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Los creyentes de algunas religiones, piensan que son poseedores de la Verdad, y peor aun, que...

     
Tiempo de lectura: ~20 minutos. 5928 palabra(s).

Los creyentes de algunas religiones, piensan que son poseedores de la Verdad, y peor aun, que pueden imponerla a sus semejantes. Este artículo trata de un grotesco caso de discriminación y acoso, ocurrido recientemente y de una reflexión sobre la necesidad de proteger los derechos de las personas, ya sea para que puedan creer lo que deseen o bien no creer en nada.


Introducción:

Por lo común, cuando se habla de “libertad de consciencia”, las personas asumen que alguien tiene derecho a disentir respecto de ciertas normativas legales, de obligaciones cívicas, de códigos protocolares o cosas parecidas. La principal razón para esto es, en general, que dicho individuo profesa una determinada religión y que esa fe, le prohíbe hacer eso que, según la sociedad, debería llevar a cabo (o bien, todo lo contrario, que su credo le obliga a algo que la sociedad suele proscribir o condenar).

Debe quedar claro, que la objeción de consciencia es válida… De hecho es parte de los derechos básicos de la persona (de toda persona). Pero, sin embargo, hay algo que entender a este respecto: ¡La premisa no sólo vale para los creyentes, también para los que no creen! (Léase: Que no profesan el sistema de creencias hegemónico o la fe que es dominante en la sociedad donde viven).

Pese a esto, no es tan común que las instituciones gubernamentales, que el poder judicial de las naciones o incluso que la mayoría de los ONGs, velen por ese mismo derecho, respecto de quienes no tienen fe: De los ateos, agnósticos, nihilistas, existencialistas o librepensadores. Incluso, rara vez, lo reivindican a favor de las minorías religiosas…

Parece sostenerse la idea, de que la posibilidad de creer en “Dios” (es decir, el dios de los cristianos) es un derecho inalienable, pero que lo contrario (el descreer de él) es una «perversión de la psiquis» o, por lo menos, algo indigno de ser salvaguardado por las normas de convivencia y del respeto que se le debe a toda persona en cualquier sociedad civilizada.

La libertad de consciencia está emparentada con la de pensamiento y de expresión. La misma consiste en la posibilidad de ser diferentes, de obrar según normas y códigos alternativos, que se creen mejores o más apropiados (al menos para uno mismo) de los que priman “socialmente” o que rigen los destinos de las mayorías.

Dicha libertad, consiste en la posibilidad de decir: “No, yo elijo otro camino… No seguiré como la oveja al resto del rebaño, no creeré en lo mismo que la ideología o religión hegemónica prescriba”.

No importa si se trata de un creyente o de un ateo, este derecho tiene que ver con poder “tomar el camino alternativo”, no con poder profesar una creencia o dejar de hacerlo. Esto último, también es otro derecho humano fundamental (el de profesar libremente el culto al que se pertenece o ser libre de no profesar ninguno, si así se prefiere), pero es otra cuestión y no debe confundirse.

Sin embargo, tal confusión ocurre con demasiada frecuencia… Y de ella y de un patético caso acontecido hace algunas semanas, es de lo cual pretendo reflexionar en este artículo…

El hecho en sí:

A finales del pasado mes de septiembre se difundió, de manera viral, en los portales de noticias de la red, una muy desagradable noticia sobre discriminación y abuso por razones religiosas.

El episodio se dio en el canal de televisión ecuatoriano “Ecuavisa” (que originalmente era de Guayaquil, Ecuador, pero que luego pasó a emitir desde los Estados Unidos y mediante cadenas de televisión satelital). Durante la presentación de un programa llamado “Ecuador Tiene Talento” (uno de los tantos reality show, clones de “American Idol”, en donde, de manera más o menos chapucera y tendenciosa, se “juzga el talento” de las personas que se prestan a ello). El mismo fue emitido el día domingo 20 de dicho mes (fecha que, irónicamente, coincidió con el «Día Internacional del Librepensamiento»).

El jurado del programa, estaba formado por cuatro personas: La cantante Wendy Vera, la actriz y cantante Paola Farias, la actriz María Fernanda Ríos y el actor y productor Fernando Villaroel, quienes (es de suponer) son personajes conocidos en Ecuador. Cabe aclarar que, sin embargo, sólo las tres mujeres fueron, junto con Carolina Peña, una joven adolescente que participaba en el concurso, quienes protagonizaron el incidente.

