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Reflexiones Paganas
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Oscar Carlos Cortelezzi.

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Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.

La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.


Tiempo de lectura: ~10 minutos. 2779 palabra(s).

El próximo 20 de Septiembre (aunque según la comunidad donde se celebre, la fecha puede variar entre los últimos días de Agosto y los primeros de Octubre), como cada año desde 1997, se celebra el «Día del Orgullo Pagano» (o «Pagan Pride Day»).

Es una oportunidad, en la cual los paganos de muchos países del mundo, llevan a cabo festivales, acciones simbólicas, rituales públicos y/o al aire libre; donaciones a instituciones ecológicas, acciones de defensa de la vida animal; actos públicos de reivindicación de nuestros valores, protestas simbólicas contra las injusticias sufridas en el pasado; remembranza de los héroes y mártires del Paganismo y apostasías públicas masivas, mayormente respecto de la ICAR, entre otras muchas actividades…

La finalidad de dicho día, es demostrar al mundo el sentimiento de júbilo que todos los paganos tenemos por seguir el camino que elegimos; aprovechar la oportunidad para esclarecer a los no-paganos, las dudas que tengan sobre nuestras tradiciones y unificarnos a nivel mundial, tanto en el plano institucional, como en el simbólico y psicológico (ya que los paganos, muchas veces nos aislamos y transitamos este sendero de manera solitaria).

Se trata de un día «civil» (de una festividad secular), sin un sentido religioso específico. Esto es así, para evitar que las diferencias y controversias entre las diversas tradiciones que conforman a nuestro colectivo, empañen o impidan la fraternidad y el esbozo de una clara causa común a todos los paganos del mundo.

Si bien cada quien puede practicar rituales y ceremonias propias de su panteón, tradición, folclore o denominación, el sentido final de esta celebración es generar consciencia en los propios paganos y en quienes no lo son. En los unos, para que asuman su pertenencia a un gran colectivo mundial, que tiene sus raíces en la más remota antigüedad; en los otros, para que comprendan quiénes somos realmente, para que rompan con los estereotipos y malentendidos y, si lo desean, se informen sobre nuestras bases y creencias…

¿Por qué «día del orgullo»?

Ahora bien, lo primero que muchos se preguntarán (sean o no paganos), es: ¿El orgullo es una virtud? ¿Es bueno estar «orgulloso» de lo que uno es? Enésimas veces, se me ha planteado esto en forma de debate: «¿Es válido o lógico estar orgulloso de las creencias que se profesan?».

Claro está, como la mayoría de las cosas en la vida, estas preguntas no tienen una respuesta sólida y coherente si no se las contextualiza… Estamos hablando de estar orgullosos de ser PAGANOS. De si es lógico, válido y ético, el sentir satisfacción de la profesión de fe que llevamos a cabo, del sendero de vida que optamos transitar.

No estamos hablando del sistema de creencias hegemónico, sino de uno extremadamente minoritario, de uno que está renaciendo de sus cenizas, que está reconstruyéndose de entre la oscuridad, la intolerancia y la barbarie de los siglos pasados.

El Diccionario de la Real Academia Española nos dice sobre la palabra «Orgullo»:

Orgullo. (Del cat. orgull). m. sustantivo: Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas 1.

Dado que, en nuestra lengua, en un principio parecería tratarse de un sentimiento o actitud negativa, buscando en la red algo más de luz sobre la oscura etimología de esta palabra, encontré:

ORGULLO: No se sabe si el orgullo es una virtud o un defecto. Parece que depende de la causa. Si la palabra entró al castellano a través del catalán orgull, el origen debe buscarse en el fráncico urgôli, del alto alemán urguol (notable). Francés: orgueil; italiano: orgoglio; portugués: orgulho. 2

Todo esto me hizo pensar que, en realidad, como el Día del Orgullo Pagano fue inventado o concebido en países anglófonos, sería más legítimo y apropiado, el buscar la etimología de «pride» («orgullo», en inglés). Entonces encontré:

Pride: O.E. pryto, from prud (see proud). First applied to groups of lions 1486, but not commonly so used until c. 1930. The verb in the reflexive sense «congratulate oneself» is recorded from 1275. 3

El concepto de «felicitarse a sí mismo» («congratulate oneself») parecería el que mejor describe lo que los paganos sentimos al respecto.

