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Reflexiones Paganas
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Oscar Carlos Cortelezzi.

[Reputación del Sitio]

Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


Tiempo de lectura: ~12 minutos. 3337 palabra(s).


Unos días atrás, mientras debatía sobre diversas cuestiones relativas al paganismo con un amigo, me percaté de una cuestión que no había contemplado antes… Se trata de algo que había visto en otras áreas del conocimiento, en la ciencia, por ejemplo, cuando personas de diversas disciplinas o especialidades afirman cosas diferentes, no por ignorancia o porque estén rotundamente equivocadas, sino por no haber abordado la cuestión desde otros ángulos. Vale decir, estoy refiriéndome al sesgo que cada actividad profesional suele generar.

Lo que, como dije, nunca me había puesto a pensar, es que el mundo pagano también tenga ese problema cuando dos o más personas ilustradas en alguna de las diversas formas o corrientes que forman parte de nuestro “universo” de tradiciones, escuelas y sistemas, debaten.

Lo anterior es preocupante, no porque exista disidencia, variedad de opiniones o diversos puntos de vista sobre cuestiones éticas, teológicas, filosóficas o estéticas. El paganismo se caracteriza, y siempre lo ha hecho, por su absoluta diversidad y su casi infinita variedad de expresiones. Sin embargo, el que palabras tan significativas como religión, tradición, mito, símbolo y fe, no se entiendan igual y/o se valoren de manera similar, ya implica una barrera muy difícil de soslayar, para poder entenderse y afirmar, con cierto sentido lógico, que se pertenece al mismo colectivo (aunque sea, en realidad, un “conjunto de colectivos”).

Felizmente, la mayoría de los paganos que son referentes de sus propias tradiciones, grupos locales o escuelas de pensamiento, coinciden en tres puntos teológicos que, según creo, vienen a ser la frontera final que divide a las religiones paganas de las abrahámicas y las dhármicas.

Estos tres puntos, de máxima importancia, son: La negación de la trascendencia (a nivel universal y ontológico, no hablamos aquí de “trascender” estados de consciencia o del ser) y el abordaje de la inmanencia. La idea general de que la Naturaleza es todo lo que es, que nada existe por fuera de la misma; que no existió un “antes” ni existirá un “después” de ésta y que no es cosa creada, sino la fuente de toda la Existencia y, finalmente, la noción de que, se tenga la idea que fuere sobre lo que ocurre luego de la muerte, no se esté dispuesto a hipotecar, condicionar o sacrificar el disfrute y la plenitud de esta vida que conocemos y estamos transitando, por hipotéticas existencias futuras en reinos improbables o estados del ser, que son más el producto de experiencias psicotrópicas que de intuiciones relacionadas con una atenta observación del universo.

Pero aun así, incluso con tales presupuestos más o menos claros, que dejan fuera a los “mixtos” (a los que todavía no han abandonado del todo a las creencias abrahámicas o nadan plácidamente en las corrientes de la New Age), siguen existiendo esas trabas en la comunicación, esa sensación de “pertenecer a mundos diferentes”, porque hay términos y conceptos que no se comparten en cuanto a sus sentidos y acepciones, los cuales son necesarios para poder expresar, verdadera y claramente, ya sean las coincidencias o bien las discrepancias, con absoluta certeza de lo que se está hablando.

Por eso es mi intención, en el presente artículo, el desgranar tanto la etimología como los diversos significados que se le dan a las cinco palabras que referí más arriba, tratando con ello de ayudar a la comprensión entre paganos, ya sea de nuestras concordancias como de nuestras diferencias. Pero, sobre todo, para que dejemos de mantener esta penosa imagen de conjunto de “snobs”, “excéntricos” o “alucinados” que no tiene otra cosa mejor para hacer.

Nadie lo sabe todo sobre un tema y menos sabe todo sobre todos los temas. Pero si se establecen bases mínimas de comunicación, el conocimiento de las personas se vuelve complementario en vez de discordante y lleva a la comprensión en vez de a la disociación.

Definición del término Religión:

Esta palabra, tan simple como parece, encierra el primer gran problema dentro de nuestro ambiente y, en general, en el de las creencias humanas.

Una de las primeras veces que se definió de qué trataba la religión, fue en la obra “De Natura Deorum”, escrita en el año 45 a. C., por el senador, orador, filósofo y estadista Marco Tulio Cicerón. Este libro, de capital importancia para la teología pagana (en general, no sólo la mediterránea), define, en su Libro II, párrafo XXVIII, que el término en cuestión deriva del verbo latino “relegere”, que significa “leer”, “releer”, “recolectar”, etc.

Cicerón, argumenta que la religión es la relectura, la recapitulación de las tradiciones ancestrales. La opone a la superstición, que sería la práctica irreflexiva de cosas sin sentido ni continuidad, más por miedo que por respeto a los dioses o a los ancestros.

No obstante, unos cuatro siglos después, el teólogo cristiano (y “Padre de la Iglesia”) Lucius Caecilius Firmianus Lactantius (conocido simplemente como Lactancio), definió religión acudiendo a otro verbo latino: Religare… que significa «reunir” y mediante argumentaciones teológicas propias de su fe, le otorgó a “religión” la propiedad o característica de “unir al Hombre con Dios” (Divinae Institutiones IV, 28).

Huelga decir que la definición cristiana del término, predominó durante centurias, siendo que hoy en día, tanto creyentes (de diversas religiones) como ateos y agnósticos, acuden a esa etimología para definir de qué va la cosa.

Pues bien, como se comprenderá, hay un abismo entre ambas nociones, aunque uno esté utilizando la misma palabra (en uno u otro caso).

Para un cristiano (y por extensión para todos los abrahámicos, pero también para la gran mayoría de las personas modernas y occidentales), “religión” es algo que compete a “Dios”, incluso cuando se refiere a credos en donde esa entidad no ocupa ningún lugar. Se ve en esa actividad humana, a una cuestión de “conexión”, de seguir unido a un ser único y omnipresente.

Si un pagano no presta atención a esta inercia lingüística, pensará que las “religiones paganas” son algo parecido a “unir a la persona con sus dioses”, o peor aún, con algún ser “absoluto”. Sin conocer, recordar o tomar en cuenta a la mucho más coherente y asertiva definición de Cicerón, la de que, para el paganismo, la “religión” es el seguimiento, el respeto, la continuidad de las tradiciones, los símbolos y mitos, los valores y costumbres de nuestros primeros ancestros.

