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Reflexiones Paganas
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Propiedad de:
Oscar Carlos Cortelezzi.

[Reputación del Sitio]

Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


Tiempo de lectura: ~24 minutos. 7052 palabra(s).

Es probable que, cuando alguien aluda a la palabra “religión”, casi todo el mundo entienda a qué se está refiriendo.

En todas las lenguas derivadas del latín, lo que en español significa “religión”, se pronuncia de manera similar, con la raíz “religio”, según las mayores o menores divergencias fonéticas, producto de la evolución de las lenguas, que se hayan dado a través de los siglos. Misma cosa ocurre con una buena parte de las lenguas germánicas, las bálticas y alguna de las eslavas. En conjunto, puede decirse que para casi toda Europa y para el completo del continente americano, “religio” (en sus respectivas variantes) alude a lo mismo…

Valiéndonos del diccionario de la R.A.E., ya que nos ocuparemos de nuestra lengua, el término “religión” se define como:

Religión (del lat. religió, -ōnis).1
1. f. Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.
2. f. Virtud que mueve a dar a Dios el culto debido.
3. f. Profesión y observancia de la doctrina religiosa.

Por otra parte, el Collins English Dictionary, define a su equivalente en el idioma inglés como:

Religion (noun)2:
1. Religion is belief in a god or gods and the activities that are connected with this belief, such as praying or worshipping in a building such as a church or temple.

Como puede verse, y a pesar de que en nuestra lengua la palabra esté sesgada por las concepciones monoteístas, básicamente se la puede aplicar a cualquier sistema de creencias de tipo espiritual, ya sea del presente o del pasado.

Sin embargo, esto puede ser muy engañoso, haciéndole creer a todo aquel que no profundice en el tema, que todas las creencias religiosas tienen un mismo sentido y propósito y que tienen relación (más o menos) con las mismas fuentes y orígenes.

La primera alerta que debe atenderse en este sentido, es comprender que sólo desde cierto momento en el tiempo, cuando las grandes ciudades del mundo comenzaron a ser cosmopolitas y a albergar diversos credos, fue que tal término se acuñó, para definir a “esas otras creencias” y a al culto “de esos otros dioses”, que no eran los de la región, la ciudad o el Estado donde los nativos de esos lugares vivían.

En los tiempos en que las culturas humanas todavía no habían tomado contacto amplio y fluido con otras, no existía en casi ninguna lengua algo parecido a la palabra “religión” para referir al conjunto de creencias de dichos pueblos.

La “religión” no era más que una parte inextricable del cúmulo de actividades culturales, en algunas tribus o naciones tenía mayor relevancia u ocupaba más tiempo y esfuerzo que en otras, pero en ninguna constituía una actividad segmentada, aparte o distinguible del resto de lo que la rutina de la vida normal les deparaba a las personas.

Si bien es cierto que el oficio de “sacerdote/sacerdotisa” existió desde el mismo comienzo de la agricultura y la urbanización y que antes de ese período, ya habían shamanes, hechiceros o líderes espirituales que se encargaban del culto, se trataba de una actividad muy respetada, pero en nada diferente de todas las demás que eran necesarias para mantener a la comunidad o la tribu funcionando.

Sobre el Mundo Antiguo y el Medio Oriente:

En la Grecia Antigua, no existía un término equivalente al de «religión» tal como lo entendemos en la actualidad. La concepción de la religión en la antigua Grecia era diferente de la de la antigua Roma o la religión abrahámica posterior, y no se empleaba un solo término que abarcara todas las creencias y prácticas religiosas. La palabra ἱερός (hieros = «sagrado»), refería a todo lo que era considerado con reverencia y respeto superlativo, mientras que θρησκεία (threskeia) se usaba para referirse a los rituales y prácticas religiosas, pero también de cualquier otro tipo que conllevara honor, sacralidad o un alto nivel de respeto.

Entre las tribus germánicas y nórdicas, siðr era un término que designaba las «costumbres de los ancestros», las que había que respetar, pero sin darle a ello un sentido necesariamente denominativo de una religión determinada. Por otro lado, trú, significaba «fe», pero podía ser utilizado en diversas formas, así como el respectivo vocablo de nuestra lengua, no siempre refiere a cuestiones religiosas. Finalmente, seiðr denominaba a la magia y los conjuros, no la práctica religiosa en sí ni la veneración de los dioses.

Por su parte, en el Antiguo Egipto, tampoco existía una palabra o una combinación de jeroglíficos que simbolizara «religión». Se usaba el término Ma’at para aludir a la virtud suprema entre las creencias keméticas: La Justicia, el Orden, el Balance y la Verdad… y Heka, para referir a la magia (al «manejo del Ka», es decir, de los aspectos sutiles de la existencia). Hasta ahí es donde llegaban los vocablos que apuntaban al culto religioso y a las prácticas y deberes inherentes. El resto era tan natural para ellos, que nunca llegaron a generar un término específico para definirlo.

En síntesis, la “religión” de los pueblos antiguos era una parte más de sus actividades culturales, de sus rutinas de vida. No existía una “religión del Antiguo Egipto” o una “religión de la Hélade”, lo que había era un aspecto de la cultura de esas naciones dedicado al culto de los dioses, de los difuntos y de otras cuestiones sagradas.

Sobre las religiones de India y el Extremo Oriente:

En la lengua sánscrita y en la tradición hindú antigua, no existe un término específico que sea un equivalente exacto de la palabra «religión», tal como se entiende en las lenguas occidentales. En las tradiciones y filosofías de la India la concepción de la religión es muy diferente de las nociones europeas o del Medio Oriente, con sus dogmas, cleros organizados y una serie de creencias y prácticas definidas.

En cambio, la tradición hindú antigua y la filosofía india se basan en el concepto de dharma que se traduce de manera aproximada como “deber”, “virtud”, “ley”, “orden” o “camino correcto”.

La etimología del término dharma, (धर्म en devanagari) se deriva de la raíz verbal sánscrita «dhri» (धृ) que significa «sostener». De esta raíz, se formó el sustantivo «dharma», que tiene las acepciones antes citadas.

Otra palabra relativa a tradiciones y prácticas espirituales de India es «yoga». El término también proviene del sánscrito. Su etimología se deriva de la raíz verbal sánscrita «yuj» (युज), que significa «unión» o «yugo».

Tradicionalmente, la palabra «yoga» se refiere a la unión o la integración de la mente, el cuerpo y el espíritu. En el contexto de la filosofía y la práctica del yoga, esta unión implica la armonización de estos aspectos para alcanzar un estado de equilibrio, conciencia y paz interior.

A pesar de la conexión que estos términos tienen con lo espiritual y lo sagrado, hay que poner especial énfasis en que ni “dharma” ni “yoga” son equivalentes al concepto de “religión”, ni existe una palabra en sánscrito, en pali o en las demás lenguas ancestrales del subcontinente indio para definir tal cosa.