Todo comenzó cuando, entre una de esas tantas preguntas sin sentido, casi siempre rayanas en la estupidez y la insolencia, que se le suelen hacer a los participantes de ese tipo de concursos, una de las panelistas inquirió a la joven:

– «¿Crees en Dios?»

A lo cual, la adolescente, sorprendida y con timidez, contestó:

– «No, no creo en Dios, soy atea…».

A partir de ese momento, las tres mujeres cargaron sobre la participante, pretendiendo darle una “lección de vida” (o de “moral”), a través de una serie de frases (las cuales referiré más adelante), cargadas con argumentos que, sin duda, estaban basados en sus propios prejuicios, traumas y vivencias.

La pobre niña, humillada, atacada y menospreciada por estas mujeres (que, cabe destacar, según me he podido enterar con escuetas indagaciones en la red, no se caracterizan por ser un ejemplo de nada en la sociedad donde viven), sólo atinó a decir:

– «… No me ha dado eso para creer. Creo que uno se muere y se vuelve lo que era antes de nacer».

Mi postura personal sobre este tema:

Antes de continuar, quisiera hacer una aclaración: Por mi parte, me sentí solidario con la persona que sufrió el vejamen, el atropello y la violación de sus derechos desde un comienzo. Tanto por el hecho en sí, como por la empatía que la inocente joven, despertó en mi mente al imaginarla indefensa frente al ataque impune y cobarde de esas tres arpías.

Aun así, como no es mi estilo el escribir sobre cuestiones de la farándula o seguirle los pasos a las cosas grotescas y vulgares, que ocurren en los medios masivos de comunicación, no pensé en referirme al respecto… Al menos no, hasta que ocurrió algo más…

Días después de acaecido el mencionado evento, en uno de los tantos grupos de debate de las redes sociales en los que participo, un personaje que se definió como “creyente”, describió a la víctima del hecho como a alguien “rebelde”, «desubicada» y como a una “niña malcriada”, incluso llegó a decir que «encontró lo que buscaba», implicando tácitamente, que un adolescente no tiene edad para sostener convicciones firmes… Allí fue cuando realmente me encolericé y decidí ponerme a la tarea de escribir sobre el caso.

Esto es así, porque se solapa otro muy común prejuicio social, a lo ya citado: El creer que los años, de manera automática, otorgan “sabiduría”, madurez, conocimiento, experiencia y, en términos generales, “autoridad” para hablar de cualquier cosa o juzgar de manera apriorística a los que tienen menos edad.

Pues a los «dinosaurios», les tengo una noticia: Lo único que, automáticamente, trae el paso del tiempo en una persona es vejez, decadencia y prejuicios; así como arrugas, canas y dolencias… Y luego de todo eso, de manera ineluctable, a la muerte.

La sabiduría y el conocimiento se obtienen mediante el estudio, la investigación y la paciente búsqueda del saber, lo cual puede ocurrir en diferentes lapsos de tiempo según las capacidades intelectuales que posea, y las oportunidades que se le presenten, a cada quien.

Alguien puede vivir 100 años y ser más ignorante que un niño de 10, porque no dedicó nunca, en su larga vida, un tiempo específico para tales menesteres. Mientras que otra persona, en un corto período, puede protagonizar un hito histórico; escribir varias obras que quedarán para la posteridad o llevar a cabo un descubrimiento o invención que modifique el futuro de la Humanidad.

Por otra parte, el tipo de experiencia que llega con el paso de los años, suele venir viciada por lo anecdótico, por los resentimientos acumulados y por el desgaste intelectual que la vida y la edad producen. En el mejor de los casos, este tipo de «experiencia» es, como decía un boxeador de mi país, fallecido hace décadas: «… un peine que nos dan, cuando ya nos hemos quedado calvos»1.

En el sentido opuesto, Arquímedes construía catapultas e ingeniosas y máquinas de guerra desde antes de cumplir 25 años… Alejandro Magno ya era general a los 16 y 10 años después había conquistado casi todo el mundo conocido; Mozart compuso su primera sinfonía a los 8 y Jorge Luis Borges redactó sus primeras obras a los 7. ¿Va quedando claro que no existe esa “conexión” que los “valores tradicionales” pretenden hacernos creer?