Pero tomando las acepciones principales que se dan a esta palabra, en los diccionarios más importantes del habla inglesa, obtuve:

Pride (noun):

1. A sense of one’s own proper dignity or value; self-respect. (Un sentido de la propia dignidad o valor propio, auto-respeto). 4

2. Pleasure or satisfaction taken in an achievement, possession, or association: parental pride (Placer o satisfacción tomadas de un logro, la posesión o la asociación: el orgullo paterno). 4

3. A feeling of honour and self-respect; a sense of personal worth (Un sentimiento de honor y respeto de sí mismo, un sentido de valor personal). 5

4. The state or quality of being proud; self-respect (El estado o cualidad de ser orgulloso, amor propio). 6

5. A feeling of gratification arising from association with something good or laudable: civic pride (Un sentimiento de satisfacción que surge de la asociación con algo bueno o loable: el orgullo cívico). 6

¡Casi todas estas definiciones se ajustan bien a lo que se pretende significar con el día en cuestión!

(Nota: Es preciso puntualizar, que algunas de las acepciones que recogen los diccionarios de la lengua inglesa, citados más arriba, tienen connotaciones negativas. Sin embargo, se ha tomado como definición válida, a las primeras 2 o 3 de entre cada uno, lo que es de uso común en este tipo de referencias, ya que los sentidos más importantes de cada palabra, siempre encabezan a tales listados).

Luego, podemos quedar persuadidos de que el orgullo, no es en sí mismo un sentimiento equívoco o negativo, que uno puede sentir «auto-respeto» (self-respect), porque se está conectado con un valioso legado ancestral y por tratar de vivir conforme a lo que dicta la Madre Naturaleza, y no a través de oscuras doctrinas formuladas por santones o profetas. Que se puede tener «un sentido de la propia dignidad» (A sense of one’s own proper dignity) y vivir en un estado de «orgullo» (pride) y «honor» (honour), porque se pertenece a un colectivo que comenzó en los mismos albores de la cultura humana, y se trata de re-descubrir las antiguas costumbres, creencias y formas de vida, básicamente para reformular la vida moderna y darle un sentido más profundo. Que se puede sentir «satisfacción» (satisfaction) y «gratificación» (gratification) por estar asociados a nuestras tradiciones y herencias arcanas, por haber comenzado a transitar un camino «bueno» (good) y «loable» (laudable).

Incluso, y sin desmerecer o discriminar a otros, tener un cierto «sentido de superioridad» (por supuesto sin caer en la «soberbia», actitud o sentimiento diferente del orgullo), por saber que nuestras creencias son las más antiguas, las más naturales y ajustadas a una vida en sincronía con el Universo y, finalmente, que son una inmensa «fuente de satisfacción personal», por todo lo antes dicho.

Terminé, entonces, por comprender a cabalidad que , que estoy muy orgulloso de ser pagano, de profesar dicha creencia y de ¡seguir este camino!

Queda, no obstante, una cuestión por resolver: ¿Por qué hemos de estar «orgullosos» en función de creer en algo? ¿Estaban orgullosos los paganos ancestrales por profesar sus creencias?

La respuesta corta sería que no, que lo estaban por sus propias identidades como pueblos, naciones y culturas (de manera no muy diferente de lo que ocurre hoy). Sin embargo, hay diferencias abismales entre aquellos ancestros y nosotros, los que vivimos en el siglo XXI de la era común…

Estas diferencias están dadas, no por alguna cuestión filosófica o «esotérica», sino por lo más obvio: Aquellos hombres, profesaban la fe de su cultura, nacían en ella y en ella morían. Vivían en armonía con su entorno y luchaban por lo que creían, sin demasiadas dudas o conflictos.

Por otra parte, los paganos modernos (cualquiera sea nuestra tradición), nacimos en el seno de una cultura que está impregnada de una fe que nos es ajena; de una moral que despreciamos y sólo llegamos a creer lo que creemos luego de un largo camino de «descontaminación», de separar «el trigo de la paja», de buscar en nuestro interior (de «conocernos a nosotros mismos», como decía la máxima del Oráculo de Delfos y referenciaba Sócrates) y también en el exterior (tratando de localizar a otros como nosotros, de obtener la literatura correcta, de practicar el culto de manera apropiada, etc…).

