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Reflexiones Paganas
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Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


Tiempo de lectura: ~9 minutos. 2482 palabra(s).

Si la tendencia a la abnegación y a la solicitud por los demás (la simpatía) llegara a ser más fuerte aún de lo que es, la vida en el mundo resultaría insoportable.
Friedrich Nietzsche (“Aurora”, Libro II, 143.
)

Introducción:

En los ambientes donde prima el posmodernismo, las formas de espiritualidad light o bien las ideologías populistas o neo-marxistas, es muy frecuente que se descalifique al individualismo, al deseo de destacar; a la alta autoestima y el orgullo de sí mismo, como si estas cosas fueran defectos del carácter (o, por lo menos, como si siempre lo fueran, sin importar su grado de correspondencia con las cualidades y méritos de la persona; las circunstancias; o el rango y la frecuencia, de estos pensamientos y emociones).

Este rechazo, puede englobarse con una actitud específica, el repudio al “Ego”*, pero, tomando a esta palabra, no como el sustantivo que alude a una cualidad básica de la mente humana, sino como adjetivación implícita, que hace referencia a una supuesta deformación de la personalidad.

Parece que, en estos tiempos de confusión, no se asume que el progreso de la consciencia humana, está relacionado con la paulatina emergencia del “Yo” (de la individualidad) a partir del mar de la inconsciencia (no diferenciación animal de sujeto – objeto); de la tribu y luego de la masa y el colectivismo (siempre disolutorio de la personalidad).

Esto es así, porque los mismos factores evolutivos que nos hicieron bajar de los árboles y comenzar a usar herramientas; para luego, crear el arte y con ella la noción de vislumbre del futuro y de la posibilidad de ser libres y de hacer la propia voluntad, fueron los que produjeron el surgimiento del “Yo”, en la mente humana.

Sin esta cualidad implícita en cada consciencia, los procesos que conocemos como cultura y civilización, jamás podrían haberse dado.

Tuvieron que transcurrir muchos siglos, para que el sentido de “uno mismo” y la individualidad de que goza la mayoría de las personas del siglo XXI, se desarrollaran con plenitud y afianzaran, al punto de ser ya irreversibles.

Sin embargo, esta evolución hacia la individualidad y la valoración del propio ser, generó (y sigue generando) una paulatina oposición, un proceso inercial.

Este proceso, tiende a hacernos pensar que, en el colectivo, la chatura, la homogeneidad y la des-individualización (conversión del individuo en masa), está el “futuro” de la Humanidad. Como si la negación del “Yo”, fuera diferente de la aniquilación prefigurada del Ser.

Pero, tal regresión no es reciente… Ha acompañado a la Humanidad durante toda su historia y pugnado por disolver su progreso. Ya las religiones abrahámicas en Occidente y las dhármicas en Oriente, plantearon la postergación del “Yo”, o bien su aniquilación, como así también, todo propósito o sentido de la propia individualidad y de la necesidad de plasmarla en la creación y el desarrollo de un futuro personal, de metas totalmente propias y originales.

Por ejemplo, el Buddhismo, surgido en el siglo VI a.C., plantea que el “Yo” es una ilusión, la cual estorba a la evolución espiritual del Ser y no le permite lograr su estado de “realización final”: El Nirvana o aniquilación de toda diferenciación entre el sujeto y el objeto.

Siglos después, el Cristianismo surgiría de entre las muchas sectas judías de su tiempo, para plantear la idea de un “rebaño y su pastor” y de que “… los últimos, serán los primeros.”1; de que toda persona espiritualmente proba y bien enfocada, debía destruir toda apetencia egoísta, todo deseo de realización personal y toda pretensión de sobresalir por encima de la masa.

Desde entonces, el individualismo, la ambición y aun un nivel sano de egoísmo, pasaron a considerarse “pecados”, emociones viles o defectos del carácter.

Lo anterior facilitó el advenimiento del oscurantismo y del feudalismo, donde sólo los “signados por Dios” (nobles, señores y prelados), estaban por encima de los demás y tenían un cierto margen de libertad y de gloria personal.