La mayoría de edad, no es equivalente a madurez y las canas o las arrugas, no conllevan sabiduría alguna para vivir (por lo menos, no necesariamente).

Queda claro que la experiencia no es el producto intrínseco de la edad… Pondré un ejemplo clásico al respecto: Imaginen a un director cinematográfico, por un lado y a una costurera (que siempre cose el mismo tipo de prendas), por el otro.

Bien… Cuando transcurre el rodaje de un nuevo filme (quizás durante unos 8 o 10 meses), el director, vivirá cada día como si fueran unas pocas horas; le parecerá que el tiempo se pasa “volando” y que nunca le alcanza para las enésimas tareas que requiere efectuar y las cosas que debe controlar, crear y pensar, así como las decisiones que debe tomar… Pero, sin embargo, al terminar su obra, esos meses le habrán parecido una vida entera. Los habrá vivido tan intensamente, que se les antojarán como un tiempo mucho mayor al que realmente transcurrió.

Nada extraño hay en lo anterior, sencillamente ocurre que la acumulación de recuerdos y conocimientos (o sea, lo que genera la verdadera “experiencia”) se dio en él, a una velocidad mayor que la típica en la vida del común de las personas. El conocimiento y la experiencia no provienen de nada “metafísico”, se dan a través de nuevas conexiones sinápticas y esto ocurre sólo cuando el cerebro se usa de manera intensa.

Ahora pensemos en la costurera: Cada uno de sus días se arrastran con penosa lentitud. Haciendo siempre la misma tarea, sin pensar demasiado en nada, porque la rutina le ha brindado la automatización de su trabajo; su memoria muscular hace que sus manos “trabajen solas”, casi sin ser consciente de ello.

Así pasará toda su vida, hasta que en la vejez, al mirar atrás, le parecerá no haber vivido más que un corto lapso de tiempo, porque no habrá sino un solo recuerdo en su memoria: El de su continuo y repetitivo trabajo.

Esta simple comparación (si bien es esquemática), nos deja en claro algo: La experiencia es el fruto de vivir intensamente, de aprovechar el tiempo y de tener una vida rica en sucesos, en matices. No necesariamente surge del paso de los años.

Finalmente, tenemos al concepto de “autoridad” (en especial la que otorga el derecho de juzgar a los demás). La misma, nunca es legítima sólo por la posición que se ocupe o por los años que se tengan. Sólo es válida cuando se posee el conocimiento y la real experiencia que ponga, a quien es árbitro de una actividad, por encima de a quienes éste juzgará (y sólo en la materia en la que, se supone, es “experto”).

Por otro lado está el talento… El mismo no tiene edad, por lo que la Ciencia sabe hasta el momento, es signado por los genes, determinado desde el nacimiento. Podemos cultivarlo o no, y cuanto más lo hagamos, más florecerá. Pero quien no lo posea, incluso si pasa toda su vida buscándolo, jamás lo encontrará. En este sentido, quien recuerde el filme «Amadeus» (1984), esa obra maestra que narra un ficticio antagonismo entre Mozart y Salieri, mostrando como el talento y la juventud siempre se imponen sobre la amargura, la mediocridad y lo ordinario, tendrá en claro lo que digo…

Razón de ser de este artículo:

Como era de esperarse, el video del lamentable suceso referido con anterioridad, se ha hecho viral en la Internet y hay decenas de copias disponibles en las diversas redes sociales enfocadas en este tipo de contenidos. Por tanto, no planeo incrustarlo en este artículo (No deseo que mí blog tenga la imagen de las tres impresentables incorporadas en él).

Lo que sí quiero hacer, es analizar el asunto desde diferentes ángulos: Primero, un somero análisis de la peculiar visión sobre la Vida que denotaron las agresoras (esto es importante, según mi entender, porque nos muestra una interesante faceta sobre el origen de la «fe ciega”). Segundo, aunque no soy experto en la materia, quisiera citar una serie de delitos, factibles de imputar a las protagonistas del hecho, así como las normas internacionales sobre DD.HH. que se quebrantaron durante el mismo. Finalmente, me gustaría reflexionar (tanto desde el incidente en sí, como al respecto de mi diálogo con el “creyente” que referí más arriba) sobre la desubicación, el conocimiento sesgado y la impertinencia que suelen denotar los que se llaman a sí mismos “creyentes”, con aquellos que “no creen” (o con los que, sencillamente, creen en «otra cosa»).

