– La casa es maravillosa, amplia y con un jardín espectacular. Debe ser una lotería que la encontremos a este precio. ¿Te parece…?
– No lo creo. Debe haber algo raro –Susurró el hombre. No puede ser tan barato. Déjame hablar ahora a mi.
– Está bien –Murmuró resignada la muchacha. Ya estaba cansada de ver inmuebles y esta realmente le gustaba; pero había aprendido a no contradecirle cuando se le metía una idea en la cabeza.
– Y dígame Señorita –Alzó la voz mirando por sobre el hombro a la vendedora. ¿Hay alguna refacción que realizar?
La señora cerró la puerta de vidrio del jardín y se acercó lentamente hasta ellos, pensando en la mejor respuesta.
– Está en perfecto estado. Los dueños anteriores eran arquitectos.
– ¿Y porqué la vendieron? –Preguntó Anahí mientras miraba la enorme araña que colgaba del salón principal.
– Iban a tener hijos, mellizos creo. Así la casa les quedaría chica.
– Pero el jardín es amplio para un perro –Pensó en voz alta.
– Ni se te ocurra linda. Nada de perros ni gatos que molesten a nuestros invitados. ¿Te imaginas al Gerente de nuestro banco, cubierto de baba de un perro? ¡Jamás! –y frunció el ceño. Lo pensaremos, se apresuró a decir mientras la tomaba del brazo y salían de la casa.
– Pero Enrique, esta me gusta, realmente me gusta. Vos casi no vas a estar si trabajas mucho, yo quiero sentirme cómoda.
– No sé. ¿No sentiste adentro brisas? –Ella asintió. Bien, seguro que hay cosas que refaccionar. La vendedora te va a decir que está todo bien, con tal de cerrar su venta y cobrar su comisión. Ahora sube al auto.
Ella limpió sus zapatos con tacos agujas y subió acomodando su apretada minifalda.
– ¡Qué suerte que la mudanza ya trajo todo! –Respondió alegre mientras habría la puerta.
El doctor entró sin responder, no le gustaba la tarea de arreglar y comenzar a dar un orden nuevo. El hubiera preferido el departamento amueblado que vieron semanas atrás, pero como ella se encargaría de todo, y finalmente, era cierto que estaba la mayor parte del tiempo en el sanatorio, prefirió dejarla escoger (sinceramente el precio era bueno) y así lo molestaría menos con las comparaciones.
Los días comenzaron a transcurrir, generalmente cenaban juntos cuando no había alguna urgencia en el trabajo. Mientras Anahí iba rindiendo uno a uno sus exámenes para la licenciatura en fisioterapia, el Doctor iba aumentado sus horas de trabajo, compensándolas con lujosos obsequios: Un auto, un collar con diamantes, aretes con rubíes.
Al cabo de unos meses, cuando Anahí retiró su título, decidió buscar a Enrique antes de ir a su casa. En el Sanatorio nadie supo donde ubicarlo, no estaba en su consultorio, en el quirófano ni en el restaurante. Desalentada decidió regresar a su casa aunque mientras manejaba fue pensando que tal vez, la esperase allí con alguna cena romántica para celebrar.
Cerró la puerta, dejó la cartera y el título sobre el sillón verde del salón y se sacó sus tacones, cansada de tanto caminar, subió con dificultad las escaleras y entró al dormitorio, donde encontró a Enrique con la nueva cardióloga.
No hubo divorcio porque no estaban casados, no tuvo la mitad de sus bienes, pero por lo menos se quedó con la casa y el auto (ambos a su nombre).
– ¿Cómo pudiste hacerme esto? -La puerta se cerró a su espalda con un golpazo.
– Solamente fue algo que paso. Sólo una vez.
– ¿Una vez? –intervino oportunamente la cardióloga mientras se vestía.
– Y quien te dijo que te metieras? ¡Zorra!
– ¿Zorra, yo? Deberías satisfacer más a tu hombre muchachita. Ahora con permiso (tomó su cartera), me voy. No es asunto mío como lo resuelvan ustedes, yo solo necesitaba aliviar el estress.
– Por favor Anahí, no es para tanto escándalo, compórtate.