Entonces, la etimología pagana para “religión”, ya no es buscar una salvación, una iluminación o algún estado extático, psíquico o moral diferente del que se posee de natura, sino el seguir las tradiciones ancestrales.

Más adelante, en este artículo, explicaré por qué esto es tan relevante y cuáles son los beneficios de abordar la religión humana, desde ese punto de vista…

Las complicaciones de la palabra “Fe”:

Fe proviene del latín fides, que puede traducirse a nuestra lengua como “lealtad”. Sin embargo, las acepciones más usadas de la palabra, tienen que ver con la idea de creer algo ciegamente, de estar seguro de algo, aunque no se tenga prueba alguna de ello.

Esta noción, viene reforzada desde que el cristianismo es hegemónico, por la frase bíblica: “… la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve…” (Hebreos 11:1), adjudicada a Pablo de Tarso.

Si esta es la definición correcta o, por lo menos, la primaria, del término “fe”, entonces los paganos no deberíamos tenerla en lo absoluto.

Pero “fe” también significa otras cosas… “Confianza en…”, convicción sobre algo, etc. Es por ese camino en donde ya no desentona tanto con nuestras tradiciones y senderos. Los paganos tenemos confianza en nuestro legado, poseemos la convicción de que el pasado tiene mucho que ofrecernos, si es observado y mensurado de la manera correcta.

Puede decirse que, en cierto sentido, los paganos tenemos fe en los dioses. No obstante, nuestros dioses son las fuerzas de la Naturaleza y la misma no es algo “que no se ve”, sino por demás evidente y presente en todo lo que existe. Así que, desde ese ángulo, podríamos decir que la fe pagana está más en “sacralizar” y divinizar a la Naturaleza y a sus fuerzas, que en creer en cosas que no se ven, que (quizás) no existan o que no pueden ser comprendidas por la Razón.

Claro está que en el neopaganismo (y en casi todo el antiguo también) abunda el “pensamiento mágico”. Léase, el pensar que, por medios no explicables o cognoscibles, algo va a tener un determinado resultado, sólo porque así se lo quiere o porque se imagina de ese modo.

Sin adentrarnos en las peculiares conexiones entre la mente profunda de nuestra especie y la manipulación de la realidad (es verdad que toda cosa que no proviene directo de la Naturaleza, ha sido concebida, en algún momento, por una mente humana), puede decirse que ese tipo de pensamiento, “es así porque así lo creo o lo siento”, “será porque tengo fe en ello”, etc. está obsoleto y es rayano en la superstición, no sólo para nosotros, sino que probablemente el ya citado Cicerón (como persona culta de su época), lo vería del mismo modo.

Pero claro, todavía hay otra acepción más para “fe”, y tiene que ver con el enfoque… El ejemplo más claro de esto es el de un corredor de maratón, que tiene o no fe en terminar la carrera… Si no tiene “fe” en que terminará, es casi seguro que no podrá hacerlo. Si la tiene, también existirán enésimos otros factores determinantes (tanto o más) que esa fe, para que pueda lograr su meta, pero es seguro que, sin la convicción necesaria, no logrará nada.

En este sentido, los paganos sí aconsejamos tener fe en nuestras metas, valores e ideales y, de manera indirecta (lo cual quedará claro cuando explique los términos “mito” y “símbolo”) en nuestros dioses.

Pero es seguro que ningún pagano ilustrado, de la tradición o corriente que fuere, será de los que crean que un cáncer avanzado se curará por “fe” o por orar mucho, o que el trigo de un campo crecerá más alto, sólo porque pensemos obsesivamente en que así será…

El valor del mito y del símbolo:

En esta parte del artículo, y debido a que ya he explicado en muchos de mis contenidos qué es (y cuál es la importancia) del pensamiento mítico-simbólico, me ceñiré a profundizar sólo en los aspectos que creo “peor” entendidos del tema, especialmente, entre paganos…

Los mitos, en tanto que son narraciones o conceptos que siempre implican metáforas de sentido, no pueden ser abordados literalmente por quienes pretendan profundizar en ellos. Vale decir, el sentido literal de un mito no tiene otro valor que el poético o estético.

Lo anterior, es conocido por casi todos, pero puede generar malos entendidos el hecho de saber que hay que buscar el simbolismo implícito en los mitos.

Las metáforas y símbolos que cada mito encierra, no son “verdades sagradas”, no tienen un sentido unívoco (si bien a veces hay uno o más que son convencionalmente aceptados por colectivos enteros).

Las pretendidas “verdades sagradas” de algunas religiones, tienen por origen las enseñanzas explícitas de algún profeta, santón, “salvador” o “avatar”, al que la tradición (o, pocas veces, la historia real) le atribuye tales afirmaciones.

El mito pagano, se origina en la memoria colectiva de una cultura o de la humanidad en sí. Se trata de esquemas de pensamiento, narraciones literarias o conceptos simbólicos, que se diferencian del (así llamado) “mito urbano”, de las leyendas populares, los neo-mitos mediáticos o cinematográficos y los fakes modernos.

La diferencia mayor, mas no la única, estriba en que todas esas otras cosas son creadas por personas específicas, con un fin utilitario determinado o sólo por cuestiones lúdicas. El mito ancestral siempre proviene de un gran número de personas y, su desarrollo, cubre muchas generaciones.

Éstos, no deben confundirse con la literatura poética derivada de los mismos. Es así que la Ilíada no es un conjunto de mitos “tal cual” eran narrados en épocas micénicas, sino una compilación de poemas y narraciones aprovechadas por los poetas (sea que existiera o no Homero como persona real y única responsable de la obra) que desarrollaban de manera artística y no necesariamente fiel, respecto de los que sí eran los verdaderos mitos (los transmitidos de boca en boca por la gente común).

Toda persona que quiera entender de qué se tratan los mitos, tiene que partir de la base anterior. Es cierto que las mitologías se enriquecen con los poetas y la literatura y con el arte en general, de sus respectivas culturas. Pero también lo es que se distorsionan, envilecen y se vuelven “explicativos” y acomodaticios, sea a nivel de propaganda política para apoyar a algún gobernante, sea porque algún pensador les quiere asignar una determinada enseñanza moral, etc.

Toda mitología es amoral, si en ella se encuentran “enseñanzas” explícitas o entendidas del mismo modo por todos, hay que sospechar que fue adulterada por algún interés político, social o religioso, surgido a posteriori de la aparición de la misma.

