Confía en los dioses, cumple tu destino, mantén el balance,
deja tu marca, respeta a lo viviente, haz tu voluntad...
Tal es la naturaleza del camino pagano.
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Reflexiones Paganas es un proyecto concebido para desarrollar ideas de todas las tradiciones paganas ancestrales; volver a descubrir el modo de vida, la ética, estética y la filosofía que profesaban las personas de la Antigüedad, para luego adaptarlas a la modernidad. Sin embargo, este blog no se limitará a desarrollar únicamente temáticas religiosas, sino a todo lo que directa o indirectamente, sea susceptible de verse con ojos paganos.
La idea, es de crear un ámbito donde se pueda exponer el pensamiento ancestral, pre-cristiano, verdaderamente pagano; sus bases y fundamentos, sin mixturas o sincretismos (generalmente desafortunados). Se buscará, por un lado, orientar a quienes comienzan a transitar el sendero; pero también, informar y hacer reflexionar a aquellos que profesan otras creencias, ya que existe una gran desinformación y muchos malos entendidos al respecto de lo que, genéricamente, se suele englobar bajo el término de Paganismo.
-Si, si. Claro -murmuró su compañera sin levantar la vista de la computadora.
– En serio, ayer fui a hacer una meditación en un lugar especial, en el medio de la naturaleza… y comprendí que ya era tiempo que me deje de preocupar por lo qué dirán los otros y viva como yo realmente quiero.
– Y si… Así debe ser -musitó concentrada.
– ¿Me estás escuchando por lo menos?
– Sí… Más o menos… Es que tengo que terminar esto para entregarle al Presidente en unos minutos. Y no sé como cerrar la última parte, sobre la promoción de los televisores el mes pasado.
– Bueno, pero podes tomarte unos minutos. Si queres te hago café o te preparo un tereré.
– Realmente no creo. Quiero terminar ya esto, desde ayer que le estoy dando vueltas y vueltas…
– Vamos, es importante, te ayudará sentirte mejor y dejar de preocuparte tanto por el trabajo.
La señora se sacó sus anteojos y la miró lanzando un suspiro.
– Trabajo como loca porque mis hijos me necesitan. El día que tengas una familia comprenderás mejor muchas cosas. Ahora realmente quiero terminar esto, pero, ¿podemos hablar más tarde, te parece?
Lila se resignó y se fue a su oficina. Miró sobre su escritorio las planillas que debía digitar, las revisó y mientras encendía su máquina, sacó su celular.
– ¡¡Hola Carolina!!
– Ey, ¿qué tal te fue ayer con la meditación?
– Fue increíble, el lugar era hermoso. Vine transformada.
– Sí, estoy segura. El grupo era interesante.
– Así mismo fue. Lástima que no pudiste ir.
– Y es que era muy caro. Y este mes quiero ahorrar para festejar mi cumpleaños.
– Ay, ya te dije, lo del cumpleaños es algo muy temporal. Te conviene preocuparte más por lo trascendente.
– Si, ya sé. Pero cumplo 30 y y esta vez quiero festejar. Hablé con mis primos, van a venir, y claro, también con los amigos. ¡No te olvides!
– Claro que no.
– ¿Y de qué se habló?
– De varias cosas, sobre todo del tema de ser uno mismo y no preocuparse tanto por lo que piensen los otros.
– Sí, eso es muy importante. En algunas de las charlas a las que fuimos juntas, se tocó eso.
– Cierto, pero esta vez fue diferente.
– ¡Qué bueno! ¡Me alegro! Hablamos mejor esta tarde.
– No, quiero visitar a María.
– No te conviene, ella es muy cerrada para esto…
– Ya sé, pero tiene que cambiar, le hará mal.
– Y no sé… si te parece.
– Seguro. Hablamos luego -y así terminó la conversación y comenzó la jornada laboral.
– María, ya te dije que no soy ninguna tonta. Claro que tengo cuidado donde me meto.
La joven se sentó a su lado en sillón y comenzó a cebar.
– Vos sos demasiado buena y hay muchos avivados.
– Eso pasa en todos lados. En tu Iglesia también hay gente bandida.
María se acomodó el crucifijo.
– Sí, porque son personas. Las personas somos carne y nos equivocamos. Solo Dios es perfecto.
– La verdad es que Dios puede hablar a través de cualquiera. El está no solo en la Iglesia, está en la naturaleza, en quienes que nos rodean.
– A la Iglesia deberías ir. Yo creo que hablar con un sacerdote te podría ayudar.
– ¿Para qué? Si él es tan hombre como todos nosotros.
– Vos necesitas desahogarte. No hace falta que te confieses, ellos están para hablar.
– ¡Ay María, vos no entendés! Sos tan cerrada cuando queres.
– Igual que vos. Mejor hablemos de otra cosa en vez de pelarnos. ¿Y Arturo?
– No, es que tenes que aprender a aceptar a los demás.
– ¡Si no lo hiciera, no estaría hablando contigo! ¡¡Con vos, que tenes el pentagrama colgado por el cuello!! (¡Si te ve mamá ya sabes todo lo que te regañará!).
– ¡Pero no me aceptas!
– Claro que sí. Vos tenes tus creencias y yo las mías. Y una cosa es aceptarte y otra convertirme. ¡Soy cristiana, orgullosa y de las que creen que predicamos con el ejemplo! No confundas.
Lila refunfuñó para sus adentros.
– En serio, ¿que pasó con Arturo? ¿ya pasó algo?
– No. Dejamos de vernos -respondió seca.
– ¿Pero porqué? ¡Era tan bueno!
– ¡Era un pesado! Me decía que no tome, que no fume.
– Bueno, pero tal vez era porque le preocupabas.
– ¡Por favor! Era un mojigato que no fuma y apenas toma. Tal vez deberías salir con él.
– ¡Imaginate! Era tu chico, ni ahí.
-No en serio, creo que son tal para cual.