La cardióloga salió del cuarto y descendió por las escaleras.
– ¿Qué yo me comporte? Si siempre tuve que comportarme contigo, atender la casa, hacer cenas espectaculares cuando venían tus grandes e importantes amigos… ¿Y vos? Así me pagas.
– No, te pago con las joyas, la casa, el auto…
– Yo no soy una…
– ¡Basta! Yo tampoco tengo porque escuchar esto. Me voy y mejor me llamas cuando estés más tranquila, dispuesta a hablar racionalmente.
Lo único bueno que hizo en los seis años que estuvo con Enrique, fue darse el gusto de poner todas sus cosas en bolsas de basura y dejarlas a la entrada del sanatorio. El solo recordarlo la hacía sentir mejor; aunque ahora la casa estaba tan vacía, todo parecía demasiado grande.
Siempre había detestado estar sola, pero tal vez, después de tanto intentarlo una y otra vez, debería cambiar de costumbres.
Salió al jardín del frente y se arrodilló para arreglar sus flores y así tratar de aclararse un poco.
A medida que removía la tierra, los recuerdos se agolpaban en su mente.
– Estás más gorda linda sería bueno que bajaras un poco. No se te ve bien así…
– Mejor cállate, si no sabes de un tema, no me hagas pasar vergüenza.
– ¿Estudiar? ¿Para qué vas a estudiar? No te serviría de nada, tendrías más éxito como modelo, claro, si antes bajas unos kilitos…
– Pero sácate ese vestido que pareces un papel de regalo!!!
Cuando se dio cuenta, había hecho un tremendo agujero en la tierra, así que comenzó a llenarlo de nuevo.
– ¿Necesitas ayudas? –Era su vecina, una anciana que vivía en la casita de al lado.
– No señora, gracias. Estoy bien.
– Si quieres, tengo unas azaleas blancas preciosas que podrías poner allí.
– Muchas gracias, tal vez otro día.
– Vamos, te invitaría café, te o terere, lo que quieras. Nos haría buen un poco de compañía.
Ante la insistencia, aceptó la invitación y la acompañó.
– Es hermoso su jardín, ¿cómo lo puede mantener sola?
– Tengo una sobrina que viene un par de veces a la semana y me ayuda –dijo sentándose en la silla de hierro blanco y pasándole la guampa.
– ¿Sus hijos viven lejos?
– No, lastimosamente mi finado marido y yo no pudimos tener hijos. Cuando él falleció, quedaron nuestros sobrinos.
– Perdone, lo siento mucho.
– No lo sientas. A veces para mí es como si él estuviera aquí todavía, incluso le hablo.
“Oh por Dios, que no me vuelva así, anciana y loca. Necesito encontrar a alguien pronto”.
– Anahí, a veces pensamos que está todo mal. Yo lo pensé cuando quedé viuda hace 10 años.
– ¡Es mucho tiempo!
– Lo es. Pero uno puede aprender lo que quiera. Umberto fue mi primer novio y mi primer amor, desde jóvenes estuvimos juntos, alrededor de 50 años. Cuando falleció pensé que nada tenía sentido, que debía ir con él, que no podría sola.
– Le entiendo –musitó con tristeza.
– Pero luego pasaron los meses, mirando el hermoso jardín que hicimos juntos, decidí continuar nuestra obra.
– Bueno, menos mal tuvo una buena jubilación para dedicarse a lo que le gustaba.
– No niña, nosotros tenemos un vivero con plantas. A eso nos dedicamos.
– Ahhh entiendo.
– Ahora trabajan ahí mis sobrinos. Yo voy por las mañanas para ver cómo está todo y luego regreso. ¿Y tú qué haces?
– Yo… Estoy comenzando a buscar trabajo. Soy fisioterapeuta.
– ¡Qué bueno! Y porque no abres tu consultorio en tu casa. Seguro hay espacio, es una casa grande.
– ¡Oh, no señora! Me encanta la idea, pero yo no podría hacerlo sola.
– ¿Por qué?
– Y por qué no… -Sonrío. Yo no sirvo para eso.
– ¿Ya lo intentaste? ¿Crear algo?
