Los conceptos e ideas vertidos aquí, no obedecen ni reflejan las creencias de su autor, ni tratan de plantear ninguna postura filosófica frente al misterio de la Muerte. Se trata sólo de un relato de ficción, que tiene por finalidad hacerlos dormir menos tranquilos durante las noches…
Pese a ello, existe una solapada e inherente intención, más profunda, en los relatos. Es la de tratar de usar el pensamiento lúdico y el terror, para mostrar lo absurdas y limitadas que son las ideas humanas más comunes, sobre lo que puede venir después de esta vida. Así que si bien la trama es pura ficción, quizás logre hacerles meditar un poco sobre tales trascendentales asuntos…
IV.- El Pozo
Si trato de retroceder en mis memorias, no puedo encontrar un sólo momento sin la angustiosa percepción, táctil y olfativa, de las húmedas paredes de piedra sin pulir, a veces filosas, que me rodean.
Aún así, se hablar y pensar, por lo cual es razonable inferir que no soy una criatura natural de aquí y que, alguna vez, en un distante pasado, formé parte de otra realidad.
El agua del pozo es fría, pero eso no me molesta. Ya me he acostumbrado a ello… ¿Acostumbrado, he dicho? Pero, si jamás he conocido algo diferente… ¿O sí? … ¿Será que no me atrevo a recordar o que las lúgubres criaturas que habitan aquí, ya han ensombrecido mi intelección?
Como sea, conozco sobre la existencia de la luz… No es que la haya visto jamás, pero la oscuridad del pozo varía de entre las tinieblas más profundas a una tenue neblina, casi irrespirable, cargada de presagios y de olores indecibles. Por tanto, es lógico pensar que algo habrá, en alguna parte, que marque esa diferencia.
Nunca he visto cómo soy. En mis largas horas de ensoñación, entendí que necesitaría de la luz para observarme. Puedo tocarme, eso sí, y de algún modo sé que tengo la forma de un hombre. Un residuo en mi memoria (¿o será un conocimiento innato e inconsciente?), me dice que mi morfología se corresponde con tal animal. Pero sólo hasta allí llega mi entendimiento.
A pesar de todo, no estoy solo aquí. Gozo, todo el tiempo, de la ilustre compañía de las alimañas, las cuales jamás veo, pero sí siento desplazarse por mis extremidades y rostro, todo el tiempo… Cómo si jamás se cansaran de moverse.
Mis compañeros en este cautiverio, suelen ser gentiles, sólo dejando tras su paso, una sustancia pegajosa y bituminosa, que con los días y la humedad del ambiente, se desprende de mi piel. Sin embargo otras pocas muerden o raspan mi endeble epidermis y producen leves ardores y goteos tibios de lo que, de seguro, es mi fluido vital, algo que creo recordar, se denomina «sangre».
No sé cual sea mi edad. Ni siquiera cuantos de mis años he transcurrido en el pozo. Me pregunto si alguna vez moriré… Pero eso me hace pensar, que quizás ya esté muerto. ¿Acaso no es la Muerte, la calidad de yacer sin propósito, sin recuerdos y sin futuro, en la más profunda oscuridad? ¿Hay alguna diferencia formal entre «eso» y «esto»? No lo sé, pero pensar en ello me entretiene y me ayuda a matar el tiempo.
El tiempo es lo único que hay, que sobra, en el pozo. El tiempo y la oscuridad… No hay manera de medir el transcurrir del mismo, de establecer lapsos. No hay períodos mensurables, sólo está allí. Uno lo sabe porque su devenir es evidente, puede palparse en la fluctuación de las gotas de humedad de la piel, en el chapoteo de las criaturas del fondo y en los «sonidos» en medio del eterno silencio.
Hasta he diseñado un peculiar, diría bizarro, sistema para medirlo: He aprendido que las alimañas del orden de las pulmonata, demoran un tiempo regular en atravesar mi rostro o subir a través de mis extremidades inferiores.
Así mismo, me es posible establecer tiempos más acotados, al observar con atención las carreras de las blattodeas, recorriendo mi cuerpo raudamente. Sus periplos, suelen irritar mi piel, por esas púas que poseen en sus patas. Sin embargo las perdono, después de todo, sin ellas moriría de hambre… Bueno, eso en el supuesto de que esté realmente vivo y no sea alguna suerte de espectro soñando su propio y particular infierno.
El pozo no es estrecho… Las pocas veces que logro incorporarme (no es tanto mi debilidad, sino el desgano que me consume lo que me tiene quieto), logro caminar al menos 20 pasos hasta estrellarme contra su lado opuesto.