Desde luego, esto último no ocurre en todas las religiones: El común de los paganos, nos hemos sentido tan molestos y agraviados por este caso de discriminación y vejación, así como empáticos con la joven, como cualquier ateo o librepensador lo pudiera estar.

Pero, en las religiones monoteístas, la actitud de discriminar a los no-creyentes y de tratarlos como poco menos que “basura”, es una marcada tendencia, que es preciso revertir, sino mediante el cambio de actitud de los agresores (eso no parece estar dentro del horizonte de las posibilidades), si a través de la punición legal y de la condena social de toda violación de los derechos de las personas (de los DD.HH.) que pudieran darse en este sentido, o en cualquier otro relacionado con las creencias y/o con la decisión de no creer.

Análisis de las motivaciones de las panelistas:

En primer término, hay que entender lo anómalo que es preguntarle a un participante de un concurso artístico, sobre si «cree o no» en una deidad particular, de una religión de tantas (aunque esa religión sea la hegemónica, en el país donde el evento ocurre).

Carolina Peña: La joven de 16 años acosada y discriminada por tres panelistas de un certamen artístico, tan sólo por su condición de atea.

Esta extraña pregunta, sólo puede provenir de un sentimiento de inseguridad sobre los propios valores y de odio hacia quien “quizás” piense diferente (el “quizás” es obvio, dado que hasta que la joven no respondió, las panelistas no sabían si ella era atea, hindú, buddhista o una “devota católica”, por dar sólo algunos ejemplos).

Haciendo una breve digresión… Me pregunto, ¿Qué habría sucedido si la niña hubiese respondido: “No, no creo en Dios, soy satanista…”, o “No… Soy Hare Krishna…”, o “No… Soy pagana…”, ¿La hubiesen quemado ahí mismo? ¿Hubiesen llamado a la seguridad del canal, para expulsarla del evento por «blasfema»? ¿La habrían lapidado, con la ayuda del público…?

Que mi comentario no parezca superfluo o innecesario… ¡Podría haber sido que la persona practicara alguna de esas creencias! Y hubiera sido tan impertinente, innecesario y tangencial, el que se le preguntara por su “religión” (o más bien por si creía en un determinado dios o no lo hacía), como en el caso que realmente ocurrió.

Recuérdese, cuando alguien pregunta a otra persona: “¿Crees en Dios?”, no se refiere a “cualquier dios”; no habla de Zeus, Thor o de la diosa sintoísta Amaterasu. Se refiere al dios tribal de los hebreos, que tiene un nombre propio: Yãhwêh, que luego devino en el dios de los cristianos y, erróneamente comenzó a designarse con la palabra genérica para aludir a cualquier deidad y siempre con mayúsculas (al menos en lo que se refiere a la lengua de Cervantes –que es la que usaban los protagonistas del episodio que nos ocupa y la de los lectores de mis artículos).

Pero vayamos “más allá” e indaguemos qué hay detrás de las subsecuentes frases de las panelistas:

– «Dios se siente… Dios te puede ayudar… Dios te ayuda a ser mejor…».

¿Por qué se presupone que el ser humano necesita de ayuda “sobrenatural”? ¿Por qué se cree que la niña debe “mejorar”? ¿Quién dijo que no le va bien en su vida y que no tiene una conducta ejemplar? ¿Evaluaron su “moralidad” en forma previa? ¿Se erigieron en jueces de sus actos de vida, virtudes y defectos?

Además, ¿Qué demonios significa “ser mejores”? ¿Quién tiene la regla de qué es mejor y qué es peor? ¿Un trío de “celebridades” de escasa educación y dudosa trayectoria ética, puede (porque alguien las puso de “juezas” de un evento), arrojarse el derecho de juzgar a una persona en relación a la totalidad de su vida (ya sea que ésta tenga 16 o 70 años)?

Luego la interpelaron con preguntas todavía más estúpidas e impertinentes:

– «¿Por qué no crees en Dios?” … “¿De dónde crees que venimos?»

