Para algunas personas, la primavera trae consigo el renacer y nuevas oportunidades, para otras el año nuevo simboliza un continuo nuevo comienzo, para otros es el invierno quien con su fuerza puede abrir nuevas oportunidades. Para otras, muy pocas, solo se trata de cambios de estaciones, pues saben que las verdaderas oportunidades las llevan bien adentro suyo, independientemente de los días del año.
Anteriormente nuestros antepasados dependían totalmente del clima y estos cambios de la naturaleza les afectaban fácilmente. Hoy en día esta dependencia es mínima. Aún así, es importante recordar y celebrar los cambios de estaciones, ya que son cambios de energía que provienen de la tierra misma.
Por estos rumbos a veces olvidamos y desvalorizamos a unas estaciones más que a otras, tal vez porque nos pesan en demasía. Aún así, debemos recordar la belleza que cada una de ellas conllevan.
Un fuerte trueno sonó a lo lejos y en fracción de segundos la luz se apagó.
“Esta porquería de tormenta” –murmuró para sus adentros la mujer.
Se levantó de su escritorio rústico, bajó lentamente la escalera y fue a tientas hasta la cocina. Cuando llegó buscó en el segundo cajón y sacó de allí una vela.
“Estoy cansada de los cortes de luz. Si no es porque no da a basto la provisión, es por causa de la naturaleza. Por esto detesto la tormentas, agua, agua y agua que cae por todas partes”.
Otro trueno sonó aún más fuerte y más cercano, y un relámpago le hizo eco. Ella se estremeció por dentro, desde criatura le daban miedos las tormentas.
Se apresuró en encender el fósforo y con él la vela. Cuando la llama se estabilizó, llevo el velero hasta su escritorio, vieja herencia de sus abuelos europeos.
– Ya no me atrasaré más. Sí o sí debo terminar esto hoy para llevarlo mañana temprano al diario.
Tomó una hoja blanca, un bolígrafo y recordó lo que había escrito hacía poco
Una ráfaga de viento movió fuertemente al árbol de la esquina.
Sintió frío, se levantó y fue a buscar un abrigo cuando sonó con fuerza un rayo que cayó no muy lejos.
“¡Qué porquería! ¿Será que tendremos otra vez una tormenta huracanada?” Se preguntó en silencio tratando de medir la fuerza del viento.
Miró de nuevo por la ventana y le pareció ver una sombra que se movía. Se arrimó al vidrio y notó que de hecho algo estaba moviéndose afuera.
Otra ráfaga de viento meció nuevamente a los árboles y se escuchó un sonido extraño.
“¿Será posible que ni siquiera autos haya en la calle con esta tormenta? Por lo menos así podría ver mejor”. Pero por más que se esforzaba no podía ver mucho más allá.
De nuevo escuchó un gemido, esta vez claramente.
Fue hasta el dormitorio y a gachas sacó la linterna de su mesita de luz, la encendió, bajó las escaleras y se arrimó a la ventanita que había en la entrada, la que daba a la calle, alumbrando al asfalto.
Vio correr a un pequeño gato que se refugió bajo el techo de una de las casas de enfrente.
En ese momento recordó su infancia, cuando después de las lluvias, en verano, solía encontrar pajaritos caídos y los colocaba en algún lugar donde su madre pudiera encontrarlos y llevarlos de nuevo al nido.
Ese mismo sentimiento volvió a ella, sintió un impulso fuerte de salir y socorrerlo, casi como si alguien le hubiera tocado el corazón. “Necesita tu ayuda”, su corazón palpitaba con fuerza.
Miró de nuevo por la ventana, dio un fuerte suspiro y tomó un viejo abrigo que tenía sobre el sofá, abrió la puerta y alumbrada con los relámpagos cruzó la calle. Al llegar a la vereda, tiró su saco sobre el gato, lo envolvió y lo apretó contra ella.
“¡Debo estar loca! La lluvia está helada” pensó.
Miró la puerta de su casa abierta y fue de nuevo hasta allá, ya era muy tarde para echarse para atrás.
Entro a su casa y cerró con llave, depositó al gato envuelto en el piso y se arrimó a la chimenea, tratando de encontrar el fósforo para prenderla.
– ¡Qué porquería! No hay un miserable fósforo cuando se necesita.
De repente una chispa de fuego encendió la raja. Blanca quedó muda.
Ella buscó al gato entre el abrigo pero no encontró nada.
Nuevamente vio una sombra que se deslizaba entre los muebles.
– Gatito, ven aquí –no tuvo respuesta, así que agarró la linterna y fue a la cocina, puso leche en un plato y regresó, dejándolo en el piso- Me quedaré aquí sentada en el sillón para no asustarte.
Una cabeza amarillenta salió tímidamente de entre los muebles y Blanca fue cambiando de color y de expresión, pasando del rosa ternura al blanco del miedo.