Un poco más de tres estaciones después, Carolina y Lila se encontraban en un café para merendar.
– Debemos darnos prisa, la boda será en unas horas.
– Ya sé.
– ¿Y qué pasa? ¿Qué es lo tan importante? De aquí voy a la peluquería y después a cambiarme. ¿No te emociona que hoy se casa María? ¡¡Qué gusto!!
– Es que ayer fui a una charla en la casa de Javier, super interesante fue. Estuvimos hablando sobre la importancia de aceptar a los otros, sean como sean.
– ¡No, espera! Me dijiste que era importante, cambié la hora de la peluquería… ¿Solamente para contarme una de tus revelaciones?
– ¡Claro! ¿Qué esperabas? ¡Esto es importante!
– ¿Qué te pasa Lila? ¿Hoy se casa nuestra mejor amiga? Yo pensé que te sentías mal porque descubriste que estabas enamorada de Arturo.
– ¿De Arturo? ¡Nada que ver! Me parece monótono y detestable. A María ya sé que le gusta porque es «bueno», a su estilo.
Carolina se levantó y dejó el dinero en la mesa.
– No sé que te pasa Lila. En serio. Trato de escuchar pero parece que vos no me escuchas. Durante todo este tiempo te acompañé y aprendí muchísimo. Pero este Javier no me gusta, hay alguna mala vibra. Y hoy… hoy es un día especial para nuestra amiga. Vos que hablas de aceptar y tantas otras cosas más, hoy deberías apoyarla, dejar de lado tus cosas por lo menos una vez.
– Pero claro que la apoyo, me iré esta noche, aunque ella esté tan cerrada conmigo.
– ¿Cerrada? Con todo lo que le decis y te escucha con paciencia. Lo que pasa es que vos queres que todos piensen como vos, sino son malos.
– ¡Claro que no! ¡Quiero que sean felices!
– ¿Felices? -suspiró resignada- En serio, esto ya es mucho, yo me voy.
Desolada Lila fue hasta la casa de Javier y hablaron sobre la incomprensión de las personas y para relajarse más, decidieron debatir mientras tomaban cerveza.
Cuando la joven miró su reloj eran las once de la noche. Se despidió con cierta dificultad y fue hasta el auto. Al prenderlo volvió a mirar la hora.
«Si me apuro podré llegar antes que termine la fiesta». Apretó el acelerador y poco después, quedó dormida sobre el volante.
– ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? Me duele la cabeza.
– Tranquila. Debe relajarse y poco a poco se aclarará todo.
La habitación era blanca, muy blanca, Lila se sentó.
– Respire profundamente.
Vio a su derecha una ventana que daba a un hermoso jardín.
– Tuvo un accidente.
– No lo recuerdo -sintió un punzante dolor en la cabeza y finalmente se fijó en su interlocutor.
Era un hombre de alrededor de 50 años con bata blanca , gruesos bigotes al estilo de los ´80, ojos negros y rostro afable.
– Fue por el alcohol. Recuerdo que bebí mucho… ¿Pero cómo no recuerdo el accidente?
– Fue muy duro, probablemente se debe a un golpe fuerte en la cabeza -miró de reojo su información del paciente.
– Pero estoy bien -se miró el cuerpo- tengo las piernas, no veo ningún tubo…
– Las secuelas internas no se ven físicamente.
– ¿Pero puedo caminar, no? -intentó ponerse de pie y mareada cayó de nuevo a la cama.
– Mejor no hagamos muchos esfuerzos hoy. Un paso a la vez, estuvo mucho tiempo dormida.
– ¿Estuve en coma? ¡Qué horrible! ¿o debería estar feliz? ¿Tuve alguna experiencia como la del túnel y la luz? -exclamó emocionada.
– Eso no lo sabemos. Esta es nuestra primera conversación. Mejor recuéstese y hablemos mañana. Pronto será hora de dormir.
La muchacha hizo caso, se acostó, se tapó y quedó profundamente dormida.
Al principio su sueño era agradable, pero de pronto regresó a aquella noche y recordó que no solamente bebieron mucho sino que también probó por primera vez un porro.
«Tal vez fue un exceso» pensó, y de repente se iluminó la habitación. Se despertó sobresaltada y vio que ya había amanecido.
Con un poco de esfuerzo se levantó y caminó hasta la ventana.
El jardín era enorme, con senderos de tierra bordeados por piedras blancas. La vegetación en su mayoría eran arbustos con flores y a lo lejos se distinguía una inmensa arboleda.
La puerta se abrió y entró un enfermero.
– Por favor, venga conmigo.
Ella lo siguió por un largo pasillo blanco hasta una puerta de madera reluciente. El enfermero la abrió y ella entró.
El Doctor estaba hojeando un libro del estante, al verla la invitó a tomar asiento y él tomó su lugar correspondiente.
– Sigue sin recordar el accidente.
Ella juntó los pies y asintió.
– Recordé… recordé que esa noche fumé marihuana. ¿Puede haberme afectado de alguna manera?
– ¿Era usual?
– No, fue la primera y última vez.
– No -sonrió- entonces no creo haya problemas. Tampoco hay registro de alcoholismo. Supongo que en algún tiempo lo recordará.
– ¿Es tan importante eso? ¿Cuando podré irme?
– Bueno, esperaremos un poco más. El recuerdo es rutinario para nosotros, para comprobar que ya esta cien por ciento.
– ¿Y mis amigas? ¿Puedo llamar a mis amigas?
– Lo siento, pero para el tratamiento necesitamos que esté aislada.
– Pero al menos dígame lo que tengo.
– ¿Qué más recuerda?
– ¡Todo! Eso creo.
– Está bien, mejor dígame cómo fue el accidente.
– Estaba muy contenta ese día. Aprendí sobre la aceptación y quise compartirlo con una amiga, pero ella… a ella supongo que no le interesaba o no era tan amiga mía como yo pensaba. No me hizo caso, se enojó y se fue. Me dejó sola.