Estas ignorantes, no deben saber ni siquiera quién fue Charles Darwin, ni de qué se trata la Evolución, de otro modo no habrían preguntado eso ante las cámaras.

Al fin de cuentas, no se las puede culpar… Hay senadores de USA y hasta hubo presidentes de ese país, que creen literalmente en el relato del Génesis sobre la “Creación”. ¿Vamos a esperar más de tres arpías impresentables?

Una niña de 16 años, de pronto, se ve sometida a preguntas “filosóficas”, cuando fue llamada para competir en un certamen. Eso, no es más que un abuso. Ocurre, porque las personas involucradas no saben o pueden opinar de nada ante un público adulto e ilustrado, ante gente culta de cualquier edad. Entonces, para darse el gusto de tener 5 minutos en la vida en donde parezca que son «sapientes», se ponen a cuestionar y a predicarle a una persona joven, tímida y en un momento en que la misma está en inferioridad de condiciones, porque está a la espera del “dictamen” del jurado.

Puede parecer exagerado lo que diré a continuación, pero es de uso común entre los sádicos y torturadores profesionales, el establecer «diálogos filosóficos» con sus víctimas, mientras las atormentan, porque de ese modo gozan mucho más de su (falsa) percepción de control y superioridad.

Imaginen que una persona fuera a rendir un examen “parcial” o un “final” en la universidad, quizás sobre física, matemática o composición musical y, de pronto, uno de los profesores le preguntase: “Ah, un momento: ¿Crees en Vishnú?”… Porque resultó que el sujeto era hindú y creyó oportuno darle una “lección de vida” al alumno, aunque el tema se trate de algo totalmente fuera de lugar respecto del examen en sí.

Aquí ocurrió algo peor, porque el profesor, al menos sería un académico y el estudiante universitario, casi con seguridad, mayor de edad… Mientras que estas tres personas no son más que “caras conocidas” de la farándula y su víctima, casi una niña atemorizada por las cámaras.

La siguiente “lección de vida”, nos muestra otras cosas interesantes:

– «Creo que aún tienes 16 años y creo que has tenido tal vez muchas cosas bonitas en tu vida pero llega un momento en el que sufres tanto que lo único que te lleva de verdad a continuar es el amor impresionante a Dios».

Traducido al plano de la Realidad: «Llega el momento en que eres viejo, te das cuenta de los errores que has cometido, entiendes que no hay vuelta atrás, que tu vida es un desastre y te apegas a un culto religioso cuan droga milagrosa (otros usan de hecho drogas o alcohol) para olvidar tus penas…».

¿Por qué se presume que la joven será más y más infeliz, según pasen los años? ¿Se extrapola la propia mediocridad? ¿Se proyectan las propias miserias?

Aquí no sólo se está afirmando la idea de que existe un dios, sino que además, “porque sí”, con prepotencia dogmática, se aduce que ese dios es misericordioso y amoroso, que nos salvará o consolará de todos los dolores y penas sufridas en la vida.

Si la joven fuera mayor, al haber tenido la oportunidad de ilustrarse más, quizás les hubiera dicho: «¿Dónde está ese dios imaginario, en este mundo nuestro?» O quizás aquello que una vez dijo el Buddha Gautama, al contemplar las miserias del Mundo: “Si Dios existe y permite esto, NO ES BUENO y si no puede evitarlo, NO ES DIOS”.

Pero claro, alguien de 16 años, amedrentada por tres arpías que se le fueron encima y, que además, tenían el poder de descalificarla de un concurso para el cual, tal vez se preparó por años, atinó sólo a decir en voz baja y temblorosa: “No me ha dado eso para creer…” (Respuesta escueta, pero aun así más sabia y congruente que las preguntas que las arpías le espetaron).

Finalmente:

– «Es un consejo de vida, porque es una niña chiquita. Tiene 16 años, porque a veces cuando estamos jóvenes creemos ser los dueños del mundo cuando realmente siempre necesitamos a alguien».

¿Quién les pidió consejo a estas entrometidas…? Pero, sí es cierto que “necesitamos a alguien”. Somos seres sociales, los humanos… De manada, diríamos si pensáramos en la biología. Por eso precisamos de amigos, parejas, familia, colegas, socios, vecinos y de otras personas, en general. Si no tenemos a “nadie”, de poco vale lo que hagamos con nuestras vidas. Pero ese “alguien” no necesita ser un ser sobrenatural (con toda probabilidad “imaginario”), sino alguien de entre nuestros semejantes (los demás seres humanos).