En las tradiciones antiguas de China y Japón, ocurre la misma cosa: Por una parte, a las creencias originales de tipo mágico y shamánico, les cabe la misma consideración que se hizo más arriba sobre el mundo antiguo (occidental), mientras que el taoísmo y el confucianismo son vistos como sistemas de pensamiento, filosofías de vida y formas de entender el cosmos y la moralidad. Las prácticas espirituales en China a menudo están integradas en la vida cotidiana y no se separan de la política y la ética, ni tampoco constituyen aspectos alienados del resto de la cultura como ocurre con muchas de las religiones hegemónicas modernas.

Del mismo modo, en el Japón, las tradiciones religiosas ancestrales, como el sintoísmo, tampoco se enmarcan típicamente como religiones organizadas en el sentido occidental. El sintoísmo se centra en la adoración de los kami (espíritus o deidades) y está entrelazado con la cultura y la historia japonesas, pero, siendo más que nada un sistema de creencias totémico/animista, no conlleva el seguimiento de doctrinas dogmáticas o de una teología específica.

En definitiva, salvo que se tomen en cuenta los tiempos medievales y modernos, durante los cuales la India, China y Japón fueron colonizados por religiones foráneas que, en mayor o menor medida, llegaron a constituirse en una parte importante de las creencias locales (como, por ejemplo, el islam en la India), ninguna de estas culturas llegó a desarrollar un término para definir lo que en nuestra lengua significa “religión”.

Surgimiento de las religiones emergentes:

Las razones detrás del surgimiento de las religiones emergentes constituyen un tema de profundo debate en el ámbito académico. Algunos eruditos han formulado teorías que sugieren que las religiones emergentes se originaron para satisfacer diversas necesidades humanas fundamentales. Estas necesidades incluyen la búsqueda de significado en la vida, la promoción de la cohesión social y la búsqueda de respuestas a preguntas existenciales profundas. Estas teorías arrojan luz sobre por qué las religiones evolucionaron de ser prácticas culturales puramente locales a convertirse en doctrinas compartidas por grupos de individuos.

El concepto de «religión» comenzó a tomar forma en el mundo antiguo a medida que se producían cambios culturales y sociales significativos. Estos cambios dieron lugar al surgimiento de credos religiosos distintos y escuelas filosóficas que se diferenciaban claramente de las creencias nativas arraigadas en la corriente principal de la cultura a la que pertenecían.

Identificar las causas precisas detrás de este fenómeno es una tarea todavía inconclusa. Sin embargo, es evidente que ciertos factores históricos desempeñaron un papel crucial en la diversificación del pensamiento. A medida que las preocupaciones sociales y la asimilación de información previamente ajena a los miembros de una etnia o comunidad se fueron decantando, contribuyeron al surgimiento de nuevos sistemas de creencias.

Dos de las causas principales que impulsaron este fenómeno fueron la progresiva secularización de las sociedades y el impacto de la globalización, que se vio impulsada por el comercio, las guerras y, sobre todo, la expansión de los grandes imperios. A medida que las tradiciones autóctonas cedieron terreno en la vida social de los individuos, surgieron creencias alternativas. Algunas de estas nacieron de la misma sociedad, mientras que otras fueron importadas a través de intercambios culturales facilitados por el comercio y los conflictos bélicos.

Además, a medida que las sociedades centrales se estratificaron en clases sociales definidas, surgió un sentimiento de inquietud entre los grupos menos privilegiados. Una de las manifestaciones más comunes de este malestar fue la aparición de religiones nuevas y diferenciadas de las tradiciones étnicas o nativas de la región. Estas religiones emergentes proporcionaban a menudo una alternativa de vida y un sentido de identidad para aquellos que se sentían marginados o desfavorecidos en la estructura social predominante.

Etimología de la palabra religión:

Los primeros autores clásicos en usar el término latino “religio”, como forma de referir las creencias y el culto a los dioses de su propio pueblo o de otros vecinos, fueron los romanos Cayo Julio César, en su “Commentarii de Bello Gallico” (Comentario de las Guerras de las Galias), escrito hacia el año 50 a.C.; el poeta y filósofo Tito Lucrecio Caro, en su obra “Rerum Natura” (Sobre la Naturaleza de las Cosas), redactado en el s. I a.C. y, un poco más tarde, Tito Livio, en su “Ab Urbe Condita” (Historia de Roma desde su Fundación), escrita hacia el año 27 a.C.

Julio César, describe las prácticas y rituales galos, a sus sacerdotes (los druidas) y a muchas de sus creencias centrales, con bastante objetividad y sin, mayormente, emitir juicios sobre el caso. Aun así, con frecuencia ve a algunas de esas cosas como supersticiones.

Por su parte, Lucrecio, dada su adhesión a la escuela de filosofía epicúrea3 y a la atomista4, tenía una visión materialista y naturalista del mundo y era antagónico al culto de los dioses y las creencias relacionadas, por lo cual usaba el término religio (“religión”) casi como sinónimo de «superstición». Argumentaba que la religión y las creencias supersticiosas a menudo causan miedo y sufrimiento innecesario en la humanidad. También proponía que una comprensión adecuada de la naturaleza eliminaría la necesidad de temer a los dioses o a la muerte.

Finalmente, Tito Livio, en su “Historia de Roma”5, refiere un interesante episodio del lejano pasado de la ciudad, a través del cual se puede vislumbrar la diferencia que se veía por entonces entre el culto oficial y legítimo a los dioses del Estado y las supersticiones o creencias del vulgo (a las cuales el autor parece ver con ojo crítico):

«Siccitate eo anno plurimum laboratum est, nec caelestes modo defuerunt aquae, sed terra quoque ingenito umore egens vix ad perennes suffecit amnes. Defectus alibi aquarium circa torridos fontes rivosque stragem siti pecorum morientum dedit; scabie alia absumpta, volgatique in homines morbi. Et primo in agrestes ingruerant servitiaque; urbs deinde impletur. Nec corpora modo afecta tabo, sed animos quoque multiplex religio et pleraque externa invasit, novos ritus sacrificandi vaticinando inferentibus in domos quibus quaestui sunt capti superstitione animi, donec publicus iam pudor ad primores civitatis pervenit, cernentes in omnibus vicis sacellisque peregrina atque insolita piacular pacis deum exposcendae. Datum inde negotium aedilibus, ut animadverterent ne qui nisi Romani di neu quo alio more quam patrio colerentur.»4

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«Este año se produjo una gran dificultad causada por una sequía. No sólo faltó el agua de los cielos, sino que la tierra, sin su humedad natural, apenas pudo mantener el flujo de los ríos. En algunos casos la falta de agua hizo morir de sed al ganado junto a los manantiales secos y arroyos, otras veces murieron por la sarna. Esta enfermedad se extendió a los hombres que habían estado en contacto con el ganado; en un primer momento atacó a los esclavos y los agricultores, luego se infectó la Ciudad. Y no sólo el cuerpo resultaba afectado por la plaga, la mente de los hombres también fue presa de todo tipo de religiones, la mayoría extranjeras. Falsos augures trataron de introducir nuevas clases de sacrificios e hicieron un pingüe negocio entre las víctimas de la superstición, hasta que por fin la vista de inusitadas y foráneas ceremonias de expiación por las calles y capillas, para propiciar el favor de los dioses, llevó a casa de los primeros ciudadanos de la república el escándalo público que causaban. Se ordenó a los ediles que velasen para sólo se adorasen deidades romanas, y sólo en los modos establecidos.»