Somos aprendices, legos, respecto de tradiciones, costumbres y símbolos que en otros tiempos, y por muchos milenios, dominaron el universo espiritual humano. Nosotros no podemos «practicar» sin más, con naturalidad y simpleza, nuestra religión. El hacerlo nos conlleva esfuerzo, disciplina (adicional, al hecho en sí de que el Paganismo la pide para conducir nuestra vida) y, sobre todo, constancia y paciencia.

Pero todavía hay más: Somos despreciados, juzgados por los prejuicios de quienes tienen la mente tan estrecha, que no saben siquiera de donde vienen estas ideas. A veces estamos «ocultos»; en ocasiones, somos «discretos». ¡No mostramos, con el valor y el honor que debiéramos, el legado que recibimos!

Todo esto es parte de lo que le da sentido a tener un «Día del Orgullo Pagano».

Resuelto entonces el problema de si es válido y lícito estar orgulloso y el por qué de tal sentimiento, nos resta saber cuales son las bases y fundamentos de nuestro orgullo pagano

Razones para el orgullo:

En primer lugar, hay que recordar que las diversas tradiciones paganas o, más exactamente, el tipo de religión o sistema de creencias pagano (no existe una «religión pagana», paganismo es un término genérico para aludir a un amplio colectivo de tradiciones y creencias, para referir a un tipo de religión, no a una religión en sí), se remonta a los mismos orígenes del pensamiento humano.

Ni bien nuestra especie pudo elaborar símbolos, pensar de manera asociativa, recordar los hechos significativos y proyectarlos hacia el futuro, allí nació la primera forma de creencia y, con ella, nuestra raíz más arcaica.

Algunos antropólogos, incluso creen que el sentido religioso es casi un instinto y que tuvo una enorme importancia en los miles de años en que el cerebro del Homo Sapiens completó su desarrollo.

Por otra parte, el Paganismo será, sin duda, la última religión que el Hombre practicará. Nuestra especie podrá subir o bajar en la escala evolutiva, podrá desarrollar la civilización hasta límites inimaginables o sumirse de nuevo en la prehistoria o la oscuridad medieval. Pero de una u otra manera, siempre existirá quien mire a los Cielos, quien contemple las fuerzas naturales con reverencia y comprenda la necesidad de vivir de acuerdo con sus ciclos, ritmos y principios y no en función del capricho de algún «maestro», «salvador», «gurú» o antigua escritura.

Los libros sagrados, las «revelaciones», los profetas y doctrinas pasarán y serán olvidados, pero los elementos y las fuerzas naturales estarán ahí, presentes, activos y evidentes, y allí permanecerán hasta el fin de los tiempos.

En segundo lugar, las religiones paganas (respecto de las que se dan en llamar «reveladas» o fundadas por algún profeta, «salvador» o santón) son las más naturales, «basadas en la tierra», en el suelo que pisamos y no en «cielos» o «reinos» imaginarios e improbables.

El fundamento de las mismas es el culto a la Madre Naturaleza, a la Tierra como nuestra cuna y origen, como el lugar en donde transitamos la vida y como nuestro destino final y lugar de descanso eterno… Los paganos adoramos a las fuerzas naturales, reverenciamos a los ciclos y ritmos del Cosmos y creemos dioses a los verdaderos poderes del Universo.

Además, existe una cuestión de conexión, respeto y honor, en relación con el pasado y con nuestros remotos ancestros (nótese que aquí hablamos de «ancestros» en el sentido de quienes nos legaron las ideas y no los «genes» o su herencia biológica, ya que el paganismo étnico es sólo una variante, de entre nuestras muchas tradiciones).

El orgullo, viene de identificarnos con aquellos que fueron perseguidos, diezmados y azorados; del antagonismo hacia quienes denostaron a nuestros dioses, destruyeron sus templos e imágenes e hicieron retroceder la civilización hacia el Oscurantismo, por al menos 1200 años.

Porque se hizo, en su momento, todo lo posible por hacer desaparecer a los cultos paganos de la faz de la Tierra y aun así tal objetivo no fue logrado; aun así, ¡estamos de vuelta!

