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Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Tiempo de lectura: ~1 min. 39 palabra(s).
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Nunca antes había pensado sobre ello, al menos no de un modo directo: la humildad entendida en un sentido espiritual. No como mera pose, no como un “yo no valgo, no importo, o nada soy, no merezco galardones, ni tengo merito alguno», ni tantas otras cosas que solemos llamar humildad y que con frecuencia no son otra cosa que un disfraz, una pose, una mentira. No pienso en serio sobre ello hasta que en una entrevista que en televisión hacen a Rafael Álvarez va y saca él el tema. Es entonces, cuando tomo consciencia de que la presencia o no de humildad espiritual es precisamente una de las diferencias cruciales entre las distintas formas históricas que ha tomado el sobrenaturalismo y las distintas tradiciones paganas. Y, quiero hoy hablar de esa humildad, la espiritual, de su presencia en las tradiciones paganas y su ausencia en las de perspectiva sobrenatural. Paganismo y sobrenaturalismo son distintas formas de responder a una misma pregunta. Son las dos posibles respuestas, básicas, que un ser humano puede dar a la pregunta por la verdad, por la realidad, por su propio ser, cuando dichas preguntas son llevadas a su más profundo extremo. Ya he tratado en alguna otra ocasión el tema del punto esencial de partida del paganismo y del otro punto de partida que caracteriza la historia, hasta hoy, del sobrenaturalismo. Mientras el paganismo es una búsqueda de la verdad, el sobrenaturalismo afirma ser un encuentro con ella. Buscar la verdad exige admitir que no se la posee, afirmar que se la ha encontrado es afirmar que ya no necesitamos seguir con esa búsqueda, si no simplemente dejarnos asumir, iluminar y guiar por dicha verdad supuesta o real. Si el paganismo es un “no sé, pero quiero saber”, el sobrenaturalismo es un “necesitaba saber y ahora sé”, ya he dejado dicho en otro lugar que esa es, para mí, la principal diferencia entre las tradiciones paganas y las sobrenaturalistas. Ambas pueden desembocar en la humildad, cada una a su modo, pero solo una de ellas, el paganismo, parte de la humildad misma. El sobrenaturalismo consiste en sostener la existencia de un ser que es preexistente a todos los demás, incluido el propio tiempo, y que es el causante único y directo de la existencia de todos los demás seres existentes. Un ser al que consideran todopoderoso y al cual absolutamente nada puede limitar, no es por lo tanto un verdadero dios en el sentido que originalmente tenia la palabra dios, si no algo que, de existir, se encuentra incluso por encima de ellos, el Dios, con mayúscula, del que hablan los sobrenaturalistas no es un dios. A este ser diferente a todos los demás seres, los sobrenaturalistas, lo tienden a ver como poseedor de una consciencia y voluntad propias que se caracteriza por tres cosas fundamentales, su omnipotencia, su absoluta sabiduría y su infinita bondad. Y es en este contexto en el cual el sobrenaturalismo es capaz de generar una forma de humildad que le caracteriza, una humildad del débil ante el fuerte, del incapaz ante el que todo lo puede, del ignorante ante aquel que todo lo sabe, la humildad de aquel que cometiendo errores a cada paso en su vida diaria va y se encuentra ante aquel otro que por ser perfecto jamás podrá cometer alguno. Es la humildad del misero ante el grandioso, del sometido ante el amo absoluto, de la criatura ante su Creador. La humildad del que debe someter su voluntad propia a la ajena. De esa clase de humildad el sobrenaturalismo como es natural, dadas sus creencias, sabe mucho y bien poco o más bien nada el paganismo sabe de ello. Es una humildad nacida de la soberbia espiritual, de su “yo sé, aunque no lo entienda”. El paganismo consiste en sostener que todo lo existente se genera a partir de un caos indeterminado sobre el cual, desde el cual y en el cual, actúa una fuerza o conjunto de ellas que no le son ajenas y producen de esa forma un orden, y de ese modo a todos los