Si se pregunta a cualquier persona con un nivel cultural medio o superior y con un mínimo de «buena voluntad» para con la existencia en general, si es «ecologista» o «conservacionista», la mayoría dirá: «¡Sí, claro!» (Seguramente, convencidos de que es así y sin entender que, ambas cosas, no siempre son lo mismo).
Esto es porque ambos términos están de moda y se han bastardeado y relativizado hasta el hartazgo. Pero, ¿cuántos de nosotros realmente estamos comprometidos con la biodiversidad, el medio ambiente y las formas de vida no-humanas? Esa ya es otra cuestión…
Lo primero que hay que referir, antes de saber quién es o no ecologista, es de que se trata la «Ecología» (parece obvio, pero no lo es).
La Ecología (del griego «οίκος» oikos = «casa», y «λóγος» logos = «conocimiento» -vean que interesante: la etimología de la palabra es «conocimiento de casa») es la ciencia que estudia a los seres vivos, su ambiente, la distribución; la abundancia de los mismos, y cómo esas propiedades son afectadas por la interacción entre los organismos y su ambiente: «la biología de los ecosistemas»1. Esto no es más que lo que me enseñaron en los primeros años de la escuela secundaria (hace más de 35 años, mucho antes de que la ecología fuera «fashion» y estuviera de moda).
Conforme a lo anterior, «ecólogo» es un científico que estudia el medio ambiente.
Ahora bien, ¿Cuál es la palabra correcta para referirse a los que nos interesamos por estas cuestiones a nivel general, a los que estamos comprometidos con la preservación de los ecosistemas? Bueno, obviamente se ha extendido el uso de la palabra «ecologistas», abarcando a «quienes prestan atención o se preocupan» por las cuestiones citadas en la definición anterior, más allá de si las estudian a nivel académico o no.
Resta preguntarnos: ¿Y qué, de las enésimas ONGs y grupos activistas? Y aquí hemos llegado al propósito de esta nota: Dejar en claro que «muchos ladran pero pocos muerden», en ese sentido.
En primer lugar, hay una tajante diferenciación que realizar. Tiene que ver con quienes son «conservacionistas de los recursos naturales» (un término muy utilizado por los políticos nacionalistas, demagogos y populistas, así como por sus seguidores). La palabra «conservar», con su carga autoritaria y teñida de un sentido de «propiedad», está reñida con el verdadero enfoque de la Ecología (de los ecologistas), cual es el «dejar en paz».
Si uno «conserva» para sí o para otros, para su familia o nación; custodia o almacena cosas, está tomando posesión de ellas, y no ayudando a que se mantengan inalteradas y vírgenes por siempre.
Pero hay más dentro de este asunto:
¿Nos interesan las especies animales para que «nuestros hijos» puedan disfrutar de la biodiversidad? ¡Al diablo con nuestra «ecología», entonces! No va más allá de un craso utilitarismo antropocentrísta…
¿Queremos mantener los bosques, el agua, los glaciares y los minerales «intactos» para el consumo de las generaciones futuras y para que nuestra nación disponga de ellos eventualmente? Pues seremos muy «nacionalistas», pero de ecologistas no tenemos un ápice.
¿Nos interesa balancear el bienestar general y la ecología? ¿Queremos un nivel de desarrollo «sustentable»? Perfecto, eso puede ser más racional que otras conductas pero, si es así, tampoco nos interesa la Madre Naturaleza, y somos unos hipócritas al aludir a ella.
¿Qué es ser ecologista entonces? Realmente es simple: Defender, proteger, preservar y, especialmente, DEJAR EN PAZ a todas las demás especies existentes en el planeta, sean animales o vegetales, y a la biósfera del mismo en general; seguir esta premisa sin importar que vaya en contra del bienestar humano o incluso de nuestras familias y allegados, obedecer esta regla conductual, incluso si nos cuesta caro el hacerlo… ¡Eso es ser «ecologista»!
La idea de que «hay que preservar» los recursos naturales para el futuro, no es «ecologismo», es estrategia política.
Por ejemplo, en algunas zonas de América Latina, se ponen trabas a la compra de tierras por parte de extranjeros para «proteger los recursos nacionales». Esto tal vez sea lógico desde el punto de vista político, ¿pero es «ecologismo»? ¡En lo absoluto!
A veces es real que tales intereses foráneos atentan contra el medio ambiente local, pero otras muchas ocurre que el hecho de mantener privadas a esas tierras, permite que las especies no sean aniquiladas y que el terreno no sea invadido para cultivo, asentamientos precarios u otras actividades (¿No me creen? Comparen los logros de cierta fundación privada en la Patagonia Argentina -que pese a ello es atacada por los ecologistas de izquierda, y contrasten esto con las catástrofes que los gobiernos locales y nacionales generaron en los últimos 30 años, y luego me dicen…).
Aquí es donde se dividen las aguas: Ser «ecologista» no tiene nada que ver con las luchas clasistas, los intereses nacionales o las ideologías políticas. Los defensores de la Madre Tierra no prestan atención a si el agresor es norteamericano, chino, cubano o congoleño; no les importa si se trata de una multinacional o de una «pobre familia necesitada». Reaccionan igual ante todos ellos, porque lo que les importa es la Tierra.