Debido a que el desarrollo de la individualidad, requiere de un mínimo de “desconexión” respecto de la tribu, el clan o el colectivo al que el sujeto pertenezca (donde le fue dado nacer), esto implicó que el surgimiento de lo particular por sobre lo masivo, a no ser por los casos en que esto era determinado por pertenecer a la cúspide de la pirámide social, se tardara miles de años en gestarse.

También fue previsible, dada la naturaleza humana y su pertinaz tendencia a caer siempre en los mismos errores, el que algunas creencias produjeran siglos de demora (o hasta milenios) en el desarrollo humano.

No obstante, cuesta más entender lo que ocurrió después (y, al parecer, sigue ocurriendo hoy en día).

Negación posmoderna del Ego:

Probablemente, la raíz del problema sea el ancestral y tribal miedo a lo diferente, que se manifiesta en la agresión, la hostilidad y el rechazo hacia todo ser que no se parezca a la manada, a lo que está por encima del “promedio”, lo que sobresale respecto de los que componen la tribu. Pero también hay otro ingrediente: El instinto de supervivencia que, en este caso, se manifiesta como envidia u odio al que es distinto (al que es mejor), a quien se atreve a tener más o elevar su cabeza por encima del límite permitido.

Esta combinación de temores, unida al recelo a la modernidad y el progreso, es lo que en el siglo XIX gestó sistemas de creencias anacrónicos, como la Teosofía y su rechazo por la Evolución de las Especies (reemplazándola por un esoterismo racista) y, a veces, hasta fraudulentos, como fuera el caso del Espiritismo de las hermanas Fox en USA y luego el Kardeciano, en Francia.

Curiosamente y a pesar de pretender ser “científicos” e innovadores, estos movimientos vetaban el librepensamiento y la individualidad, tanto como lo habían hecho, durante siglos, las religiones hegemónicas. Se le daba una vuelta de tuerca a la moral cristiana, ya sea que el giro fuera esotérico o materialista; colectivista o liberal, pero sin sacudírsela del todo…

Sólo unos pocos visionarios, de aquellos tiempos, tuvieron el valor de enfocarse en el Ego (el desarrollo del ser individual, la búsqueda de la diferenciación). Por ejemplo, Friedrich Nietzsche, entre los filósofos; Sigmund Freud, entre los investigadores de la psiquis humana u Oscar Wilde, en la literatura, lo hicieron, pero no sin pagar un alto precio por ello.

Un caso digno de referir fue el de Aleister Crowley, con su Thelema (del griego: «Voluntad»), que rompía con la espiritualidad ovejuna y pacata de su tiempo, declarando: «Every man and every woman is a star…» («Cada hombre y cada mujer es una estrella…»)2

Pero, a pesar de estas pocas y honrosas excepciones, el otro bando era mucho mayor… Integrado por personajes famosos de la época, casi siempre eruditos e incluso ampliamente ilustrados, que invariablemente “predicaban” la sujeción al rebaño, la mediocridad revestida de moralidad.

Lo anterior primó particularmente en el ámbito de lo espiritual: Helena Blavatsky, Max Müller, Rudolf Steiner, George Gurdjíeff, Peter Ouspensky, Annie Besant, René Guénon, Max Heindel y un largo etcétera, produjeron una cantidad de movimientos y sistemas en donde los conocimientos antiguos, parecían conciliarse con los modernos y científicos, pero siempre sujetos a la moral que el judeo-cristianismo (o entuertos de ésta con los dogmas de las filosofías orientales) y su sentido de “pastor y oveja”, había inculcado durante casi 2000 años.

Pasó el tiempo y en la segunda mitad del siglo XX, surgió la New Age y, con la misma, una renovada tendencia a la mezcla acrítica y al ceñimiento a gurúes y “maestros” que estaban por encima del aspirante…

La “devoción al gurú”, tan propia de la India y de su sociedad basada en castas, se proyectó a Occidente, generando una nueva clase de espiritualidad masificante, anti-ego y refractaria del individualismo.

