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Reflexiones Paganas
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Oscar Carlos Cortelezzi.

[Reputación del Sitio]

Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


Tiempo de lectura: ~7 minutos. 1938 palabra(s).

Había una vez una pequeña niña, que como a todos los niños, le contaban cuentos antes de dormir; solo que en este caso no eran cuentos, eran historias de la familia.

– ¡Abuela! Esta noche quiero que me cuentes cuando abuelo te propuso casamiento.

– Pero Emi, te conté cien veces esa historia.

– ¡Dale!

– ¡Puf! Fue hace muchos, muchos años, como cincuenta más o menos, íbamos con nuestras familias en tren, para pasar el día en el lago.  Bueno, ya sabes que en realidad los padres de tu abuelo ya habían muerto, nos llevábamos muchos años de diferencia.  En fin, cuando le pedí una chipa, él fue y me la trajo, y en la bolsita había una cajita.

– ¡Con el anillo!

– Bueno, ¿pero te cuento yo o vos? -comenzaron a reír cuando la luz de la habitación se apagó.

– ¡A dormir! -la puerta se golpeó bruscamente y una silueta se dejó entrever.

– Pero mamá, ¡me está contando un cuento!

– No me interesa, mañana hay escuela.

La longeva mujer de cabellos grises se levantó, besó a su nieta en la frente y salió de la habitación.

– No deberías ser tan estricta con ella -susurró una vez afuera.

– ¡Qué aprenda desde chica! -gritó para que la oyera la niña.

– ¿Qué aprenda qué? Tiene ocho años. Y baja la voz, no necesita escuchar esta conversación.

– A vos se te ocurre contarle esas cosas para que crea que todo en la vida sale bien y que todos los hombres pueden ser como papá.

– Pero es así. Que lo tuyo no haya funcionado no quiere decir que todos sean malos.

– ¡Cómo siempre! No pierdes la oportunidad de machacarme mis errores -comenzó a levantar nuevamente la voz.

– ¿Están discutiendo otra vez? – Alberto abrió la heladera y sacó la jarra con agua.

– ¡No mi amor!.  Anda no más a ver la tele. Si quieres te llevo un vaso de jugo.

Cuando el muchacho se fue, continuó la conversación.

– ¿Ves? Esa manía tuya no entiendo. El ya es grande, tiene casi diez y siete, déjalo un poco y atendele a Emi, que te necesita más.

– Acá lo que necesitamos es plata – refunfuñó lavando los platos.

– Jamás falta qué comer. Y si quieres, puedes ayudarme con los bordados.

– Sabes bien que es su papá el responsable. El tendría que dignarse a dar por lo menos un poco más.

– Da lo que establece la ley.

– Sabes qué, ya no quiero discutir. Toda mi vida me machacaste por no ser como vos -comenzó a llorar y fue a encerrarse en su cuarto con otro portazo.

Noemi suspiró y giró para ir a a descansar cuando vio a Emi, blanca, parada al lado de la puerta de entrada a la cocina.

– ¿Qué estás haciendo acá?

– Solo quería agua… hace calor.

– Mi niña, vamos te pongo el ventilador.

– ¿Mamá y vos discutieron de nuevo?

– No, sólo estábamos hablando.

– Nosotras no hablamos así.

– Y bueno, a veces ella si. No te preocupes.

– Mamá me dice que estaríamos mejor si no estuvieras aquí.

– No le hagas caso -tragó saliva y jugó con sus cabellos- vamos, ahora sí ya se está haciendo tarde.

Muchos años después, una escena similar volvía a repetirse en la misma cocina color salmón.

– Así que vas a almorzar con tu papá hoy, otra vez. Y bueno, anda no más, yo voy a comer sola.

– Mamá, es su cumpleaños.  Además decile a Alberto que se quede contigo.

– No, el tiene que ir a jugar fútbol con sus amigos, merece un descanso.

– ¿Y yo no?

– Tú eres mi hija, te crié para algo más que eso, «pensé». Pero ya veo que prefieres darle más importancia a alguien que no vive contigo.