seres. De esa forma se generan los dioses, la propia humanidad y todo lo demás. Todo ello forma, caos incluido, lo que llamamos Naturaleza, fuera de ella no puede existir nada, toda forma de ser se da dentro de ella. Los dioses paganos no son otra cosa que fuerzas de dicha Naturaleza a la que los paganos optan por rendir culto para un mejor interactuar con ellas. Mirando en profundidad podemos ver que en realidad hay significativas coincidencias entre ese Océano Indeterminado, o como lo queramos llamar, que el paganismo sostiene es el punto de partida, primordial, de todo lo existente y el Dios de los sobrenaturalistas. Pero si son importantes las coincidencias entre ambos conceptos también lo son, y quizá más, las diferencias. Ese Océano-caótico no es un ser, carece de voluntad propia, nada nos impone salvo las leyes de la naturaleza y eso solo por ser dichas leyes mera consecuencia del que hacer de las distintas fuerzas naturales que no podrían existir sin él. No es bueno ni malo, solo real. No es todopoderoso, aunque en última instancia de él provenga toda forma de poder y por supuesto carece de sabiduría de ninguna clase. Ante algo como Eso el pagano no se arrodilla, pues no ve motivos para ello. Se admira, pero dicha admiración le abre para sentir profunda admiración ante toda la creación, el mismo incluido. No ve un abismo infranqueable entre la grandiosidad de Eso y la miseria real o solo supuesta de todo lo existente, el mismo incluido. Todo ello produce en el pagano una humildad que no nace de sentir la miseria, real o no, propia si no de sentir la grandeza de todo lo existente. Soy humilde ante una hormiga no por ser yo una miseria, que no lo soy, si no por ser ella una enormidad que sí lo es. Y, una enormidad es la brisa, y enormidad es el olor del mar y una enormidad, seas o no consciente de ello, es lo que tú eres. Y de tomar consciencia de tanta grandeza es de donde nace la humildad pagana. JAMÁS SE LA DEBE CONFUNDIR CON LA OTRA. Pero para ello, para que esa humildad pagana surja primero se necesita de otra humildad, la humildad espiritual. Esa que no es otra cosa que el reconocimiento de que ante la grandiosidad del mundo y de todo lo que en él hay no nos queda más remedio que admitir nuestros propios limites. Que la existencia, el cosmos, la vida son un misterio, pero un misterio tan profundo que por mucho que lo tratemos de sondear siempre nos va seguir resultando insondable, y que hasta nuestros creencias más queridas sobre la realidad bien podrían estar equivocadas, y que pese a nuestro desconocimiento aquí estamos, sin que sepamos muy bien,en realidad, que es eso donde estamos y en realidad ni que es eso que somos. Pero esa humildad espiritual solo es posible mientras admitamos esta ignorancia nuestra, con todas sus consecuencias, y la perdemos en el mismo momento en que caemos victimas de la soberbia que nos hace sentir que ya sabemos lo que en realidad, inevitablemente, ignoramos. Hay pues un tipo de humildad de “partida” de la que el sobrenaturalismo carece y dos formas de humildad “de desenlace” , una la humildad pagana, la del reconocimiento de la grandeza, que nace de una humildad espiritual que le es previa, y la otra, una humildad sobrenaturalista, la del reconocimiento de las miserias, que proviene de una soberbia espiritual. Mientras la humildad de corte sobrenaturalista se busca imponer para negar la grandeza propia y de ese modo incrementar la consciencia de la grandeza de su Dios, la humildad pagana, nacida de una humildad espiritual, en cambio, enaltece al universo entero, incluido al propio ser humano que lo contempla y de ese modo se acerca a los dioses. El paganismo carece de la humildad del sobrenaturalismo, cierto, pero posee la suya propia. Yo no sé rezar de rodillas, eso se lo dejo a otros. Pero soy capaz de inclinarme ante los dioses, eso también, pues si me inclino ante la grandeza de una hormiga con igual o más razón me puedo inclinar ante la grandeza de los dioses, esa que jamás negará la mía ni la de nadie. Lilith Sinmás Tiempo de lectura: ~4 minutos. 958 palabra(s).