Más tarde, con el surgimiento de las diversas tradiciones neo-paganas, la asimilación de estos prejuicios y atavismos doctrinales y morales, fue inevitable.

Ego y neopaganismo:

Paradójicamente, la falta de dogmas, doctrinas fijas y de líderes, entre las diversas manifestaciones del paganismo moderno, lo hizo permeable a toda una cantidad de ideas ajenas a las fuentes ancestrales, las cuales, casi siempre, resultan ilógicas e incompatibles con el humanismo y el pensamiento científico.

Entre los artículos de este blog, ya se citaron algunos de estos problemas: Karma, reencarnación; noción de “bien vs. mal” o de “luz vs. oscuridad”, de valores morales fijos vs. una ética dinámica… La pervivencia de conceptos como el “pecado”, el “perdón” o “amor incondicional”, etc… también son evidencia de ello. Todos, prejuicios, dogmas y tabúes, que no parecen fáciles de eliminar y que impiden emerger a la verdadera óptica pagana y su ética naturalista, humanista e individualista.

El rechazo al concepto de “Ego”, se inscribe en este contexto y es, sin duda, algo que se le ha “pegado” al Paganismo, cuan bacteria infecciosa, a partir de los gurúes modernos, casi todos orientalistas y, por tanto, emanados del Hinduismo y el Buddhismo, religiones que quieren mantener el statu quo social y a todos los miembros de sus comunidades alineados en los mismos antiguos preceptos.

No es casual que existan infinidad de wiccanos y de paganos light que saluden “namasté”, un término que proviene del hindi y cuya traducción aproximada equivale a “me inclino ante ti”. Por lo general, dándole insólitos sentidos, que tal palabra jamás tuvo en su origen.

Del mismo modo acrítico con que se usa ese término, se cree en el karma o se lee a Osho, Deepak Chopra, Paulo Coelho, Brian Weiss, Eckhart Tolle, J. J. Benítez u otros neo-gurúes, magufos o charlatanes, propios de la New Age, también se rechaza el Ego y la individualidad. Así se estigmatiza el deseo de auto-superación, de buscar ser los mejores, del ἀρετή / areté griego, que significa “excelencia” y que constituía la máxima virtud para los paganos de aquella egregia civilización.

Se ha vuelto endémico, espasmódico y monótono, el ver que, a cada planteo racionalista o ajustado a la historia real, siempre surja algún personaje que, sin poder objetar los argumentos o evidencias, tilde al emisor del concepto de “soberbio”, de “poseer un ego desmedido” (o simplemente de tener uno) y otros ataques ad hominem o adjetivaciones similares.

En la era de lo “políticamente correcto”, la permisividad intelectual está a la orden del día y la neutralización del interlocutor, se prefiere a la refutación docta de sus ideas o creencias. La nueva arma letal de los mediocres es la apelación a las aristas sobresalientes del otro, asumiendo que siempre son negativas, pensando que toda forma de excelencia es una suerte de “pretensión egomaníaca”.

Criticar al Ego, como arma dialéctica:

Las personas básicas, con valores atávicos e ideologías cristalizadas, suelen recurrir a la falacia del “hombre de paja”, para distraer la atención y neutralizar todo debate o análisis crítico de los hechos, las evidencias y los argumentos.

En la era del posmodernismo, esto se lleva a cabo con total impunidad y con el agregado de convertir en defectos a los logros, virtudes y capacidades del oponente (o del colectivo que profesa una idea o creencia diferente).

Every man and every woman is a star…
Aleister Crowley  
(Book of the Law)  

Debido al frecuente abordaje superficial y miope de las creencias paganas, esto suele darse mucho en nuestro ambiente… No es poco común el leer o escuchar a alguien afirmando que “sentir” es más importante que “saber”; que si alguien trata de refutar una idea absurda, está atacando el derecho de libre expresión y pensamiento del otro, etc…

Toda refutación o disidencia fundamentada, se toma como un agravio y, de manera automática, se apela a nociones como «ego vs. humildad», «creencia personal como más significativa que la realidad de los hechos», «empirismo anecdótico por sobre la experimentación científica», etc… Tratándose de lograr una supuesta superioridad moral respecto de los otros, de los que muestran su saber o «se hacen notar». (Habría que preguntarse: ¿Cómo alguien puede enseñar a otros sin demostrar sus conocimientos?).

