Esta es una actualización de una nota que escribí en 2009, para un debate sobre la existencia del «aura» y la posibilidad de medir o registrar a la misma, que se dio en la lista de correo Babel-Pagan.
Foto 1: Esta foto de la yema de un dedo, está tomada con una cámara Kirlian real, que utiliza el «efecto corona» para lograr la imagen.
Parece que existe una confusión respecto del «aura» como creencia religiosa, del «aura» como fenómeno del ocultismo o de la new-age y en relación con los supuestos métodos de medición o registro de la misma. Todas estas son cosas diferentes… Veamos…
Siempre ha existido una suerte de mito universal, registrado en casi todos los sistemas de creencias, respecto de «emanaciones» de energía por parte de las figuras religiosas significativas. Podemos ver, en la mayoría de las imágenes de tipo sagrado, toda clase de halos, auras, aureolas, llamas, fuegos o serpientes, que representaban una suerte de energía espiritual.
Realmente, desde un punto de vista antropológico, existe una explicación (no-mística) para el caso. La misma tiene un carácter arquetípico vinculado con el culto solar.
Seguramente, todos aquellos versados mínimamente en la historia de las religiones, han podido ver muchas imágenes, iconos o estampas (entre los cristianos católicos, por ejemplo, a el «Niño Jesús») con resplandores de tipo solar (dorados, que surgen de un centro de luz, justo por detrás de sus cabezas). Esto tiene que ver con la idea de que los maestros religiosos, santos, profetas, etc… (e incluso los dioses en las tradiciones paganas) emitían un tipo de energía mística y luminosa, similar a la del Sol.
Las grandes figuras religiosas compartían, según esa creencia, dicha naturaleza solar de emisión de luz. «Iluminaban» a los mortales al igual que lo hacía el Sol. A maestros espirituales como el Buddha Gautama -recordemos que Buddha significa «iluminado» en sánscrito y pali, también se los representa con halos o serpientes que emanan de su cabeza. Esto, se pensaba, en un sentido simbólico de «iluminación» por la transmisión de sabiduría, pero muchos aceptaban la idea de una «energía» inmanente en la presencia de aquellos.
Dichas representaciones son universales: Se las ve en las imágenes de Cristo, de los santos y las vírgenes cristianas en forma de halo o luz; en el Islam, se representa a Muhammad con una llama dorada alrededor de su cabeza; el Mazdeísmo coloca una luz dorada alrededor de Zarathustra y así muchos otros casos: Krishna, Rama; enésimos santos y gurúes de India; los bodhisattvas del Tíbet, de Indochina, del Japón… y un largo etc…
Algunos, sin embargo, pretenden extrapolar la idea y piensan en visionarios o personas hipersensibles que, a lo largo de la historia de las religiones, han registrado en el arte de las mismas a las «emanaciones» energéticas que los maestros o santos, en efecto, emitían. Esta idea es altamente improbable y por supuesto indemostrable (no obstante es la que prima, de manera tácita en la mayoría de los ambientes religiosos).
Luego tenemos la cuestión del «aura» como noción de energía espiritual, bioenergía o similar, primero abordada por los movimientos ocultistas del s. XIX y luego por la New-Age del s. XX. En este sentido, surgen las ideas de supuestos poderes psíquicos de visualización, de percepción paranormal o extrasensorial y cosas semejantes (Esto fue muy popularizado por el escritor -y falso lama tibetano- Lobsang Rampa, en los ’60s y ’70s, en libros como «You Forever» / «Usted y la Eternidad» de 1965).
Pese a más de un siglo de controversia, es innecesario referir que nadie ha podido demostrar nada de ello, por lo cual, seguirán existiendo quienes crean en el «aura» y quienes no, pero cabe aclarar que no existe ninguna prueba o evidencia científica al respecto.

Foto 2: Esta es otra foto tomada con el mismo procedimiento (la cámara Kirlian original). Aquí se puede ver que los objetos inanimados, con tal de que conduzcan electricidad, producen en mismo «efecto de corona» (un efecto puramente electromagnético).
Finalmente está la cuestión de las supuestas mediciones o registros del aura o bio-energías. En ese sentido, el cuerpo humano tiene varios fenómenos interesantes, pero ninguno tiene que ver con energías metafísicas. Todos son explicables por la física, la química y la fisiología.
A despecho de los «lectores de auras», que ganan buen dinero con ello, no existe nada más que reacciones electroestáticas, electroquímicas, fotoluminiscentes, termales y electromagnéticas (puramente físicas, como cuando se conecta a un paciente un electroencefalógrafo o electrocardiógrafo y se miden las pequeñas corrientes eléctricas generadas por el cerebro y el corazón respectivamente).
No obstante, existe la famosa Cámara Kirlian. En sus comienzos, estas cámaras eran aparatos que registraban en el positivo de la película (foto en papel) la reacción de corona (un efecto físico similar al fuego de San Telmo).
Dicho aparato fue inventado por el matrimonio Kirlian (de ahí su nombre), de origen soviético, en 1939.
La fotografía Kirlian, usa energía eléctrica de alto voltaje y alta frecuencia para generar un campo eléctrico (que no tiene nada de místico). La película fotosensible, registra por la prolongada exposición la acumulación de descargas de corona y queda formada la imagen. Las diferencias entre un área dada de la imagen y otra diferente tienen que ver con la humedad del objeto (de la piel en el caso de muestras humanas o de otros animales).
Como la electricidad siempre busca el camino de menor resistencia, en donde hay más humedad o un mayor o mejor contacto contra la superficie de la placa (y por tanto mayor conducción eléctrica), existirá mayor «efecto» de campo o corona (ver fotografía número 1).