– Pero porque se enojaría ante un mensaje tan bello? -interrumpió.
– Es que… era el día de la boda de nuestra amiga. ¡¡Ella prefirió ir a la peluquería ante que escucharme!!
– ¡Qué decisión! ¿Y ella siempre era así?
– Sí… -pensó un momento- No. Siempre hablábamos. Solo ese día… estaba emocionada por la boda. Cuando éramos niñas, solíamos jugar a que nos casábamos, imaginábamos como sería todo: el lugar, los invitados, las ropas y por supuesto que el novio también.
El doctor la miró como esperando un poco más de esfuerzo.
– Tal vez… tal vez yo debí haberme dado cuenta que no era el momento.
– Sí, tal vez deberías haber aceptado al momento, ir con él, no querer cambiarlo.
Adentro de Lila algo pareció explotar.
– Creo que por hoy tuvimos suficiente.
– Pero… si solo estuvimos hablando un momento.
– Quiere salir al jardín a pasear?. Luego podríamos continuar.
– ¡Sí, claro! ¡Se ve bellísimo!
El Doctor abrió una puerta que la llevó al jardín. Ella comenzó a recorrer los senderos entre las hierbas con flores mientras pensaba.
Empezó a recordar varias de las lecciones que había aprendido y se dio cuenta de cuántas veces las ignoró en la práctica. Eso la hacía sentir mal en un primer momento, luego le daba rabia haberse equivocado tan grande e incluso sintió vergüenza de sí misma ante lo que habrían pensado los otros al ver el enorme trecho que había entre lo que decía y hacía.
«Una falta de coherencia total».
En ese momento notó que por trechos el jardín se iba poniendo más denso, con arbustos enmarañados. Se sintió perdida y comenzó a buscar la salida sin llegar a ningún lugar.
– ¡Hola! ¿Hay alguien?
– ¿Lila? Es por aquí.
Ella siguió la voz por una especie de túnel de ficus, hasta que finalmente llegó al claro.
– Doctor, ¿qué hace aquí?
– A veces me tomo un breve descanso entre paciente y paciente, y vengo a este lugar para admirar la naturaleza.
– Seguro dirá que es la obra de Dios.
– No pensaba en eso. Generalmente no discuto estos temas.
– ¿Por qué cree o porque no cree?
– Porque escapa a mi comprensión. Yo estoy aquí y ahora. No me atrevo a hablar sobre lo que pudiera haber arriba mio o sobre lo que pudiera haber existido milenios antes que yo.
– ¡Guau, qué sabio!
El Doctor sonrío.
– Es solo el resultado de la experiencia. Mi trabajo es reconstruir; y en general las religiones, o mejor dicho, sus seguidores, destruyen por ellas. Pero esto no es el tema. Llegó y habló de religión, ¿miró siquiera el paisaje? Pensé que le gustaba la naturaleza.
Lila observó alrededor. En realidad era un sitio bellísimo, un jardín al estilo japonés, un claro con arbustos y plantas de hojas rojas con una pequeña laguna en el centro, todo bordeado por piedras blancas mientras que el lago era atravesado por un camino hecho con otras de un tamaño mucho más grande (lo suficiente para pisarlas y pararse sobre cada una, para atravesar el agua) con un pequeño puente en el medio.
También habían tres pajareras, dos bancos blancos de hierro rústico, algunos patos marruecos nadando en el agua, en grupo y cardumenes de carpas anaranjadas y blancas.
– Es cierto, es muy lindo y tranquilo.
– Y no lo vio hasta que se lo señalé.
– Si, es que temía que me viniera a hablar de Dios.
– ¿Y es eso tan grave que no le deja ver a su alrededor?
– Y no, la verdad es que aveces soy una tonta. Justo estaba pensando en eso cuando me perdí -y así comenzaron a hablar mientras caminaban de regreso.
– Fui una tonta, tanto hablaba y hablaba, y como una ciega cometía los mismos errores que tanto criticaba.
– A veces pasa eso -sonrío- Lo importante es darse cuenta y tratar de no cometer las mismas equivocaciones, no después de haber aprehendido la lección.
– ¡Me da tanta rabia!
– Es también importante aprender a perdonarse uno mismo. A veces se hacen cosas sin esa intensión específica. Eso es un error; pero cuando la intensión es dañar adrede, eso es otra cosa.
Siguieron conversando hasta que llegaron al jardín donde todo había comenzado.
– Le llevarán la cena en breve -se despidieron y Lila continuó pesando en su cuarto sobre todo lo que había descubierto en apenas dos días.
– Es el tercer día que recuerdo después del accidente. ¿Cómo es posible que no me acuerde del hospital? ¿de las heridas? ¿de algo más? -susurró mientras se abrazaba las rodillas en su dormitorio.
– Hay hechos traumáticos que bloqueamos por protección.
– ¿Protección a qué? No hace falta, ¡estoy bien!
– ¿Sabe alguna técnica de relajación?
– Claro, conozco miles.
– Bien, porque no probamos con una?. Pero esta vez, para que esté más tranquila, la guiaré yo. Ya sabe que tiene que dejar que broten sus sentimientos y recuerdos más internos, teniendo en cuenta que son solo recuerdos, no el presente.
Lila se relajó, respiró profunda y lentamente tres veces, y comenzó.
Inició recordando la merienda, la visita a Javier, el apuro con que salió y cuando subió al coche. Apretó el acelerador para llegar pronto a su casa, darse una ducha, cambiarse e ir a felicitar a los novios.
Se sentía mareada y tenía sueño, mucho sueño, hasta que cerró los ojos. Escuchó un sonido ensordecedor, abrió los párpados y vio dos luces que chocaron de frente contra su vehículo, el sonido del metal abollándose y gritos que no distinguía si eran suyos, ajenos o ambos.
Luego solo vio más luz.
Y se encontró mirando la escena desde unos diez metros atrás.