En algunos grupos, incluso se impone como regla el no debatir. Se veta la posibilidad del disenso, sacralizando el supuesto derecho de pensar o afirmar «lo que sea”, con impunidad y sin consecuencias.

Pero todavía hay más: A veces, ciertas personas preguntan algo, esperando que se les responda exactamente lo que sus expectativas le dictaban y si esto no ocurre (como ha de ser en la mayoría de los casos), se encolerizan y, ¡Oh casualidad! Surge la descalificación visceral del otro en base a su “ego” (sea porque sabe más que quien pregunta, sea porque cree algo diferente, en todo caso, siempre será «condenado» por ello).

El apelar a la “humildad”, al concepto de que “todo el mundo tiene su verdad”, que el “ego es malo”, que «el individualismo destruye a la sociedad» y otros tantos dislates, se ha convertido en un bagaje pseudo-argumental de los básicos y de los borregos, en el reemplazo más patético de la lógica racional, de la apelación a las fuentes del conocimiento y del análisis sereno y crítico de cualquier tema.

La Verdad no existe, lo que existe es la Realidad (que, en todo caso, es la única Verdad) y la forma de conocerla es el estudio, la lectura, la experimentación, la práctica y la interacción constante con quienes saben más que uno.

A pesar de que esto debería ser fácil de entender, en una era donde todo se pretende que sea instantáneo, donde se quiere enseñar antes de aprender y donde muchos se proclaman “maestros” antes de haber sido alumnos, es más fácil no leer, no apelar a datos y fuentes y, sencillamente, descalificar a quien sí lo hace, aduciendo que su erudición no es sino la evidencia de un “gran ego”, de una falta de “evolución espiritual”.

En síntesis, el ataque al Ego no es sino la metralla, la dialéctica vacía de los mediocres, de aquellos que se dicen paganos, pero siguen pensando como sus padres o abuelos abrahámicos les inculcaron en la infancia. Es la manifestación más patente de que el cambio de rituales, de nomenclaturas, de poses y estilos, no hace a una verdadera conversión… Que, el ser pagano, implica un verdadero, profundo y valiente corte con la moral judeo-cristiana y con su noción de que el “Yo” y la individualidad son cosas malas per se.

En el paganismo, no caben los idealismos emanados de los «yo-creísmos», de lo nominal o de las convenciones; tampoco los que nacen de la debilidad, la enfermedad, la decrepitud, la cobardía o el cansancio. La búsqueda de la excelencia se lleva a cabo lejos del rebaño y todo conocimiento nuevo, se aprende a partir de abandonar los dogmas, las supuestas verdades asumidas y la irracionalidad. Todo pagano, debería huir de las «sabidurías» llorosas, conformistas y ovejunas.

¡Volvamos a las fuentes! El nuestro es un camino individual, sin líderes, sin gurúes, sin pastores o mesías… ¡Por eso, no se le puede transitar sin centrarse en uno mismo!

* Ego: Del griego antiguo ἔγω (egó), a través del latín, Ego. Pronombre personal (primera persona del singular) = Yo.
Yo: m. Fil. Sujeto humano en cuanto persona. (RAE, Edición 23).


1) Ev. Mateo 20:16 (RVA, 1989).
2) "The Book of the Law", 1904.

Bibliografía:

- Friedrich Nietzsche, “Aurora”, Biblioteca Nueva, 1ª edición, 2000. ISBN: 8470307452.
- Sigmund Freud, "El Yo y el Ello y Otros Ensayos De Metapsicología", Alianza, 2012. ISBN: 8420608955.

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Tiempo de lectura: ~2 minutos. 449 palabra(s).