En un par de ocasiones, por pura curiosidad y espíritu lúdico, ya que algo en mi interior me hace saber, más allá de toda duda, que de aquí no hay escape posible, he recorrido todo su perímetro, tanteando las rocas y creo percibir que es más o menos circular. Al menos, no hay esquinas, salientes o irregularidades significativas de ningún tipo.
Otras veces, hace tanto tiempo que, en realidad, no estoy seguro de si ocurrió, lo soñé o imaginé, quise trepar por las piedras. Algunas poseen hendiduras adecuadas para ello. Pero escalar es difícil con la humedad de las rocas, mis pies fangosos y mis manos no menos impregnadas del cieno y la grasitud de la putrefacción que reina en el pozo.
Una sola vez llegué a una altura considerable, al menos 6 o 7 veces más alto que mi cuerpo erguido, pero no logré sostenerme y caí. Lo último que escuché fue el chapoteo del agua podrida, más sucia y profunda en el centro del lugar y un combulcionado estrépito por parte de las alimañas, que sin duda huyeron hacia todas partes ante un evento tan inusual en la interminable y monótona paz del pozo.
No recuerdo que ocurrió después, ni cuanto tiempo pasó, hasta que fui consciente de nuevo. Sentía dolores, pero no me pareció que se correspondieran al tremendo golpe que recibí al caer (el cual sin duda debió haberme matado o al menos, dañar mi cuerpo considerablemente).
Aprendí la lección, escalar no es una opción. Además, la negrura parece ser más profunda en las alturas de mi eterna prisión, por lo cual, no le veo el objeto a arriesgarme de nuevo.
Pero desde el momento en que desperté de mi último intento, comencé a pensar en algunos detalles nuevos, cosas que no conocía o sobre las cuales jamás había prestado atención.
Me repugna allegarme al centro del pozo, a donde el agua me llega a la cintura y en donde caí luego de mi desventurado experimento de escalamiento. Más que nada porque el agua se revuelve y enturbia, y el material putrefacto que yace en el fondo la contamina aun más, haciendo que el beberla sea más espantoso que de costumbre.
Sin embargo, con cuidado, para producir el mínimo impacto posible en el sedimento, me animé y me desplacé al centro… Allí encontré lo que sospechaba (estaba seguro de no haber caído sobre las rocas del fondo)… Unos elementos alargados y con formas caprichosas, duros pero más livianos y con una textura diferente a la que poseen las piedras. Había cantidad de ellos y todos estaban en desorden y sumergidos.
Tomé algunos y los llevé hacia la periferia, donde suelo yacer todo el tiempo. No sé por qué tuve el impulso de acarrearlos. Tal vez curiosidad, o quizás la novedad de tener un objeto entre las manos para evadirme de mi constante tormento, pero lo hice.
Me llevo un tiempo incalculable el darme cuenta de lo que eran y de lo que significaba su presencia, por como y donde los encontré.
Jugando con ellos, por puro tacto, llegué a entender que se correspondían con partes de mi cuerpo, con mis brazos y piernas y uno remotamente esférico, con mi cabeza.
Entendí entonces que eso es de lo que estoy hecho por dentro, la parte firme que me permite ser diferente de las babosas y gusanos que pululan por el piso y que hacen que mi dieta sea menos monótona.
Pero también entendí algo más… Esas partes, esas cosas, son los despojos de seres que alguna vez fueron como yo. De seguro, son el alimento principal de las ratas y las blattodeas, que no decrecen en número, a pesar del paso del tiempo y de que yo las consumo como principal alimento.
Al final llegué a la única conclusión posible… Una que me hizo feliz y me dio fuerzas para seguir esperando. ¡Mi paciencia no fue en vano! ¡Sólo un poco más! ¡Sólo algo más de tiempo! Entonces, cuando las alimañas ya no tengan más alimento, allí, en el centro del pozo… se enfocarán en mi y terminará esta existencia de oscuridad sin fin…
Ahora sé, que mis compañeros del pozo, me ayudarán, que se encargarán de darme la paz. Siempre supe que eran mis amigos. Espero me perdonen por haberme alimentado de ellos, pero bueno… Ahora tendré la oportunidad de devolverles el favor.
Ya puedo sentir un cambio en el ambiente, parece que se han enfocado en mí… La pila de huesos del centro del pozo ha de haber quedado limpia…
El dolor es insoportable, pero ya pasará y, al menos, es algo nuevo, una sensación diferente. Pronto ya no seré consciente de esta maldita oscuridad e inenarrable putrefacción y mis amigos del pozo se sentirán felices y satisfechos… ¡Qué puede ser mejor que eso! Si existe un destino más auspicioso, yo nunca lo conocí…
Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 46 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (27 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»