– No, yo no. Tuve un novio que lo hizo, vi que era mucho sacrificio.
– Bueno, pero si no lo intentas, no sabrás si puedes…
– Imposible. No tengo el dinero.
– ¿Tal vez podrías pedir un préstamo? ¿Se necesita mucho para equipar el lugar?
– Para iniciar, algo chico, yo creo que no. Luego ya sería otra cosa.
– Mira, en los negocios, como en la vida, se debe dar un paso a la vez. Nosotros habíamos comenzando justo acá, en este patio, y luego fuimos creciendo y creciendo, lento pero sin parar.
Ahora ya no. Mis sobrinos tienen miedo de arriesgarse y la verdad que yo ya no quiero trabajar tanto, me canso más fácil. Pero tú, tú tienes toda la vida por delante.
– No podría –sonrío. Soy excelente en cuanto a moda y zapatos, pero de ahí a abrir mi empresa propia…
– No, empresa propia no, sería ”profesional independiente”, como le dicen ahora.
Ambas sonrieron, conversaron un momento más y luego se retiró la joven con las flores prometidas.
Esa noche estuvo dando vueltas en la cama hasta que decidió bajarse y sentarse en la sala.
Con un lápiz y un papel esbozó un diseño sobre cómo podría dividir los espacios para su consultorio. Estaba jugando con su cadenita de oro y el dije de esmeralda cuando se lo sacó y lo miró… tal vez… sí podría intentarlo.
Le tomaría un tiempo recuperar su inversión original, pero mientras tanto, tenía un ingreso que le permitía ir amortiguando el préstamo y mantenerse.
Fue en uno de esos días de cálculos contables en que se encontró en la calle con una señora que entró en la casa de al lado.
“Debe ser su sobrina”, pensó, y fue tras ella para visitar a su vecina.
– ¡Buenas! –golpeó la puerta y entró. Como la vi quise pasar a saludar a su tía.
– A mi tía? –preguntó extrañada.
– Sí, la señora de cabellos blancos que vive acá, que tiene un hermoso jardín atrás.
– Sí, el jardín está ahí, pero mi tía murió hace más de ocho años, poco después de mi tío. Cuándo la vio por última vez?.
Anahí se asustó, buscó una excusa y regresó a su casa.
Esa tarde se quedó pensando tratando de entender lo que había pasado. Hurgó entre sus papeles viejos y encontró los datos de la vendedora de la casa, la llamó y fijó una reunión con ella.
En su oficina, al día siguiente estaban tomando un café.
– Bueno, en realidad, me alegra verla ahí después de tanto tiempo. Para serle sincera, era una casa bastante difícil de vender.
– ¿Por qué?
– ¿No piensa mudarse, verdad? –La miró interrogativa. Anahí hizo un gesto negativo con la cabeza. Dicen los vecinos que ahí hay fantasmas. La gente cuando iba a verla sentía cosas raras.
– Ahhh… ¿La brisa?
– Sí, y otras también. Hay quienes aseguran que han visto a una anciana por ahí.
– ¿Una anciana?
– Sí, resulta que el terreno de esa casa pertenecía a la casita de al lado. Cuando murieron los señores, bastante viejitos, los sobrinos vendieron esa parte y creo que el negocio de ellos también.
Un poco después compraron los arquitectos el terreno y construyeron la casa donde vive, pero apenas estuvo terminada, la vendieron. Ellos saben mejor lo que pasó, si quiere le doy los datos para contactarles.
– No, no hace falta.
– ¿Está bien? ¿Vio algo ahí?
– No, nada en absoluto. De hecho, estoy convencida que comprar la casa fue la mejor decisión de mi vida.
Nadie nos prometió un jardín de rosas
, sin embargo depende de cada uno de nosotros plantarlas en nuestro jardín.
No me importa la religión, política o cualquier tipo de distinción que pueda separar a las personas, me gustan los puntos en común que logran unirlas; el esfuerzo por hacer de esta Tierra, nuestro planeta, y preservarlo. Admiro a la gente humana, aquella que se equivoca y acierta, porque es la que aún con miedos, logra aprender de sus errores y seguir en el camino.