Ese orgullo, también se basa en la contemplación y el estudio de lo que fueron las antiguas culturas y civilizaciones, la gloria que llegaron a alcanzar, sus logros, invenciones y conocimientos. Somos los herederos de Egipto, Babilonia, Grecia y Roma; de las culturas celtas, nórdicas y germanas; de las civilizaciones mesoamericanas y andinas, y de todas las tradiciones shamánicas, animistas y totémicas de la Historia.

El Paganismo es hoy en día, una fuerza en crecimiento, un movimiento ideológico con la energía de lo nuevo y la grandeza de lo más antiguo. Es también, una filosofía de vida; una más natural y armónica forma de vivir y de transitar la efímera existencia humana. Es la única verdadera alternativa espiritual (paralela al humanismo secular, que es de carácter ateo y materialista), al sistema de creencias hegemónico de Occidente, el Cristianismo; y al avance del Islam.

Finalmente, sentimos orgullo por nuestros dioses mismos, sea cual sea el panteón al que sigamos o con el cual nos sintamos conectados; estamos orgullosos de nuestros valores morales, de nuestra ética conductual, no porque pretendamos cumplirla a cabalidad o porque la creamos superior, sino porque dichos valores y virtudes son legítimos y son válidos sus fundamentos.

Nos sentimos orgullosos de representar el legado de las grandes civilizaciones del pasado, que les dieron forma a nuestras creencias y tradiciones y por el hecho de que las ciencias de la arqueología, la antropología y otras afines, están dando cada vez más basamento al renacimiento y a la reconstrucción de aquellos legados ancestrales.

Como comenté en un debate reciente, con alguien que hacía apología del Cristianismo: Sí, estoy orgulloso y creo que hablo por la inmensa mayoría de los paganos de la red y del mundo.

Se haga o no algo especial el día en cuestión (o en cualquier otra fecha), lo importante es que nuestra forma de vida implique que, a diario, mostremos (y demostremos) lo que somos, a nuestro entorno inmediato y al mundo entero, y cuando se nos increpe por ello, con educación pero sin timidez ni «pelos en la lengua», dejemos en claro lo que representan nuestros símbolos y que en todos los casos son más antiguos que los crucifijos y otros emblemas, que la mayoría lleva colgado al cuello.

Finalmente, debemos proclamar nuestro orgullo, porque es la mejor manera de honrar a los millones de paganos muertos durante los siglos en que el Cristianismo arrasó con los cultos antiguos en todo el Mediterráneo y el Norte de Europa; con las grandiosas civilizaciones de Mesoamérica y los Andes y con las religiones animistas de África y Oceanía (que también eran paganos «tradicionalistas»).

Cumplido ya el propósito de esta editorial, hace falta explicar algo más: No es cuestión de sentirse superior a los que practican otros credos. Tampoco se trata de creer que estamos signados o «señalados» de alguna manera, ni mucho menos.

Los paganos creemos que somos parte de la Humanidad, que tenemos los mismos deberes y derechos que todos los demás. Además, no pensamos que las creencias de los otros sean erróneas, sino sólo ajenas a las nuestras.

Pero, sin embargo, el legado que hemos recibido y que tratamos de rescatar del olvido es inconmensurable. Tenemos en las manos a un tesoro de inmenso valor y hay que redescubrirlo, cuidarlo y por supuesto, mostrarlo con orgullo a todos los que nos rodean.

Invito a todos los hermanos y hermanas, de todas las tradiciones: Paganos, heathens, neo-paganos, wiccans; de los senderos de la mano derecha e izquierda; miembros de logias, covens u órdenes o practicantes en solitario, reconstruccionistas o no, a celebrar el Día del Orgullo Pagano como nuestra fecha emblemática. Un día del año que nos unifica a todos, más allá de las pequeñas diferencias o los diversos métodos.

Que sea el día en que, con respeto y reverencia, recordemos nuestro glorioso pasado y nos DIFERENCIEMOS de las demás creencias (a las que respetamos, pero con las cuales no tenemos nada que ver o que compartir). El día en que, sin soberbia pero con valentía, volvamos a decir, ¡Salven todos los dioses! ¡El Paganismo ha renacido! ¡Estamos de vuelta y esta vez es para siempre!

Que el próximo 20-22 de Septiembre (o cuando sea que celebren en acontecimiento mencionado aquí), los dioses les sean propicios a todos Uds. y les permitan redescubrir el legado mencionado con plenitud y profundidad.-

We are pagan!! … And we are proud!!