– Eso no es justo.. pero no importa. Yo me voy.

– Igual que tu abuela, te vas y me dejas con la palabra en la boca.

– Sí, igual que ella -la puerta se cerró y Emi partió con un terrible remordimiento, por más que sabía que la realidad no era exactamente como lo pintaba su mamá.

– No te olvides de dejarme lo del teléfono.

– Voy a ver. No creo que  te pueda ayudar.

– ¡Pero te comprometiste!

– Al agua. Y este mes quiero ir al concierto, si te doy para el teléfono, no me alcanzará.

– Yo no voy a pagar.  A ustedes les corresponde ayudar, ya son grandes.

– ¿Y porque no le pediste a Alberto?

– ¡A él no se sobra la plata!

– Bah, es lo que te dice.  Bien que le sobra los fines de semana para salir a tomar con sus «yiyis»… Y claro, para la ropa de marca que usa.  Además, él es el que más gasta en llamadas para especular.

– Eso no me importan.  Dame mañana la plata.

– No te voy a dar ya te dije.

– ¿Qué?

– No puedo este mes.  Se paga el siguiente.

– ¿Y si no hay?

– Y bueno, que corten el teléfono.

Y así comenzó una nueva sesión de plagueo, que terminó rápidamente, cuando Emi salió de la casa y fue a caminar a la plaza.

En su casamiento todo fue perfecto, salvo su mamá que no estuvo.  No soportaba la idea de estar en el mismo lugar que la señora de su ex marido.

– Si tanto la quieres, que esté ella contigo en el altar -fue lo último que le dijo la noche anterior.

– Pero mamá, se va a ir a la misa no más. No le puedo prohibir -tampoco podía hacerle entender que lo que hubiera ocurrido con su ex marido, era algo que quedaba entre ellos tres, y no tenía porqué afectarla a ella.  Su madrastra no era su madre, pero muchas veces se comportó como tal, y la apoyó mucho más que la biológica.

– Pero a mi me podes rebajar a su nivel, ¿verdad? -de un golpe seco regresó a la realidad.

– Sabes que no es así.

Sin ahondar en los detalles, en el álbum quedó registrada su ausencia en cada una de las fotos familiares y la joven inició una nueva etapa entre emoción y tristeza.

– ¿Cómo qué le vas a llamar Deyanira? ¡Es un nombre ridículo!

– No, es bello.  Es de la mitología griega.  Era una princesa luchadora, de las que hacen falta hoy en día.  Ella no aceptó su destino y luchó, tuvo una bella historia de amor.

– Tu marido tiene razón.  A veces estás completamente fuera de onda -se dejó caer con fuerza en el sillón y hojeó el diario.

Ella miró a la bebe y sólo se concentró en la belleza de su rostro. «Siempre podemos hacer las cosas diferente».

– ¿Y qué es eso de que renunciaste a tu trabajo? ¿Estás loca? Necesitas el dinero para el bebe.

– Si, pero Diego trabaja bien en el banco.

– ¿Y acaso queres depender de él?

– Algo se me ocurrirá; pero por lo menos el primer año de Deyanira, quiero estar cien por ciento a su lado.

– Y cuando te falte para la leche, ahí vamos a hablar.

– Ya te dije, Diego gana bien.  Además, espero no darle leche en polvo.

– ¡Uy! ¿Y queres que se te quede todo grande y fofo?

Ella sonrío, sabía que su marido no la había elegido precisamente por su apariencia física (tenía otras cualidades mejores).

– No va a pasar eso.

– Si, así será -suspiró profundamente- Eres vicedirectora, este año te ascenderían.

– Si, pero no hubiera podido estar con ella.  ¿De qué me sirve?

La discusión iba a aumentar, por lo que Emi le señaló a la bebe y salieron del cuarto.

Algunos años más tarde, la casa de la joven estaba llena de globos inflados y la enorme piñata colgaba del único árbol en el medio de jardín.