¿Hay un estado más sagrado que el del embarazo, en el que todo se hace con el convencimiento íntimo de que, de un modo u otro, aprovechará al ser que se lleva dentro en estado de devenir, de que esto aumentará el valor secreto que ilusiona con el encanto del misterio que se lleva en el cuerpo? En esta situación se priva uno de muchas cosas, sin que cueste trabajo vencerse. Se evita una palabra violenta, se alarga una mano conciliadora: el niño debe nacer de lo que hay mejor y más tierno. Nos espantamos de nuestra violencia y de nuestra brusquedad como si estas fueran una gota de sufrimiento en la copa de la vida del ser desconocido. Todo está velado, lleno de presentimientos; no se sabe lo que pasa, se espera y se procura estar alerta. Durante este tiempo, nuestro ánimo se encuentra dominado por un sentimiento puro y purificador, de profunda irresponsabilidad, un sentimiento semejante al del espectador antes de que se levante el telón. Aquello crece; aquello va a ver la luz, y nosotros no tenemos nada en las manos para determinar su valor ni el momento de su llegada. Estamos totalmente reducidos a las influencias indirectas, bienhechoras y defensivas. Allí está creciendo algo que es mayor que nosotros. Esta es nuestra esperanza más íntima; lo disponemos todo pensando en su nacimiento y en su prosperidad; y no sólo lo útil, sino también lo superfluo, esas coronas de nuestra alma que tanto nos reconfortan. ¡Hay que vivir con ese fuego sagrado! ¡Es posible vivir así! Y cuando estamos a la espera de un pensamiento o de una acción, aguardando que se realice algo esencial, no podemos comportarnos más que como embarazadas y debemos aventar los presuntuosos discursos que hablan del querer y de la creación. El auténtico egoísmo idealista consiste en tener un cuidado continuo, en velar y en mantener el alma en reposo, para que nuestra fecundidad se logre felizmente. Así, velamos y nos tomamos cuidados, de una manera indirecta, por el bien de todos y el estado de ánimo en que vivimos; ese estado de ánimo altanero y dulce es un bálsamo que se extiende muy lejos a nuestro alrededor, llegando incluso a las almas inquietas.

Pero las mujeres embarazadas son antojadizas. Tengamos, pues, antojos como ellas y no reprendamos a quien los tiene, cuando se encuentra en un estado semejante. Aun cuando este fenómeno llegue a ser grave y peligroso, sigamos venerando todo lo que se encuentra en estado de devenir, y no nos quedemos por debajo de la justicia de esta tierra, que no permite al juez ni al verdugo tocar a una mujer embarazada.

«Aurora», Libro V, 552
Friedrich Nietzsche

Fragmento de: "Aurora. Reflexiones sobre los prejuicios morales" (título original en alemán: "Morgenröthe. Gedanken über die moralischen Vorurtheile"), 1881. Friedrich Nietzsche.
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Tiempo de lectura: ~6 minutos. 1575 palabra(s).

Vivo sumergida en una sociedad que es culturalmente cristiana, incluso la mayor parte de los ateos que me encuentro son en realidad cristianos, cristianos que simplemente han abandonado su fe en el dios sobrenatural del que el cristianismo dice provenir, pero su forma de sentir, ver, pensar y con frecuencia actuar conserva los rasgos culturales del cristianismo. Ven, piensan, sienten como cristianos, son cristianos de hecho aunque ateos. Los neopaganos, inmersos en esa cultura, no la han mamado menos que los ateos, es natural que el neopaganismo tenga problemas con ello, que existe un alto riesgo de acabar pintando el paganismo con los colores del cristianismo o aun peor que vistamos de pagano al cristianismo, y terminemos entonces confundiendo la velocidad con el tocino. Hay por ello desde dentro del neopaganismo una lucha por liberar al paganismo del marco cultural cristiano y situarlo en el suyo propio.