Por eso, en diversas ocasiones he sostenido que algunas narraciones bíblicas, coránicas y de otras escrituras no-paganas, no sólo comenzaron como mitos (al igual que todas las tradiciones religiosas humanas), sino que, además, mutaron en fraudes históricos, al asignarles pretensión de historicidad o bien darles enseñanzas forzadas, acomodaticias o “midrásicas” de algún tipo.

Esta clase de fenómeno distorsivo, es también muy frecuente entre las religiones dhármicas y, a pesar del negacionismo de algunos al respecto, se dio, durante los siglos postreros del paganismo antiguo, entre las religiones mistéricas, gnósticas; entre algunas filosofías de corte espiritual y en las escuelas iniciáticas greco-egipcias.

Por usar una analogía un tanto trivial, el mito debería ser visto como una mancha de humedad en una pared: Cada persona que la observe, podrá tener pareidolias diferentes y meditar sobre ellas, derivando en emociones, inspiraciones, intuiciones y razonamientos diversos y totalmente individuales.

A lo anterior, algunos paganos solemos llamar “gnosis personal”. Se trata de algo que genera verdadero conocimiento y es útil para el individuo, pero tiene dos características que no se deben perder de vista: Se trata de un tipo de conocimiento intransferible (tal como si fuera el empirismo producto de los sentidos físicos) y nunca puede ser elevado a la categoría de “enseñanza” que vaya más allá del mundo interno de quien la ha vivenciado.

No obstante, el mito tiene metáforas de sentido que podríamos llamar “estándares”: Prometeo muestra que desafiar el statu quo es peligroso; Pandora, que la curiosidad puede tener consecuencias nefastas; el mito osírico expresa el ciclo de la fertilidad y la vegetación, etc.

Estos no son los sentidos literales, pero tampoco los subjetivos y personales de cada quien. Se trata de la intuición de los pueblos antiguos, que dio origen al mito en sí… En ese nivel, la metáfora es una decantación, una sedimentación de conocimiento colectivo y si bien NO PUEDE ser tomado como una verdad sagrada, sí tiene una enseñanza práctica, más allá de las diversas capas de “gnosis personal” que cada uno le pueda encontrar en su vida espiritual o “interior”.

El mito tiene la singular característica de que, si un grupo de individuos se pone a recitar un episodio de la Ilíada, la Eneida, el Ramayana o el Edda Poético, frente a un fuego, quizás todos los presentes se emocionen por igual (si están conectados con la cultura que originó el relato), pero cada uno evocará cosas diferentes, meditará sobre cuestiones distintas y, en definitiva, tendrá una experiencia que no será la misma que las de los demás.

Ese es el uso sano e irremplazable del mito, el que mueve a nuestra especie a niveles en que el pensamiento lógico-racional nunca podrá. Es el que nos impulsa a crear arte, a construir para la eternidad, a dejar legados perdurables a las generaciones que nos sucedan y a luchar por la Justicia y la Libertad, como valores eternos, más allá de la necesidad del simple acontecer y de la transitoriedad de la propia vida.

El mito une sin dejar de diversificar a los humanos, es lo contrario del dogma, origen de todo sectarismo e intolerancia del pensamiento y de su expresión o divulgación… La intelección lógica-racional también nos libera de este último, pero si sólo nos ceñimos a la misma, nos volveremos engranajes de una gran maquinaria, como proponen las ideas que maneja el marxismo u otros tipos de colectivismos o populismos.

El pensamiento lógico-racional, sin el complemento del mito, del mundo de los simbólico, del plano onírico, nos llevará al «1984» de Orwell o incluso, a cosas peores.

La Razón, por sí sola, no puede contra la barbarie. No lo pudo en el pasado ni lo puede actualmente. La Hélade ganó las Guerras Médicas (y con ello salvó al mundo de un oscurantismo temprano) no sólo con la razón de Atenas, sino con los mitos y la mística guerrera de Esparta y de otras polis.

Alejandro Magno, no unió al mundo conocido por entonces, sólo por ser un brillante discípulo de Aristóteles. Lo hizo por encarnar la idea del héroe, del civilizador (el hijo de «Zeus-Ammón») que tenía por destino el hacerlo… y así con tantos otros ejemplos…

Sin la Eneida (sin lo que en ella se narra, no específicamente por la obra de Virgilio en sí) no habría existido la Roma que conocemos… Sin los mitos grabados en estelas y templos, el Antiguo Egipto no hubiese tenido un Estado próspero, estable y funcional durante 3000 años, incluso teniendo el río más fértil y predecible, en su ciclo, de todo el mundo.

El único, o por lo menos el mayor peligro que atañe al abordaje de la mitología para darle sentido y propósito a los colectivos humanos; así como un punto focal y la pasión necesaria para la vida del individuo, es que las personas que no comprenden su verdadera naturaleza, los prostituyan para hacerlos funcionales a sus mezquinas o trasnochadas ideologías o bien a las postmodernas interpretaciones del pasado que surjan de sus afiebradas mentes.

En ese sentido, el mito no debe ser “reacomodado” o reinterpretado, sino tomado como en el mundo del arte abordan los estilos clásicos, no para modificarlos ni copiarlos, sino para servir de fuente de inspiración y creatividad, y marco de referencia para otros nuevos.

Tan inculta y equívoca es la interpretación literal, fundamentalista, de aquellas viejas tradiciones, como la trivial, profana y materialista de aquellos que, sin entender a nuestros remotos ancestros, llevan a cabo juicios morales en base a sus símbolos y metáforas, sin primero contextualizarlas.

Conclusiones:

Toda vida espiritual sana y operativa, conlleva el aprendizaje de conocimiento (intelectual) y de experiencias en donde la emoción y la intuición juegan un papel fundamental. Por ese motivo, la Razón no podrá llevar al practicante a buen puerto sin el concurso o el complemento de la metáfora, el mito y el símbolo. La espiritualidad, para desarrollarse, requiere tanto de la mente consciente como de la inconsciente.

También, en un sentido opuesto, la mera inmersión en lo mítico, sólo puede causar desvaríos sin el filtro del pensamiento lógico-racional. Es por eso que ambos lados de la mente humana, son necesarios por igual.