Mientras unos muchachos inflaban el globo loco, la pequeña se acercó a su mamá y le estiró la pollera.

– ¿Por qué me dijiste que no viene abuela a mi cumpleaños?.  Me prometió que me traería galletitas.  Yo quiero, son ricas

Emi la miró, la inocencia iluminaba su rostro aunque le hiciera el tipo de preguntas que prefería evitar. ¿Cómo explicarle a tan corta edad que a veces el ego de las personas lastima incluso a quienes menos lo merecen?

– Bueno, si queres, aún hay un poco de tiempo; vamos a buscar rápido una receta en internet y la hacemos juntas. ¡Te prometo que van a salir riquísimas!

La tomó de la mano y la metió a la casa, calculando unos diez minutos para encontrar la receta, cuarenta y cinco entre preparar y cocinar, de la hora que tenía antes de que comenzara el cumpleaños.

«Ojalá algún día pueda cobrarle… pero lo dudo», murmurando interiormente, comenzó la tarea.

– Odio lo bien que te llevabas con tu abuela. Incluso después de muerta siempre decías que te visitaba durante tus sueños. A mi me abandonó.

– No, no te abandonó, vos la hiciste a un lado.

– ¿Dónde está tu hermano? El tendría que estar acá, no vos.

– El está saliendo de vacaciones ahora.

– No le llamaste, seguro.

Por un instante estuvo a punto de gritarle que jamás le interesó a él, que se mantuvo a su lado solo por conveniencia y que así como alejó a su abuela, la había alejado a ella y a su hija (que ya no quería saber nada). Pero, dadas las circunstancias, dado todo lo que ya había pasado, estaba demasiado ocupada como para entrar en una de las interminables discusiones.

La puerta de la habitación se abrió y entró una hermosa jovencita rubia, con un celular en la mano.

– Mamá, ya es tarde, tenemos que ir a la danza.

– ¿No vas a entrar a dar un beso a tu abuela?

– No.

– ¿Cómo dejas que me hable así?  ¿Eso te enseñé?

– Y la verdad abuela, que esto me enseñaste vos a mi, no mamá.  ¿Podemos ir ya? -la miró impaciente, recordándole mentalmente que ella jamás tendría su paciencia.

Tomó su bolso, se levantó de la silla y se fue.

– ¿Y me vas a dejar acá sola?.

– Lastimosamente, vos misma te hiciste esto hace mucho tiempo.

Ya fuera en el pasillo, la joven le recriminaba una y otra vez.

– Ni se te ocurra retarme.  Yo ya te dije que no soy como vos.  A mi me lastiman y yo araño -protestó orgullosa.

– Te conté del sueño que tuve una vez con tu abuela, justo en uno de esos momentos complicados.

Deyanira la miró con intriga.

– Estábamos en un bosque, y de repente se nubló.  Yo tuve miedo pero ella me tomó de la mano y me dijo: «En medio de la tormenta busca un refugio, hace fuego y espera a que pase el mal tiempo.  Luego volverás a ver el sol y podrás retomar tu marcha.  A veces, la tormenta es larga y dura varios días, pero siempre pasa.  Eso sí, por las dudas, ten cerca siempre un refugio y todo lo que necesites para sobrepasar el momento. Y espera… espera… y espera un poco más.»

– Muy linda la historia, pero no entiendo.

– Tu abuela siempre fue una tormenta, hizo de su vida, de forma muy profesional, una tormenta tras otra…  Y yo aprendí a sobrevivirlas, manteniéndome siempre centrada en mi eje.

– ¿Y cuál es tu eje?

– Saber que estaba haciendo lo correcto, y que quería algo diferente para nosotras.

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Tiempo de lectura: ~2 minutos. 498 palabra(s).

Cuando la oscuridad era densa como la piedra y no había existencia, de las fauces del abismo sin carne, surgió Kamu, el Eterno.

No había historias que contar, ni animales que cazar, pero Kamu dormía en la pez primordial, revolcándose en la negrura que lo cubría todo.