– Doctor, acá hay algo mal -susurró. El se acercó, le tocó el hombro y la ayudó a relajare aún más, antes de continuar.
– ¿Qué está pasando? -una mujer de 40 años gritaba en la calle, desaforada. Poco después vinieron los bomberos y la sacaron del sitio para inspeccionarla.
– Ella necesita ayuda. Yo no hice nada, salió de la nada -gritaba.
La policía llegó poco después y comenzó a desviar el tráfico.
Los bomberos se acercaron hasta su vehículo y trajeron una especie de abrelatas para separar los metales y sacarla por lo que había sido la puerta.
– Tiene el pulso muy lento -inmovilizaron su cuerpo sobre una camilla y la trasladaron al hospital con las sirenas gritando incesantemente.
– Signos de vida bajos -interrumpió el paramédico al abrir bruscamente la puerta de emergencias -Hay hemorragias internas y fracturas en diversas partes.
Poco después de llegar al quirófano se hizo un silencio profundo.
– Hora de defunción… -un enfermero tapó el cuerpo con la sábana y lo llevó a la morgue, apagando las luces.
– ¡No! ¿Qué es esto? -se levantó de la cama. No puede ser. Estoy en un psiquiátrico.
– Nuestro nombre depende de la cultura de cada uno -sonrío.
– ¡No estoy muerta! Si lo estuviera estaría ahora frente a Dios o a San Pedro.
– Pensé que no creía en Dios.
-No… digo sí. No sé.
– Piense un poco más. ¿Qué pasó después?
Ante sí vio las imágenes. El velorio sin muchas lágrimas y el entierro en el Panteón familiar.
María no pudo asistir porque estaba en su luna de miel, recién al llegar al aeropuerto de Brasil se había enterado de lo sucedido. Carolina dio los pésames de nuevo a su hermana y se despidió.
Cuando se cerró la puerta ella corrió y la empujó vanamente, todo se puso obscuro y finalmente, luego de un tiempo imposible de medir, despertó en el cuarto.
– ¿Dónde está Dios? ¿Iré al Infierno?
– Después de tanto buscar, todavía no encuentra la verdad? -la tomó del brazo y salieron a pasear por el jardín- Dios está en todo. Los opuestos, el infierno y el paraíso, son metáforas de lo que puede se encontrar en este lado o incluso de cómo puede ser la vida en general, según sus sentimientos.
Las personas con miedo pueden quedar sumidas en la obscuridad más profunda, como te pasó a ti; aquellos con rabia pueden verse en un infierno, una guerra y un montón de cosas más, todas terribles; mientras que generalmente a las personas en paz, los buscan sus seres queridos.
– ¿Y dónde está papá?
– El ya está en otra vida… y cuando hablaba de los seres queridos, me refería a cómo ellos nos ven…
– ¿Sos un ángel?
– Ángel, guía, elohim, devas… nos dan muchos nombres.
Siguieron hablando y conversando durante mucho, mucho, mucho tiempo, viendo sus aciertos y equivocaciones, los puntos que debía mejorar y lo que necesitaba aprender.
– Bueno, creo que ha llegado el momento -dijo de pronto.
– ¿El momento de qué?
– De encarnar nuevamente.
Lo miró asustada y ante ella se abrió una puerta de luz imposible de mirar directamente.
– Aquel es el contexto más adecuado para lo que necesitas aprender.
– Tengo miedo.
– Es normal.
– ¿Y si lo hago todo mal de nuevo?
– Ya sabes que no existen los extremos. Todo es un aprendizaje. Será diferente pero te permitirá enfocarte en los puntos que habíamos mencionado.
Ella dudo un momento.
– ¿Dolerá?
– El parto siempre duele un poco, pero pasa pronto. Es mucho más impactante el cambio de dimensión y el trajín del momento. Luego, olvidará todo esto, y comenzará de nuevo.
Lila lo abrazó fuertemente y corrió hacia la puerta.
– Mira Zuleica, ¡finalmente llegó Yasmín! ¡Bendito sea Alláh!
¿Quieres ser inmortal? ¡Haz algo extraordinario!
Carl Sagan
Guerrero sioux oglala… Así luciría Tasunka Witko (Crazy Horse), de quien no se conoce fotografía o imagen fidedigna.
«¡Hoka Hey!» (en lengua lakhota: «¡Hoy es un buen día para morir!»), fue un grito de guerra que se escuchó en las cercanías del río Little Big Horn, en el territorio de Montana, Estados Unidos, a finales de junio de 1876, cuando se llevó a cabo la célebre batalla entre Tasunka Witko («Crazy Horse» o literalmente: «Su caballo es loco», 1840 – 1877), el gran guerrero y jefe de la tribu Sioux Oglala y el infame comandante del 7° Regimiento de Caballería de USA, el Teniente Coronel George Armstrong Custer.
El primero, comandando a los bravos guerreros de su tribu natal, luchando por su tierra y su derecho a vivir en libertad; el segundo, un genocida y racista, con pretensiones políticas para la Casa Blanca, que no dudó en matar a centenares de hombres, mujeres y niños aborígenes americanos y violar todos los tratados existentes, para lograr sus fines.
Pero el propósito de esta nota, no es narrar dicha batalla, ni como «Caballo Loco» hizo justicia a su pueblo y herencia cultural, al aniquilar a su enemigo, a los «wasichus» o invasores blancos, sino más bien rescatar aquel grito, para dar nombre a una virtud pagana olvidada: La de saber morir bien.
Saber morir es tan importante como saber vivir:
Los humanos modernos, sin importar la cultura natal, la religión que practiquemos o el nivel de educación que tengamos, solemos olvidar el hecho más importante de la Vida: La Muerte. Tratamos de no pensar en ella y de dejar circunscriptos a los cementerios y lugares de respeto y remembranza de los difuntos, todo pensamiento o sentimiento al respecto.