La gente siempre ha tratado de persuadirme de lo contrario… Por alguna extraña razón, nacida de ancestrales costumbres y optimismos superficiales, no ven el horror que se cierne sobre todos los mortales en esta época del año. Algunos, hasta me creen loco por declararlo. Tal vez, sólo tal vez, en otras latitudes sea diferente, pero en la Cuenca del Plata, donde los dioses de las fuerzas meteorológicas se ensañan con Buenos Aires durante todo el mes, el panorama es ominoso. Puesto a pensar en ello, no sabría decir cuál es el mayor de los horrores, cuál el peor de los presagios… Son tantos factores que, en realidad, tales disquisiciones carecen de importancia. El vivir y sufrir esos días, trasciende todo análisis, toda lucubración… Es la combinatoria de todos esos abominables horrores lo que resulta en vivencias que ni Dante, en su “Infierno”, pudo haber previsto. Ya a finales de noviembre, el aire cambia, y no sólo es la humedad, similar a la de un nauseabundo pantano del carbonífero; no sólo es el calor, que llega en impiadosas olas hasta límites perversos, también hay algo que se altera en la psiquis humana… La proximidad del natalicio del “Zombie Mágico” cambia las mentes, las consume como lo hace el gran Cthulhu en los mitos de H. P. Lovecraft. La irracionalidad, se potencia por los avatares del clima y por los infames mitos, pero mucho más por el virus mental… Esa cosa que llega a mitad de mes y que reduce el IQ de la mayoría al 20% de lo acostumbrado. Es entonces cuando la incertidumbre se presenta… Jamás he estado en peligro de afrontar la pena capital, pero se me antoja que los sentimientos sufridos por el condenado a la misma, son similares… El temor a que el flujo de electrones se interrumpa y el suministro eléctrico cese, se convierte en mayor a que lo haga el de la sangre en nuestras venas y a que el corazón se detenga. En cualquier instante, la pesadilla puede hacerse realidad y los 35 grados Celsius (de promedio, a veces hasta 46) pueden caer sobre uno como fuego abrazador, sin el misericordioso paliativo de ventiladores, bebidas frescas y acondicionadores de aire. Es en esos días, cuando la amorosa oscuridad, las sensuales tinieblas, se vuelven horrorosas arpías. Cuan gorgonas de la Hélade, su mera visión conlleva una muerte atroz. El manto de la beatífica Nix ya no trae el descanso, sino la claustrofobia de una oscuridad calcinante, de horas de insomnio y desgastante incomodidad. Las nubes, con sus hermosos grises, sus relámpagos y sus lluvias, abandonan el mundo, dejando a los seres vivos bajo todo el poder y la furia del Sol, cuyos rayos calcinan el asfalto y el cemento y elevan por los aires las pestes y los tufos de las cloacas, los desagües y los basurales. Lo anterior, redunda en la proliferación de moscas, mosquitos y otros bichos, dándole un toque de satánica exquisitez a la tortura de la vida urbana. Pero todo esto no es sino el preludio, la antesala del espanto final, del averno sin fondo… La siguiente fase comienza sin previo aviso… En las zonas céntricas de la ciudad: Masas de humanoides toman el control de las calles reclamando cosas absurdas, saqueando mercados e interrumpiendo el tránsito vehicular; dejando ver lo tenue que es el barniz de civilización que cubre sus selváticos instintos. Es entonces cuando, sin importar el medio de transporte con que se cuente, allegarse a unas pocas cuadras (calles) es análogo a soslayar a un sitio medieval, a moverse entre hordas de tártaros o hunos. Pero no es el mayor riesgo de crimen, asalto, de accidentes o violencia lo que atormenta a las almas sensibles en tal período, sino la visión de la verdadera naturaleza de nuestra especie, sin filtros y con la “música de fondo” de los discursos políticos, los reclamos salariales, la publicidad viral y la parafernalia navideña. Y luego llegan los terrores mayores, no sin picos indecibles de sensación térmica… Las “fiestas” y sus teatralidades… Esos momentos en que uno se encuentra con quienes no desea y que, en otro período calendárico, no saludaría más que por cortesía, pero que, en cambio, en tales días requieren de gastos inútiles de tiempo, energía, dinero e histrionismo. Algo en el aire, regresa al homo sapiens al tribalismo del holocénico y con ello llegan las canciones cacofónicas, las borracheras rituales y los patéticos intercambios de tangenciales reproches. Una infame y catártica interacción marca la pauta del “festejo”, ocultando sólo a medias a los celos, las envidias, los rencores y las frustraciones. Es un intento vano de darle sentido a lo que no lo tiene, uno que siempre fracasa. Finalmente, como broche de oro, se presentan los llantos, encubiertos o explícitos, por los seres fallecidos. Como si todo el ritual, el consumismo y los excesos, se asumieran como parte de una puesta en escena, de una mascarada, para cubrir la mediocridad, los temores y dolores de la vida humana; buscando alejar el miedo a la Muerte y al inexorable paso de los años con excesos y evasiones; para tratar de espantar demonios que ni la pirotecnia o las luces de colores pueden conjurar y de «acallar» a voces internas que ni la intoxicación etílica ni las indigestiones pueden silenciar. Es entonces cuando la pesadumbre final se yergue sobre todos y la resaca, los daños irreversibles al aparato digestivo y a las propias finanzas, son el marco a través del cual se proyecta la imagen de subsecuentes meses de hastío, rutina y sinrazón… Es entonces, cuando cesan los horrores del mes, pero sólo para dar paso a los de un año más (¿o sería más preciso decir que “los de un año menos”?). |