Un viejo amigo se quejaba tiempo atrás de la existencia de los cementerios… Él manifestaba su disgusto, al pensar en la idea de que millones de personas vivas y con un futuro por delante, se allegaran, con frecuencia, al lugar donde moraban sus antepasados para derramar lágrimas por ellos. La imagen de estos eternos rituales «sin sentido», donde lo único que lograban era salir de la necrópolis amargados y tristes, era por demás perturbadora… (Eso, por lo menos, es más o menos lo que él pensaba).
Antes de refutar su argumento, hay que dejar en claro que, hoy en día, los cementerios se han convertido en una atroz «industria de la muerte», ya no son aquellos lugares de «descanso eterno». La triste realidad es que, al visitarlos, uno puede shockearse con la noción de como se entierra a alguien de manera similar que cuando se renta (alquila) un departamento.
En América Latina, al menos, los enterramientos son casi superficiales (las tapas de los ataudes quedan a no más de 30 cm de la superficie) y «optimizados» para poder ser inhumados a los pocos meses o años, según sea cuando el familiar o allegado, deje de pagar la «renta» de la sepultura. En nuestros países (y salvo por cementerios privados muy caros y reservados para las elites), no existe el concepto de «six feet under» (seis pies o dos metros bajo tierra), al estilo de USA y mucho menos la noción de «descanso eterno», existente hasta los tiempos victorianos.
Cinco años, con opción a otros tantos, si se paga por ello, es el «límite de la Eternidad», en nuestros días… Ningún difunto, en todo caso, pasa más de 20 años sepultado, sin ser perturbado por la burocracia o los «cuidadores» de tumbas.
Por otro lado, todos los presentes en los funerales, saben que las estúpidas palabras del oficiante del «servicio», son mecánicas y vacías de significado, porque en algunos años la tumba será abierta y los restos llevados a la fosa común, si es que no terminan siendo utilizados con fines médicos o, peor aún, tirados a la basura.
Pero, de todas formas y según mi entender, la existencia de los cementerios no sólo no desaparecerá jamás, sino que es parte intrínseca de nuestra cultura humana y una de las primeras diferenciaciones sobre las demás especies animales.
Es sabido hoy, que los neandertales enterraban a sus muertos y, muchos creen, que en la última etapa de evolución del homo erectus, ocurría lo mismo. Esto puede llevar los enterramientos hasta 200 mil años atrás (o incluso más y, en cualquier caso, hay pruebas absolutas que datan de hace 60 mil años).
Necesitamos de las necrópolis para mantener contacto con el «mundo de los muertos», para permitirnos una esperanza de continuidad… Pero hay una razón mucho más arcaica y profunda: Los cementerios fueron creados para mantener a los muertos «lejos de los vivos», para diferenciar de manera inequívoca, donde termina un «reino» y donde comienza el otro.
En tiempos modernos, está extendida la creencia de que los cementerios, tal como los conocemos (es decir, virtuales «ciudades de los muertos»), son un producto de la era Victoriana, derivado de la necesidad de evitar plagas y enfermedades producto de los malos y hacinados enterramientos. Lo cual era común, en tiempos medievales y pre-industriales, cuando se solían llevar a cabo en los terrenos aledaños a las iglesias cristianas. Sin embargo, tal cosa es propia de dicha religión y sólo fue común durante unos cuantos siglos.
Desde los tiempos más antiguos, los lugares de enterramientos se separaban muy bien de los de residencia de los vivos. Testimonio de ello son infinidad de yacimientos arqueológicos de culturas ancestrales de todos los rincones del mundo. Incluso en las grandes metrópolis de la Antigüedad, donde existían los mismos problemas demográficos de hoy en día, como los casos de Roma y Alejandría, se recurría al uso de catacumbas o instalaciones similares, nunca de cementerios «temporales» (por usar un eufemismo).
Pero volviendo a la reflexión de mí amigo, en cualquier caso, no creo que el problema sean las necrópolis en sí, sino los sistemas de creencias inherentes. En algunas culturas, como en la China y el Japón, se suele ir a los cementerios para «presentar» a los nuevos miembros de la familia a los que ya son difuntos. Esto no se hace con tristeza, sino con alegría, como si fuera una reunión o celebración más.
En muchas culturas antiguas, así mismo, los cementerios no eran el lugar de pena y llanto que son el día de hoy, sino sitios de inspiración, recordación y gloria. Todo depende de la mentalidad de los deudos, de la cultura a la que pertenezcan.
Las emociones y las creencias no cambian con el ejercicio del culto a los muertos, sólo se ponen en evidencia. Así es que, las personas que salen del cementerio llorando, y no me refiero a las que acaban de enterrar a su ser querido, sino a las que lo perdieron años atrás, no tienen un sentido real de lo que es la existencia, ni de cómo son sus ciclos y procesos.
Aquellos que sufren frente a la tumba de sus difuntos, como si hubiese transcurrido sólo un día desde la muerte de los mismos, es porque en sus casas, todo el tiempo, penan por ello también… No lo dicen, no lo muestran, pero esos sentimientos no los abandonan. Se trata de una incapacidad para elaborar el duelo, producto de fallas en la forma de encarar la vida moderna, pero sobre todo, en cómo han sido educados a nivel espiritual (por decenas de generaciones).
Los cementerios son (o deberían ser) lugares de paz y serenidad, donde uno se encuentra con la realidad de la existencia… En ellos hay una suerte de tristeza inmanente, pero no creo que sea diferente, ni especialmente peor, que la que uno percibe en cualquier otro tiempo y lugar, si acostumbra a tener mínimos momentos de introspección.
Lo malo para algunos y bueno para otros, es que los cementerios nos recuerdan a la Muerte y al hecho de que todos moriremos… lo malo para algunos es que no quieren recordarlo, que quieren vivir la vida sin conocer o asumir su evento más importante: El día de su culminación.-
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Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 46 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (27 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»
Excelente, siempre los cementerios me inspiraron paz, descanso y la sensación de estar viva. Visitarlos y leer los nombres en las lápidas es algo que hago seguido, ya que creo que mientras alguien nos recuerde o piense no estamos tan lejos, si muertos, pero no lejos. Cuando vivía a pocas cuadras de uno, iba siempre a leer, o estudiar en alguno de sus bancos. Me resultan muy serenos y desestesantes
A mi me sucede igual… No me gustan las áreas de los nichos, porque son un emblema de la «industrialización» de la muerte, pero las tumbas en la tierra, los panteones y criptas, me dan la misma paz que a ti.
Suelo visitar los cementerios y hago lo mismo que tú: Caminar, observar, aprender de los epitafios, fotos, placas y lápidas; analizar la arquitectura de los panteones, tratar de descubrir la historia de los que allí yacen. Pero, sobre todo, pensar en soledad y en paz, leer o escuchar el silencio que ya es un lujo en las grandes ciudades.
Nada hay que temer en la ciudad de los muertos, los peligros de la vida están más allá se sus puertas, donde moran los vivos y su maldad.