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Tiempo de lectura: ~9 minutos. 2686 palabra(s).

Todos los mortales tenemos, en algún lugar,
una lápida inscrita con nuestro nombre
y nuestro camino, inexorablemente,
tarde o temprano nos conduce a ella.

Parte I:

Parecía una velada extraña, diferente. Me encontraba confundido y cansado, como ocurre en esas ocasiones cuando el sueño no se presenta por varias noches. Tal estado no era nada común en mí, pues me preciaba de ser un individuo fuerte y de buena salud, además de poder resistir largas noches de vigilia sin molestia alguna.

Creí estar algo mareado, al mismo tiempo que una languidez inusitada atormentaba mi estómago; algo insólito, teniendo en cuenta que había comido y bebido en abundancia, quizá en exceso.

Por eso decidí alejarme del salón; me excusé con mis invitados que, de seguro, ante tal eventualidad, seguirían celebrando sin mí. Dejando atrás la bulliciosa fiesta, me retiré buscando el silencio y la paz de las habitaciones de la planta superior.

Subí la escalera mientras contemplaba los muros en donde colgaban numerosas pinturas de los antepasados ilustres de la familia. Alternándose a veces, con algunas obras que representaban los paisajes locales, característicos por su aridez y sus tonalidades grises, atributos que se transmutaban en una leve maledicencia, adquirida bajo el pincel de algún olvidado artista.

Pese a la invariable rutina de verme forzado a contemplarlos, cada vez que debía subir por los antiguos escalones que formaban la escalera central, me fascinaba la frecuencia con que descubría un rasgo inédito, particular, en las facciones de alguno de mis ancestros; en ocasiones malicioso, en otras melancólico y raramente bondadoso.

Tales percepciones diarias, que por lo general eran de tipo subliminal, me hacían sentir a salvo. Pensaba, sin saber el porqué, y pese a la evidente decadencia económica y social de la familia, que tal linaje me otorgaba un cierto poder sobre los peligros de la vida y los terrores de la muerte; como si yo no fuese un simple mortal, semejante a los demás seres humanos, que tan sólo se diferenciaba de la mayoría por su favorable posición en el espectro social.

Ese pensamiento irracional, elaborado por mi imaginación errática, con frecuencia predispuesta al desvarío por la vida solitaria que llevaba, me hacía pensar que estaba protegido por aquellos malvados y decadentes miembros de mi familia. Aquellos que fueron poderosos en su tiempo, pero que ahora eran sólo un recuerdo triste y evanescente.

En mi condición de heredero único de los bienes y títulos familiares, y pese al detrimento que estos habían sufrido con el correr de los siglos, era poseedor tanto de un renombre como de una posición digna de las más antiguas y nobles casas europeas. Tal condición, nunca me importó demasiado, contrastando esto con mi consabido apego al lujo y la riqueza.

Todo aquello me hacía sentir feliz, dueño de mi vida y libre para vivirla, sin que las miserias de la existencia común lograsen penetrar a través de los muros protectores de mi añeja morada. Al menos eso creí por mucho tiempo, durante el cual hice caso omiso a las penurias de los que me rodeaban, alejado física y mentalmente de todos aquellos que no comulgaban con mi engañosa condición social.

Pero ahora, por alguna causa desconocida para mi, todo parecía alterado, cada imagen, cada objeto auspiciaba en mi mente tenebrosos eventos que no me atreví a vislumbrar. Cuando subía los últimos escalones me invadió un extraño presentimiento, una vaga y morbosa sensación que sólo puede describirse con la insana idea de estar muerto y percibir, de alguna extraña forma, que se yace en la eterna y lúgubre tumba sin otra compañía que las tinieblas insondables.

Mientras me reponía parcialmente de esa repugnante sensación, logré recordar una antigua máxima que dice: «Todos los mortales tenemos, en algún lugar, una lápida inscrita con nuestro nombre y nuestro camino, inexorablemente, tarde o temprano nos conduce a ella». De seguro la perturbadora sentencia era un eco literario resonando en los oscuros laberintos de mi psiquis cultivada, siempre ávida de nuevas lecturas. Había heredado esta afición a través de un orgullo intelectual de carácter atávico que, generación tras generación, fue haciendo crecer nuestra antigua y magnífica biblioteca.

