Los hombres la han buscado en vano desde los tiempos primitivos. Es el mayor anhelo de los filósofos, místicos y pensadores de todas las especies, culturas y épocas… Sin embargo, ¡no existe! Y el mayor problema, es que muchos creen que sí… y que, además, son dueños de ella…
La Verdad no existe, todo está permitido.
(Hasan ibn Sabbah, 1034 – 1124)
El término «Verdad», se define en el Diccionario de la Real Academia Española (o sea, el oficial de nuestra lengua), con las siguientes dos acepciones principales:
1. f. Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.
2. f. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.
Se comprende, fácil y raudamente, que estamos hablando de una palabra «de compromiso», de un sustantivo nominal, que no define las cosas «tal y como son», sino de uno que alude a como, sincera y honestamente, nuestra mente recuerda un evento o sabe definir un concepto o hecho dado.
La «Verdad» es la forma que cada uno tiene de entender una cosa que sí es objetiva, que sí es única e independiente de la mente de quien la percibe: La Realidad.
Como nunca me canso de repetir, Aristóteles de Estagira decía: «La Realidad es la única Verdad», pero pocos comprendieron que significa tal afirmación… Por eso, a ello volveré más avanzado el presente artículo.
En la filosofía también se suele usar dicha palabra para aludir a una noción ya establecida, que nunca cambia y que es ocioso discutir o tratar de refutar por su evidente certeza. Si A = B entonces B = A, por ejemplo.
Pero jamás esto vale en un sentido de Realidad Absoluta, porque todo filósofo que se precie de tal, sabe que la Realidad «tal cual es», no es cognoscible por la mente humana (nuestras mentes finitas y limitadas, apresadas por el tiempo y el espacio, jamás la podrán alcanzar). Dicho de otro modo, la «Verdad», si es que existe y es, como dije, la «Realidad Última y Absoluta», está más allá del horizonte epistemológico humano. No sólo del actual o del que vislumbraban los hombres del pasado, sino que lo estará por siempre, a menos que un día muy lejano, la constante evolución de nuestras consciencias, nos haga devenir en dioses.
De todo esto se deriva, sin demasiada dificultad, que para todo fin práctico atinente a la vida humana, La Verdad (con mayúsculas, la «única» y válida para todos) NO EXISTE.
Lo que sí existen son las «verdades de cada quién»… Cada ser consciente, con capacidad de percibir y comprender el Universo o el entorno en que vive, desarrolla «su verdad»: La suma de su conocimiento empírico (siempre anecdótico, sesgado y parcial), de sus opiniones y preconceptos.
Sólo existen dos actividades humanas (o, más bien, dos disciplinas del conocimiento) que pueden ayudar en este sentido, que pueden guiar a cada quien a un conocimiento más acabado de las cosas «tal y como son» (aunque nunca a alcanzar un saber total, porque eso es imposible).
Una de ellas es la Filosofía, que permite, tal como pregonó el gran Sócrates con su mayéutica (del griego: «dar a luz»), el ir dejando de lado todo lo que «no es verdad», el descartar sistemática y progresivamente, el error. La otra es la Ciencia, única disciplina qué permite el certero conocimiento de la Realidad, al menos de la fenomenológica, de la atinente al mundo tangible (o sea, el que puede ser analizado y/o medido por la mente y los sentidos del Hombre, con o sin la ayuda de su tecnología).
Porque algo debe quedar bien claro: Las capacidades intelectivas de los seres humanos, nuestro poder de percepción (sea natural o extendido a través de la ingeniería moderna) y todos nuestros recursos epistemológicos, no nos permiten conocer «La Verdad», ni siquiera saber si esta existe… Pero sí nos ayudan a dilucidar, paulatina y sistemáticamente, qué NO ES verdad, qué cosas son erróneas, que ideas o conceptos están equivocados.
De eso se trata la búsqueda del conocimiento real, entender como son las cosas, a través de la eliminación de las falsas ideas sobre las mismas. Jamás tuvo o tiene que ver con la búsqueda de una quimera, que está más allá del alcance de nuestra percepción.