Por otro lado, para las sociedades modernas, la vuelta al pensamiento mítico-simbólico como una herramienta tan asiduamente utilizada como el lógico-racional, será lo único que pueda garantizar el freno de ideologías cosificantes de la persona humana; de credos dogmáticos, integristas y fundamentalistas, que ponen en riesgo la individualidad, la libertad y la seguridad de todo ser humano de buena voluntad y de la masificación y total pérdida de un propósito y sentido de la vida, para quienes las integren…

Respecto de nuestro colectivo pagano, también es fundamental que establezcamos claramente mínimos terminológicos que sean universalmente aceptados y validados, así como también, el evitar los sesgos por locación, profesión, etnia de origen o gustos intelectuales.

De no ser así, el renacimiento de las antiguas tradiciones, del legado de las grandes culturas del pasado, será sólo una moda, que pasará sin pena ni gloria ni aporte significativo alguno para la Humanidad y para el difícil futuro que le espera a la misma.

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Tiempo de lectura: ~7 minutos. 2015 palabra(s).

Los sueños, su entendimiento e interpretación, han sido siempre un tema fascinante, donde soñamos para “despertar” en otro mundo y tratar de salir rejuvenecidos. Se han tratado sus posibles funciones religiosas, psicológicas y sociales durante el paso del tiempo. En la antigüedad, los sueños hablaban, no sólo para decir algo de la propia persona, sino también del “nosotros” y del cosmos. Hoy en día, los sueños pueden ayudarnos a saber quiénes somos de manera más profunda y a entendernos mejor, aunque a veces no es tan simple encontrar un sentido en espacios donde se permite la fantasía y el desorden. Lo importante es rescatar si la mitología y el modo de ver los sueños en la antigüedad nos puede ser de utilidad actualmente y de qué manera. Para ello, vale la pena revisar algunos ejemplos en diferentes culturas y contextos.

El mundo onírico en las culturas antiguas precristianas

En la cosmovisión mesopotámica se expresaban 3 tipos de sueño: los de mensaje (mensajes divinos revelados a reyes y figuras políticas); sueños sintomáticos (sobre salud física o espiritual del soñador), y sueños mánticos (proféticos). Los sueños constituían elementos que los dioses dejaban en manos de los hombres, para ser un medio de comunicación de su voluntad. El dios Ziqîqu (sueño en acadio), da entrada al pensamiento de un “doble” evanescente que habita un mundo en el que cualquier cosa puede pasar, separado de la persona que habita en la vigilia. Aquí interviene un bârû o intérprete de los signos presentes en el sueño (se sabe que el conocimiento de los sueños se daba frecuentemente ejercido por mujeres), que se puede traducir analizando las visiones oníricas, al igual que prestando atención al “espíritu que sale del soñador” y migra a otro contexto (como pasa en los sueños de Enkidu o el de Utnapishtim en el Poema o Epopeya de Gilgamesh).

Se trata de vivir un sueño/amâru, nathâlu con experiencias desconocidas, teniendo la posibilidad de captar mensajes divinos en momentos relevantes, con la ventaja de que el contenido se entiende claramente en este caso. Los rituales previos o situarse en lugares sagrados, favorecían la comunicación con los dioses. En cambio, estaban los sueños simbólicos de contenido complejo y alterado que no brindan un mensaje directo, por lo que se requería apoyo en su entendimiento. Entre los sueños de Gilgamesh están anuncios como la llegada de Enkidu, quien también sueña con la venida de su muerte, así como el aviso del diluvio a Utnapishtim. Si bien pueden tratarse de recursos literarios en el relato, no dejan de otorgar pistas respecto al modo en que se percibían los sueños.

En el caso de babilonios y asirios, los responsables de los sueños eran muchas veces los espíritus de los muertos, mismos que se podían conjurar con la ayuda de la diosa Mamu, a quien se le construían templos y se esperaba que velara por los buenos sueños. Por su parte, en el caso del Antiguo Egipto, los sueños se veían como un medio de acceso a diferentes áreas de la existencia que permanecen ocultas al estar despierto. Los sueños son también una forma de contacto con los dioses y la habilidad de descifrar su contenido estaba a cargo de los sacerdotes. Los dioses podían hacer solicitudes, responder interrogantes y advertir sobre peligros inminentes por medio de mensajes al soñar.

El Papiro Chester Beatty III, llamado también “el libro antiguo de los sueños” que data del reinado de Ramsés II, se encuentra actualmente en el Museo Británico. Escrito aproximadamente entre el 1330 al 1070 a. C., aunque se ha estudiado que retoma material que se remonta al año 2000 a.C., incluye una lista de sueños y su interpretación. En él se distinguen los sueños positivos y negativos, usando también la antítesis, donde algo que en apariencia es agradable, resulta con un significado nefasto y viceversa. Como ejemplo, el soñador de la muerte se interpreta como una señal de tener una vida prolongada.

El destino para los griegos o “fatum” de los romanos, lleva a pensar en cuán relacionada está la existencia material con la inmaterial, percibida en los sueños. En este contexto griego, Tánatos e Hipnos para la muerte y el sueño, respectivamente, abren la puerta a un viaje que nos traslada a un reino onírico no palpable, donde se hace un viaje de transformación de la psique y de lo que se considere como alma. Descendemos al umbral de “la muerte”, permitiendo que haya una renovación y una conexión con otros estados de la existencia y del conocimiento. Conforme a Homero, el sueño y su cualidad externa se representa por el que visita al que sueña con alguna imagen o figura del sueño; tal figura se entiende como el sueño mismo.

En los tiempos de la Grecia clásica, de acuerdo a Heráclito, el sueño se veía ligado al cierre de canales sensoriales y a la “extinción del fuego del alma”; para Aristóteles, el enfriamiento del corazón era su centro, por lo que también habría un acercamiento a la muerte de cierta forma. Una idea aristotélica cercana a ciertas teorías modernas es la que refiere a las alucinaciones, ilusiones del estado de vigilia y a fantasías de los sueños que son definidos como ”la acción de la imaginación durante el dormir». Sus teorías oníricas se pueden revisar en tres ensayos cortos: Del sueño y los sueños; Del sueño; y De la adivinación mediante el sueño.

Por su parte, destaca Artemidoro de Éfeso al escribir, quizá el más famoso libro del tema en la Antigüedad en el segundo siglo de nuestra era: “La interpretación de los sueños”. En éste, enunciaba a los “sueños de estado” (de ayuda para deducir las preocupaciones y el presente) y a los “ensueños de acontecimientos” (conectados al futuro, conforme a las características de la persona). Vale la pena decir, que las teorías psicodinámicas de mucho tiempo después (siglo XIX), tomaron como precedente a las ideas de Artemidoro y Heráclito, quien expresaba: “para los despiertos hay un mundo único y común, mientras que, cada uno de los que duermen, vuelve hacia el uno particular”.