Es evidente que incluso antes de adentrarnos en el análisis de los sentidos etimológicos, que examinaremos a continuación, ya se establecía, en el contexto del mundo antiguo, una distinción implícita entre aquello que se consideraba sagrado y venerable debido a su arraigo en la propia cultura, su legado ancestral, o su alta estima en las prácticas contemporáneas, de aquello que se veía como originado en el miedo, la ignorancia o las ansiedades del vulgo. Esta distinción se forjaba en contraste con actividades similares, pero de origen extranjero, las cuales no contaban con la aprobación del Estado o de las figuras influyentes de la propia cultura. En otras palabras, en ese punto temprano de la historia, ya se había delineado una distinción fundamental entre lo que hoy conocemos como «religión» y lo que solemos ver como «superstición».

La etimología de Cicerón:

El ilustre senador, filósofo y orador romano, Marco Tulio Cicerón7, en su obra “De Natura Deorum” / “Sobre la Naturaleza de los Dioses”, exploró (por lo que se sabe, por primera vez) la etimología del término “religión”.

«Sed tamen is fabulis spretis ac repudiatis deus pertinens per naturam cuiusque rei, per terras Ceres per maria Neptunus alii per alia, poterunt intellegi qui qualesque sint quoque eos nomine consuetudo nuncupaverit. Quos deos et venerari et colere debemus, cultus autem deorum est optumus idemque castissimus atque sanctissimus plenissimusque pietatis, ut eos semper pura integra incorrupta et mente et voce veneremur. non enim philosophi solum verum etiam maiores nostri superstitionem a religione separaverunt. Nam qui totos dies precabantur et immolabant, ut sibi sui liberi superstites essent, superstitiosi sunt appellati, quod nomen patuit postea latius; qui autem omnia quae ad cultum deorum pertinerent diligenter retractarent et tamquam relegerent, sunt dicti religiosi ex relegendo, elegantes ex eligendo, diligendo diligentes, ex intellegendo intellegentes; his enim in verbis omnibus inest vis legendi eadem quae in religioso. ita factum est in superstitioso et religioso alterum vitii nomen alterum laudis. Ac mihi videor satis et ese deos et quales essent ostendisse.»8

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«Pero, aun rechazando estos mitos con desprecio, podremos, sin embargo, comprender la personalidad y la naturaleza de las divinidades que llenan la naturaleza de los diversos elementos, Ceres llenando la tierra, Neptuno el mar, etc.; y es deber nuestro reverenciar y venerar a estos dioses bajo los nombres que el uso les ha conferido. Pero el mejor y también el más puro, el más santo y el más piadoso modo de dar culto a los dioses es siempre venerarlos con pureza, sinceridad e inocencia, tanto de pensamiento como de palabra. Pues la religión ha sido distinguida de la superstición no solamente por los filósofos sino también por nuestros antepasados. Las personas que pasan los días enteros en la plegaria y los sacrificios para asegurar que sus hijos las sobrevivan han sido llamadas «supersticiosos» —de «superstes», superviviente—, y la palabra fue adquiriendo con el tiempo un significado más amplio. Por otra parte, los que revisaron cuidadosamente y por así decir «releyeron» todo el saber ritual fueron llamados «religiosos», de «relegere», releer, de la misma manera que se dice «elegante» de «eligere», elegir, «diligente» de «diligere», amar o cuidarse de, e «inteligente» de «intellegere», entender; todas estas palabras contienen, en efecto, el mismo sentido de «elegir» o escoger que se halla presente en «religioso». De aquí los términos «supersticioso» y «religioso» pasaron a ser términos de censura y aprobación, respectivamente.»

Cuando Cicerón plantea que: “… el mejor y también el más puro, el más santo y el más piadoso modo de dar culto a los dioses es siempre venerarlos con pureza, sinceridad e inocencia, tanto de pensamiento como de palabra”, lo hace en clave de que el culto a los mismos, no debe inspirarse en el interés, en la necesidad o la desesperación por llegar a la solución de los problemas de la vida, sino porque (como se aclara más adelante en la cita referida) es parte del deber de cada persona, como ser humano y como ciudadano, el hacerlo.

En términos modernos, esto se traduciría en llevar adelante una vida en armonía y conexión con la propia comunidad, con la cultura en que se vive y con la Naturaleza.

También, de manera implícita, nos deja ver en qué consistía la religión para las antiguas formas del paganismo clásico, aludiendo a que, ya desde los antiguos filósofos griegos (de los que hablar holgadamente en la obra en cuestión), se entendía la diferencia entre religión y superstición (y explica en qué consiste cada una de las mismas).

En cuanto a las etimologías concretas, nos da referencias muy valiosas: “Las personas que pasan los días enteros en la plegaria y los sacrificios para asegurar que sus hijos las sobrevivan han sido llamadas supersticiosos —de superstes, superviviente—, y la palabra fue adquiriendo con el tiempo un significado más amplio.”

Aquí no es tan importante si la palabra “superstición” realmente tuvo ese sentido original (o sea, esa etimología), sino la noción de lo que tal cosa significaba para los romanos cultos del s. I a.C.

Más adelante, volveremos con el tema, pero va quedando claro que el culto a los dioses que se lleva a cabo por temor o necesidad, es en realidad superstición, adolece del sentido profundo de la religión, que es conservar las tradiciones y el legado de los ancestros, como se puede ver en la explicación que la citada fuente da para el origen del segundo término. Al mismo tiempo, relegere sugiere la idea de que la religión implica una atención meticulosa a las creencias y prácticas relativas a lo que se considera sagrado (por la cultura a la que uno pertenece —hoy día, a la corriente o sistema de creencias a que se adhiere), así como una cuidadosa observación de los deberes relacionados con ello.

