Los seres humanos somos proclives a los extremos, nuestra evolución cultural obedece a un cierto patrón pendular. Eso puede apreciarse en las modas, las consignas políticas y las actitudes sociales… Tal tendencia no escapa a la forma en que se vislumbra el mundo de las ideas.
En los siglos precedentes, los humanos tuvimos la tendencia de creer que una determinada religión era la «única verdadera»; que había ideologías políticas que superarían el devenir histórico y terminarían con los problemas sociales; que determinadas costumbres y tradiciones eran las «buenas», las «decentes» y todas las demás execrables, decadentes o primitivas; que sólo había una inclinación sexual natural; que sólo existía una moral, etc…
Tal ceguera intelectual y espiritual, ha ido mermando a partir del avance de la Ciencia, la generalización de la educación y el desarrollo de los medios de información, que si bien pueden ser parciales y sesgados, nos permiten cada día menos «vivir en nuestra burbuja» y nos fuerzan a prestar atención al mundo que nos rodea y a la realidad de la Vida.
Los prejuicios religiosos, raciales y sexistas, entre otros muchos, han ido desapareciendo, pese a que todavía queda un largo camino por recorrer.
Ese proceso, deseable como es, parece haber caído en una suerte de extremismo opuesto a lo ocurrido en el pasado: En este auge del posmodernismo, por no ser fundamentalistas, las personas se vuelven totalmente eclécticas y abandonan toda raíz o cimentación para sus ideas y sistemas de creencias; en pos de no parecer racistas o xenófobos, muchos creen que todas las culturas son igualmente válidas y desarrolladas; por ser políticamente correctos, aceptan todo y no cuestionan nada, pensando que «cada quien piensa como mejor le guste y todas las ideas son válidas».
Aquí es donde nace el problema: Todos tenemos el derecho de pensar y creer lo que más nos venga en gana, sin control, limitación o estorbo alguno por parte de los demás; de la sociedad en donde se vive, de los gobiernos, factores de poder o formadores de opinión. Pero de ahí a pensar que todas las ideas son válidas y que toda forma de pensar debe ser respetada, hay un gran trecho y es un error ignorarlo.
Las ideas no son respetables, no deben ser aceptadas sin previo debate, razonamiento y testeo. Las ideas son «cosas», no seres. Por tanto no poseen derechos ni se las puede dañar. Lo que sí debemos respetar, es a las personas que sostienen dichas ideas, se debe aceptar a cada quien tal como eligió vivir y pensar, pero esto no implica, en modo alguno, abstenerse de discutir sus ideas y creencias, sin «aceptarlas» a priori, como si todo fuera más o menos igual.
La Realidad es la única Verdad, como decía Aristóteles, y si bien nadie puede conocerla por completo y, por tanto, nadie es «dueño» de la misma, no todos estamos equidistantes de ella. Por algo, la cultura humana ha desarrollado la Ciencia, la Filosofía y la Tecnología (que nos permite «ver» y «percibir» el mundo mucho más allá de las capacidades naturales de nuestro sistema sensorial) y todas las disciplinas del verdadero conocimiento.
Si bien todos los seres humanos merecen respeto y tienen el derecho de pensar lo que quieran y no obstante, que nuestra obligación ética es no soslayar la libertad y los derechos de nuestros semejantes, tal cosa no implica abstenernos de debatir, dejar de oponernos si es necesario e incluso combatir a ciertos conceptos, ideas y creencias, que son perjudiciales para la sociedad, para la Naturaleza o para determinados colectivos humanos.
No todas las ideas son iguales, no todas son respetables ni todas son válidas. Las personas merecen respeto, consideración y aceptación, como seres humanos que son. El único límite para ello es que no nos agredan o pretendan coartar nuestra propia libertad de pensar o de ser.
Sin embargo, las ideas NO merecen respeto per se. Las ideas deben ser «torturadas» a través del razonamiento, sometidas a la más despiadada lógica y a la contrastación con las evidencias disponibles y luego sí, si fuera el caso de que demuestran su validez, ser aceptadas como parte de la realidad.
Ni siquiera hay que valorar demasiado a las propias ideas, nociones, principios y convicciones, porque de seguro en 5 o 10 años, tendremos cambios en ellas, a menos que seamos personas muy mediocres. Porque sólo los mediocres nunca cambian de idea… Sólo los fanáticos nunca corrigen lo que creen ni refinan sus convicciones a través del aprendizaje constante.
El respeto es hacia la persona, no hacia la idea. El secreto es simple: ¿Dos personas tienen diferentes credos, diferentes ideologías o filosofías de vida? Pues aun así pueden ser amigos, aun así pueden ser buenos vecinos, colegas o pares… Pero eso sólo puede darse, cuando ambas partes pongan a la persona por encima de las ideas, incluso si esas ideas tienen que ver con la fe y los dogmas. Si así se hace, si lo primero es la persona y recién luego viene la idea, el respeto y la tolerancia es fácil, pero no se sacrifica la lógica, el verdadero conocimiento, la Ciencia o la Razón.
Quienes ponen a sus ideas y creencias, a sus dioses o partidos políticos, por sobre las demás personas, no son personas de «fe» ni con convicciones acendradas, sino simples fanáticos, de los cuales es prudente desconfiar. Porque, aun cuando se compartan esas mismas ideas y creencias, son el tipo de individuos que no dudarán en aniquilarnos, si nos movemos un ápice de lo que dicta su particular ideología.
Lo anterior, no implica ser inconsecuente con las propias creencias, convicciones e ideas, sino más bien establecer prioridades: Primero están los seres y luego las cosas, primero están las personas y luego las ideas. Si este concepto hubiera primado en la Historia Humana, no conoceríamos sobre guerras santas, inquisiciones, revoluciones sangrientas o represiones políticas.
Pero por otra parte, las ideas no son respetables en sí mismas. No hay que vivir en un alegre eclecticismo y decir que sí a todo, porque parezca más armonioso y pacifista. La mayor paz se da en los cementerios, en los desiertos… En donde todo es muerte y nada ocurre o se produce. La guerra de las ideas no implica sangre; en la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.
Ninguno de los dos extremos es válido y legítimo: El poner a una idea por encima de los seres humanos, deviene en la barbarie, el fundamentalismo, el fanatismo y los totalitarismos. Pero el aceptar toda idea, con el sólo propósito de no «caerle mal» al otro, de profesar una «tolerancia absoluta», conlleva la renuncia al conocimiento de la Realidad y la complicidad a favor de la ignorancia, el atraso y la mediocridad.
Las ideas y las creencias erradas, deben ser refutadas con datos, evidencias y conceptos racionales. ¡Nunca se debe usar el argumento ad hominem (contra la persona)! Eso, además de ser poco ético, desvaloriza el punto que se quiere demostrar. Pero, así mismo, ¡nunca se debe renunciar a combatir el error y la ignorancia! Porque si se abandona ese propósito, la persona se convierte en cómplice de esas lacras, que son el mayor factor de atraso, infelicidad y dolor en la cultura humana.
Busquemos el punto medio, el camino del centro, tan caro a los que profesamos el Paganismo: Respetemos incondicionalmente a las personas, pero nunca nos rindamos ante una idea, sin presentar la más fiera de las batallas, en nuestra mente y nuestro intelecto.-