Seguí caminando hasta la primera habitación de huéspedes, por la izquierda, al final del pasillo. La elegí por ser la alcoba más apartada y silenciosa de la casa. Por otra parte, era una de las más antiguas y menos apreciadas. Lo evidenciaba el que no fuera usada por ningún invitado durante las últimas décadas. Sin embargo, se encontraba limpia y ordenada gracias a la eficiente labor de la numerosa servidumbre, con que la casa contaba desde tiempo inmemorial, elegida con gran cuidado y con la mayor exigencia.

Su interior lo formaba una recamara amplia y oscura, de aspecto opresivo; construida en piedra caliza que fue extraída directamente de las canteras de las montañas del Este, célebres en toda la región por su dureza y calidad. Los pisos y el maderamen del techo eran del más fino roble proveniente del norte de Europa; las ventanas con vitrales de delicados motivos enmarcados en bronce y acero estaban corroídas y opacas pero aún así poseían una singular belleza. Su decoración arcaica y austera, de estilo gótico, mostraba a las claras la extrema antigüedad del ala oeste de la casa.

Todo el sector, era parte del castillo original, que había sido construido en el siglo XII por el fundador de la estirpe familiar, un oscuro y despiadado noble que participó en las cruzadas y que fue llevado a la fama por sus campañas sanguinarias, las que terminaron por generar macabras leyendas sobre su destino final.

De aquel siniestro personaje prefería no hablar, ya que desde mi infancia, la sola mención de su nombre me causaba escalofríos pues podía sentir que parte de él seguía presente en la casa, inmanente en cada una de las piedras que le daban forma. Además por un misterio arcano, indescifrable, al menos para mí, sus retratos habían sido retirados de los muros ya desde la época en que su hijo, más malvado y tenebroso que él mismo, tomo posesión de la propiedad familiar.

Me encontraba en una de aquellas primitivas habitaciones que habían sobrevivido a tantos siglos, no sin recibir de ellos la corrupción y el hedor de tiempos olvidados. Sus derruidos muros parecían cargar con infinitos recuerdos de vida y muerte, de amor y odio, los cuales sin duda acontecieron ocultos en su interior. Sus paredes aprisionaron parte de dicha maldad, viciando el aire del lugar y otorgándole ese fatuo perfume de sutil pestilencia, que era invariablemente percibido por cualquier infortunado que le tocase en suerte dormir amparado entre sus piedras vetustas.

Tales características, que motivaron su clausura, daban al lugar una atmósfera más proclive a la angustiosa vigilia que a un sueño placido y tranquilo. Pero yo estaba acostumbrado a la casa, a cada parte de la misma, no en vano había nacido y crecido entre sus muros de piedra y sus pisos de roble y encina; no por nada fui enseñado a venerarla y considerar a cada uno de sus incontables rincones como el símbolo ruinoso de nuestro poder ancestral.

Por otra parte mi cansancio era profundo, me encontraba muy débil en verdad, por lo cual, al recostarme sobre la amplia cama medieval, el sueño no tardó en llegar, y con él, reino la paz y la tranquilidad.

Parte II:

Luego de un tiempo, cuyo lapso me fue imposible determinar, durante el cual permanecí en un letargo semiconsciente, me dormí más profundamente y comencé a soñar.

En mi sueño me encontraba consciente de mi estado, sabia por algún motivo arcano que la abominable escena que observaba era producto de un particularmente morboso, pero inofensivo proceso onírico. Sólo esa ingenua seguridad permitió que mi cordura resistiera tales embates del reino prohibido del inconsciente.

Sentí que estaba acostado sobre el barro, pude apreciar la humedad, el olor y el frío del suelo con gran realismo, a tal punto que me estremecí. Era curioso percibir la desagradable viscosidad del lodo que me rodeaba y la espesa brisa rozando mi rostro como si una mano espectral y blasfema pretendiera acariciarlo.

Temía abrir los ojos, tardé mucho en hacerlo, porque con el paso del tiempo las dudas sobre donde me encontraba me provocaron un pánico imposible de contener. Al decidirme, contemplé un cielo oscuro, cuyo espeso manto de nubes grises impedía el paso de la luz del Sol. Un Sol que de todas formas estaba por esconderse, como si hasta él quisiese huir de tal mundo de tinieblas.