Además: ¿«Consejo de vida»? ¡Pero qué impertinencia! ¡Qué descaro! ¿Qué no les han enseñado, hace muchas décadas, cuando eran “niñas chiquitas” a no dar concejos a quienes no los han solicitado…? ¿No han sido educadas en los buenos modales y en la ubicación que se debe cuando se dialoga con nuestros semejantes? ¡Qué asco! ¡Qué vergüenza!

Y un detalle final: Los jóvenes no se creen “los dueños del Mundo”, sino que en verdad lo son… ¡Son quienes tienen el futuro por delante! Por tanto, tienen todo lo que se puede desear tener: Tiempo, salud y energía.

Los que somos mayores, deberíamos entender eso (después de todo, no es tan difícil si se usa el cerebro –sí, claro, para hacer eso, hay que tenerlo). Deberíamos asumir que las nuevas generaciones son las que tienen futuro y que los que tenemos “experiencia de vida”, ya vamos de vuelta en el camino de la misma.

Lo que estas tres panelistas han perpetrado con la joven, es «bullying», acoso y abuso… No sólo fue algo moralmente reprochable (en extremo). Es algo que debería ser penalizado judicialmente. Una mera disculpa, ¡no basta para revertir o compensar semejante atropello!

Leyes Internacionales:

Las personas que todavía viven bajo la creencia de que su particular cosmovisión de la vida y del mundo es la única «aceptable» y que tienen el derecho de imponerla a los demás, parecen desconocer los muchos avances, en el ámbito del Derecho Internacional y de la ética humanista, que se llevaron a cabo en los últimos siglos…

Basta sólo con recordar a la Revolución Francesa y su proclamación de «Los Derechos del Hombre», a finales del siglo XVIII, así como la «Declaración Universal de los Derechos Humanos«, de la ONU, para entenderlo.

Aquí, sólo pretendo referir las violaciones imputables en el caso que refiere mi escrito…

La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en su Resolución 217 A (III), del 10 de diciembre de 1948 en París, Francia, contiene dos artículos de importancia en este sentido. El primero es el número 18, el cual dicta:

«Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.»

Se debe tener cuidado en cuanto a la interpretación de este derecho básico y universal: No se refiere tan sólo a los que profesan una fe, sino a tener el derecho de cambiar de creencia, de no profesar ninguna religión, de no interesarse por el tema y de no ser molestado o importunado por ello.

Así mismo, el artículo 19, dice:

«Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.»

Vale decir que, a menos que se esté en un ámbito en donde la persona decida someter a debate sus creencias, opiniones y puntos de vista, nadie tiene derecho a perjudicarlo, molestarlo o perturbarlo en función de las mismas. Nunca, bajo ninguna circunstancia.

Por supuesto, Ecuador es un país miembro de la Asamblea General de la ONU y, como tal, está obligado a cumplir estos mandatos a cabalidad. Pero además, ese país ha firmado el «Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos», en su resolución 2200 A, XXI, de 16 de diciembre de 1966 y que entró en vigor el 23 de marzo de 1976, el cual dice:

«Cada uno de los Estados Partes en el presente Pacto se compromete a respetar y a garantizar a todos los individuos que se encuentren en su territorio y estén sujetos a su jurisdicción los derechos reconocidos en el presente Pacto, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.»

Traduciendo esto al lenguaje común y a las circunstancias de todos los días, nadie tiene derecho de inquirir o catalogar a las personas por la religión que profesen (o que dejen de profesar) o por las opiniones que tengan (o dejen de tener). Esto es igual a decir que no se puede valorar en ningún sentido (y obviamente, mucho menos en público) a una persona por su condición de seguidor de una determinada religión o de ateo (o bien de no creyente, en un determinado dios o en ninguno).

En síntesis, ambas legislaciones internacionales protegen a los individuos al respecto de su libertad de consciencia, pensamiento y expresión, sin importar que adhieran al teísmo, al ateísmo, al agnosticismo, al panteísmo o al politeísmo (o cualquier otra forma teológica imaginable).