Conviene recordar aquí que tanto la filosofía pitagórica como la socrática, siguen la consigna del Oráculo de Apolo en Delfos: γνῶθι σεαυτόν / gnōthi seautón = «Conócete a ti mismo». Usando el verbo relegere en un sentido más profundo y metafórico, parece que Cicerón nos dice que esa práctica religiosa (despojada de la superstición) nos lleva a aquel ideal de la Hélade, ya que el mantener el enfoque en el legado de los ancestros, en sus prácticas y saberes, en sus tradiciones y conceptos sobre lo sagrado, no puede sino llevarnos al propio conocimiento de quienes somos (a través de recapitular sobre «de dónde venimos»).

Lo anterior, se refuerza por el hecho de que, si bien los estoicos9 surgieron ya pasado el período clásico en la Grecia Antigua, aun así, adherían a la máxima de Delfos, por lo cual podría decirse que referentes de la misma como el emperador Marco Aurelio10 e incluso el propio Séneca11, probablemente estarían de acuerdo con esta interpretación.

En síntesis, la etimología de Cicerón, para el término religión es que proviene del verbo latino legere = «leer», que con el prefijo re- (indicador de intensidad y de repetición) y el sufijo —ión («acción y efecto de…»), conforma el término religión = «volver a leer», pero también «seleccionar cuidadosamente» lo relacionado con el saber ritual12, las tradiciones, lo sagrado y el culto a lo divino (mayormente, a los dioses).

La etimología de Lactancio:

Lucio Cecilio Firmiano Lactancio13, fue un escritor latino y apologista cristiano. En su obra «Divinarum Institutionum» (Instituciones Divinas), dedica todo un capítulo (Libro IV, cap. 28) a tratar de diferenciar lo que él considera la «verdadera religión» de la «superstición». En ese contexto, tomando el ya citado párrafo de Cicerón en «De Natura Deorum», alude a que el verdadero sentido de religión es «atar» (ligar, reunir), el latín ligare, al hombre con «Dios» (obviamente, el que su credo considera el único existente y verdadero).

Se cita aquí el texto completo de dicho capítulo dado que contiene muchos detalles de importancia para lo que nos ocupa en este artículo:

«Quae cum ita se habeant, ut ostendimus, apparet nullam aliam spem vitae homini esse propositam, nisi ut abjectis vanitatibus, et errore miserabili, Deum cognoscat, et Deo serviat, nisi huic temporali renuntiet vitae, ac se rudimentis justitiae ad cultum verae Religionis instituat. Hac enim conditione gignimur, ut generanti nos Deo justa et debita obsequia praebeamus; hunc solum noverimus, hunc sequamur. Hoc vinculo pietatis obstricti Deo et religati sumus; unde ipsa Religio nomem accepit, non ut Cicero interpretatus est, a relegendo, qui in libro de Natura deorum secundo ita dixit: «Non enim philosophi solum, verum etiam majores nostri superstitionem a religione separaverunt. Nam qui totos dies precabantur, et immolabant, ut sui sibi liberi superstites essent, superstitiosi sunt appellati. Qui autem omnia, quae ad cultum deorum pertinerent, retractarent, et tamquam relegerent, ii dicti sunt religiosi, ex religendo, tamquam ex eligendo elegantes, et ex deligendo diligentes, et intelligendo intelligentes. His enim verbis omnibus inest vis legendi eadem, quae in religioso: ita factum est in superstitioso et religioso, alterum vitii nomen, alterum laudis.»»

«Haec interpretatio quam inepta sit, ex re ipsa licet noscere. Nam si in iisdem diis colendis, et superstitio, et religio versatur, exigua, vel potius nulla distantia est. Quid enim mihi afferet causae, cur precari pro salute filiorum semel, religiosi, et idem decies facere, superstitiosi esse hominis arbitretur? Si enim semel facere optimum est, quanto magis saepius? Si hora prima; ergo et tota die. Si una hostia placabilis, placabiliores utique hostiae plurimae, quia multiplicata obsequia demerentur potius quam offendunt. Non enim nobis odiosi videntur ii famuli, qui assidui et frequentes ad obsequium fuerint, sed magis chari. Cur igitur sit in culpa, et nomen reprehensibile suscipiat, qui aut filios suos magis diligit, aut deos magis honorat, laudetur autem qui minus? Quod argumentum etiam ex contrario valet. Si enim totos dies precari et immolare criminis est; ergo et semel. Si superstites filios subinde optare vitiosum est, superstitiosus igitur est et ille, qui etiam raro id optaverit. Aut cur vitii nomen, si ex eo tractum, quo nihil honestius, nihil justius optari potest? Nam quod, ait religiosos a relegendo appellatos, qui retractent ea diligenter, quae ad cultum deorum pertineant, cur ergo illi, qui hoc saepe in die faciant, religiosorum nomen amittant; cum multo utique diligentius ex assiduitate ipsa relegant ea, quibus dii coluntur?»

«Quid ergo est? Nimirum religio veri cultus est, superstitio falsi. Et omnino quid colas interest, non quemadmodum colas, aut quid precere. Sed quia deorum cultores religiosos se putant, cum sint superstitiosi, nec religionem possunt a superstitione discernere, nec significantiam nominum exprimere, diximus nomen Religionis a vinculo pietatis esse deductum, quod hominem sibi Deus religaverit, et pietate constrinxerit; quia servire nos ei ut domino, et obsequi ut patri necesse est. Melius ergo id nomen Lucretius interpretatus est, qui ait, religionum se nodos exsolvere. Superstitiosi autem vocantur, non qui filios suos superstites optant (omnes enim optamus;) sed aut ii, qui superstitem memoriam defunctorum colunt, aut qui parentibus suis superstites, colebant imagines eorum domi tanquam deos penates. Nam qui novos sibi ritus assumebant, ut deorum vice mortuos honorarent, quos ex hominibus in coelum receptos putabant, hos superstitiosos vocabant. Eos vero, qui publicos et antiquos deos colerent, reliogiosos nominabant. Unde Virgilius: Vana superstitio, veterumque ignara deorum. Sed cum veteres quoque deos inveniamus eodem modo consecratos esse post obitum; superstitiosi ergo qui multos ac falsos deos colunt. Nos autem religiosi, qui uni et vero Deo supplicamus.«14

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«Dado que las cosas se desarrollan de la manera que hemos mostrado, es evidente que no se ha ofrecido ninguna otra esperanza de vida al hombre, excepto que, desechando las vanidades y el miserable error, conozca a Dios y le sirva, excepto que renuncie a esta vida temporal y se dedique a la verdadera religión, con los rudimentos de la justicia. De hecho, nacemos en esta condición para que podamos ofrecerle a Dios, que nos ha engendrado, la obediencia justa y debida; solo conocemos a Él, solo lo seguimos. Estamos atados a Dios por este lazo de piedad y religión; de ahí que la misma religión haya recibido su nombre, no como lo interpretó Cicerón, que en su libro De Natura Deorum , segundo libro, dijo: No solo los filósofos, sino también nuestros antepasados, separaron la superstición de la religión. Porque los que pasaban sus días rezando y sacrificando para asegurarse de que sus hijos les sobrevivieran eran llamados supersticiosos. Pero los que revisaban y como que releían todo lo que tenía que ver con el culto a los dioses, eran llamados religiosos, de la palabra religendo (leyendo de nuevo), como si hubieran elegido (elegendo) cuidadosamente y amado (diligentes) lo que entendieron (intelligendo). Todas estas palabras tienen en común la fuerza de leer, como en el caso de religioso. Así se hizo en el caso de supersticioso y religioso, uno se convirtió en un término para vicio, el otro para alabanza.«