Se ha perdido un saber inapreciable, un conocimiento trascendente: La idea de que vivimos para la muerte, que nuestras vidas son menos que un parpadeo en la Eternidad, que el polvo y el olvido es el destino de los hombres. Un conocimiento que ha estado presente ya desde los primeros escritos humanos, como el que sigue:
«Gilgamesh, ¿a dónde vagas tú? La vida que persigues no hallarás. Cuando los dioses crearon la humanidad, La muerte para la humanidad apartaron, reteniendo la vida en las propias manos. Tú, Gilgamesh, llena tu vientre, goza de día y de noche. Cada día celebra una fiesta regocijada, ¡Día y noche danza tú y juega! Procura que tus vestidos sean flamantes, tu cabeza lava; báñate en agua. Atiende al pequeño que toma tu mano. ¡Que tu esposa se deleite en tu seno! ¡Pues ésa es la tarea de la !»
(«Poema de Gilgamesh», Tablilla X, Columna III – h. 1500 a.C.)
Sin embargo, pese a la innegable realidad de lo anterior, el paganismo ancestral, en casi todas sus tradiciones, proponía una visión valiente y realista ante aquel destino final que a todos nos espera. No la de lamentarse, no la de ocultar el temor o mantener lejos todo pensamiento sobre el final de la existencia sino, muy por el contrario, usar este conocimiento como una herramienta para vivir plenamente, para ser felices y sacarle el máximo provecho y placer a la vida.
No se trata de ninguna verdad «revelada», de ningún conocimiento «iniciático» o «arcano». No hace falta llevar a cabo viajes exóticos o largas meditaciones, para llegar a vivirlo… Tan solo de la simple sabiduría del sentido común, emanada de aquellos hombres y mujeres, que por miles de generaciones, veían a la Muerte a los ojos, desde muy cerca. No en hospitales esterilizados y pintados de blanco, sino en cualquier momento y lugar, de manera violenta, cuando había guerras, rapiñas o depredadores; de manera subrepticia y silenciosa, cuando llegaban las plagas o las hambrunas.
Aquellas personas antiguas, aprendieron a vivir con la Muerte siguiéndoles los pasos desde muy cerca y justamente por ello solían ser, por momentos, más felices que nosotros (no siempre ni constantemente, porque la felicidad permanente es sólo una quimera) y también tener vidas plenas y enérgicas.
Ese conocimiento, que nos legaron los ancestros y que fue olvidado por la cultura moderna, no es inaccesible, sino que sólo requiere un mínimo de contemplación de la existencia y de nuestro papel en ella. Es en verdad simple: Hay que estar preparado para morir en el presente día, vivir cada día como si fuera el último.
Eso, por sí solo, hará que se viva con intensidad cada momento, valorando cada minuto, siendo conscientes de cada segundo. Si no se abandona la idea de que la muerte está a la vuelta de la esquina, la vida se vive con intensidad, con la percepción aguzada y aumentada, con total consciencia de cada momento.
El pagano se considera a sí mismo, un guerrero. No porque busque la violencia o la guerra, sino porque siempre está preparado para luchar contra los obstáculos de la Vida y contra las injusticias de los hombres. Como tal, tiene miedo de la muerte como cualquier otro ser finito, mortal… Pero sabe que es preferible afrontarla con integridad y no vivir como un roedor asustado, escondiéndose en los rincones más ominosos por el solo hecho de tratar de vivir un segundo más.
Para vivir bien, hay que saber morir bien y para morir bien hay que haber vivido bien. Esta simple verdad, es muy poco reconocida y valorada por los sistemas de creencias dominantes. Tanto sea por las religiones (supuestamente) «reveladas», como por las ideologías y filosofías de corte humanista (predominantemente ateas).
La muerte es el evento humano que más significado da a la vida, no sólo porque es algo irrepetible, algo que ocurre sólo una vez y no tiene vuelta atrás, sino porque es el epílogo de toda la existencia, el final de la historia personal de cada individuo. La muerte es la «graduación» de la Vida, el final del camino.
Todos los humanos queremos tener una buena vida, plena de disfrutes, logros y satisfacciones. Sin embargo y aun sabiendo que a todos nos llegará la última hora, pocos son quienes se preocupan por tener una hermosa muerte.
Memento Mori
Los antiguos romanos tenían una sana costumbre: Cuando sus héroes y generales desfilaban frente a la plebe por las calles de Roma, en su momento de mayor gloria, luego de alguna campaña victoriosa, siempre había un esclavo tras de sí, que sostenía la corona de laureles sobre su cabeza, pero también le susurraba al oído: «Memento mori» («recuerda que morirás»). Algunos creen, basándose en el escritor cristiano Tertuliano, que la frase en realidad era: «¡Hominem te esse memento!» («recuerda que eres sólo un hombre»), pero esta última versión es tardía y desconectada del propósito original.
Con esa acción, los romanos (y quizás primero los sabinos, desde donde se supone se originó la costumbre) querían recordar al héroe, al poderoso, que su logro era efímero, tanto para que no abusara de la fama y el poder ganado, como para que no perdiera de vista su destino.
Hay un viejo proverbio que dice: «Se vive con dignidad, no se muere con ella, porque ninguna muerte es digna». Pero esto es falso, ya que no es la muerte misma lo que solemos temer o rechazar y lo que se puede aceptar y tratar de experimentar conscientemente, sino su prólogo. La Muerte, sea lo que fuere que implique para el Ser, si el paso a otro «plano» o la aniquilación total y final, no es «el acto de morir», sino su consecuencia. El «acto de morir» es lo que todo humano puede llevar a cabo con dignidad o patetismo; con consciencia o sin ella; con valor o cobardía.
Son esos minutos «antes y durante» el proceso, los que definen lo dicho con anterioridad, el acto de morir, el epílogo de la vida y no lo que ocurre después, que ya no le está dado a conocer al Hombre, ni es relevante para la existencia terrenal de quien fuera un individuo durante los días de su vida.