Entonces Kamu sintió hambre y, al no tener nada que comer, se devoró a sí mismo. De sus excrementos, el primer mundo nació. Por entonces, la luz no existía y las aguas y los cielos estaban mezclados danzando en el caos de Kemuf.

Así fue que Kemuf, el que era sin ser, tomo el excremento de Kamu y de él formó al primer dios, el terrible Nebekum. Cuando Nebekum estiró sus brazos y piernas e inhaló el oscuro aire por vez primera; abrió sus mil ojos y comenzó a escuchar el silencio del abismo, se sintió feliz y miró a Kemuf, a quien le preguntó: «¿Quién eres tú que yaces frente al primer dios creado?». Sin saber que responder, Kemuf murió, convirtiendose desde entonces en los hediondos vapones de los pantanos de Nerkun.

Cuando Nebekum se vio vivo y a solas, en medio de la eterna oscuridad de piedra, gritó a los no nacidos la orden de existir. Así es como los demonios de sangre y humo llegaron a ser.

De ellos es de donde las pestilencias nacieron y las nebulosas criaturas del mundo interior. Hasta hoy, los demonios de sangre y humo son los servidores de Nebekum y padres de todo lo que repta y bulle en el negro mar interno.

Nebekum no estaba satisfecho, quería crear un mundo sin oscuridad, pero la oscuridad de piedra era infinita. Entonces Nepta, la que no es, le ofreció unirse a él para crear el ilusorio mundo de la luz.

Así fue que, Nebekum, el nacido de los excrementos de Kemu, el primer ser, y Nepta, la que no era, se unieron y concibieron a la Noche y las Tinieblas y al Día y la luz. Ambos fenecieron en ese acto de frenesí y lujuria y el mundo de la ilusión y de la Vida, comenzó.

Traducción de la Tablilla 543-B de la colección de Eridú. Encontrada por unos aldeanos, en el año 1887 al sur de Mesopotamia. No se conoce la antigüedad del texto original, parece preceder a la cultura sumeria en varios milenios. La tablilla fue traducida por primera vez en el año 1917 por el profesor Helmut H. Quirmbach, de la universidad de Innsbruck, Austria.

(Por alguna razón, la mayoría de los académicos posteriores, siempre rehusaron hablar de este descubrimiento o lo han presentado como una impostura. El paradero actual de la tablilla es incierto. Se cree que es parte de una colección privada, perteneciente a un alto miembro de la nobleza europea).

Nota importante: Para obtener más información sobre el origen de estas misteriosas tablillas sumerias, la investigación y traducción de las mismas y la posterior «conspiración» que (en apariencia) la ha hecho desaparecer, por favor haga «click» AQUÍ, gracias…

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Tiempo de lectura: ~9 minutos. 2566 palabra(s).

Suelo trabajar, con mi computador personal, a corta distancia de una gran ventana, la cual da directo hacia la calle, sólo divorciada de ella por unos tres metros de mediocre jardín (no soy el propietario, no me culpen; si lo fuera lo tendría cuidado de manera más natural y fresca).

La ventana está siempre abierta de par en par. Sin importar que sea pleno invierno. A lo sumo, por debajo de los 10 grados Celsius, la entorno un poco, pero amo el aire fresco y el frío, así que nunca está completamente cerrada.

Creo que moriría enloquecido, si me faltara el oxígeno. En mi casa de Versalles, en la Capital Federal (o, como ahora se llama, «Ciudad Autónoma de Buenos Aires»), en la cual viví entre los 12 y los 26 años, mi padre había instalado un «hogar» a gas (imitación muy verosímil de uno real -en los que suelen quemarse leños- a nivel «visual»), fabricado por él mismo (y mal, ya que no tenía una chimenea auténtica por donde pudiera salir el aire viciado) y si en los inviernos no se abrían las ventanas, el olor a butano mal quemado y la inodora pero fehaciente presencia del dióxido y el monóxido de carbono, se hacían sentir de manera inmediata.