«La estupidez de esta interpretación se puede ver claramente en la realidad misma. Pues si tanto la superstición como la religión se centran en adorar a los mismos dioses, hay una diferencia mínima, o mejor dicho, ninguna. ¿Por qué motivo alguien consideraría supersticioso al hombre que ora una vez por la salud de sus hijos, y al mismo tiempo piensa que es religioso cuando lo hace diez veces? Si hacerlo una vez es lo mejor, ¿cuánto más hacerlo con frecuencia? Si a la primera hora, entonces durante todo el día. Si un sacrificio es aceptable, sin duda sacrificios múltiples son aún más aceptables, porque merecen recompensas en lugar de ofensas. No nos parecen odiosos los sirvientes que son constantes y frecuentes en su servicio, sino más bien queridos. Entonces, ¿por qué uno debe ser considerado culpable y llevar un nombre reprobable porque ama más a sus hijos o honra más a los dioses, mientras que aquel que lo hace menos es elogiado? Este argumento es válido en sentido contrario también. Si orar y sacrificar durante todo el día es un crimen, entonces hacerlo una vez también lo es. Si desear con frecuencia que los hijos sobrevivan es un vicio, entonces también lo es aquel que lo desea raramente. ¿O por qué debería un nombre de vicio, si se deriva de lo más honorable y justo que se puede desear? En cuanto a lo que se dice sobre que los religiosos son llamados así por relegendo (leyendo de nuevo), quienes repasan cuidadosamente las cosas relacionadas con el culto a los dioses, ¿por qué, entonces, aquellos que lo hacen muchas veces al día deben perder el nombre de religiosos, cuando, con mucho más cuidado, repasan esas cosas mismas a través de su constancia, con las que los dioses son adorados?»

«Entonces, ¿qué es? Ciertamente, la religión es el culto verdadero, la superstición el falso. En realidad, no importa a quién adores, sino cómo lo haces o qué pides. Pero porque los adoradores de los dioses se consideran religiosos, aunque sean supersticiosos, no pueden distinguir la religión de la superstición ni expresar el significado de los nombres. Hemos dicho que el nombre de la Religión se deriva del vínculo de la piedad, porque Dios se ha unido al hombre y lo ha vinculado con la piedad; ya que es necesario servirle como a un señor y obedecerle como a un padre. Por lo tanto, Lucrecio entendió mejor este nombre cuando dijo que disolvía los lazos de la religión. Los llamados supersticiosos no son aquellos que desean que sus hijos sobrevivan (pues todos deseamos eso), sino aquellos que honran la memoria de los muertos sobrevivientes o que adoraban las imágenes de sus padres sobrevivientes en su casa como dioses penates. Porque aquellos que adoptaron nuevos ritos para honrar a los muertos como dioses, a quienes consideraban llevados al cielo desde entre los hombres, se les llamaba supersticiosos. En cambio, a los que adoraban a los dioses públicos y antiguos se les llamaba religiosos. De ahí que Virgilio dijera: Vana superstición, ignorante de los antiguos dioses. Pero dado que encontramos que incluso los dioses antiguos se consideraron consagrados de la misma manera después de su muerte, entonces aquellos son supersticiosos que adoran a muchos dioses falsos. Nosotros, por otro lado, somos religiosos, porque suplicamos solo a un Dios verdadero.»15

Como puede leerse (en el texto latino), Lactancio usa la frase «quod hominem sibi Deus religaverit, et pietate constrinxerit…» (en su traducción más literal, sería algo como: «porque Dios ha ligado al hombre a Sí mismo, y lo ha vinculado con la piedad…») y es en ese párrafo en donde se funda la muy común, pero mayormente errónea, versión de la etimología para religión: La idea de «unir al hombre con Dios».

Es importante entender que la argumentación de este apologeta (quien es por demás fanático y radical en toda su obra), se basa en descalificar la explicación ciceroniana (la trata de «inepta» o «estúpida») debido a que, el senador romano, afirmaba que «superstición» era el culto exagerado y descontextualizado por temor al futuro («… pasan los días enteros en la plegaria y los sacrificios para asegurar que sus hijos las sobrevivan…»), pretendiendo que lo refuta al afirmar cosas como: «Si un sacrificio es aceptable, sin duda sacrificios múltiples son aún más aceptables, porque merecen recompensas en lugar de ofensas. No nos parecen odiosos los sirvientes que son constantes y frecuentes en su servicio, sino más bien queridos.», sin comprender (o comprendiendo y tergiversando) que, para un romano piadoso, el acto religioso requería de mesura y que debía ir en «tiempo y forma» según la tradición y lo establecido en los rituales ancestrales.

Dada que la intención de Lactancio es separar lo que considera religión verdadera de lo que pretende que es superstición, tratando de igualar a todo culto que no sea el de su dios como lo segundo, piensa que «… es evidente que no se ha ofrecido ninguna otra esperanza de vida al hombre, excepto que, desechando las vanidades y el miserable error, conozca a Dios y le sirva, excepto que renuncie a esta vida temporal y se dedique a la verdadera religión…». Vale decir que, para él, el abandono del mundo, la absoluta sujeción a la fe cristiana y el culto unívoco al dios de la misma, es la única cosa que puede considerarse como «religión».

Por otra parte, Lactancio se equivoca cuando cita a Virgilio, o quizás no le importa distorsionar lo dicho por el poeta, con tal de validar las propias afirmaciones. Cuando alude a: «De ahí que Virgilio dijera: Vana superstición, ignorante de los antiguos dioses, la frase original es de la Eneida y dice:

«… has ex more dapes, hanc tanti numinis aram uana superstitio ueterumque ignara deorum imposuit: saeuis, hospes Troiane, periclis seruati facimus meritosque nouamus honores.»16

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

«… Este tradicional banquete, este ara de numen tan grande, no nos la impuso vana superstición e ignorante de los dioses antiguos; salvados, huésped troyano, de crueles peligros, lo hacemos y renovamos honores merecidos.»17

Para que el lector atento tenga una idea del despropósito cometido por Lactancio al citar de esta manera a Virgilio (si es que ya no la ha captado por la mera lectura comparativa, ya que el poeta de la Eneida afirma que el banquete y el altar se realizan como agradecimiento hacia los dioses por haber sido salvados por estos de «crueles peligros» y como renovación de los honores que ellos merecen), debe comentarse aquí, a modo de dato adicional, que Virgilio pone tales palabras en boca de Evandro, rey de los arcadios, una de las naciones del Lacio.