Memento Mori (Reduerda que morirás)
La Muerte es el propósito de la Vida, no hay en la Naturaleza nada que sea inmortal, imperecedero, permanente. Para los paganos, hasta los dioses terminan por morir con los eones de la Eternidad. Los universos, los planos del ser y todo lo que existe ha de dejar de existir, pero no en vano, sino para dar lugar a un nuevo comienzo, a una nueva vida y a un nuevo Cosmos.
La física moderna ha demostrado que la energía no se pierde. Esto lo formula el Primer Principio de la Termodinámica (también llamado de la «Conservación de la Energía»), que muchas veces se toma de manera distorsionada y se interpreta aquello de: «Nada se crea, nada se pierde; todo se transforma.», postulado por el químico francés Antoine-Laurent de Lavoisier (1743 – 1794), pero tomado como una evidencia de la inmortalidad del alma o la esencia del Ser.
Tal cosa es errónea, porque si bien la energía nunca desaparece ni se aniquila, existe el Segundo Principio de la Termodinámica, también llamado «Entropía», el cual dicta que la energía cada vez que sufre alguna transformación, va degradándose, al punto de que (como hoy día se conoce científicamente) el Universo terminará, luego de incontables millones de años, como un inconmensurable páramo oscuro y frío, mucho más grande que hoy día y contendrá sólo fotones de muy baja energía, incapaces de generar luz o calor. Algo así como los postreros cadáveres de la energía y la materia que actualmente conforman a las galaxias, los soles; a los planetas y seres vivientes.
Este concepto es odiado y temido por la mayoría de los filósofos y teólogos optimistas, porque los obliga a considerar la extinción final de todas las cosas, incluso del mismo Universo. Sin embargo, en el Paganismo, no existe tal preocupación, porque la concepción cíclica garantiza que, de uno u otro modo, todo volverá a comenzar y si bien los individuos desaparecerán, la Naturaleza continuará por siempre.
Pero, sin embargo, hay algo que la física sabe y que rara vez capta el interés de los «creyentes» de cualquier sistema espiritual o de los filósofos propensos a la metafísica, porque todos estos sólo se interesan en la posible supervivencia del «alma individual». Hoy día se conoce que «la información nunca se pierde». Pero, ¿Qué significancia o importancia puede tener esto para los seres humanos? Nada más y nada menos que el conocimiento (no la creencia o la superstición, sino el saber real) de que toda obra, todo pensamiento, todo acontecimiento desde siempre y hasta ese estado final de la existencia, antes descrito, no desaparecerá jamás.
Dicha información puede o no ser accesible al Hombre (por ahora no lo es, si esta «en el pasado», pero nada impide que la evolución de la tecnología y de la consciencia nos permita acceder a ello algún día), pero jamás desaparecerá, dándole con esto una profunda y tremenda importancia y significado a cada segundo de nuestras vidas, a cada palabra, a cada interacción.
Esto dimensiona a la Vida de manera diametralmente opuesta a como la plantean los sistemas hegemónicos de creencia y pensamiento: La vana búsqueda de la inmortalidad, la absurda idea del «perdón y el olvido» de las malas acciones; de los fracasos y miserias, es sólo el producto de la debilidad de nuestra memoria, pero en modo alguno implica que lo que ha pasado cambie, se modifique, se solucione o pueda compensarse.
Nuestras vidas son evanescentes, efímeras… Pero los hechos de las mismas, nuestras acciones, reverberan en la Eternidad…
No es en la inmortalidad, en donde el pagano debería enfocar sus energías y su punto de vista, sin que esto implique negar su posibilidad o incluso su realidad, sino en el legado que deja y dejará a la memoria de la Humanidad, pero también a esa otra «memoria» indestructible y eterna del propio Universo, de la Existencia. Si se quiere, por decirlo de una manera poética, en aquella memoria de los dioses, la cual jamás sufrirá el «olvido».
No se trata de vivir «en el pasado» o «para el pasado», sino de hacer buen uso del presente y de terminar la «batalla de la vida», sino victoriosos, al menos con dignidad y honor, con la mayor conciencia posible de uno mismo y de lo que se ha legado y dejado atrás.
No nos debería asustar la Muerte, esa amiga bienhechora, que se llevará consigo todo dolor, toda ansiedad y toda miseria. Todo dolor está en la Vida, no en la Muerte. Deberíamos preocuparnos por cómo transitamos el camino de la Vida y como cerramos dicho viaje, como damos un final a nuestra historia personal.
Todos queremos vivir 100 años, es algo lógico, incluso visto desde el punto de vista de quienes pretenden darle un sentido trascendente a sus existencias. Una vida corta implica menos tiempo para hacer, lograr y disfrutar. Sin embargo, y con mucha frecuencia, esto suele ser una falacia… ¿Cuántos millones de seres viven 80 o 90 años sin que sus vidas hayan tenido sentido alguno, sin haberse conocido a sí mismos, evolucionado sus conciencias; sin haber dejado legado alguno a sus familias o allegados, a su cultura o a la Humanidad?
Es común ver el dolor y las lágrimas de los mayores por la muerte de los jóvenes. Esto es lógico cuando se trata de seres a quienes el Destino negó la consecución de una vida, lo suficientemente larga, para ser significativa y memorable. Pero estas gentes lloran también por los héroes caídos, por los notables fallecidos, por los íconos reclamados por Thánatos.
Tal cosa demuestra la supina ignorancia en que la mayoría vive. No se piensa que, tal vez, ese ser fallecido cumplió con su vida y su destino, que legó algo (no importa cuán grande o pequeño) a su entorno y que si jamás es olvidado, no debería ser llorado, sino glorificado.
Aquiles y Héctor
A todo pagano se le presenta alguna vez en la vida, el dilema de Aquiles: Vivir una vida larga y mediocre, oscura y olvidable o una corta y gloriosa, que jamás fuera olvidada. Libre como es cada ser humano de vivir su vida como mejor le plazca, no es digno de llamarse pagano quien pretenda transcurrirla en forma mediocre y regodearse en ello.