Ser ecologista, implica velar y considerar solamente el bienestar de la Naturaleza, por su valor en sí mismo, no por lo que pueda redituar o servir a un pueblo dado; a nuestra especie en general o a ciertos individuos en particular.
Las naciones van y vienen, en la historia universal, pero las especies están desde hace millones de años y por algún «interés» social o empresarial, pueden desaparecer en días.
Hace poco, leí en un periódico la editorial de un periodista genuflexo respecto del régimen actual que impera en mi país, la Argentina. El sujeto en cuestión, decía que: «¿De qué sirve la ecología si no está centrada en los intereses del pueblo y el mismo no puede disfrutar de sus recursos?» (Esto era para justificar la nueva política de minería a «cielo abierto» y a gran escala que está «implementando» el gobierno nacional).
¡De eso es de lo que hablo! Si se quiere hacer demagogia o «dar trabajo» a la gente de una zona en particular (sin medir las consecuencias), se es cualquier cosa, menos ecologista. Muchos «progresistas» ven en esto a un bien o, si ven un mal, lo hacen porque piensan que a la larga afectará a ciertos niveles carenciados de la sociedad o al futuro «del pueblo». Sin embargo, son pocos los que piensan en la Naturaleza en sí, como algo que debe sobrevivir a la virulencia humana.
Existe la creencia de que la Ecología es naturalmente una concepción de «izquierda» porque, obviamente, tiene un sentido opositor al «sistema» y a los poderes de facto que gobiernan el mundo. Pero esto es falso.
En general, las ideologías de izquierda priorizan a la masa (o sea a nuestra especie) y no «tienen tiempo» (con la excusa del hambre, las guerras, las violaciones a los DD.HH., etc….) para ocuparse de la Naturaleza.
No se confundan, los partidos políticos «verdes» se alinean con la izquierda sólo por marketing (o los de izquierda, se alinean con la Ecología, por la misma razón).
Otro caso típico en esta zona del mundo tiene que ver con el Amazonas: Todos sabemos sobre la inmensa biodiversidad que esa región posee, siendo la selva lluviosa más grande del planeta y conocemos las consecuencias globales, además de la irreparable extinción de las especies, que conllevaría la pérdida de ese santuario de la vida natural. Pero, sin embargo, todo el mundo es ciego ante el fenómeno que destruye con mayor rapidez a la misma… ¡No! ¡No me refiero a las mentadas «multinacionales», que destruyeron y destruyen millones de hectáreas, pero no son el principal problema!
El daño mayor, lo hacen los «sin tierra» y demás agricultores (minifundistas) de esas regiones que, dado el bajo rendimiento de la tierra amarilla de la selva, queman cada año hectárea tras hectárea para cosechar una sola vez y abandonar luego el lugar. Esto hay que multiplicarlo por millones. (Es un accionar que ha sido ignorado o incluso fomentado por el gobierno brasileño, pese a que lleva varias décadas de repetirse cada año).
No ocurre nada diferente en las otras pocas selvas lluviosas del planeta: Tanto en Borneo (Indonesia, Brunei y Malasia); como en el Yucatán, en México; las selvas del África Subsahariana y el Indostán.
De nuevo aquí hay que optar: ¿Qué prima en nosotros? ¿El «humanismo» o el «ecologismo»? Sí, nos debemos hacer esa pregunta, porque lo que pretendo explicar en este artículo, es que muchas veces (no siempre), se trata de cosas incompatibles entre sí.
Daré un último ejemplo de esto: La represa hidroeléctrica de Yacyretá, en la provincia de Misiones, Argentina, tritura miles de peces al día, cuando los pobres animales pasan a través de sus turbinas; altera el normal flujo de las especies que se mueven a través de las aguas del río Paraná, entre otras cosas. ¿Alguien vio alguna vez una manifestación popular protestando por esto…? ¿Verdad que no…?
Siendo así, ¿Por qué entonces se llegó a un conflicto de nivel diplomático; a amenazas y otras cuestiones, junto con años de piquetes, bloqueos de puentes y revueltas de toda índole, en el caso de la fábrica de celulosa Botnia, instalada hace unos años en Uruguay, frente a la ciudad de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos, Argentina?
La respuesta es algo obvio: Porque las «pasteras» molestan a los ciudadanos (o los gobiernos les han hecho creer que es así), sin embargo, nadie se preocupa por la represa mencionada (infinitamente más dañina para el sensible ecosistema del Paraná). No lo hacen, porque la represa genera electricidad para el área, da trabajo a nivel local y además pertenece al propio país (y a la nación del Paraguay)…
Pues bien, al ejemplo anterior, es a lo que yo llamo falso ecologismo.
Sin embargo, este no es el único problema con los modernos «ecologistas». Otro aspecto absurdo de ciertos grupos o entidades, es su ataque (de manera apriorística y sin rigor científico alguno) a los productos transgénicos.