Cuando la película es a color, las diferencias de la impedancia (resistencia eléctrica a la corriente alterna en una frecuencia dada) y capacitancia de la piel y las superficies inherentes, generan cambios de frecuencia que afectan de diferente manera a la química de la misma, imprimiendo diversos colores (por lo general azul y rojo, a veces violeta).
Lo que nunca se ha aclarado con toda la precisión necesaria, es que ES EXACTAMENTE IGUAL para los objetos inanimados, como se puede apreciar con total claridad y objetividad, en las dos primeras fotografías de este artículo.
Por lo que queda claro que no hay nada de «esencial» o «trascendente» en tales emanaciones, a menos que creamos que la llave de tuercas tiene alma (ver fotografía número 2).
En cualquier caso, existen los «creyentes Kirlian» que pese a todo se mantienen en la idea de que el aparato registra algo biológico o (lo que es más indemostrable todavía) que la reacción de corona, que es totalmente trivial a nivel de la física, se corresponde (sin embargo) con una energía más sutil.
Ellos afirman, que la reacción de corona es a la energía del «aura», lo que el humo es al aire (que nos permite ver las convulsiones térmicas de éste, por ejemplo durante la combustión de un cigarrillo).
Como sea, tampoco aquí hay pruebas de nada y, por el contrario, la Ciencia explica que nada de particular hay en el fenómeno.
Incluso es explicable las supuestas alteraciones en los patrones y colores del efecto corona, a la par de cambios emocionales en el sujeto de prueba. Esto es así, porque la transpiración, la mayor o menor presión sanguínea en los vasos capilares y otros factores metabólicos, cambian la resistencia eléctrica de la piel, lo que a su vez genera cambios en el efecto corona y, por tanto, en la película fotográfica. Esos mismos cambios, totalmente físicos, son parte de los que utilizan los «detectores de mentiras», usados por la policía de decenas de países, desde hace más de 70 años.

Foto 3: Este es el tipo de resultado obtenido con el nuevo «dispositivo», mal llamado cámara «Kirlian», porque no tiene ninguna relación con el original. En este caso, se trata de un simple artilugio informático, que pretende mostrar el aura, cuando en realidad, los colores son agregados por un programa informático, de forma totalmente discrecional.
Sin embargo, transcurridas algunas décadas y con el advenimiento de las nuevas tecnologías informáticas, digitales y ópticas, algunos «parapsicólogos» muy emprendedores, inventaron la «nueva fotografía Kirlian».
Tal ingenio, consiste en una doble exposición fotográfica (digital), mediante artilugios informáticos, del rostro de un sujeto dado y de colores y campos lumínicos supuestamente correspondientes a los de su aura. El rostro es tomado por una cámara fotográfica digital común y luego un dispositivo informático le agrega los colores alrededor del perímetro facial (ver fotografía número 3 del presente artículo).
Existen dos objeciones al respecto: Los «colores» se traducen o determinan a partir de sensores de conductividad o termales en la piel (el sujeto debe colocar su mano sobre una placa especial, donde los sensores están distribuidos de manera «estratégica» o, en otros casos, los sensores se colocan en las yemas de los dedos, de manera parecida a como se lo hace para que funcione el registrador de conductancia en la piel en un detector de mentiras). Las diferencias se traducen, mediante un algoritmo computacional, a la imagen.
Ahora bien, nadie sabe, quiere o puede aclarar (incluidos sus inventores y los «expertos» que cobran buen dinero por tomar dichas fotos) cómo se han establecido los parámetros y cómo se llegó a la conclusión de que tal o cual nivel de conductividad o temperatura, tiene que ver con tal o cual color o intensidad en el «campo áurico». Tampoco se explica por qué debería ser que, un área específica de la mano se corresponda con otra determinada del rostro o del cuerpo entero (como a veces ocurre con aparatos «todavía más sofisticados»), salvo que se recurra a la pseudo-ciencia de la «reflexología».
Lo segundo, sería que como, en primer término, no se ha establecido que el aura exista, se está tratando de generar una correspondencia sobre lo que no se conoce o ha visto jamás, en el mejor de los casos, en base a extrapolar concepciones igualmente paracientíficas como los meridianos de acupuntura, las correspondencias de los chackras y nadis del Yoga hindú o el conocimiento «kabbalistico». Esto sería equivalente a pretender inventar una máquina que traduzca el japonés, sin conocer tal idioma, sin tener libro alguno escrito en el mismo e incluso, sin haber escuchado jamás una palabra de dicha lengua. Tan sólo valiéndose de referencias terciarias sobre que «podría existir» tal lengua. Absurdo, ¿verdad?
Me parece que estos aparatos son más un recurso de marketing que un instrumento científico, algo así como «tenga su aura en el acto» o «vea su espíritu ahora mismo, mediante tecnología de punta… Llame ya!!». Eso, por no abordar la cuasi-delictiva manipulación de las creencias de las personas y el deseo de obtener dinero en base a ellas.
Así que cada quien puede tener o no fe en el aura, la bioenergía y los «halos» como un concepto metafísico, pero tal cosa, a un nivel físico y mensurable (medible o registrable) es un absurdo o, en el mejor de los casos, no existe la menor evidencia que respalde cualquier aseveración relacionada con el tema.
En lo que respecta a la Ciencia, el aura NO EXISTE y, más allá de las concepciones y creencias de cada quien, es bueno recordar que eso no está sujeto a debate.
Se ha dicho por ahí: «Hay que tener la mente abierta, pero no al punto de que se nos caiga el cerebro». Frase que aplica, creo yo, de manera magistral a esta cuestión.-










