Siempre que yo llegaba, y a pesar de las protestas de mi madre, me ponía en la tarea de abrir las ventanas y puertas y debía recurrir a despojarme de todo abrigo posible, ante esa «pintoresca» e irracional manera de calefaccionar.

No sé si fue eso o la ridícula costumbre de mi madre que, cuando era pequeño, al enviarme cada día a la escuela, me vestía con innumerables capas de indumentaria. Tal es así, que odio la lana, al punto de no soportar su roce contra mi piel.

La cuestión es que, los avatares del destino, me han convertido en una suerte de pariente del dios nórdico Loki, que descendía de los gigantes de hielo, ya que paso los inviernos con no más de una remera (como se dice en Argentina, equivalente a «playera» para los mexicanos o «camiseta» para los españoles) y una campera («chamarra», como dirían mis amigos aztecas) encima, cuando debo salir a la calle. Sólo por debajo de 0° Celsius, mensuro si necesito un abrigo más grueso…

Pero volviendo al tema, así es que mi ventana siempre permanece abierta, sin importar el clima reinante.

La mía, no es una calle por demás ruidosa, ni tampoco lo que acecha más allá, salvo cuando alguna protesta gremial o de los «sectores sociales», tristemente, tan en boga desde el 2001 en mi país, cortan la Autopista Ricchieri (que dista 3 calles de aquí) o fastidian al «Mercado Central» (de frutas y verduras, y de algunas otras cosas), creando el caos en todo Tapiales, mi barrio.

Sin embargo, por una de esas condenas atroces, dignas de Prometeo o Sísifo, me veo obligado, merced a mi por demás sensible oído (compensado por mi miopia -no uso anteojos pero debería), a soportar las más crueles torturas sónicas…

El camión de la basura que, por algún hado del destino, hace 10 años que decide «compactar» a mitad de cuadra (yo estoy a 20 metros del centro de mi «manzana» o «calle», por lo que la alineación con mi ventana es casi perfecta, digna de un Arquímedes…); la sirena de los bomberos voluntarios, que sin duda hubiese sido la envidia de los guardianes de alerta de bombardeos en el Londres de la Segunda Guerra Mundial y que pese a estar a 15 calles de mi domicilio, ostenta no menos de 75 u 80dB (decibeles) de sonoridad, son dos de las muchas «delicias» a las que me refiero.

Me he preguntado, en ocasiones, si existe algún tabú entre los bomberos que no les permiten adquirir equipos de radiollamadas –«beepers», celulares con VHF -tipo Nextel- o tal vez «señales de humo», que se me figuran muy congruentes con su funciones como «servidores públicos apagadores de fuegos»

En fin, ansío algo que no suene tan molesto para los pobres vecinos (me aterra pensar en la gente que vive a pocos metros del infernal engendro). Pero debo ser justo: Hay que decir que nuestro cuartel local, ha de extinguir los incendios de media Sudamérica, porque suena casi todos los días, en más de una ocasión y, gracias a los dioses, casi no hay siniestros en esta pequeña localidad.

Pero ese tipo de ruido eventual, no es el peor de los tormentos ni mucho menos… Tampoco el ferrocarril, cuyas vías distan no más de 100 metros, ni las aeronaves que regularmente parten o llegan al Aeropuerto Internacional de Ezeiza (lejos de aquí, pero en línea recta y cuyas coordenadas para el comienzo del curso de aterrizaje, coinciden virtualmente con mi barrio).

Ni siquiera del tráfico o de los patéticos motociclistas con máquinas de 120 cm3 o menos, a las que les quitan el silenciador al tubo de escape para soñar que están «montandos» sobre una V-Max o una Harley (pobres aprendices de «bikers», algunos incluso son «deliverys» y se dedican a entregar pizzas o empanadas…), es de lo que debo quejarme.