Me pregunto: ¿El grueso de los ecologistas políticamente ideologizados, contará con el conocimiento científico necesario para saber de qué hablan y a que están combatiendo?
Nunca he entendido este asunto: Sabemos que la ingeniería genética es algo peligroso. Todos acordamos que debe estar vigilada por organismos neutrales y legislada de manera conveniente y pormenorizada. Pero al margen de todo eso, que no es más que lo atinente al sentido común, yo me pregunto: ¿Por qué ha de tener algo de malo modificar un grano de cultivo para optimizarlo? El que rinda más, necesite menos agua; el que sea más resistente a las plagas o sequías, etc…. ¿es algo negativo? ¿No se podrían ahorrar millones de toneladas cúbicas de agua potable, no se evitaría talar millones de árboles o arrojar menos pesticidas al ambiente, con tales logros?
Muchos confunden el uso de pesticidas y venenos peligrosos para optimizar los cultivos (que es la verdadera razón por la cual una multinacional como Monsanto tiene tan mala fama y cantidad de denuncias judiciales) con el hecho de que los mismos tengan «genes alterados».
Lo primero puede ser letal para la salud, lo segundo, por lo general, es irrelevante. También es bueno aclarar que los cultivos no transgénicos usan tanto o más pesticidas que estos y que nadie se preocupa de ello a nivel social. Activistas de izquierda, ¡explíquenme esto, por favor!
Muchos creen que los «transgénicos» son dañinos para la salud, y esto podría ser verdad, pero no es algo general. Así como un producto puede dañar la salud, otro podría ayudar a su conservación. Recordemos que venimos modificando a los granos de cultivo con selección artificial desde hace 12000 años (momento en que comenzó la agricultura). Claro, por entonces no lo hacía una «multinacional» o se llevaba a cabo en un «laboratorio secreto», entonces no había grupos «revolucionarios» interesados en evitarlo ni «teóricos de las conspiraciones» dedicados a «exponer dichas verdades».
Aún asumiendo que los transgénicos causen la desaparición de los pequeños agricultores (debido a que los granos mejorados se patentan y no están disponibles para los pequeños productores, además de la competencia desigual que pudiera generar en los mercados agrarios), si esto ayuda a morigerar la destrucción de los bosques (al no desmontarse para cultivo o al hacerlo en menor medida) y alimenta de manera más eficiente a la Humanidad toda, cualquier persona con sentido común, debería verlo como algo bueno, como un progreso para el Hombre y una ayuda en pos de salvar a la Naturaleza.
El punto de vista de los verdaderos ecologistas, a diferencia del «progresismo populista», es optar por lo que sea mejor para la preservación del mundo natural, no de los intereses particulares de ciertas clases sociales, sean estas «altas» o «bajas».
En todo caso, amigos míos, si lo que nos guía es la búsqueda del bienestar de la Madre Tierra, de la Naturaleza y de todas las especies vivientes y no la «lucha de clases» o las guerras imaginarias contra poderes económicos «oscuros», los transgénicos estarán muy atrás en la lista de prioridades para la Ecología y para quienes luchamos por su defensa.
La Ecología no debe tener «color ideológico» o proteger los intereses a una clase social, región, etnia, nación o lo que fuere. Si la misma no defiende exclusivamente a la Tierra, a sus especies y al bienestar del planeta, por encima de cualquier interés humano o de clases, más allá de cualquier cuestión cultural o política y sin medir las consecuencias, entonces es una falsedad, un pasatiempo frívolo para snobs o new-ages; una excusa más para que los posmodernos y los populistas generen alboroto y ruido en en las calles o bien un medio para que ciertos grupos anti-sistema se vistan de «abanderados de la Naturaleza», sin tener la menor intención de serlo.
La Ecología debe tener raíces espirituales y éticas, estar basada en lo que estimamos y respetamos al suelo que pisamos y no en intereses sectoriales, en supuestas «causas» (siempre acotadas por algún factor o ideologismo).
No podemos ser verdaderos ecologistas y, al mismo tiempo, creer que somos una especie «diferente» del resto que compone la biósfera terrestre. No podemos luchar por la Vida, si nos basamos en antiguos dogmas o sistemas de creencias «antropocéntricos».
Nuestra relevancia como luchadores por la vida planetaria, estará dada por el grado de compromiso moral y espiritual que tengamos con la Naturaleza (y no con cuestiones humanas) y también, por el grado de conocimiento que tengamos de cómo funciona la misma.
Por cierto, ¿te has preguntado qué clase de ecologista eres tú?
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(1) Margalef, Ramón (1998). «1». Ecología (9ª edición). Barcelona: Omega. ISBN 8428204055.
Nota aclaratoria: En este artículo no se trata de cuestionar la validez de las causas o luchas sociales ni se pretende tomar partido por ningún sector, sino dejar en claro que tales cuestiones, por más importantes que sean, no tienen relevancia desde el punto de vista ecológico y que la Ecología no debe asociarse (ni menos supeditarse) a ellas.-
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Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
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