Reflejos rojizos salpicaban las oscuras nubes, y se me antojó ver en dicha escena un remedo del antiguo mito del país del Nilo, en el cual Apep, el demonio de la oscuridad que representaba el Eclipse y la Tempestad, trataba de devorar a Râ, el Todopoderoso Sol. Sólo que en este caso, el rojo sucio del cielo simbolizando la sangre derramada del astro del día, a la inversa de la leyenda egipcia, atestiguaba la victoria de aquel ser maligno.

Queriendo incorporarme, un agudo e indescriptible dolor invadió todo mi ser, como si mis huesos se separasen de las carnes que los recubren. Me pareció estar amarrado al suelo sin que tuviese la más mínima capacidad de movimiento. Después de un rato, al no poder soportarlo más, decidí concentrar todas mis energías en un supremo esfuerzo; sin conseguir nada, salvo una sensación equivalente a la de mil roedores lacerando cada parte de mi cuerpo, con lo cual perdí nuevamente el sentido.

Creo haberme desmayado por un largo período dado que al volver a la conciencia la noche ya abarcaba, con su tenebroso manto, toda la bóveda del cielo. Por alguna singular razón ya no sentía ningún dolor; era como si, con el retiro de la benéfica luz, toda sensación física se hubiese desvanecido. Esta vez, sin dudarlo, me incorporé y camine por el lugar. Digo caminé en forma metafórica, pues en realidad no sentía mi cuerpo y al parecer me desplazaba con el sólo ejercicio de mi voluntad.

Lo que observé, las cosas que percibí en esa breve caminata, no pueden ser nombradas apropiadamente con las optimistas e ingenuas palabras del lenguaje humano. Ninguna mente mortal debería jamás concebir tales engendros, ni aún siquiera insinuarlos, pero pese a mi consternada incredulidad, aquel infernal paisaje estaba frente a mis ojos.

Era el reino de la muerte, manifestándose ante mí en todo su macabro esplendor, en toda su diabólica plenitud: Tumbas innominadas, de una pretérita y oscura época, cubrían la faz de toda la colina donde me situaba. El nauseabundo olor de la putrefacción hería profundamente mi pituitaria, porque muchos sepulcros estaban abiertos, como si alguna desconocida y satánica fuerza hubiese expuesto de exprofeso los corruptos despojos que contenían. Las cruces rotas signadas por los estragos del tiempo, auguraban un clima apocalíptico.

Los pocos e insanos árboles que allí se encontraban estaban secos y degradados por causa del miasma que invadía el suelo hasta una altura próxima a la de mi rostro. Era una neblina gris verdosa, opresiva y gélida que lo cubría todo y se pegaba a las cosas, en forma de brillantes gotas de humedad que resplandecían por tenues rayos de luz, cuyo origen no me atreví a adivinar. La casi nula visibilidad impedía misericordiosamente ver más allá de las faldas de las colinas circundantes, de no haber sido así, seguramente habría contemplado mayores horrores.

En el lugar reinaba el silencio; un silencio sólo perturbado por el intranquilizador sonido del viento silbando entre los carcomidos árboles y sobre las mohosas lápidas y mausoleos. Pero esa calma que normalmente induciría cierta serenidad, lograba aterrorizar mi espíritu; ya que, según me pareció, estaba compuesta por los infinitos alaridos de las almas difuntas, que creí, estaban atadas por siempre al reino de la inexistencia y cuyo único legado, era el olvido.

Todo aquello era demasiado para mi, quise despertar, pero no podía lograrlo. Me conformaba con el hecho de estar seguro que aquella “pesadilla” terminaría y eso me dio valor para afrontar lo que vendría.

En el horizonte, confundidas entre las masas turbulentas de la niebla, espectrales formas innombrables se manifestaban. Su aspecto era variable, de pronto seres de gran belleza, y al instante horrendas criaturas que sólo podían provenir del Averno. De rostros descarnados, corrompidos por la descomposición, dotados de una maldad inconcebible; formas repulsivas remotamente humanas, arrastrándose sobre el fango; nubes tenues de colores obscenos, radiantes y, a la vez, oscuros como las tinieblas más profundas; todos en una patética procesión, sin aparente propósito, sentido ni final.

