Los que me conocen, saben cual es mi ideología política (o diría mejor «conjunto de convicciones», porque la palabra «ideología» apesta a refrito memorizado y envasado por terceros). Soy y he sido, desde mis veinte y tantos, liberal (No «neo», que ni sé que m… es… Soy liberal como Adam Smith y los pensadores de la ilustración).
Aun así, antes, durante y después, salí a la calle a defender los DD.HH. y otros valores, porque eso no es propiedad de ninguna ideología… y no fue en la era «K», cuando estaba de moda… Sino a comienzos de los 80s, cuando no era seguro que se volviera a casa luego de «la marcha» y las cámaras que te filmaban no eran de los medios periodísticos… Tampoco usábamos capuchas o palos, dábamos la cara e íbamos codo a codo.
Los que me conocen un poco más, saben que no soy liberal porque haya nacido con un rancio apellido o en cuna de oro, tampoco porque nade en dólares cuan «cerdo capitalista». Ellos saben que mi filosofía de vida es darwiniana, algo pesimista, nietzscheniana y que creo que hay que elegir el mal menor; que las utopías no son más que sueños o, en el mejor de los casos, lindos paisajes en el horizonte (pueden dar dirección, pero no ser metas a perseguir).
Aquellos que me conocen, saben que uso productos Apple, pero que, a veces, he tenido días sin un plato en la mesa. (Preferir la libertad a la seguridad o el «paternalismo», implica eso… es parte del juego. Nunca me he quejado, el Estado o quien lo conduzca, no es mi padre ni mi mentor y mucho menos mi guía o “líder”).
Aquellos que me conocen, saben que he votado a casi todos los partidos políticos y alianzas que se dieron en mi país, porque los políticos tanto de aquí como de América Latina y del mundo en general, cambian, pero mis convicciones no… Por eso cambio mi voto, para no vender mi alma ni mis principios (Me tengo que conformar con votar al simio menos feo del zoo. Jamás vi surgir a alguien digno, a quien apunte y diga, «éste es el que vale»).
Los que me conocen, saben que tuve padre y abuelo oficiales de la Policía Federal de aquí y que trabajé como personal civil en esa institución… Pero también saben, que llevaba banderas del Che al hospital Churruca (siempre supe que el Che era un cretino, pero su mito me fascinó… Uno tiene sus fantasías, ¿vio?) y que pedía permiso para salir más temprano del hospital e ir a las marchas por los Derechos Humanos (y nunca se animaron a negármelo).
Una vez, cómica ocasión si se quiere, fui a un recital de Amnesty International con la credencial de miembro en una mano y la de la PFA en la otra… No vi contradicción…
Tengo fichas en la SIDE y el FBI… y a mucha honra, pero también tuve amigos policías (algunos de los cuales lloré cuando cayeron abatidos a manos de miserables delincuentes). Nunca he sufrido de esa diarrea mental de las «antinomias», tan común en estas latitudes.
Las personas valen por lo que hacen y son, no por sus poses, profesiones o incidentales ocupaciones. Eso obedece al destino, no a la esencia de lo que cada uno es…
Por eso, por conocer todos los bandos, lados y frentes, creo que puedo decir con derecho lo que sigue: ¡Qué asco que me da la falta de convicciones de mis compatriotas! ¿Alguna vez aprenderemos a votar lo que es justo, lo que vale, lo que conviene al futuro general de la nación y no a nuestro bolsillo durante la siguiente semana o a nuestro trabajo que quizás cambiemos (o perdamos) a los pocos días?
El voto sectorial es un voto simiesco, una parodia de lo que la democracia es o, mejor dicho, debería ser. Es como aquello de la «lealtad partidaria», algo que siempre me ha parecido similar a las reglas vigentes en la Mafia.
Señores, ya desde Sócrates, la civilización humana debió aprender que no se debe hacer lo que nos conviene, sino lo que es justo y correcto (aun si, como el gran ateniense hizo, hay que morir por ello) y ya Aristóteles y Cicerón, vislumbraron que lo justo y correcto, depende de las circunstancias, no es siempre lo mismo, no hay un chip que nos injerten y que logre ese cometido, sin que usemos nuestra voluntad y criterio.
No culpo al «planero» (dícese en las tierras pampeanas de aquel que vive y mantiene a su familia a través de «planes sociales» -Sería como el «seguro de desempleo» de USA, pero la versión sudaca, corrupta y pedorra).
Esa persona no tiene opción. Es víctima de políticos mafiosos, poco menos que simios, pero con suerte y pocos escrúpulos, los cuales treparon una escalera fascistoide, feudal, nepótica y medieval, pero que todavía se resiste a morir y que «desde arriba», les arrojan migajas a cambio de votos y, a veces, les regalan un refrigerador o una licuadora por ir a romper vidrieras (escaparates comerciales). Si no se suben al «micro» (bus preparado para la ocasión), se quedan sin sustento para sus familias.
Pero sí culpo a mi clase social… La media… Que en este país, una vez fue mayoría y muy culta para los estándares no-europeos… y que terminó «así», como ahora… Poniéndole sobrenombres a todo y a todos, golpeando cacerolas y poniendo rejas en vez de aprender a defenderse (Esparta y Atenas no tenían murallas, tenían guerreros); pensando en la cotización del dólar o la «bajada de bandera» del taxi y no en la Libertad, la Justicia y la Igualdad (de derechos, ¿se sobreentiende, no?) en que pensaron aquellos que crearon esta nación y su Constitución, y que se inspiraron en la Revolución Francesa, donde nacieron los «Derechos del Hombre».
Nunca hablo de política para no perder amigos… Me importa más la gente que ganar una discusión; hacer catarsis de mis traumas de clase o sector social o bien satisfacer algún tipo de deporte intelectual, mostrando la idiotez ajena.
Pero en esta ocasión me han cansado, los imbeciles de ambos lados de «la brecha»… ¡Esta vez, los perros ladraron demasiado…!
¿De verdad creen que por repetir palabras como «progresismo», «inclusión» o similares, van a validar lo que son o lo que hacen?
Por mi parte, vuelvo a lo mismo: No hay recetas para la honestidad o para hacer lo correcto. Eso lo sabemos muy bien los paganos.
La Vida y el Universo son dinámicos, lo que «aquí» es frío, «allá» es caliente y lo que en una situación es pesado, en otras se vuelve liviano.
Por ejemplo, no ser conservador con el lenguaje o la ortografía es infame… Pero no ser progresista en lo tecnológico o educativo, es bestialidad…
No seremos más que un país miserable y patético, hasta que aprendamos a votar a lo correcto y no a lo «conveniente» y mientras no sepamos elegir al excelente y no al «líder».
Esto no lo escribo porque esté disconforme con el resultado electoral. De hecho, me pareció perfecto. Lo que no me satisface es la razón por la cual, unos y otros, votaron lo que votaron… y, por lo peor de todo: El que no se den cuenta que la única «brecha» está en sus tristes cabezas, entre lo que dicen defender y lo que realmente defienden.
Ojalá un día dejemos de ser masa y seamos un colectivo de individuos; dejemos de ser simios con ideologías implantadas y seamos humanos con principios.
Por ahora, seguiré sin hablar de política, porque en este país, el tema me resulta repugnante…