Es significativo, igualmente, enunciar los mensajes o avisos que se obtienen en los sueños. En la antigüedad tardía se ve también un ejemplo en “Las Metamorfosis” de Ovidio, donde Alcione quema incienso para la diosa Juno en su altar, con el objetivo de que su esposo, el rey Ceix, regrese bien a ella. Sin embargo, ella no sabe que su marido ya ha muerto en una tormenta, por lo que Juno envía a Iris hacia el “palacio del dios Sueño” y así ella reciba un sueño de Ceix en el que le haga saber lo ocurrido en el naufragio. Sueño despierta a su hijo Morfeo, debido a que es el que se asemeja más a los humanos al imitarlos en palabras, vestiduras y movimientos, para que tome la forma de Ceix y le informe a Alcione “… Soy el fantasma de tu marido, que ya no está con vida. Estoy muerto Alcione”.

La narración anterior deja ver, una vez más, que la intervención divina también ha sido parte del mundo de los sueños, recibiendo señales, pero también respuestas a diversas dificultades. Es así que los mensajes interpretados en sueños llegaron incluso a influir para tomar decisiones en la política, aunque mucho del contenido se presentaba indescifrable, o por lo menos, ambiguo y oscuro.

¿Es entonces relevante actualmente el manejo de los sueños en la Antigüedad?

Es importante decir que no es posible pretender que los sueños no afectan de algún modo las decisiones que después tomamos al despertar; el sueño puede sustituir lo insatisfecho e inconcluso, conseguir llegar a espacios normalmente casi inalcanzables de la mente en este “descenso” al mundo onírico lleno de fantasías y miedos a enfrentar. El sueño ha sido mucho más que un fenómeno privado de la mente, ya que deja marcada su huella en la historia cultural humana. Al pensar que un tercio de nuestra vida está dedicado a dormir, y, por tanto, una parte a soñar, no extraña que se haya convertido en un tema significativo, sin olvidar que, actualmente se sabe que los sueños ocupan aproximadamente un 20% del tiempo mientras se duerme. Debe notarse que mucho del pensamiento de la antigüedad sobre el tema, sirvió también como un antecedente de varias teorías psicológicas que se continúan practicando en el presente.

A pesar de que se suele desestimar el modo en que los sueños fueron manejados o entendidos en la antigüedad, en un nivel mitológico se puede ver como no se ha perdido vigencia en esa búsqueda para tatar de “vencer” de cierta forma, esas leyes de espacio y tiempo, donde resulta valioso rescatar esas expresiones de la naturaleza y lo que para la persona simbolizan. Creamos monstruos, nos encontramos con personas lejanas, desconocidas o con cualquier tipo de seres inaccesibles por cualquier razón durante la vigilia.

Nos sumergimos en mundos utópicos que dejan abierta la puerta a la creatividad y a encontrar respuestas, ya que la emoción que se percibe, se puede vivir y sentir tan intensamente, que nos lleve a una transformación interna que tal vez no habría ocurrido de otra manera. La comunicación con divinidades durante el sueño o recibir mensajes de ancestros, puede ayudar a revisar un significado espiritual propio, el cual probablemente se verá potenciado si previamente, antes de dormir, tuvimos contacto directo con la naturaleza o algún ambiente significativo que se conecte con ese dios, antepasado o cualquier otra entidad o idea a explorar. Aún más, esta comunicación “divina” puede ser fuente para producir arte o de creación en una diversidad de contextos (literarios, científicos, etc.), lo que daría una aportación no sólo al propio soñador, sino a los que disfruten de su obra o descubrimiento.

Los sueños destacan su importancia cultural dentro de la vida y el pensamiento desde la antigüedad, empezando porque hacen tangibles conceptos muy complejos y difíciles de representar de otra manera (aunque eso de “tangible” en un mundo onírico que después se trata de recordar, ya resulta bastante extraño). Es decir, lo abstracto del “alma”, la identidad, entenderse a sí mismo, al tiempo cósmico, emociones, etc., traducido en un lenguaje distinto. La vida y la muerte se encuentran, ya sea por la visión de fallecidos, de algún símbolo de que le ocurre o viene a uno (la muerte), e incluso de la figura que la represente.

Ahora bien, no hay que perder de vista que los sueños pueden gobernar al ser humano para bien o para mal, donde, como se ha dicho, pensar o recordar algo que parecía perdido, pero manejado de manera distinta, puede conducirte a realizar una reflexión y cambiar algo al despertar. La posibilidad de experimentar escenas que parecieran estar “presentes” con imágenes, sonido y movimiento, hacen sentirlas tan vívidas como si se estuviese despierto, lo que lleva a organizar la información de otra manera. Los sueños pueden darnos avisos que hemos captado o percibido ya, pero no de forma consciente, así que llegarían a través de otros personajes que de algún modo nos revelarán lo que en el fondo conocíamos o intuíamos, para tener ese acercamiento a lo “profético”. Revelar lo que está oculto desde un estado mental diferente.

No obstante, no hay que caer en el abandono de lo racional o en tomarlos como una evasión que se traduzca en renunciar a vivir cuando estamos despiertos para perdernos en las ilusiones. Asimismo, no se trata de querer interpretar todo sueño como una señal relevante, ya que puede ser simplemente algo aleatorio influenciado por lo que sucede en el día o lo que se percibe del ambiente mientras se duerme, al igual que sueños provocados por miedos o preocupaciones de alguna situación que está ocurriendo o del pasado, que derivara en alguna huella traumática a resolver de manera psicológica.

Es decir, si la experiencia onírica impacta en el pensamiento, posiblemente cambiará el actuar, el modo de expresarse, y podrá llevar a emprender nuevos caminos. Depende de la persona que se aproveche de manera favorable esa nueva inspiración y enfoque onírico ligado a su significado conforme a la vida y experiencias de la psicología personal.

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Tiempo de lectura: ~12 minutos. 3341 palabra(s).