Para mi terror se acercaban a donde yo estaba, pero luego comprendí que, al parecer, lo hacían sin notar mi presencia o, notándola, no les importaba. Ya frente a mí, aquellos seres comenzaron una danza macabra, errática y lúgubre. El terror penetró en lo más profundo de mi alma, cuando descubrí que los alaridos que antes imaginé, eran reales y provenían de las entidades que me rodeaban.

Corrí… Corrí como un enajenado tropezando con los cráneos y osamentas desparramadas por todas partes, salpicándome con las hediondas aguas de los charcos formados por tumbas descuidadas. Corrí hasta perderlos de vista y finalmente me detuve para tratar de aclarar mi mente turbada.

A corta distancia, frente a mí, se erguía un edificio imponente. Era un gran mausoleo familiar, que indudablemente fue una de las primeras construcciones de la necrópolis y probablemente contendría los despojos de quienes, en vida, poseyeron fama, poder y fortuna, pero que ahora sólo ostentaban un modesto nicho en sus paredes. Al menos eso era lo que dejaban entrever sus ostentosas columnas de mármol y las vastas proporciones de su arquitectura románica.

Ya calmado, me acerqué a su entrada y pude comprobar que su pesada puerta de bronce estaba entornada, había sido violada hace incontables años por algún ladrón de tumbas, quien esperaba encontrar en el tenebroso hogar de los difuntos algo con que mantener el suyo.

Dentro del lugar el hedor era insoportable. Las húmedas paredes estaban cubiertas de musgo, hongos y telas de araña tan densas, que semejaban fétidas cortinas. Todos los muros, salvo el frontal, estaban cubiertos de nichos en cuyas lápidas se leían con dificultad el nombre y la historia de los difuntos que guardaban.

Trabajosamente, debido la oscuridad reinante y al pésimo estado de las placas de bronce en donde las inscripciones estaban grabadas, comencé a leer. Cuando lo hice, se heló mi sangre, mis pensamientos se confundieron, y me sentí sobrecogido por una angustia profunda, que trascendía mi percepción consciente.

Dicho estado me sobrevino a causa de que los nombres de las lápidas me resultaban familiares, pues no eran otros que los de mis antepasados, los mismos que rotulaban a los cuadros de la escalera de mi casa, la casa que tanto amaba.

Ante tan aberrante descubrimiento busque ávidamente tratando de comprender lo que veía, en vano mi debilitada razón buscaba una respuesta, sobre todo por la resistencia que ofrecía a la misma el subyacente temor de encontrarla. Hasta que de pronto, las puertas del infierno se abrieron para mí y mostraron lo que tras ellas se esconde. En un instante el universo estallo y todos los demonios del Tártaro parecieron aullar y reír al mismo tiempo…

Lo ocurrido fue simple en verdad… Una inscripción en la mohosa placa de un nicho del muro lateral, que evidenciaba ser un tanto más reciente que la mayoría, me hizo comprenderlo todo. No existen palabras para describir lo que sentí, no hay forma de expresar el terror único, infinito, inaudito de descubrir mi nombre en aquel muro. Acto mediante el cual mi mente se aclaró completamente…

Fue entonces cuando supe, mientras me ahogaba en un desgarrador gemido, que mi pesadilla no era tal, que por el contrario era la diabólica realidad. Comprendí desesperado, que no dormía, sino que despertaba. Supe entonces que la casa, la fiesta, los retratos y mi vida acomodada eran sólo un piadoso sueño, únicamente un conjunto fantástico de nostálgicos recuerdos sobre un pasado remoto. Un descanso concedido por impensados dioses, que comienza con la llegada del Sol y finaliza con su partida. Un remanso diario, pero breve, para la infernal existencia que llevamos nosotros, los que estamos muertos.-

Inspirado en un sueño tenido en la noche del 20 de Junio de 1994.
Con los años, he reconocido subliminales influencias en: An Inhabitant of Carcosa (1886), de Ambros Bierce y en The Outsider (1926), H. P. Lovecraft.

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«Poison is in everything, and no thing is without poison. The dose makes it either a poison or a remedy.»

«El veneno está en todo, y nada carece de veneno. La dosis hace que sea un veneno o un remedio.»

(Theophrastus Paracelsus | Teofrasto Paracelso, 1493 – 1541)

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Frase del Día:

«Yo creo en una mente abierta, pero no tan abierta como para que se te caiga el cerebro.»

— Mark Twain,
(1835 – 1910, escritor estadounidense)

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