Evandro era considerado por los romanos (máxime en la Eneida, obra que viene a ser una epopeya nacional) como un personaje sagrado, quien introdujo a Italia el panteón olímpico, las leyes de la Hélade y su alfabeto e instauró, entre otras celebraciones religiosas, a las Lupercalias. ¿Cómo podría tomarse tal referencia a modo de negación hacia los dioses, cuando la cita completa dice justo lo opuesto y cuando se le hace pronunciar la misma a Evandro, un prócer romano en lo que respecta al culto de los dioses del Estado?

También poco comprende Lactancio la cita que hace de Lucrecio, quien dice en el original:

«Religionum animum nodis exsolvere pergo» || «Me propongo liberar el alma de los vínculos de la superstición».18

Sucede que Lucrecio usa en su obra a la palabra latina «religio» como sinónimo de superstición, en todos los casos y sin matices. Por tal razón, usar a la misma para refutar a Cicerón es banal, ya que, para el autor de «De Rerum Natura», siendo este seguidor de la doctrina de Epicuro de Samos, toda creencia religiosa es vana y si hubiese conocido al cristianismo, no sólo lo calificaría de tal, sino que le parecería (además) un credo sedicioso, contrario a los valores de Roma.19

Trasfondo de ambas etimologías:

Cicerón y Lactancio ofrecen dos perspectivas divergentes sobre la religión, que reflejan enfoques contrastantes en su comprensión y propósito.

Mientras que la argumentación de Lactancio hace derivar «religión», no del verbo relegere sino de religare (no de «releer» o de «elegir con cuidado», sino de «reunir» o «volver a atar»), esto tiene tremendas implicaciones a nivel teológico: Si la religión consiste en «reunir» al hombre con un dios en particular, entonces sólo puede existir una creencia verdadera. Si, por otra parte, esta consiste en «releer» a los ancestros y a sus tradiciones, en «elegir con cuidado» las que se deben seguir, esto no sólo implica que, al darse tantas tradiciones como culturas, colectivos y comunidades existan, no hay una religión verdadera, sino que cada una es válida y adecuada para el grupo humano que la generó o la vio surgir. Pero, además, para Lactancio la religión vendría a ser una práctica de sumisión hacia un ser absoluto, porque «Dios ha ligado al hombre a Sí Mismo» y también «ha ligado al hombre a la piedad (religiosa)», por lo cual, a este último, ya no le queda otra opción que seguir el camino prefijado.

Para Cicerón, la religión es vista como una práctica social y colectiva, que aporta beneficios a la comunidad en su conjunto. Según su punto de vista, la religión sirve para fortalecer la cohesión de la sociedad y fomentar la virtud cívica. Para Cicerón, ser un ciudadano religioso implica no sólo cumplir con los rituales, sino también contribuir a una comunidad armoniosa y al bienestar general de la ciudad.

En contraste, Lactancio adhiere a una religión específica que considera como la única «verdadera». Desde su perspectiva, la religión no se trata de mejorar la vida en la sociedad o de ser un ciudadano ejemplar en el sentido tradicional. En cambio, enfoca a la misma como un medio para la salvación personal. En su visión, la humanidad está atrapada en un estado de condenación, que él asocia al «pecado original» y la separación que se produjo entre la misma y el dios abrahámico, producto del mito de Adán y Eva y del Paraíso perdido. La religión, en este contexto, es vista como un camino para «reunir» lo que estaba separado y así escapar de la condenación.

Mientras que la etimología de Cicerón le otorga al ser humano la posibilidad de elegir, de participar en su comunidad y de estar unido a su colectivo mediante la adoración a sus dioses, la práctica de los rituales y tradiciones de su tribu, nación o comunidad; la de Lactancio obliga a todos a creer en lo mismo y de no ocurrir esto, genera (o mejor sería decir que generó, realmente, a través de la historia) la excusa para destruir culturas, credos y hasta comunidades humanas, por no ceñirse o no participar de esa «atadura», de esa «reunificación» de una deidad específica con sus particulares fieles.

La definición que da Cicerón es transversal a cualquier poder secular o teocrático; la que da Lactancio es autocrática y vertical, con la misma, no hay margen para elegir o decidir.

Por otro lado, Cicerón define a la religión como algo contrario a la superstición, pero no lo hace sólo en función de las creencias romanas, sino de las tradiciones de cualquier pueblo, vale decir que, para él, la superstición viene a ser la desmesura, la realización de rituales sin orden ni concierto, de manera excesiva y sólo motivados por el miedo. Para Lactancio, la superstición es todo lo contrario, pone como ejemplo al piadoso culto que los romanos rendían a sus ancestros y a las fuerzas de la Naturaleza, mientras que ve como «religión verdadera» a la absoluta sumisión y sujeción a una deidad única y particular y, por ende, a todo lo que sus representantes indiquen que es parte del camino que la misma prefijó para la humanidad.

Para Lactancio, la única religión verdadera es la que une al hombre con el dios abrahámico y el único que puede hacer eso (según su pensar) es Cristo. Por esa razón, la definición que da del término «religión» es, a la par de equívoca (como más arriba se ha demostrado), sectaria y contraria a toda posibilidad de elección.

Por desgracia, la etimología que prima, la que triunfó desde hace casi 1600 años, la que es de uso común, es la del apologeta cristiano y no la del gran estadista romano. Si uno pregunta a cualquiera por la misma, sin importar el nivel de ilustración del interlocutor, la más de las veces tendrá por respuesta «unir al hombre con Dios». Sin embargo, el uso extendido de algo no siempre lo legitima y, como el estudio atento de las raíces del término nos muestra, la etimología ciceroniana es la más cercana a lo que la historia de la religiosidad humana, a través de las edades y los continentes, realmente parece haber sido.

Conclusiones:

De todo lo analizado con anterioridad, pueden extraerse varias conclusiones importantes: En primer lugar, el concepto de religión no surgió sino a partir de que las creencias espirituales y relativas a lo sagrado, se diferenciaron del resto de la cultura y de las actividades rutinarias de las comunidades antiguas.

Si bien el fenómeno religioso en sí (desde nuestro punto de vista moderno y analítico) surgió como una de las primeras manifestaciones de la cultura humana, no se lo identificó separadamente hasta muy avanzada la civilización, cuando la diversidad cultural, la mezcla entre etnias y colectivos y los problemas relativos a la marcada estratificación social se presentaron.