Es en ese contexto en el que se suelen presentar algunas diferencias entre paganismo y sobrenaturalidad como esenciales para comprender la diferencia. El paganismo es politeísta y el sobrenaturalismo es monoteísta, esa es una de esas diferencias a las que se suele recurrir en estos casos. Otra por ejemplo es que el dios de los sobrenaturalistas lo suponen ellos ajeno, externo y superior a la propia naturaleza, mientras que para el paganismo la naturaleza lo es todo y fuera de ella no existe nada, ni falta que hace, por lo que sus dioses, de un modo u otro, se encuentran en ella y solo dentro de ella. Hay otras diferencias, pero son esas dos las que más veces se mencionan. Y, pese a ello yo no las veo realmente importantes, y ni siquiera las considero del todo diferencias. Por ejemplo el catolicismo es una tradición religiosa cristiana y por lo tanto sobrenaturalista que presume de monoteísta, pero, mal que les pese, a mi me basta con entrar en una de sus iglesias, cualquiera, para ver que en realidad son politeístas. Y, pese a ello veo que entre paganismo y sobrenaturalismo hay un abismo, impasable e innegable. O eso me parece y no veo forma de que ande en ello equivocada.

Hay una diferencia, que también suele ser mencionada, y que considero esencial y es el concepto de verdad y el comportamiento que ante ello mantienen las distintas tradiciones paganas o no.

Las distintas tradiciones sobrenaturalistas nacen de la creencia en que han encontrado la verdad, su religión se presenta ante sus creyentes no como una búsqueda de la verdad si no como un encuentro con ella. Esta forma de religión afirma que el conocimiento de dicha “verdad” proviene de una revelación que la misma divinidad ha hecho a la humanidad, en tanto que tal ese mensaje en considerado sagrado, seguro, y necesariamente cierto. Por lo tanto no es una “verdad” a la que se ha llegado, es una “verdad” regalada, que el creyente en ella se considera que tiene la obligación de creer en ella, y siente que necesita creer en ella y que en ella quiere creer. Cuando un ser humano se entrega a este tipo de “verdad” su búsqueda de la verdad termina pues nadie busca lo que se siente seguro de ya poseer.

En el paganismo ocurre justamente al revés. El pagano ignora y se sabe ignorante y precisamente por ello busca la verdad. Lo hace a riesgo de equivocarse, de no llegar, de perderse en la búsqueda. Con la esperanza de estar mañana un poco menos lejos de ella de lo que lo estaba ayer, pero sin esperanza de poder llegar a decir un día “¡la encontré, poseo la verdad, soy ahora su dueña y ella dueña mía es!”. Se podría decir en esto que la búsqueda pagana de verdad es una búsqueda trágica ya que está condenada a nunca terminar. Al contrario del encuentro que se produce en el sobrenaturalismo entre el creyente y la verdad, encuentro que es vivido como feliz, pleno y tranquilizador.

Por eso la diferencia entre paganismo y sobrenaturalismos alcanza a la propia persona ya en su misma raíz humana. La persona para ser pagana necesita no temer la intemperie, osar navegar abismos y ser capaz de construir su hogar incluso en el imperio de la duda. Esa misma persona, en cambio, para ser sobrenaturalista no necesita nada de todo eso, pero si estar poseída por un afán, que le devora por dentro el alma, de seguridad, de un suelo firme bajo sus pies, de una armadura que le proteja de las espinas de la aguzada duda. Y, es que paganismo y sobrenaturalismo no son solo dos posturas religiosas diferentes, son sobre todo y antes que nada dos formas diferentes de ser.

Allí donde el pagano necesita ser un guerrero, el sobrenaturalista necesita ser oveja en busca de pastor. Por ello, dentro de lo humano, ambas posturas no se oponen sino que se complementan. Cada una de ellas atiende las necesidades de un sector de la población que el otro no sirve para satisfacer de modo adecuado.