No se trata de desear o propiciarse una vida corta o una muerte dramática. No es el suicidio, directo o indirecto, el camino del paganismo. De lo que sí se trata es de no optar por vivir más, sino por vivir mejor. Aquiles no optó por una vida corta porque quisiera morir, sino porque no quería vivir en vano.
Muchas personas se conmueven y valoran a esos patéticos seres que se aferran a la vida, aún en los últimos momentos de agonía, tan solo por vivir una hora más. Ese tipo de «resistencia» no es una virtud, sino el efecto o la expresión del temor y la ignorancia. Una cosa es no aceptar la muerte sin luchar, porque nadie conoce si realmente es su destino morir en ese momento y otra muy diferente es no saber aceptarla con serenidad, dignidad y alegría, al momento en que ya no quedan dudas de que sobrevendrá.
Un verdadero pagano, debe hacer de cada jornada «un buen día para morir», no buscando que esa sea la última, pero tampoco escapando de la vida, del destino o de los desafíos que se le presenten para tratar de evitar que ese sea día el postrero. Aceptando que, en cualquier instante, el momento funesto puede llegar, vivirá a cada uno con la intensidad del héroe, del guerrero.
Sólo se trata de pensar, para nosotros mismos: «memento mori» («recuerda que morirás»). Tal como hizo Crazy Horse en aquella batalla a la cual sobrevivió y de la cual quería salir con vida. Su grito no implicaba: «hoy es el día en que quiero morir», sino: «ningún día de mi vida sería mejor, que el de hoy, para que me llegue la muerte».
Una vida así vivida, es una vida que valdrá la pena y que producirá una sonrisa final, en el momento de cerrar los ojos por última vez. Por supuesto, casi nadie podrá lograr esto a cabalidad, pero sí tratar de alcanzar dicho objetivo, con todas sus energías y con toda su voluntad.
Héroes y mártires:
No hay que mezclar los tantos, entre la idea de morir luchando por un ideal y la de dejarse matar por el mismo. Lo segundo, el «martirio» puede o no ser algo meritorio, según el color del cristal con que se mire. Pero también es una vida desperdiciada, porque fue entregada sin lucha, sin resistencia.
Por el contrario, ninguna vida es más significativa, y ninguna muerte más gloriosa, que la de aquel que deja esta existencia al defender o luchar por sus ideales, al tratar de sostenerlos; por proteger a quienes no pueden defenderse, por salvar a otros y por promover la justicia, la libertad y la verdad. He ahí la diferencia entre el héroe y el mártir: El héroe muere luchando, el mártir se deja matar.
Todavía hay otra diferencia en estos dos tipos de seres: El verdadero héroe, no espera que otros mueran junto a él, si puede evitar otras muertes, lo hará. El mártir suele buscar que sus pares lo «sigan» en su desventurada empresa (como es frecuente ver en muchas sectas alucinadas) y muchas veces, como se da entre los extremistas musulmanes modernos o entre los primeros cristianos, aspira a llevarse la mayor cantidad de víctimas con él.
Las valkirjas, siervas de los dioses, quienes llevaban a Valhalla a los héroes caídos en batalla.
No es común que, en los tiempos modernos, alguien muera en «batalla» manteniendo la filosofía del guerrero. Incluso aquellos que se ven forzados (o acuden de manera voluntaria) a participar en las tristemente numerosas guerras de la actualidad, rara vez mueren por un ideal y pocas veces tienen conciencia de porque están luchando.
Por otra parte, también suele ocurrir lo opuesto, entre aquellos individuos que matan y mueren cegados por un oscuro y trágico fanatismo (generalmente religioso o político). En estos casos, el heroísmo les es desconocido y llegan a su final impulsados únicamente por el odio y la ignorancia.
No se trata pues, de recomendar que, hoy por hoy, nadie trate de tener una «hermosa muerte», como los hoplitas griegos decían y que las Kers de los aqueos o las Valkirias de los vikingos, vengan por sus almas. Más bien se trata de no buscar una muerte lenta y decrépita, una larga agonía sin sentido. La «batalla» puede estar, para el guerrero pagano, en cualquier parte o ámbito.
Sería un error interpretar todo lo anterior como un aval para descuidar el cuerpo y la mente, para someterlo a vicios o actividades que lo debiliten o degraden. Nada más lejano hay en ello que el pensamiento pagano: El pagano no teme al exceso, pero tiene como regla la moderación. «Nada en demasía» («μηδὲν ἄγαν») decía Solón de Atenas, lo cual se convertiría luego en el famoso «credo griego».
El pagano no teme resultar herido o muerto por defender lo que cree justo, pero en ningún caso desea que esto ocurra. Un viejo refrán dice: «Soldado que sobrevive sirve para otra guerra». Esto a veces se toma de manera irónica y se lo iguala a la cobardía, pero en realidad no es así. El verdadero héroe no teme morir, pero trata de sobrevivir a toda costa, salvo en el caso de que su supervivencia implique el fracaso de su propósito. Trata, porque sabe que si lo logra, podrá protagonizar otra futura victoria, otra posible hazaña.
¿Y qué del hombre «común», de aquel que vive, día tras día, enfrentando las pequeñas luchas y miserias de la existencia? Ninguna consideración cambia, excepto que se deje abatir por la rutina; que el automatismo, el aburrimiento y la sinrazón lo venzan.
El «campo de batalla» para el guerrero pagano, puede ser cualquier cosa o lugar. Un médico puede ser un guerrero que lucha contra la enfermedad, un barrendero uno que lucha contra la suciedad, la contaminación y a favor de la higiene. Hay guerreros famosos y otros anónimos, pero la diferencia no estriba en ello, sino en el accionar a través de la vida con indolencia, con inconsciencia o bien hacerlo con decisión, premeditación y pasión. Incluso si se está equivocado en el camino que se toma, es respetable aquel que lo hace con coherencia y fervor y lo lleva hasta las últimas consecuencias.