– Pero qué es…
El cachorro comenzó a beber la leche rápidamente y en un instante vació el plato, la miró como sonriéndole y comenzó a aproximarse.
Blanca se sintió mareada y en ese momento perdió el conocimiento.
Cuando despertó la luz ya había vuelto.
Estaba convencida que algún sueño la había inquietado. Se levanto del sillón y fue subiendo las escaleras hasta llegar al dormitorio (no sin antes apagar la luz del escritorio, de camino a su cama).
Al día siguiente, bien temprano, terminaría el escrito.
Fue hasta la cama, se cambió y se tiró bajo las sábanas, tapándose hasta el cuello.
Ya estaba durmiéndose cuando sintió algo caliente y peludo que se le arrimaba.
“¡Un gato… Yo no tengo un gato!” Gritó, de un salto se levantó y aterrada sacó las sábanas.
Allí estaba, pequeño y acurrucado, en un color amarillento, la miraba adormecido el pequeño dragón.
– ¡¿Qué es esto?!
Ella lo miró asustada, aunque algo en su rostro y en su comportamiento la llenó de ternura.
– Blanca, ¿qué pasa que llamas a esta hora? –murmuró una voz ronca por el celular.
– Necesito que vengas rápido, muy rápido.
– Estoy en 15 minutos –y cortó.
Ella dejó el teléfono y lo miró. El pequeño seguía insistiendo por lo que ella se arrodilló lentamente y con miedo extendió despacio la mano. El se arrimó y le extendió su pata.
– ¿Pero eres un gato o un perro? –murmuró sonriendo.
Con más confianza lo tocó y sintió que poseía una especie de piel peluda y suave.
Esos 15 minutos parecieron eternos, pero bastaron para que el cachorro quedara adormecido a su lado en el piso.
Un tiempo después la puerta se abrió y se sintieron pasos pesados que subían.
– Qué pasa, estás bien?. Me preocupé por tu llamado.
Ella salió a recibirlo en la salita de arriba.
– ¿No vas a creerme lo que encontré?
– Estás bien –la miró de arriba a abajo chequeando que todo estuviera en orden y su hermana entera, sin daños aparentes.
– Yo… No sé ni cómo decirlo. Ven conmigo –le tomó de la mano y lo llevó a su escritorio– Procura no hacer ruido.
– Mira, me levanté de la cama, dejé a Melisa asustada. Más vale que me hayas llamado por algo importante.
Ella le mostró al cachorro durmiendo.
– ¡Hija de tu madre! ¿Qué es eso? ¿De dónde salió? ¡Dame pronto una escoba para matarlo!
– Espera –lo detuvo interponiéndose- es… es una belleza.
El cachorro despertó y abrió enormemente los ojos, su cara pareció transformarse y fue hasta su hermano para lanzar un rugido.
– ¿Qué es esto? –gritó desesperado.
– Cálmense los dos -volvió a interponerse y el dragón quedó inmóvil en atenta espera de la respuesta- Es mi hermano. Te prometo que no te hará daño.
Lentamente su rostro volvió a cambiar, quedando serio.
– ¿De dónde lo sacaste. Es un animatronix o algo así? –se arrimó para atacarlo pero nuevamente su rostro se volvió amenazante.
– Espera, ve de a poco. Creo que no te tiene confianza –Gerardo se levantó y se apoyó por la pared, refregándose los ojos.
– Esto no puede estar ocurriendo. Debe ser un sueño, tal vez el wisky que tomé antes de dormir…
– No lo es. Yo tampoco lo creía hasta que lo toqué –fue hasta la cocina y regreso con una taza con leche, galletitas dulces y un pedazo de pollo.
– ¿Qué piensas hacer? ¿Alimentarlo y tenerlo como mascota? ¿Llevarlo a la tarde de paseo al parque?
– No. No sé. No creo que sea el único… parece un cachorrito.
– Ni lo digas porque eso me asusta aún más.
Se agachó hasta el animal y colocó todos los alimentos enfrente suyo
– Come –él la miró y olisqueó todo, probó un poco de cada cosa y volvió a mirarla, luego se acercó a su hermano para olerlo.
– Creo que ahora ya lo puedes tocar… con cuidado, no te muevas bruscamente.
Sin mirarlo a los ojos se agacho y pasó sus dedos sobre sus alas, el animal retrocedió, olió sus manos y lo miró fijamente, miró a Clara y luego se dejó tocar.
“No es de lo más confiable, pero con ella estoy seguro”.
– Dijiste algo –preguntó Blanca al momento que se llevó la mano a la cabeza.
– ¿Yo? ¡No! –se paró- ¡Es increíble, es peludo! Siempre leí que eran escamas, como un cocodrilo tal vez, en el mejor de los casos una serpiente.