Tampoco lo es el maldito ruido industrial. Siempre hay alguien destruyendo o construyendo algo, pese a que mi calle es residencial (no comercial o fabril) y siempre luce igual…  Todas esas máquinitas parecen desafiar las leyes de la acústica y propagar sus distorsionadas vibraciones por cientos de metros.

Ni siquiera los aprendices de jardineros, que con regularidad cortan el césped y podan plantas que no lo requieren, en el jardín de los vecinos (admiro su forma de recibir «money for nothing»), con esas infernales máquinas impulsadas por carburante líquido.

Sí, en cambio, el horror más temido por mis tímpanos, acontece cuando las dos perras, de la casa adjunta, ladran al unísono, en un garage grande, para varios automóviles, que sirve de amplificador acústico, en especial cuando está vacío… Pero el ladrido no es lo peor, sino el que (y esto es mi primer experiencia con lo que narraré a continuación, pese a que amo a los perros y he tenido varios) lo hacen «desafinando» y aullando entre medio de los ladridos. El «barking duet» se me antoja similar al que ha de proferir Kérberos (el «Can Cerbero», palabra griega que significa, literalmente: «Demonio del Pozo»), la mascota de mi Señor Hades, bestia que (como es sabido) está dotada de tres cabezas.

También, debo soportar, y pese a mis denodados esfuerzos por ignorarlo (o nulificar con unos cientos de vatios de buen hard rock o «metal»), las abominables profusiones cacofónicas de esos automóviles que llevan equipos como para musicalizar barriadas enteras y poniendo el volumen al máximo. Se los escucha transitar (lentamente, para colmo, o quizás me lo parezca a mí, conforme a mi desesperación), reproduciendo «cumbia villera» (a los no-argentinos es inútil que trate de dar explicaciones sobre la naturaleza de tal blasfemia, de esa abominación), reaggeton o POP de la peor ralea.

Otro fenómeno, de orden similar, es generado por las alarmas de los automóviles que están estacionados en la zona. Las mismas, mal instaladas (en general por algún «pela-cables» sin experiencia), con circuitos o componentes deficientes, suenan ante la menor vibración o por simple fallo de algún sensor o del dispositivo en sí. No negaré que es divertido ver salir a los vecinos cada 5 minutos, a darle «click» a sus controles remotos, pero es terriblemente molesto si uno quiere dormir o concentrarse.

No soy un ferviente creyente en el «karma». Como he dicho en otros escritos, creo en la ley de Causalidad (la «causa y efecto») pero sin darle un tono espiritual o retributivo. Sin embargo, algunas cosas me hacen pensar que existe (y que debí de ser un torturador especializado en «estridencias», en alguna impensada vida anterior…).

Por ejemplo, el que los condenados cristales de las persianas de la ventana, misma que evoqué al comienzo de este relato, resuenen (en el sentido técnico de la palabra, o sea, presenten la misma «frecuencia de resonancia») con la mayoría de los motores de combustión interna de los vehículos que aciertan a detenerse «regulando» (es decir, sin apagar el motor), en las inmediaciones. Quien no haya percibido tal horrenda vibración, no ha de comprenderme, y juzgará mi referencia a ello, con apresurada liviandad.

Mi dormitorio es el cuarto contiguo y, ¡Adivinen qué…! Presenta una ventana similar, que colinda con el mismo jardín frontal… En él, una bomba de agua, que puntualmente se enciende, según las omnipresentes leyes de Murphy, a poco de yo irme a la cama (debo aclarar que trabaja automáticamente, por nivel de líquido en el tanque, no bajo manos humanas o por algún temporizador, por lo que sería, a no dudarlo, otra cruel pero incuestionable evidencia de «la maldad de los objetos inanimados»), completa, con su infernal zumbido metálico, y esa inconfundible cacofonía de los motores eléctricos mal mantenidos, el triste panorama de caos sonoro…

Lo hace, pese a mi irregular patrón de sueño (léase: Me voy a la cama cuando mis ojos se cierran sin control frente al display de mi laptop, sin respeto por la posición relativa del dios Râ en la bóveda del cielo o por las triviales convenciones circadianas de los mortales).