Tal como decía Bruce Lee: «El crimen no es el fracaso, sino apuntar bajo. En los grandes intentos, es glorioso incluso fracasar.»
La energía es limitada, en el Universo, en un sistema dado o en cualquier individuo. Esto implica que una vida intensa sea, por lo general, más corta que una apocada y laxa. ¿Acaso no es una pregunta de uso común aquello de «por qué los grandes, los más valiosos, mueren jóvenes»? Sin embargo, el pagano cree que la variante corta y plena vale mil veces más que la larga y mediocre, que 100 años inútiles o sometidos a una vulgar rutina, no valen lo que 100 días vividos con sentido, plenitud y gloria.
Los griegos decían que existían tres caminos para servir a los dioses: El heroico, reservado para pocos; el sacerdotal o iniciático, que era sólo para quienes quisieran vivir de ese modo y el del hombre común. Mientras éste último siguiera los parámetros que los dioses olímpicos habían signado para él, su destino no sería menos digno que el del mismo Herakles.
No se trata entonces de que el «guerrero pagano» moderno viva como un vikingo, un sioux, un espartano o un samurái, sino que recuerde aquellos valores ancestrales de desafío y fortaleza ante la muerte y el peligro, y trate de adaptarlos a su tiempo y a las actividades que lleva a cabo en su propio mundo.
No es igual morir mientras se vive plenamente, sin importar que sea a manos de otros, en un accidente, por enfermedad o lo que fuere, que extinguirse cuando el último hálito de vitalidad abandone el cuerpo, luego de vegetar por décadas, con sólo temor al futuro y añoranzas del pasado. Esa es la diferencia. Quien no deja un legado en la vida, del tipo que fuere, no ha vivido dignamente y, por tanto, no tendrá una muerte digna ni habrá día, por más que viviere 1000 años, que encuentre bueno para afrontarla.
El morir como reafirmación del sentido de la Vida:
Existe la creencia popular de que Sócrates cometió suicidio. Esto es el producto de mentes estrechas, que leyendo al «Critón» y el «Fedón», no alcanzaron a captar la idea central por la cual el filósofo decidió aceptar el destino que le imponían las leyes atenienses, sin escapar de su cautiverio o sin oponer resistencia al mismo, incluso cuando sus amigos-discípulos habían propiciado tales posibilidades. Algunos otros, quizás los más, ni siquiera han leído estos libros, pero toman como un «hecho» la opinión de los primeros.
Muerte de Sócrates, por Jacques-Louis David
La realidad es que, al menos si nos basamos en los escritos de Platón, su amigo y discípulo directo, Sócrates dio su vida por lo que creía. No por un sentido meramente «heroico» relativo al respeto de sus propias ideas, sino por algo más importante: El filósofo ateniense trató de vivir toda su vida en acuerdo con las leyes de su patria, de la Atenas que tanta grandeza le dio a Grecia. El desatender la decisión del tribunal que lo juzgó, aun cuando él estaba en completo desacuerdo con el resultado del juicio, habría sido equivalente a destruir el esquema mismo de su propósito en la vida, el sentido más profundo que, para él, tenía la misma.
De nuevo, no se trata de tener deseos de morir, sino de no desear seguir viviendo, si la supervivencia implica la destrucción del sentido de la propia vida.
Otro caso similar, es el que puede extraerse del célebre Epitafio de Simónides, en honor al rey Leónidas I de Esparta y a sus 300 bravos hoplitas, muertos en la Batalla de Termópilas. El mismo no habla de la hazaña inmortal de estos, ni de sus virtudes como guerreros o la forma decidida en que fueron a la batalla, pese a enfrentar a un ejército cientos de veces más numeroso que el propio. El epitafio dice:
(«Extranjero, ve y di a los espartanos que nosotros aquí yacemos en obediencia de sus leyes.»).
Nada había mejor para decir que ello. Nada había más glorioso que morir respetando aquellas leyes por las cuales estos guerreros habían vivido. El rendirse, el retirarse o pactar un acuerdo con los persas, habría sido equivalente a olvidar la razón primaria de sus vidas, el más profundo sentido que les habían dado a las mismas. Ser infieles a esas leyes, a esos valores existenciales, era para ellos, mucho más difícil, que el hecho de afrontar la muerte con determinación y serenidad interior.
De estos ejemplos, se infiere que no se trata de «buscar la muerte», sino de no «buscar salvarse de ella», si el precio es demasiado alto.
Esta decisión, no necesariamente se ha de dar en las vísperas de una batalla. Por lo general, se da como el producto de una reflexión de años… a través de las más rutinarias de las actividades humanas. Nunca puede ser tomada in situ. La única manera de poder ser consecuente con tales valores, es prepararse cada día para ello.
Ni Sócrates ni Leónidas debieron tomar la decisión de hacerlo, en sus últimos días, porque pasaron sus vidas del mismo modo que Crazy Horse, el personaje que inspiró el comienzo de este artículo, pensando cada mañana que: «Hoy es un buen día para morir (si fuere necesario para ser consecuente con mi vida)» y que el destino o los dioses serían los que decidirían en cuál de de esas jornadas, habría de cumplirse tal evento.
Si los paganos modernos nos proponemos el tratar de emular a aquellos ancestros y redescubrir la sabiduría que sobre la Vida y la Muerte éstos tenían, nuestras vidas adquirirán mayor sentido, serán más plenas (¡incluso más felices!) y un día, llegado el momento, podremos cerrar los ojos sonriendo ante la visión de la Laguna Estigia.
Vivamos entonces, cada día, gritando real o figurativamente:«¡Hoka Hey!», porque esa debe ser la manera pagana de afrontar la muerte y también, ese otro corto período que la precede, al cual solemos llamar la vida.-
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