celos, por eso la mató.
– Y eso que casi mata a Laco. Vieron el moretón que le dejó en el ojo?. Tiene mucha fuerza para ser mujer.
– Mañana luego de los ritos fúnebres vendremos a buscar de nuevo. Pronto va a obscurecer.
– Mañana la atraparemos y su padre se encargará de hacerla sufrir.
Danae sabía que tenían razón. No podía escapar, sin duda sería atrapada por los hombres.
Cansada y con hambre, se acostó en el suelo y se cubrió como pudo con unas hojas. Mientras miraba el cielo, Hipno pasó a su lado y la adormeció.
Al mismo tiempo, un poco más lejos, las náyades la observaban escondidas detrás de unos olivos.
La más alta movió una de las ramas con sus blancas manos y se adentró al bosque. Poco después las otras dos la siguieron.
– Tenemos que hacer algo por ella – murmuró la de rosadas mejillas y estatura mediana.
– Tal vez si habláramos con Artemisa, y si ella hablase con Zeus, podría apiadarse de esa joven mortal.
– Pero también podría prendarse de ella, y si eso sucede la venganza de Hera sería terrible.
– Tenemos que pensar seriamente qué haremos.
– Podríamos adentrarla al bosque.
– Para que la asedien los sátiros y Pan?.
– Dionisio la acompañaría encantado hasta Beocia.
– Y de paso haría con ella un adelanto de las fiestas bacanales.
Un revoloteo de alas las hizo silenciar. Un cuervo negro se posó sobre la delgada rama del olivo y las miró con ojos inquisitivos.
– Es una señal! –exclamó alterada la más alta- el cuervo nos presagia una idea inteligente.
– Mejor pensemos en vez de tanta cháchara –dijo la de estatura mediana, única con cabello negro ya que las otras dos tenían el pelo castaño.
Caminaron en silencio en línea recta, yendo y viniendo, buscando una solución para la pobre joven que sería castigada por un crimen que no cometió.
Volviendo al inicio de la historia, al atardecer, luego de mucho ir y venir en el mismo lugar, las náyades decidieron hablar con Artemisa, cuando de pronto una lechuza se posó junto al cuervo.
– La lechuza y el cuervo. Saben lo que significa?.
Apareció una elegante mujer cubierta con túnicas blancas y rojas, la cabeza rodeada por una delgada coronilla de bronce y en la mano derecha un escudo donde estaba inscripta la palabra “Palas”.
– Diosa Atenea, disculpad nuestra ignorancia, no sabíamos que eran sus acompañantes, si no le hubiéramos hecho una acogida correspondiente a una Diosa como usted –exclamaron mientras la reverenciaban.
– Olvídense de las formalidades, náyades. Qué es lo que las aflige tanto que no pueden descansar a estas horas?
Las náyades se lo contaron todo mientras Atenea escuchaba pacientemente el relato.
– Tenéis razón, hay que ayudarla para que no se comenta una injusticia. Creo que Hermes está descansando aquí cerca. Enviaré a mi lechuza para que lo busque porque necesitaremos de su velocidad.
La lechuza se alejó volando y la Diosa convino en que hablaría con Zeus para pedir justicia.
Poco tiempo después llegó Hermes. Su casco alado de oro sobresalía entre sus rubios cabellos, vestido con capa roja se acercó hasta Atenea y la saludó. Conversaron un momento y con los primeros rayos de la Aurora, Hermes se alejó volando al igual que la Diosa.
– Iré junto a mi padre, para clamar por la suerte de Danae y la de su desconfiada e incrédula polis. Esperen por mí y por Hermes junto a ella, no se separen ni la dejen sola.
Luego de la noche, regresó Helio. Era casi media mañana cuando los hombres atraparon a Danae y le ataron fuertemente las muñecas para llevarla a la polis, que se veía claramente desde ese peñasco.
Cuando la capturaron, las náyades dudaron en alejarse mucho de su manantial, aunque finalmente lo hicieron, recordando su promesa a la diosa.
Todos los ciudadanos estaban reunidos allí en ese momento, inclusive Laco, quien sugirió que se llevara a cabo “la justicia”. El mismo pasó al frente cargando en las manos el arma con que fue asesinada la doncella.
Las náyades salieron de su escondite y corrieron hasta ella, pero las personas no las dejaban pasar.
Laco sostuvo en alto su espada al mismo tiempo que reflejaba el metal a los rayos del sol. En ese instante, los soldados enemigos entraron en su polis.
– ¡Es su culpa.! ¡Hasta nos traicionó por celos! –gritó él.
– Yo no fui, fuiste tú. Diles la verdad Laco. No me mates –suplicó llorando, pero el pueblo la ignoró y pidió su muerte a gritos.
En la polís se levantó una tormenta de arena que hizo retroceder a los soldados enemigos. El Rey se mantuvo amenazante hasta que del cielo cayó un rayo que lo acertó, acabando con su vida.
Al ver esto sus hombres temieron y huyeron despavoridos.
– Están protegidos por los dioses – gritaban mientras corrían.
Los ciudadanos se arrodillaron y dieron gracias a Zeus ofreciendo como gratificación el sacrifico de Danae. Laco volvió a alzar su espada dispuesto a matarla con más furia aún.
La lejana y potente luz se acercó, era el resplandor del caduceo de Hermes que los enceguecía por su fuerza.
– Mi padre me envía para decirles que dejen en libertad a esta joven. Es la protegida de la Diosa Palas Atenea, quien acaba de salvar vuestra Polis. Como muestra de vuestra gratitud, solamente pide que la dejéis en libertad y su polis se consagre a ella.
Laco ignoró lo dicho y bajó con furia su espada, la que se vio desviada por una flecha de oro.
Junto a Danae apareció Atenea con toda la parafernalia propia de los habitantes del Olimpo. Le desató las muñecas y la joven se inclinó para besarle los pies a tientas, ya que la luz que había hacía imposible mirar a los dioses.
– Levántate y agradece a las tres náyades que velaron por ti. Vive en esta Polis con justicia y sabiduría, que nosotros velaremos por tu bienestar.
Luego Atenea y Hermes miraron a Laco, que se arrodilló y gritó: «Perdonadme Dioses, yo no soy más que un simple mortal, no puedo hacer nada contra su voluntad».
Hermes se acercó y Laco retrocedió ante la intensidad de la luz, pisó unas piedrecillas que lo hicieron resbalar y cayó por el acantilado hasta el mar enfurecido.
Palas Atenea y Hermes se observaron, sabiendo que se había cumplido la voluntad de su padre. Se elevaron de la tierra y volaron hasta desaparecer.
Cuando la luz disminuyó su intensidad, todo volvió lentamente a la normalidad, pasando esta historia a formar parte de la larga lista de tragedias griegas.
~ RebecaMT ~
Rebeca Medina Tumino
Septiembre, 2012
reflexionespaganas.com
© RebecaMT 2012-2024 - All rights reserved
Etiquetas:
Temas:
Series:
Nadie nos prometió un jardín de rosas
, sin embargo depende de cada uno de nosotros plantarlas en nuestro jardín.
No me importa la religión, política o cualquier tipo de distinción que pueda separar a las personas, me gustan los puntos en común que logran unirlas; el esfuerzo por hacer de esta Tierra, nuestro planeta, y preservarlo. Admiro a la gente humana, aquella que se equivoca y acierta, porque es la que aún con miedos, logra aprender de sus errores y seguir en el camino.