Por otra parte, a partir de las dos etimologías que se le dan al término “religión” y en conjunción con las palabras orientales para definir caminos espirituales, como “dharma” o “yoga”, queda clara la existencia de tres tipos de religiones: Las que adhieren a la concepción de Cicerón y buscan ser potenciadoras de las virtudes sociales, culturales, intelectuales y espirituales del individuo para hacerlo un mejor miembro de la sociedad; las que persiguen algún tipo de doctrina que creen revelada o bien a cierto personaje que pretende ser el portador de esa “revelación” y las que se corresponden con la definición de “dharma” (o afines) y, por tanto, buscan algún tipo de estado trascendente o ulterior de la consciencia, durante la presente vida.

En lo que respecta al mundo occidental, la etimología de Lactancio explica perfectamente lo que son y han sido las religiones abrahámicas (las “del libro” o las presuntamente “reveladas”); mientras que la que dio Cicerón, representa cabalmente a las tradiciones paganas (tanto las ancestrales o étnicas, como las modernas).

Incluso más allá de la inexorable diferencia entre el politeísmo pagano y el monoteísmo abrahámico; incluso por encima de la dicotomía entre la idea de lo trascendente y lo inmanente, que respectivamente son inherentes a lo judeo-cristiano y lo pagano, tenemos a estas dos etimologías, que nos muestran concepciones diametralmente opuestas de lo que es y ha sido el fenómeno religioso humano.

Es importante que todo pagano siempre tenga en cuenta la brillante definición que Marco Tulio Cicerón hizo en su “De Natura Deorum”, porque no sólo deja en claro en qué consiste nuestro camino espiritual, sino muestra la diferencia fundamental entre ese camino y los credos dogmáticos y fundamentalistas que nos fueron inculcados en la infancia.

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¡Oh Tú, el más sabio y el más bello de los Ángeles,
Oh Dios traicionado por la suerte y privado de alabanzas!

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Oh Príncipe del Exilio, a quien se le ha hecho un agravio,
y que vencido, siempre te levantas más fuerte,

¡Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!

Tú que lo sabes todo, gran rey de las cosas subterráneas,
sanador familiar de las angustias humanas,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que, lo mismo a los leprosos que a los parias malditos,
enseñas por amor el gusto del Paraíso,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que, de la Muerte, tu vieja y fuerte amante,
engendras la Esperanza -una loca encantadora!

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, que haces al proscrito esta mirada calma y alta,
que condena todo un pueblo alrededor de un cadalso,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que sabes en qué ángulos de las tierras envidiosas,
el Dios celoso escondió las piedras preciosas,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, en quien la mirada clara conoce los profundos arsenales
donde duerme amortajado el pueblo de los metales,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú, cuya mano aleja el vacío,
de los pies del sonámbulo al que seducen los tejados,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que, mágicamente ablandas los viejos huesos
del borracho tardo atropellado por los caballos,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que, para consolar al hombre frágil que sufre,
nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que pones tu marca, oh cómplice sutil,
en la frente de Creso despiadado y vil,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Tú que pusiste en los ojos y el corazón de las muchachas,
el culto de la llaga y el amor de los andrajos,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Bastón de los exiliados, luz de los inventores,
Confesor de los ahorcados y de los conspiradores,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Padre adoptivo de estos que en su negra cólera
del Paraíso terrestre ha desterrado Dios Padre,

¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!

Charles Baudelaire (1821 – 1867)

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Tiempo de lectura: ~6 minutos. 1674 palabra(s).

En ocasiones, pienso que todo el movimiento pagano es fútil, que nunca llegará a ningún lado… La enorme cantidad de distorsiones, trivialidades, “alegres eclecticismos”, pseudociencias, sesgos y errores respecto de la historia y del análisis crítico, que se pueden ver en casi todas las corrientes y tradiciones, pocas veces me dejan tener esperanzas en otro sentido…

Es penoso cuando uno ve gente joven (o no tanto) que recién se inicia en nuestro camino y que no entiende el pasado o no puede vencer la inercia de las creencias abrahámicas. Pero, cuando la falta de sentido de la historia; cuando el desconocimiento de la evolución social y cultural de nuestra especie y del cómo observar, estudiar y aprovechar el legado ancestral, surgen de personas cultivadas, de académicos y/o eruditos en ciertos temas, entonces todo parece perdido.

Es algo ya muy trillado el definir “qué es” el paganismo y en qué consisten cada una de sus tradiciones o corrientes. No es esa la intención de este artículo… No obstante, parece necesario profundizar en el entendimiento de lo que realmente es una religión (asumiendo que todos estarán de acuerdo en que el “paganismo” es un conjunto muy amplio de las mismas y no otra cosa).

Si uno ve a los cristianos, hindúes, buddhistas, musulmanes o lo que fuere, siempre y cuando sean personas que se tomen en serio a sus creencias, observará que no sólo practican rituales, cumplen con celebraciones y leen sus escritos sagrados. Además de eso, y principalmente, tienen una cosmovisión y, más que nada, una filosofía moral, relativa a su credo… Y no hay que llamarse a engaños: El esquema conductual de cualquier religión está basado en la sacralización de su pasado histórico, del respeto por sus principales ancestros y en la contemplación devota de sus mitos.

Si se despoja a cualquiera de esas religiones de la orientación conductual que las mismas formulan, ya no se las podrá reconocer, ya no serán más que galimatías teológicos o filosóficos (ejemplo de ello son la teosofía y el ocultismo victoriano).

Entonces, ¿por qué hay gente que cree que el ser pagano no implica hacer un completo “reset” de todas las reglas morales, tabúes, tonterías ideológicas y costumbrismos ovejunos que se nos inculcaron en la infancia o que nos machacaron durante nuestras épocas de estudiantes? ¿Cómo es que no se comprende que, para la conversión completa y coherente a cualquier corriente del paganismo, se requiere una total reconstrucción de la propia ética, cosmovisión, pensamiento teológico y, en general, de la forma de actuar y ver el mundo? Y si se lo comprende, no hay que perder de vista algo igual de importante: Ninguna supuesta virtud, bien o principio moral, debe tomarse por válido sin una profunda, lógica y desapasionada revisión, ya que casi todo lo que el mundo moderno entiende por tal, es sencillamente el cúmulo de dogmas conductuales nacidos del tronco bíblico y, como opuesto a los mismos, de las ideologías colectivistas ateas del s. XIX y XX.

Pero me detendré aquí, porque no es mi intención (al menos, no esta vez) el ahondar en cuestiones éticas o afines. Mi objetivo, con este artículo, es alertar a quienes realmente pretendan tomar en serio a nuestras tradiciones, que deben pensar y obrar en consecuencia y no sólo cuando estén practicando rituales o en momentos en que se debata sobre religión, tomando un café o una cerveza.

