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Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Tiempo de lectura: ~1 min. 13 palabra(s).
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Los paganos somos diferentes, constituimos una minoría que se antoja “anómala” para la mayoría de los que viven dentro de los cánones de lo establecido, bajo la religión y la moral hegemónica. Lo anterior hace que, para nosotros, sea todavía más relevante, lo que ya lo es para todos en general, por ser una ley natural de la que nadie ni nada escapa: La Vida es una economía de recursos, de tiempo y de energía. Los humanos, como seres mortales que somos, no poseemos ninguna de estas dos cosas de manera ilimitada o gratuita. Como dije, esto es sabido por todos, pero, en nuestro camino, tales limitaciones deberían alertarnos de en qué y cómo gastamos nuestro tiempo, energía y recursos… Cada wiccano, heathen o pagano, tuvo un día en la vida, un momento de claridad, en que decidió cambiar, abandonar la mediocridad de la religión, la moral, la idiosincrasia y las “buenas costumbres” inculcadas en la infancia, para abordar los valores ancestrales, la espiritualidad natural y el sendero de la Madre Tierra. Pese a lo anterior, existe una pertinaz y constante tendencia, una inercia, respecto de mantener cadenas con dogmas, supersticiones, tabúes, prejuicios, valores y creencias en general, que provienen del Cristianismo (o algún sistema de creencias sucedáneo) que se nos inculcó en la infancia. Gastamos demasiada energía en dar explicaciones: “Que los paganos no adoramos a Satán”, “que no le hacemos mal a otros” y muletillas similares. Pues bien, yo no adoro a Satán (entre otras cosas, porque no creo que exista) pero me siento más cerca de él que de Cristo, y así debería pensar todo pagano, porque la “luz” predicada por Jesús está mucho más lejos de lo nuestro que la “oscuridad” y el antagonismo que representa Satán. Por otro lado, no veo a ningún cristiano, judío o musulmán, explicando o dando excusas sobre su conducta o su moral… Entonces, ¿por qué nosotros sí invertimos tiempo de nuestra vida en ello? ¿por qué malgastamos energía en “excusarnos” con quienes no son mejores que nosotros? Pero todo esto no es lo peor… Lo lamentable y disolutorio del movimiento pagano, de su renacimiento, es el querer “rescatar” dogmas, mitos y creencias desde el judeo-cristianismo. ¿Cuál es el sentido de habernos diferenciado, si a la larga fue sólo un lapsus, un propósito sin verdadera expresión en la vida real? Soy pagano y llegué a serlo, para liberarme de ese “Dios” despótico, sanguinario y egomaníaco de la Biblia; soy pagano y por eso no creo en “santos”, ángeles, profetas, gurúes, mesías o salvadores, ni tampoco los quiero en mi vida. No los necesito, no existen y, si existieran, no podrían hacer nada relevante por mí, ni por nadie. Soy pagano y por eso, no quiero nada con Cristo o la Virgen María… Y si estos personajes míticos se parecen en algo a nuestros dioses, sea porque copiaron sus atributos de manera superficial o porque, como humanos que todos somos, solemos imaginar las mismas cosas, no es mi tarea buscar los parecidos sino PLANTEAR y dejar en claro, las diferencias. Diferenciarse no es discriminar, mucho menos segregar. No se deja de respetar al otro por manifestar con claridad lo diferente que uno es, no se daña a nadie siendo uno mismo y manteniéndose firme y fiel al propio camino. El librepensador no es aquel que busca ver todo en forma parecida o que se empeña en encontrar las coincidencias, sino aquel que da importancia a lo sutil, a los matices y no hace esto por odiar a lo diferente, sino por amor a la diversidad. El ser verdaderamente libre, no quiere parecerse a nadie, no quiere cuadrar con las ideas ajenas; se diferencia y celebra que otros diverjan; toma distancia y se complace en observar los espacios intermedios, porque ve así un concierto de colectivos, un cosmos de individuos y, no un mar indiferenciado de gris mediocridad, de masas ovejunas y de costumbres heredadas. El Paganismo es divergencia, transgresión, diferenciación. No buscamos los valores que durmieron por milenios, para mezclarlos con aquellos que los reemplazaron; no redescubrimos a los dioses para luego juntarlos con melosos ángeles, llorosos cristos o “inmaculadas” marías… ¡Diferenciémonos! Que ni está mal ni es intolerante, sino un impulso que favorece a la maravillosa diversidad humana. No gastemos más tiempo en pulir o decorar las cadenas que nos unen al pasado, no invirtamos más energía en tratar de rescatar lo que, tiempo atrás, decidimos abandonar. Olvidemos lo que una vez nos ató a la masa y el costumbrismo ovejuno, a la sumisión y el lloriqueo pusilánime. ¡Diferenciémonos! Porque para ello elegimos ser PAGANOS… ¡Diferenciémonos! Para no malgastar la vida en excusarnos por lo que somos (o no somos). Tiempo de lectura: ~9 minutos. 2482 palabra(s).