Hace unos días, en mi grupo Wicca y Neo-Paganismo de Facebook, se dio un particular (y corto) debate, que me ha dejado pensando en un problema relativo a la Wicca (y tal vez a otras diversas corrientes neopaganas de corte ecléctico). El contenido del mismo y una reflexión sobre el asunto, es lo que quiero volcar aquí…

La cuestión comenzó con un párrafo un tanto complejo de entender, con el que se solicitaban libros “… wiccanos o paganos…”, en donde se explicarán o enumeraran “… mantras para entrar en trance e invocar a las divinidades…” (sic).

Esta petición, tan simple como parece, muestra una compleja red de confusiones y entuertos, que van más allá de la falta de información o inexperiencia del solicitante, sino que se pueden rastrear hasta la “fuente” a partir de la cual se generó el malentendido, que no es otra que el célebre libro de Scott Cunningham “Wicca: A Guide For The Solitary Practitioner” | “Wicca: Una Guía Para El Practicante Solitario”.

Cabe aclarar que no es que trate de adivinar, sino que la fuente en cuestión fue citada por el propio miembro que consultó, todo lo cual deja entrever otro asunto: Muchos consultan en ese tipo de grupos para ver si otros reafirman las creencias que ya tienen, no para adquirir nuevos conocimientos y, si tales creencias no son reafirmadas, se van enojados a otra parte (generalmente, a repetir el esquema), no sin antes «aportar las evidencias» que ellos creen incontrastables sobre lo que «se les debería haber respondido».

¿Quién fue Scott Cunningham?

La verdad sea dicha, y a pesar de los numerosos libros escritos por el referido autor, apenas si he leído raudamente algunos de ellos y sólo lo hice con la intención de informarme sobre su obra, no porque entendiera que algo significativo o relevante pudiese emanar de la misma.

Quienes me conocen, saben que mi opinión es que hay más libros de trascendental importancia de los que un ser humano puede leer en una larga vida, por ende, selecciono muy bien mis lecturas (dando siempre preferencia a los clásicos o a los trabajos académicos).

En otra “vuelta de tuerca” de sinceridad, y sabiendo que esto no me granjeará simpatías, diré que aún tiene que llegar el día en que algún amigo o contacto versado en la Wicca, me explique por qué debería ver a Cunningham como diferente a cualquier otro escritor new-age de los años 80s. (Por ahora, ese día no ha llegado).

No obstante, me es un poco incómodo tener que criticar severamente a una persona fallecida a los 36 años, de manera bastante trágica (por complicaciones derivadas del HIV) y que es admirada por cientos de miles de lectores (por no decir que el 90% de quienes me lean aquí, también sentirán aprecio por él). Sin embargo, haciendo un ejercicio de objetividad al respecto de sus aportaciones a la Wicca, hay que decir que fueron, a la vez, populares y cuantiosas, pero también pobres y confusas (en su calidad, su validez y su inexorable nulidad académica).

Scott Cunningham, quien nació en Michigan, USA; en junio de 1956, fue uno de esos típicos escritores de los años 70s y 80s del siglo pasado, que incursionaron en áreas “espirituales”, sea por curiosidad, sea por la rentabilidad del tema, o quizás por ambas cosas…

No hay demasiada información fiable sobre su vida en la red, pero se dice que se matriculó en la Universidad de San Diego, USA, en 1974 (otros afirman que en 1978 -el dato varía según la fuente que se consulte), para estudiar allí la carrera de “literatura creativa”, la cual abandonó dos años después, aludiendo que había producido más textos que sus propios profesores y que ya no tenía más nada que aprender con ellos (hasta allí es donde llegó su educación formal).

También, según la fuente que se consulte, se dice que Cunningham ya había leído sobre la Wicca a comienzos de los años 70s (estando en la escuela secundaria) o bien que fue instruido sobre los basamentos de la misma por una amiga y compañera de estudios, llamada Dorothy Jones.

Como sea, es seguro que ya a mediados de los años 80s, conoció a Raymond Buckland (creador de la Seax Wica) y se convirtió en amigo de éste, así como de otros personajes veteranos de la Wicca o bien de tradiciones afines, tales como Silver RavenWolf y Raven Grimassi.

Sus libros se caracterizan por ser de corte informal, casi parecen apuntes o recetarios, sin referencia alguna de donde proviene cada dato aportado, pero es precisamente eso lo que fascina a los practicantes neófitos de la Wicca, ya que lo que suelen buscar es acceso a datos rápidos y de fácil lectura.

Como dije, Cunningham murió a los 36 años (en 1993) dejando tras de sí múltiples obras, algunas de las cuales vendieron cientos de miles de ejemplares (y si se cuentan las copias piratas en la red, la cifra debería elevarse x5 o x10).

Cerrando esta corta reseña biográfica, quiero proponer al lector atento, que se enfoque en lo siguiente: Si Cunningham entró formalmente en el mundo wiccano a mediados de los años 80s y falleció en 1993, tuvo menos de una década para instruirse y erigirse en “maestro” o «referente» de la misma. Si sumamos esto a que no tenía la menor preparación académica, respecto de historia de las religiones, antropología, mitología comparada o lo que fuere, queda bastante claro el nivel de subjetividad e improvisación que se encontrará en cualquier cosa que éste haya escrito sobre el referido tema.

No obstante, hay quienes argumentarán que el autor que nos ocupa, fue iniciado por verdaderos e importantes referentes de la Wicca de aquella época, lo cual es verdad… Sin embargo, la pregunta sigue siendo válida: ¿Qué preeminencia o autoridad hay que otorgarle a Scott Cunningham por encima de cualquier otro iniciado en cualquier tradición formal de la Wicca, que contara con unos pocos años de experiencia en el tema antes de lanzarse a escribir y publicar toneladas de libros?

Dicho de otro modo: Si se tratara de cualquier otro tema, ¿cuántos de nosotros daríamos crédito a los escritos de un sujeto, con ninguna preparación formal sobre el tópico inherente y que, a la par, llevara menos de una década de experiencia en relación con ello?

Invocaciones y evocaciones:

Volviendo a la razón básica de este artículo (al debate del grupo pagano de Facebook), la primera aclaración que hay que hacer, es qué significa realmente “invocar” a una deidad y si los paganos nos damos a esa práctica…

El consultante refirió lo de “invocar” deidades, por la obvia razón de que Scott Cunningham, en el libro antes citado, usa esa palabra más de 40 veces (por lo menos en la edición original en inglés, en español, jamás he encontrado una traducción mínimamente rigurosa del libro) y dada la confianza y hasta “reverencia” que inspira dicho autor a los wiccans noveles, la idea de “invocar deidades” se le hizo carne…

Pero, ¿qué sería invocar a una deidad? Pues, en general, se trataría de un acto histriónico, dramático (inherentemente sobrenaturalista), que no es utilizado por los paganos modernos (y difícilmente fuera un recurso habitual en la práctica doméstica de cualquier tradición de la Antigüedad).