A un pagano no le hace daño que otros paganos opinen de un modo diferente, ni que los sobrenautralistas existan, al contrario, le proporciona nuevas fuentes de información y contraste para la formación y desarrollo de sus propias creencias, para pulirlas, mejorarlas. La cosa es muy distinta en casa del sobrenaturalista apoyado como busca estar en profecías y verdades reveladas. El pagano se apoya en la experiencia y la razón, pero el sobrenaturalista deja de lado la razón y en el mejor de los casos la usa solo dentro del marco de esa verdad revelada, y con mucho cuidado por temor a que la razón se lo rompa y es que el sobrenaturalismo, al menos tal y como se viene dando históricamente, se fundamenta en lo que algunos llaman un salto de fe, es decir, en abandonar la búsqueda de la verdad por un encuentro con ella a través ya no de la razón sino de la fe, es decir de la creencia en algo que no tienes razones para creer.

Por ello, al depender las creencias sobrenaturalistas en un salto de fe, sus creencias que ellos quieren tan firmes, son amenazadas por la duda racional y ejemplo de aquellos que viven sin necesitar esa fe. Tales cosas hace temblar su fe y la desenmascara como acto de mera voluntad de creer en que se ha encontrado ya la verdad. Por ello el sobrenaturalismo teme la discrepancia, lo diferente, lo no ortodoxo, pues son para él un Caballo de Troya en cuyo interior se oculta la duda.

Por ello mientras el paganismo favorece la tolerancia, el sobrenaturalismo tiende a ceder a tentaciones intolerantes. Mientras que el paganismo tiene una concepción universalista de la realidad y de la sociedad y del propio ser humano, aceptando que la realidad es diversa y no uniforme y que eso es lo correcto, el sobrenaturalismo siente que la realidad, la sociedad y el ser humano son “correctos” solo cuando son tal y como ellos imaginan que deben ser, sólo si no contradicen su fe, sólo si no les acercan la duda a los labios. Por eso el universalismo en los sobrenaturalismos son sentidos y vividos en primer lugar como una necesidad de negar, dejar fuera, barrer, destruir, anular y aniquilar todo aquello que discrepe con el sobrenaturalismo de turno.

Por eso ocurre que mientras todos los paganos, da igual que tradición sigan, se sienten hermanados dentro de una sola (al menos en el fondo) religión con mil formas, en el sobrenaturalismo como no te andes con cuidado y sin salirte de tu propia tradición discrepes un poquito más de la cuenta te arriesgas a que te tachen de hereje, encarnación del diablo y sujeto que se debiera eliminar lo antes posible. Y, es que el sobrenaturalismo vive de la fe y la fe tiembla y cuanto más tiembla esa fe más sienten sus devotos que la necesitan reafirmar y cuanto más la quieren fortalecer mayor es su temor a la duda y de ese temor nace el odio a todo aquel que da testimonio de que esa fe puede que no sea tan correcta como ellos quisieran.

Curiosamente un sobrenaturalista que sí tenga una fe firme no necesita reafirmarla ni odiar a nadie por ello. Es gente tolerante y cooperadora, como los que suelen ser también los que dudan y se atreven a reconocer ante sí mismos que dudan, el problema son esos otros. los que aun dudando no saben que dudan, esos son el peligro pues en casos extremos llegan incluso a estar dispuestos a comprar la fe de la que en el fondo carecen al precio de sangre ajena.

Pero dejo ya el tema por hoy, pues veo que me estoy dejando arrastrar por él a otro. Supongo que algún día volveré a él y a esas otras diferencias que no me importan tanto, ni me las creo tanto, pero que también importan y mucho. Por ahora me contento con haber señalado, que en mi opinión, las diferencias de creencias no son tan importantes como la diferencia que anida en el corazón, en la forma de sentir la vida y sentirnos a nosotros mismos, en la manera de hacernos preguntas y el modo de buscar respuestas para esas preguntas. Por eso no todos valemos para ser paganos, cierto, pero mal que le pese al mal llamado universalismo del sobrenaturalismo no todos servimos para tener esa clase de fe, ni falta que nos hace.

Lilith Sinmás

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«Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.»

— Jean Paul Sartre,
(1905 – 1980, filósofo y escritor francés)

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Actualizado en: 17-09-2017

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