Introducción:En los ambientes donde prima el posmodernismo, las formas de espiritualidad light o bien las ideologías populistas o neo-marxistas, es muy frecuente que se descalifique al individualismo, al deseo de destacar; a la alta autoestima y el orgullo de sí mismo, como si estas cosas fueran defectos del carácter (o, por lo menos, como si siempre lo fueran, sin importar su grado de correspondencia con las cualidades y méritos de la persona; las circunstancias; o el rango y la frecuencia, de estos pensamientos y emociones). Este rechazo, puede englobarse con una actitud específica, el repudio al “Ego”*, pero, tomando a esta palabra, no como el sustantivo que alude a una cualidad básica de la mente humana, sino como adjetivación implícita, que hace referencia a una supuesta deformación de la personalidad. Parece que, en estos tiempos de confusión, no se asume que el progreso de la consciencia humana, está relacionado con la paulatina emergencia del “Yo” (de la individualidad) a partir del mar de la inconsciencia (no diferenciación animal de sujeto – objeto); de la tribu y luego de la masa y el colectivismo (siempre disolutorio de la personalidad). Esto es así, porque los mismos factores evolutivos que nos hicieron bajar de los árboles y comenzar a usar herramientas; para luego, crear el arte y con ella la noción de vislumbre del futuro y de la posibilidad de ser libres y de hacer la propia voluntad, fueron los que produjeron el surgimiento del “Yo”, en la mente humana. Sin esta cualidad implícita en cada consciencia, los procesos que conocemos como cultura y civilización, jamás podrían haberse dado. Tuvieron que transcurrir muchos siglos, para que el sentido de “uno mismo” y la individualidad de que goza la mayoría de las personas del siglo XXI, se desarrollaran con plenitud y afianzaran, al punto de ser ya irreversibles. Sin embargo, esta evolución hacia la individualidad y la valoración del propio ser, generó (y sigue generando) una paulatina oposición, un proceso inercial. Este proceso, tiende a hacernos pensar que, en el colectivo, la chatura, la homogeneidad y la des-individualización (conversión del individuo en masa), está el “futuro” de la Humanidad. Como si la negación del “Yo”, fuera diferente de la aniquilación prefigurada del Ser. Pero, tal regresión no es reciente… Ha acompañado a la Humanidad durante toda su historia y pugnado por disolver su progreso. Ya las religiones abrahámicas en Occidente y las dhármicas en Oriente, plantearon la postergación del “Yo”, o bien su aniquilación, como así también, todo propósito o sentido de la propia individualidad y de la necesidad de plasmarla en la creación y el desarrollo de un futuro personal, de metas totalmente propias y originales. Por ejemplo, el Buddhismo, surgido en el siglo VI a.C., plantea que el “Yo” es una ilusión, la cual estorba a la evolución espiritual del Ser y no le permite lograr su estado de “realización final”: El Nirvana o aniquilación de toda diferenciación entre el sujeto y el objeto. Siglos después, el Cristianismo surgiría de entre las muchas sectas judías de su tiempo, para plantear la idea de un “rebaño y su pastor” y de que “… los últimos, serán los primeros.”1; de que toda persona espiritualmente proba y bien enfocada, debía destruir toda apetencia egoísta, todo deseo de realización personal y toda pretensión de sobresalir por encima de la masa. Desde entonces, el individualismo, la ambición y aun un nivel sano de egoísmo, pasaron a considerarse “pecados”, emociones viles o defectos del carácter. Lo anterior facilitó el advenimiento del oscurantismo y del feudalismo, donde sólo los “signados por Dios” (nobles, señores y prelados), estaban por encima de los demás y tenían un cierto margen de libertad y de gloria personal. Debido a que el desarrollo de la individualidad, requiere de un mínimo de “desconexión” respecto de la tribu, el clan o el colectivo al que el sujeto pertenezca (donde le fue dado nacer), esto implicó que el surgimiento de lo particular por sobre lo masivo, a no ser por los casos en que esto era determinado por pertenecer a la cúspide de la pirámide social, se tardara miles de años en gestarse. También fue previsible, dada la naturaleza humana y su pertinaz tendencia a caer siempre en los mismos errores, el que algunas creencias produjeran siglos de demora (o hasta milenios) en el desarrollo humano. No obstante, cuesta más entender lo que ocurrió después (y, al parecer, sigue ocurriendo hoy en día). Negación posmoderna del
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