La palabra invocar o invocación, implica que “algo se presente” delante de quien oficia (por lo menos si el acto tiene un mínimo de éxito en su cometido). Tal cosa, por un lado, suena fantasiosa a una mentalidad racionalista y moderna, pero incluso si nos pusiéramos a pensar como lo harían Homero o Hesíodo, o bien como dejan ver los Eddas nórdicos (por poner sólo dos ejemplos), resultaría en algo “de temer”.

¿Quién querría molestar a Odín o a Zeus llamándolo para solucionar las minucias e insignificancias de la vida de un mortal? (Esto que digo es obviamente retórico, pero ilustra bien lo que trato de explicar).

Ahora, el diccionario Collins de la lengua inglesa, dice del término: “An invocation is a request for help or forgiveness made to a god.” (“Una invocación es una petición de ayuda o perdón hecha a un dios”)1; mientras que el diccionario Oxford, dice: “The act of asking for help, from a god or from a person in authority; the act of referring to something or of calling for something to appear…” (“El acto de pedir ayuda, a un dios o a una persona en autoridad; el acto de referirse a algo o de pedir que ese algo aparezca…”)2.

Sin duda, como él mismo refiere en una parte de su libro (“… shouldn’t be taken too literally …” / “… no debería ser tomada demasiado literal…”)3, Cunningham usa este término de forma muy liberal y figurativa. Por desgracia, la pequeña aclaración parece no bastar para neutralizar la confusión que genera con su continua repetición.

En un plano realista y en concordancia tanto con las posibles acepciones teológicas, antropológicas y culturales en general, sea en la lengua inglesa como en la castellana, la palabra que Cunningham debería haber utilizado es “evocación”.

“Evoke”, según el diccionario Oxford, es un verbo que significa: “evoke something to bring a feeling, a memory or an image into your mind.” (“Evocar algo para traer un sentimiento, un recuerdo o una imagen a la mente»)4.

Es decir, lo que normalmente hace un pagano al llevar a cabo un ritual (sea wiccano o de cualquier otra tradición) es evocar a una deidad (u otro tipo de entidad), a sus mitos, aspectos teológicos, atributos simbólicos, etc. con el fin de lograr algún cambio interno en la propia psicología (ya sean las emociones, recuerdos o estados de ánimo), sin pretender ningún fenómeno “dramático” o sobrenatural como efecto de ello y pensando que todo resultado «mágico» relativo a su práctica, procederá desde su propio ser interno y no de fenómenos paranormales o de prodigios externos.

En el fondo, el libro de Cunningham termina por decir eso mismo, pero al utilizar (enésimas veces) una palabra tan llamativa como “invocation”, también genera el marketing necesario para vender más, fascinando a los neófitos con expectativas fantasiosas…

En cualquier caso, es imprescindible persuadir a los adherentes nóveles de la Wicca, sobre que en el paganismo no se “invocan” entidades al modo de las películas de Hollywood o como se haría con los difuntos en una sesión espiritista.

Respecto de los trances:

Es más complejo de determinar, la razón de que los “trances” (en el sentido de estados psicológicos alterados), hayan sido mezclados con la consulta que motivó este artículo. Sin embargo, Cunningham también habla del tema, “al pasar”, en su libro (como así también de otros fenómenos reales o imaginarios de la mente, tales como la meditación, la concentración, las visualizaciones y los “viajes astrales”).

Ahora, hablar de «trance» en lo que respecta a estados de la consciencia, es similar a hablar de «locura» en términos de la psiquiatría… No cabe, es una palabra coloquial, que no describe o precisa de qué realmente trata el fenómeno.

El uso común de la palabra «trance» alude a algún estado extático de consciencia, lo que equivale a decir a un estado alterado de la misma. Los «estados alterados» son muy variados y también muchos son los métodos para acceder a los mismos.

La Wicca no se caracteriza por buscar estos estados (apunta más a la correspondencia mágico-simbólica que a la experiencia visionaria de tipo shamánica) y, de hecho, en el paganismo en general “práctica ritual” y «trance» (o estado alterado) no se compaginan entre sí, ya que lo primero es un acto que el oficiante de un rito lleva a cabo en estado consciente y, por otra parte, lo que genérica (e inexactamente) podríamos denominar «trance» es un estado en el que no se puede oficiar nada, sino reaccionar de manera inconsciente.

Los estados meditativos o contemplativos propios de los rituales religiosos típicos, no deberían ser confundidos con los estados de trance (al estilo de la “mediumnidad” en el espiritismo, los ataques histéricos del evangelismo neo-pentecostal o las danzas catárticas de las tradiciones afroamericanas).

Vale decir, el «estado de trance», entendido de ese modo, no aplica a la práctica de la Wicca o de cualquier otro tipo de tradición pagana cuyos rituales sean de carácter mágico-simbólico o devocional.

Cuando uno entra en uno de esos estados alterados a los que se suelen denominar “trance”, ocurre una de dos cosas: La persona queda en un estado extático (al estilo de ciertas instancias profundas de la meditación; durante una sesión de hipnosis o por el efecto de la ingesta de alucinógenos) o bien pierde el control de sus actos y comienza a accionar (moverse, danzar, hablar o lo que fuere) a partir de lo que científicamente se podría definir como un trastorno disociativo de conversión, de tipo momentáneo (no por una condición patológica, sino provocado por algún tipo de estímulo especial, como la danza ritual en una ceremonia tribal o el delirio de masas en una iglesia evangélica).

Cual fuere el caso o el estilo de trance, queda claro que es incompatible con llevar adelante un rito o práctica religiosa que tenga como objetivo el obtener un resultado dado, mientras se permanece consciente y sin perder el control de lo que acontece.

¿Los «trances» son incompatibles con el Paganismo o la Wicca?

Para entender cuán compatibles o no son los “trances” y los diversos estados alterados de la consciencia con las prácticas paganas, hay que mensurar varias cuestiones diferentes:

En primer lugar, al hablar de la “práctica solitaria” en la Wicca, de Scott Cunningham, etc. se da por sentado que el practicante no tendrá asistencia en sus actividades mágico-rituales.