– Tal vez estaban equivocados… o tal vez evolucionaron.
“Estuvimos antes y seguiremos estando. Es que somos de diversos tipos”.
Blanca palideció y miró al dragón.
– ¿Me estás hablando?
– Te hablaba yo –le dijo Gerardo interponiéndose.
El dragón batió sus alas, se posó sobre un sillón y lanzó un débil rugido casi un ronroneo.
“Selecciono quien me puede escuchar. No confío en él. ¡Su aura no es pura! Hay mucho egoísmo, muchas ansías de controlar e imponerse”.
– Gerardo el dragón habla. Me habla, lo escucho. Es como una voz en mi cabeza -gritó caminando de un extremo al otro de la habitación y llevándose las manos a la cabeza.
– Te habrás dado un golpe –él comenzó a mirar entre sus cabellos buscando rastros de sangre.
– ¡Déjame! ¿Qué haces? –se lo sacó.
“¿Por qué yo? Cómo viniste acá”.
“Desconozco la razón, las cosas siempre pasan según el mandato universal, no siempre lo entendemos aunque con el tiempo se aclaran. Te hablo a ti, porque tu aura es pura, tal vez un poco depresiva, pero prefiero eso a recibir un hachazo por la espalda”.
– Blanca, no me escuchas?. Tenemos que hacer algo –dijo zarandeándola.
– ¿Que? ¡Claro!
Afuera la tormenta aumentó su intensidad, mientras el viento rugía con todas sus fuerzas y el cielo se iluminaba con los relámpagos.
– Ha sido un placer, gracias por los bocaditos, pero debo irme –el dragón bajó del sillón y caminó a la puerta.
– ¿Qué? ¿Habla? ¡No! Todo me da vueltas, me siento mal –Gerardo se sentó.
– Pensé que no le hablarías…
– Detalles, detalles… Me llaman y debo ir cuanto antes.
– Pero no escuché nada.
– Por supuesto, no eres un dragón del aire. Si no me apuro la tormenta arrasará con todo. Necesito salir.
Blanca fue hasta la puerta y desllaveó.
– ¿Pero Blanca, qué haces? Estás dejando escapar algo invaluable. ¡Podríamos ser ricos de por vida!
– Pero lo llaman.
“¡Necios! Malditos necios que casi nos exterminaron”.
Lanzó una bocanada de fuego, Blanca corrió hacia su hermano gritando y al instante lanzó otro suspiro, con convirtiendo el fuego en hielo.
– ¿Estás bien? –ella abrazó a su hermano.
– Necesito salir. ¿No entienden que destruirán este lugar si no me voy?
– Casi lo matas –le gritó.
– Ellos no tuvieron piedad por nosotros. Nosotros hemos aprendido. La piedad es para los débiles, que son aplastados una y otra vez. Sobrevivimos hasta hoy por algo. Ahora… la puerta por favor o la quemaré.
Blanca se levantó y se apresuró a abrirle.
– ¿No nos dejarías ni siquiera una muestra? Para que no crean que estamos locos.
El cachorro lo miró desafiante.
– Sin pruebas materiales, nada pasó.
– Pero tengo una… El hielo –y lo buscó, derretido sobre la alfombra del piso.
El dragón se arrimó hasta la puerta y miró a Blanca.
– Ha sido un honor princesa. Y recuerda, “Al tiempo, tiempo”. El universo se encargará de darnos lo mejor para nosotros, aunque muchas veces no lo entendamos.
El cachorro miró al cielo. “Ya voy mamá” y remontó vuelo agitando sus alas.
Gerardo fue hasta su hermana.
– Nadie va a creernos…. Si por lo menos le hubiéramos sacado una foto, podríamos ganar algo de dinero.
– Tal vez a ti no te crean… Yo solo soy una escritora… Mira, la tormenta está pasando.
Poco después la lluvia paro y el cielo se aclaró.
– ¿Me ayudas? Tengo bastante que arreglar.
– Si… es increíble. Hubiera querido una prueba… algo.
– Tal vez sea ese tu mayor error. A veces solo hay que aceptar los regalos que nos da la vida.
– ¿A esto llamas un regalo?
– ¿Y tú como lo llamarías?
La escena se desvaneció, el libro se puso nuevamente obscuro.
Nadie nos prometió un jardín de rosas
, sin embargo depende de cada uno de nosotros plantarlas en nuestro jardín.
No me importa la religión, política o cualquier tipo de distinción que pueda separar a las personas, me gustan los puntos en común que logran unirlas; el esfuerzo por hacer de esta Tierra, nuestro planeta, y preservarlo. Admiro a la gente humana, aquella que se equivoca y acierta, porque es la que aún con miedos, logra aprender de sus errores y seguir en el camino.