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Un principio básico de la cosmovisión pagana, que reconcilia a nuestras tradiciones con la Ciencia Moderna y el Humanismo, es la noción de que: Todo lo que existe es parte de la Naturaleza, que nada hay fuera o más allá de ésta.
A este postulado se le llama inmanencia y, filosóficamente, puede definirse como: La doctrina que sostiene que la causa del Universo se encuentra dentro del Universo mismo, y que la misma no es ni anterior ni exterior ni superior a éste.
Pese a la simplicidad, elegancia y evidente realidad de tal declaración, la misma es resistida por algunos paganos que siguen arrastrando el concepto abrahámico de la “trascendencia”, vale decir: Que un dios único, fue la causa de todo y que éste, precedió a la Naturaleza; que fue él quien la creó y que, por tanto, la misma es sólo un producto de esa creación (cosa creada).
Una variante menos cruda de lo anterior, proviene de la New-Age y de los diversos grupos ocultistas, teosóficos, rosacruces y afines, que han importado a Occidente el concepto de lo “Absoluto” (el “Brahman” o “Paramātman” originado en el Hinduismo y sus escuelas filosóficas Vedanta y Yoga -entre otras).
Estas concepciones, plantean algo similar, aunque con un perfil más filosófico y (supuestamente) “profundo”: Detrás de la Naturaleza, que es lo visible, lo perceptible, existe una realidad ulterior, siendo que la primera es mera ilusión (en sánscrito: माया / Maya) y, por tanto, algo negativo o, por lo menos, de segundo orden.
Sea por la influencia de lo cristiano o lo ocultista (o de ambas fuentes), muchos seguidores modernos de nuestras tradiciones, no tienen demasiado en claro que la concepción de inmanencia es tan capital como el politeísmo (sino más) para las bases mismas de la teología pagana.
Todas las mitologías ancestrales, comienzan con una “teofanía” (momento en que los dioses surgen, aparecen, siendo que antes de ello, no existían). En todas ellas, la Existencia comienza con el Χάος | Caos Primordial (con un “Océano Cósmico” o “Abismo”), que no es una deidad, sino un estado potencial y desorganizado de la existencia, una virtual inexistencia de todo fenómeno, movimiento o entidad.
“En primer lugar existió el Caos. Después Gea, la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo…” (Hesíodo, Teogonía…).
Incluso en la tradición abrahámica, existen vestigios de que, una vez, esto fue del mismo modo… Si se toman los dos primeros versículos de la Biblia, se apreciará una remanencia de ello:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.” (Génesis 1:1-2).
Como puede verse, luego del primer versículo, donde se introduce el tema de la “Creación”, se dice que había un “abismo” (תהום / “tehom”), que parece preceder al momento en que la Tierra fue creada…
Este “abismo” está presente en el Enuma Elish y en la mitología sumeria y babilónica en general, con el nombre de Apzu. También aparece en otros textos ancestrales, mucho más antiguos que el Génesis:
«Cuando en lo alto, los cielos no habían sido nombrados y la tierra firme abajo, no había sido llamada por su nombre; y nada sino el Apzu primordial, su progenitor, y Tiamat, la que los dio a luz a todos, sus aguas, como un solo cuerpo, confundían…» (Enuma Elish, Tablilla I, 1-5).
Como fuere en el caso de los hebreos, queda claro que, en todas las culturas paganas ancestrales, los dioses nunca precedieron a la Naturaleza, sino al revés. Todas las entidades divinas de los antiguos panteones, eran parte de ésta, no sus creadores o antecesores.
En el Paganismo, la Naturaleza es sagrada y divina, porque no necesita de causas externas para existir y acontecer. Se basta a sí misma. Es todo lo que existe, existió y existirá.
De la Naturaleza venimos y a ella retornaremos, cuando la última hora llegue. Todo lo que vive o ha vivido, surgió de ésta y todo conocimiento posible, nace de la comprensión de sus fuerzas y procesos.
Esta es la noción clave, que separa las aguas de quienes creen en dioses trascendentes, «salvaciones» o “realizaciones espirituales”, de cualquier tipo, y quienes mantienen concepciones espirituales basadas en la “Tierra”, en el suelo que pisan y en el mundo que, claramente, pueden percibir con sus sentidos.
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