Pero miento, o mejor dicho, mi mente trata de olvidar… Hay un horror mucho peor que todos los ya descriptos. Un estruendo propio de la mismísima presencia de Azathoth, el dios idiota, que gobierna el centro del Caos Primordial en las narraciones lovecrafnianas. Este dios, que siempre es acompañado por infinitos vasallos, los cuales pasan la eternidad usando infernales flautas y elementos de percusión, producen sonidos inauditos y enloquecedores para todo aquel que tiene la desgracia de escucharlos…

Muy de vez en cuándo (gracias a los dioses), llega «aquello» sin previo aviso. Con pasmosa lentitud aumenta su intensidad y al cruzar por mi ventana, parece multiplicar exponencialmente el tiempo de su retirada, pese a que una rigurosa observación, de orden empírico, me asegura un traslado de velocidad constante…

El evento es simple y por demás trivial, en realidad… A veces, llega al área un humanoide sentado en una pequeña camioneta, provista de un micrófono y de dos arcaicos altavoces de metal (de tipo cónico -aquí se las llaman «bocinas») que, por supuesto, distorsionan el sonido y limitan la frecuencia de la señal de audio que les es transmitida desde su fuente (el micrófono y subsecuente amplificador), potenciando su diabólica capacidad de atormentar tímpanos sensibles. Ignoro cuantos watts tendrá su equipo, pero mi aterrada psiquis se figura no menos de 500 (por supuesto, «reales» o RMS).

Se trata del «comprador de chatarra», de un ente amorfo (al menos nunca llegué a ver su rostro o conocer su nombre -para su suerte) que se gana la vida comprando a incautas amas de casa, jubilados o gentes diversas, todo tipo de cosas inútiles a precios risibles, con el argumento de que (de todos modos) nadie se tomará el trabajo de venderlas como corresponde.

Al infame y repetitivo grito de: «¡Compro calefones señora…! ¡Compro…! ¡Compro termotanques, señora…! ¡Compro baterías viejas, señora…! ¡Compro…! ¡Compro ventanas, puertas, muebles usados; chapas, maderas, señora…! ¡Compro…! ¡COMPRO!« (Estoy simplificando su letanía, créanme), ha logrado despertar mi instinto asesino.

Confieso que sólo lo ha salvado de recibir el impacto de un ladrillo o adoquín, el hecho de que existen dos rejas de por medio, la de la ventana en sí y la general, que cubre todo el ancho del lote de la casa (… Esto es Argentina, y sí, debemos vivir presos en nuestras propias viviendas, por la inseguridad y la impunidad del crimen que ha generado una década de populismo gubernamental).

Pese a mis abundantes improperios, que por desgracia no llegan a sus oídos, merced a la protección auditiva que a él le otorga, la misma parafernalia que es mi tortura, no llego a cumplir ni siquiera la mísera satisfacción de transmitirle mi encono.

Incluso he pensado en correr raudamente hacia el fondo de la casa, donde guardo un hacha de leñador de mango largo y varios kilogramos de peso… Pero por suerte, para el humanoide (y también para mi calidad de ciudadano no convicto de crimen alguno -que se sepa o yo «recuerde»), nunca he llegado a ese extremo.

Sé perfectamente que, todo eso, es el precio de vivir en una zona urbanizada… Es como la condena de los dioses de los cielos, cuando les dijeron a los habitantes de Eridú, la primera de las ciudades de Sumer, que no pensaran que la creación de las urbes les traería la felicidad, porque pese a los obvios beneficios de la vida urbana, llegaría con ello la falta de libertad, la alienación y las horrorosas experiencias sensoriales de que hablé arriba…

Bueno, dudo que las tablillas de Nippur (otra ciudad sumeria, donde se encontraron a las mismas) refirieran eso (con tal exactitud), pero en «espíritu» auguraban que algún día viviríamos así.