Estos artículos, no han sido pensados para defender el derecho de profesar una «particular religión», sino de hacerlo con cualquiera o con ninguna. Definen el inalienable derecho de la libre consciencia, no protegen al culto de un dios o de una fe en particular.

Finalmente, y dado que el caso que nos ocupa está relacionado con una menor de edad, es preciso referir la «Convención sobre los Derechos del Niño», adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989.

La misma. En su artículo 2, párrafo 2, expresa:

«Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas para garantizar que el niño se vea protegido contra toda forma de discriminación o castigo por causa de la condición, las actividades, las opiniones expresadas o las creencias de sus padres, o sus tutores o de sus familiares.»

(Nótese que el accionar de las tres panelistas referidas más arriba, colisiona directamente con esta declaración).

Pero también en artículo 12, párrafo 1:

«Los Estados Partes garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que afectan al niño, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño.»

Y finalmente, el artículo 13, párrafo 1:

«El niño tendrá derecho a la libertad de expresión; ese derecho incluirá la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o impresas, en forma artística o por cualquier otro medio elegido por el niño.»

Si se engloban todas estas normativas válidas en el Derecho Internacional y a las cuales la nación ecuatoriana adhiere plenamente, se comprende lo grave del accionar del jurado en el certamen citado y la gama de delitos y violaciones que se les puede imputar.

El debate con el creyente:

Como he dicho más arriba, lo que detonó mi deseo de escribir sobre este asunto, fue un debate en un foro de las redes sociales que frecuento. Dejo aquí los párrafos que me parecieron más significativos y sintomáticos, de los volcados por mi interlocutor:

«No cree en Dios, por que es cool no creer en Dios. Simple… Así como es cool decir ser comunista y vivir de las mieles del capitalismo…»

«Encima, la actitud de la niña al responder ‘NO’, es de mucha inseguridad (vamos que estos niños se hacen los rebeldes jaja), no hay que ser psicólogo para no darse cuenta de que la pobre niña no tiene ni idea.»

«¿Es para tanto…? Esta niña se hace la rebelde y esta teniendo lo que ha buscado. No tiene idea de la vida ni pensamiento formado aún (o tal vez si por las redes sociales) que han puesto de moda semejante estupidez. Ahora todos los adolescentes son ateos, Gay Friendly, comunistas, anti USA, etc… etc…»

«Como creyente en Dios no me siento discriminado cuando algún bobo disfrazado de ateo me ataca. Todo lo contrario. Me siento feliz de debatir…»

Resumen de mis respuestas: Me parece que no entiendes el punto de todo esto… No se trata de mensurar la madurez de la joven, si es atea por convicción, rebeldía o lo que fuere… Las panelistas no estaban allí para analizar o juzgar tal cosa.

Tampoco es cierto lo que dices: Puede tener padres con formación humanista secular, agnóstica, científica o similar y que le hayan inculcado el ateísmo, así como los padres creyentes le inculcan, a sus hijos, sus religiones.

De lo que se trata aquí, es de que tres mujeres impresentables, que estaban en un panel UNICAMENTE para juzgar las dotes artísticas de la joven, se atribuyeron el derecho de predicarles su particular forma de religión, de darle una «lección de vida» en público (humillándola) y en una condición de superioridad (dado que la joven intenta quedar bien con el jurado, porque está allí para tratar de ganar el concurso).

De lo que se trata todo esto, es de un caso de agravio a la libertad de consciencia de una persona, con el agravante de que es una menor de edad. En mi país, la Argentina (es una de las pocas cosas en que me puedo enorgullecer de nuestra legislación nacional) las tres mal nacidas recibirían una condena penal o al menos una grave multa y la obligación de disculparse en público ante la joven.

Por suerte, hemos avanzado mucho desde los tiempos en que no creer en «Dios» era visto como una deformación de la personalidad o una perversión intelectual.

Tampoco es cierto que todos los jóvenes sean ateos. Yo soy, en cierta forma, un referente del Paganismo en América Latina y puedo dar fe de que existen cientos de miles de jóvenes paganos, es decir: Que NO SON ATEOS, pero que NO CREEN EN «DIOS»

Por otra parte, es una infamia afirmar que la joven es atea porque en los últimos tiempos es «cool» el serlo. No sabemos como le cae eso a su entorno, no conocemos si le facilita o le dificulta su vida social, su relaciones con los vecinos, los amigos y su familia.