El ser pagano es una actividad 24/7 y debe calar en lo más profundo de nuestros huesos y fluir tan fácilmente en nuestro interior, como la propia sangre.

Nuestro hemisferio occidental está traumado, sufre de prejuicios inversos a los que otrora, lamentablemente, mantuvo a rajatabla. Todo el mundo critica a los países centrales de Europa o América, casi siempre con justa razón, pero rehúsa ver las más supinas atrocidades en las naciones “periféricas”. Todo el mundo sigue hablando de la Inquisición o las Cruzadas, lo cual es enteramente válido, a partir de que destrozaron la vida de millones, pero omite criticar o incluso justifica (a veces con vehemencia) a las muy actuales fatwas y las yihads islámicas o los genocidios por problemas étnicos o religiosos en el Asia, en Europa del Este o el África. Muchos criticaron la guerra de Irak del 2003, pero “bendicen” la cruenta invasión que Rusia está llevando a cabo en Ucrania…

Esto también se extiende a la historia y es particularmente ofensivo y desesperanzador, cuando paganos cultivados atacan a las más altas culturas de la Antigüedad, sólo porque les parece consecuente con sus modernas ideologías de “colmena”, de «corrección política» y de igualitarismo forzado, sólo porque prefieren a las ovejas y no a las águilas o los lobos.

No puede evitarse el captar que extrapolan lo que suelen hacer con el mundo moderno: «Todo lo que provenga de Europa o USA es malo, todo lo del Tercer Mundo es genial o, por lo menos, tiene justificación…» (suelen inferir).

Del mismo modo, se hace a un lado la lapidaria verdad de que, sin aquellas grandes culturas del pasado, sin sus batallas, guerras e incluso su crueldad, no existiría el mundo moderno y quizás viviríamos en una suerte de teocracia global, regida por algún reyezuelo o pontífice que nos diría que pensar y hasta cómo lanzar nuestras flatulencias.

He podido ver (leer o escuchar) enésimas veces, que las mismas personas que se afanan en comprender y contextualizar cosas como los sacrificios humanos o las matanzas entre tribus, comunes en algunas culturas antiguas, sin solución de continuidad, ven a las más ordenadas, urbanizadas y cultas naciones de antaño, casi como si hubiesen sido el III Reich, sólo por ser belicosas y por haber conquistado a otras naciones.

Es ahí donde aparece el pensamiento de colmena… La pesada mochila que dejó a Occidente el cristianismo y, más tarde, el marxismo.

¿Cómo no se comprende que, si una cultura llega a poder elevarse a las más altas cumbres del arte, la ciencia, la técnica o de lo espiritual, es porque primero y durante mucho tiempo, luchó contra todo aquello que le estorbaba o hacía peligrar su paz y tranquilidad, a veces, con la más absoluta dureza e implacable consecuencia?

Tal y como su ceguera ideológica no les permite ver que si tienen la libertad y oportunidad (mediática, de tiempo vital y de ánimo) de criticar a las naciones de mayor poderío comercial y tecnológico, es precisamente porque usan ingenios, servicios y productos inventados, fabricados y gestionados en esos mismos países.

Del mismo modo, muchos han vuelto la vista al pasado, denostando costumbres, formas de organización social y esquemas cívicos que, aunque ciertamente ya no sean válidos u operativos para nuestra actual civilización, fueron fundamentales para el surgimiento de la misma.

Vale decir, si Sócrates se sentó una vez en las escalinatas de Atenas, para conversar y enseñar su sabiduría a sus discípulos; si Platón pudo fundar la Academia y Aristóteles escribir sus magnas obras, fue porque se ganaron las Guerras Médicas, porque Clístenes inventó la democracia; porque Esparta salvó a Europa entera de la tiranía persa y porque todas las polis entrenaban hoplitas para defenderlas. Si la ciencia y la tecnología llegaron a producir maravillas como el Mecanismo de Antikythera, las máquinas hidráulicas de Herón de Alejandría; si el mundo vio surgir a la Gran Biblioteca de esa ciudad, no fue sino por el Gran Alejandro III de Macedonia, que estableció puentes culturales, que llevó la razón y la luz cultural de la Hélade a casi todo el mundo conocido de entonces. Finalmente, si Roma fundamentó el derecho moderno, si nos dio el orden y el Estado tal como hoy lo conocemos, fue porque existieron el Senado, los Césares y las legiones, así como la Pax Romana que éstos llevaron a medio mundo.

Toda la sensibilidad humanista del s. XXI, maravillosa, importante y éticamente elevada como es, no habría logrado nada de lo dicho más arriba.

Cada época y cultura buscaron y, a veces, encontraron la forma de solucionar los problemas de la vida, de lograr la supervivencia y de sobrellevar lo que el Destino les deparaba… Algunas lo hicieron mal y casi ni llegaron a formar parte del recuento histórico; otras medianamente bien y dejaron su legado y otras más, brillaron a través de los siglos y milenios, dándonos la chance de que hoy podamos vivir como vivimos, de que hoy podamos pensar con libertad e ilustración y expresar eso que pensamos.

Si hoy somos tan sensibles, humanistas y “modernos”, fue gracias a todas aquellas culturas y no pese a las mismas. ¡Tengamos pues respeto, agradecimiento y veneración por ellas y no al contrario! Porque son nuestras raíces primeras y la piedra fundamental de nuestro mundo actual.

Para finalizar, sería deseable el recordar dos cosas: La máxima virtud del paganismo clásico era el Areté (la constante autosuperación en todos los niveles), y se trataba de una cuestión individual, no colectiva (no “de colmena”, no colectivista). Por otro lado, la “paz”, tan preciada como es, no es otra cosa que un subproducto, existe legítimamente sólo cuando hay Justicia y Libertad, no se busca, sólo se da, sólo florece cuando esas otras cosas ya existen. Por eso el “pacifismo” es contrario al pensamiento pagano, porque la “paz a la fuerza” sólo puede existir en los desiertos, en las necrópolis y los lugares sojuzgados por los totalitarismos (del color que fueren).

Si se quiere transitar de verdad el camino pagano, si se quieren rescatar los valores ancestrales, que pueden moderar y dar sentido a nuestras presentes (y muchas veces miserables) vidas, hay que hacer algo primero: Respetar y venerar a los grandes héroes y a las grandes culturas que construyeron la historia de nuestra especie… Y no, no sólo a los sabios y pensadores, porque esos sólo aparecieron cuando otros grandes personajes ya habían hecho el «trabajo sucio», dejando en condiciones a las naciones y las ciudades, para que la cultura y el saber pudieran florecer y no extinguirse bajo la tiranía del oscurantismo, la barbarie o la total mediocridad, factores que siempre pugnan por resurgir y prevalecer en nuestra especie.

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— William of Ockham,
(1288 – 1347, fraile y filósofo inglés)

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