No, como dije, pese a mi larga digresión (perdonen la catarsis, soy un paradójico especimen, a la vez rata de ciudad y amante del laconismo y el silencio rural y de las soledades de los montes y las playas desiertas) esa no es la razón de este artículo. Lo que quiero es hablar de «ruidos», sí… Pero de los emitidos por las laringes humanas, aunque decir «humanas» es una impertinente exageración, que el lector sabrá perdonar.

No precisaré las horas del día, en que acontece el invariable ritual de estos homínidos… Pondré sobre ello un manto de piadoso anonimato, sin convicción ni compasión verdadera, sino por precautorias medidas en pos de evitar desagradables demandas judiciales (es prudencia y no «amor al prójimo», lo que difumina la precisión horaria del relato).

El caso es que un pequeño número de entes discordantes, que no comulgan en su status social, estrato cultural ni que comparten amistad o afinidad alguna, excepto el hecho de la proximidad geográfica de sus viviendas, coinciden por «azar» y comienzan la letanía, el simiesco ceremonial del primal costumbrismo, el convencionalismo, la histriónica preservación de la falsa cordialidad y la alquimia del intercambio y la catarsis del tedio de cada una de sus tristes vidas…

Cada día de la semana, con rigurosa puntualidad, reverberan en mi ventanas «noticias» (hay quien diría vulgares chismes) sobre los bloqueos del tráfico automovilístico («embotellamientos»), los cortes de calles y rutas por los insufribles «sectores sociales»; las noticias sobre si se cortó la luz aquí, allá o en «alguna parte»; el fallecimiento de algún geronte de la zona (o la efeméride de tal hecho); comentarios sobre la inseguridad y, esto es lo mejor, largos debates y meditaciones colectivas sobre «a qué hora conviene sacar la basura» (porque aquí existe una sub-especie llamada «cartoneros» que desarreglan todo aquello que las personas civilizadas descartan, a la par de los perros ferales, que desgraciadamente, debido a la crueldad humana, cada día proliferan más).

Todo eso, termina del mismo modo que comienza. Veloz e imprevistamente. Pero deja una estela de hipocresía, mediocridad y pestilente falsedad, que no es fácil de olvidar para éste, quien escribe…

¿Algún día aprenderemos, nosotros, los humanos? ¿Hay esperanza para esta especie de homínidos parlantes, diestros en el manejo de herramientas? No lo sé y por lo visto y dicho, no lo creo… Pero lo que es seguro, es que los dioses de la Antigua Sumer, siempre tuvieron razón: La ciudad es la peor maldición, de entre todas las que los mortales hemos de sufrir, a partir de haber creado aquello que llamamos «civilización».-

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Frase del Día:

«La Verdad es una, los sabios le dan muchos nombres»

— Anónimo,
(h. 1200 a.C., Rig Veda)

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Este blog comenzó el 13-08-2012, hace: 4809 días...

Actualizado en: 04-07-2016

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Proyecto de reconstru-cción, divulgación y redes-cubrimiento de todas las tradiciones paganas ances-trales y del legado que ofrecen a la Humanidad.

Esta página, tiene por objeto la difusión y redescubrimiento del Paganismo. Además, el promover, difundir y defender el Paganismo, como religión, forma de vida, filosofía, sistema ético y modo de ver la Vida. Divulgar su naturaleza y contenido, redescubrir sus antiguos valores, historia, mitología y conceptos éticos. Crear un ámbito de debate abierto, donde todo esto pueda generarse con libertad y seriedad.

Universo Pagano es un proyecto nacido en 2001 que tiene por finalidad el encontrar puntos en común entre todas las tradiciones del Paganismo; difundir toda la información posible sobre éste; esclarecer sus puntos controversiales y dar soporte a todos aquellos paganos que quieran publicar sus ideas y creencias en la red.

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Me gusta lo desconocido, el Erebus... Me complazco en las diferencias, en la pluralidad, en la variedad. Me interesa la realidad tal cual es, pero presto atención a la verdad de cada quien. Estoy en una búsqueda que sólo terminará cuando muera.

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