Si me preguntas a mí (ahora a mis 52 años o cuando tenía 16, como la joven) si creía en «Dios» (entendiéndose por «Dios», a la divinidad que protagoniza los mitos bíblicos), ahora y entonces yo diría «NO»… Y, ¿Sabes qué? No soy ni nunca fui ateo, sólo practico y creo en una religión en donde ese dios no está incluido.

Por eso me siento empático con la joven, porque justamente a esa misma edad, yo dejé de creer en el dios abrahámico y me hice pagano. Eso fue hace casi 40 años y, ciertamente, no era «cool» ni me hizo popular o me facilitó la vida. Por el contrario, me trajo enésimos problemas con mis padres, el alejarme de muchos parientes ultra-católicos (por obvias razones) y otras cosas que no vale la pena referir aquí. Sin embargo, ahora, en mi madurez, y luego de una vida entera de profesar el Paganismo, ni he cambiado ni me he arrepentido. ¿Cómo sabes que a la joven no le pasará lo mismo?

Leo mucha burla, prejuicios y suficiencia en tus palabras… Pareces creer que ser ateo es una estupidez o, por lo menos, que es más estúpido que creer en los mitos que a ti te enseñaron en la infancia.

Tampoco la joven denotó inseguridad, dudas o falta de «pensamiento formado» (Me pregunto si hay una edad en la vida, cuando uno deja de «formar nuevos pensamientos» -por suerte, todavía yo no la he alcanzado).

Lo que cualquier psicólogo te dirá y lo que pensará cualquier persona con sentido común, no cegada por sus prejuicios religiosos, es que la niña sentía temor, vergüenza y una extrema incomodidad, ante la sorprendente reacción del jurado, devenido en una «inquisición» improvisada. ¡Nada más que eso…!

Una última cosa, que hay que entender: Hay espiritualidad y religión «más allá» del sistema de creencias abrahámico, del Cristianismo y sucedáneos. Los paganos somos religiosos, pero no creemos en el dios bíblico (y es sólo un ejemplo).

La joven no dijo «soy atea», como una proclamación de rebeldía, a modo de desafío, ni mucho menos. Se notó la incomodidad que sufrió por la pregunta impertinente y fuera de contexto. Ella respondió, a la pregunta de: «¿Crees en Dios?», con un «No, no creo…» y lo hizo tímidamente.

¿Por qué dices que «está teniendo lo que se ha buscado»? ¿Es un crimen no creer en el dios de la mitología judeo-cristiana y/o en ningún otro? Si la joven hubiera sido buddhista, por ejemplo, habría dicho lo mismo: «No, no creo (en Dios)» (porque el Buddhismo es una religión sin dioses).

Por último, y sin pretender defender al segmento inculto de los ateos de internet (porque también los hay sumamente ilustrados), te diré que la «rebeldía» anti-cristiana de las generaciones de quienes nacieron en las últimas décadas, no está relacionada (al menos no solamente) con el natural y sano antagonismo de los jóvenes ante lo vetusto y perimido, sino que nace de la contemplación de la hipocresía, corrupción y obscenidad de muchos clérigos o pastores de las diversas iglesias que comprenden esa fe.

Pero en todo caso, SÍ ES PARA TANTO… Una niña valiente, sincera, que ya necesita mucho coraje para presentarse en TV y exponerse a las burlas de esos típicos jurados, compuestos por personas de dudosa moral y de más dudoso talento, además, tuvo la firmeza de decir lo que pensaba.

La niña merece aplausos; las tres jurados, cárcel o el escarnio de la sociedad, al punto de que las que sientan vergüenza y teman volver a salir en la TV, sean ellas y no la joven.

La libertad de consciencia, de expresión y pensamiento, no son un tema cualquiera, son el DERECHO entre los derechos humanos y esas tres impresentables, violaron los de la niña… ¡Sí es para tanto! Porque fue un acto delictivo, discriminatorio y pre-moderno; fue un abuso cobarde y autoritario, que no debe repetirse nunca más frente a las cámaras de un medio masivo de comunicación…

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(1) Oscar "Ringo" Bonavena (1942 - 1976).

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