En la Antigüedad, había muchas ceremonias religiosas en donde el éxtasis de tipo introspectivo o frenético tenía su parte. Pero esto ocurría generalmente cuando la práctica era colectiva y había un operador (típicamente un sacerdote o sacerdotisa) que controlaba la situación mientras uno o varios participantes caían en estos estados. (Hoy en día, esta dinámica todavía puede observarse en las pocas tradiciones shamánicas que sobreviven sin contaminación new-age o cristiana).

Si se piensa en un estado frenético, donde no hay control motriz completo y no se sabe bien qué se hace (o lo que se hace no es del todo consciente), cuando tal cosa se practica en solitario casi con seguridad conllevará peligro físico para la persona y para el ambiente que la rodee.

Si, por otra parte, el estado es de tipo introspectivo y se logra profundizar en eso verdaderamente, suele ocurrir que al “regresar” a la consciencia normal, la persona no pueda recordar nada (o casi nada) de lo experimentado durante el proceso.

Por esto último, cualquier clase de meditación o experiencia de tipo introspectivo, sin perjuicio de la gran variedad de beneficios psicológicos, espirituales e incluso fisiológicos que pueden conllevar (si se practican con constancia, frecuencia y responsabilidad), no van a tener gran utilidad a la hora de mantener un sendero espiritual pagano (al menos si es de tipo mágico-ritual, como es el caso de la Wicca).

A su vez, el recurrir a prácticas frenéticas, si bien era común en la Antigüedad, en algunas culturas y tradiciones, no parece que vaya a ser operativo en reuniones paganas modernas y mucho menos en la práctica en solitario. En todo caso, habrá que tener mucho cuidado de en dónde y cómo uno se predispone a ello (por obvias razones de seguridad personal, de eventuales procesos traumáticos o incluso de consecuencias jurídicas que el perder el control de uno mismo frente a otros durante un tiempo no determinado, pudiese conllevar).

Por otra parte, hay que desmitificar muchos de estos supuestos fenómenos: La gran mayoría de los estados alterados de la consciencia generan efectos fisiológicos similares al sueño de tipo REM (sigla por el término en inglés “Rapid Eye Movement” / “Movimiento Rápido de los Ojos”): La persona sólo podrá mover levemente los dedos de manos y pies, los ojos se moverán con los párpados cerrados y estará totalmente ajena al ambiente donde se encuentra (típicamente, una persona que, por ej., esté real y profundamente hipnotizada). Pero, en general, lo más distintivo será que si se hace un escaneo cerebral durante el proceso, los verdaderos estados de consciencia alterados van a estar definidos por una marcada diferencia en el registro obtenido, respecto del estado de vigilia (la consciencia normal). En un electroencefalograma, predominarán las ondas thetas y no las betas (propias de la vigilia) y así…

Si definimos como “trances” a este tipo de alteración (fisiológicamente medible) de la consciencia, entonces la mediumnidad no lo es, ni tampoco el tipo de “incorporación” que llevan a cabo los participantes de rituales en las religiones afroamericanas o similares.

En esos casos, lo que opera es la autosugestión o de simple histrionismo, que goza de la complicidad del colectivo en donde se practica. El estado mental de quienes supuestamente están cursando ese tipo de “trances”, va a ser desde un cierto nivel de disociación cognitiva (que les hace creer que realmente “hay alguien más allí”), hasta el simple acting y la pura simulación y si se procediera a escanear los cerebros de dichas personas, más allá de una cierta actividad mayor a la normal, propia de la excitación general de lo que están viviendo, se mostrarían en un estado de consecuencia totalmente promedio (estado de vigilia).

Conclusiones:

En definitiva, lo que he querido transmitir en este artículo, es la todavía enorme dificultad que existe en el ambiente wiccano ecléctico / solitario, de entender de qué va el camino pagano, ya sea a nivel espiritual, mágico o vivencial en general.

Gran culpa de esto lo tiene el “movimiento” creado por Scott Cunningham y su pretensión de “democratizar” o de volver horizontal a la Wicca, permitiendo que muchos comenzaran a practicarla por fuera de las tradiciones orgánicas y establecidas.

Los que me conocen, saben que no soy fan de las formalidades y los protocolos “iniciáticos”, que la más de las veces, ocultan la propia mediocridad mediante un aura de misterio y secretismo, pero es un hecho que nuestra especie, sin un mínimo de orden, derrapa… Termina por divagar en las zonas más impensables y hasta ridículas del pensamiento y la imaginación. Tal como fue el caso que nos ha ocupado en este post…

Pero, concluyendo: Por un lado, no tiene sentido pensar en “invocaciones” (por más que se repita el concepto cientos de veces en los libros de Cunningham). Los paganos no somos sobrenaturalistas y no pensamos que se nos aparecerá un dios porque hagamos un ritual, por ende, lo que hacemos es evocar (no «invocar»).

Por el otro, debería quedar claro lo que la improvisación, a nivel de querer divulgar antes de estudiar y de adquirir una larga experiencia, genera en nuestro entorno… Las lecturas light son requeridas y valoradas por su facilidad de asimilación y su simplicidad a la hora de practicar y de generar “resultados”. Sin embargo, sin bases teóricas firmes, sin un mínimo de rigor académico, sobre los orígenes de las cosas que tomamos como creencias y nociones de vida, no llegaremos a ningún lado.

Finalmente, hay que desmitificar el concepto de “trance” y entender que muchas veces se trata de fakes, acting y complicidades culturales. Que los verdaderos estados alterados de la consciencia son fenómenos puntuales, más que nada buscados en situaciones especiales, o incluso originados espontáneamente, y que no van a redundar en beneficios directos e inmediatos, dentro de la práctica espiritual pagana (especialmente si hablamos de la doméstica y solitaria).

Los “trances” y las experiencias pico, son cosas conocidas y hasta normales en el paganismo. Pero se trata de vivencias que se deberían reservar para ocasiones especiales y bajo la supervisión de gente que NO PARTICIPE de esos estados y que tenga ya una acendrada experiencia sobre lo que esas cosas implican (y sobre cómo lidiar con cualquier efecto indeseado o problema puntual que generen durante su consecución o inmediatamente después).

Las lecturas fáciles y amigables, generalmente no son las más informativas o las más educativas. Esa es una realidad que todo pagano debería tener presente a la hora de elegir qué va a leer…

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