La mayoría de las personas, hace caso omiso a estas formas asertivas de acercamiento a la Realidad. El común de las gentes, se interesa, le preocupa, se conforma o incluso pretende validar para sí, sus «pequeñas verdades». Ésas que, como dije, son el producto de una mezcla inextricable de su empirismo, intuición, prejuicios y atavismos.
Creen que la percepción directa es garantía de conocimiento de la verdad sobre una cosa. Sin embargo, un simple ejemplo basta para dejar en claro que no siempre es así, que los cinco sentidos y el empirismo (incluso, a veces, el «sentido común»), nos engañan: Todos sabemos que la Tierra mantiene un movimiento de rotación de aproximadamente 24 horas, lo cual genera los «días» y las «noches» (según sea el ángulo orbital de nuestra locación geográfica respecto del Sol a una determinada hora del día), pero esta información provino de la Ciencia y su sistemática y rigurosa investigación, de la realidad del Universo en que vivimos. Sólo desde Galileo, tenemos conocimiento de lo que realmente sucede.
Durante miles de años, creímos que el «Sol sale y se pone», recorriendo la bóveda del cielo y, de hecho, aunque hoy en día (la mayoría) conozcamos la verdad sobre este evento astronómico, seguimos diciendo y pensando que el «Sol sale y se pone» cada día…
¡Miente, miente, que algo quedará!
(Ministro de propaganda del III Reich)
El empirismo no es garantía de conocimiento, la experiencia no siempre nos asegura un completo saber sobre algo. Se requiere la Ciencia y la Filosofía para tales efectos, con el saber acumulado y probado de miles de mentes a lo largo de la Historia, con sus constantes ejercicios de lógica, trabajos de campo y experimentos de laboratorio. ÉSE es el conocimiento real. ÉSA es la Realidad, es decir, la «UNICA VERDAD».
El desconocer todo esto no sería una gran tragedia, más allá del retraso que supone al cúmulo global del conocimiento humano y al lamentable hecho de que muchos vivan errados y sumidos en la ignorancia más profunda sobre las cosas más elementales de la Vida.
Pero sin embargo, hay un grave problema con este asunto de «La Verdad», al menos cuando se la cree única y por eso se la escribe con mayúsculas… Porque, muchas veces, los que se ciegan a cualquier otra cosa que no sea «su pequeña (y mezquina) verdad», terminan por creer que son dueños de la «grande», de la «única» y «última»… de la «revelada».
Es así que, la carencia del relativamente poco frecuente sentido común de nuestra especie, la displicencia en el uso de la lógica y del pensamiento racional, hace que muchos crean que «sus pequeñas verdades» son LA VERDAD, y conforme a esa premisa, se vean como dueños de ella.
Es debido a otra poco feliz pero, en este caso, «piadosa» debilidad de nuestra humana naturaleza: El que muy pocos lleguen a ser líderes y casi todos se enrolen en el gremio de las ovejas o «seguidores» de los pocos que emergen los mares de las masas sociales.
Por eso, la mayoría de estos «dueños de la Verdad», son poco más que payasos, patéticos personajes perdidos en los rincones más insospechados de la jungla urbana o los poblados rurales; chocantes a la hora de departir con otros, viles a la hora de juzgar a los demás, pero nada más que eso… En esencia, son personajes folclóricos, dignos de ser estudiados por psicólogos y antropólogos, pero no de ser tomados en serio ni de generar preocupación en ningún sentido.
Sin embargo, muy de vez en cuándo, surge un emergente de entre esos locos que se creen propietarios de lo que, en realidad, sólo es una ilusión de la mente humana. El cómo se los llame, depende de la época y el lugar… Porque, además, cada uno de esos «dueños de la Verdad», posee (o sea, ha inventado) una diferente versión de la misma.
No importa que se los llame «líderes», «profetas», «mesías», «gurúes»; «revolucionarios», «maestros» o «salvadores»; «camaradas», «jefes» o «fuhrërs», porque tampoco importa lo bonita, fea o «más o menos coherente» que sea esa «verdad» que predican, lo que importa es lo que NECESARIAMENTE deviene con ello, lo que trasciende a la larga, como consecuencias de tales proclamaciones y prédicas…
Se trata de un silogismo perverso, aparentemente lógico, pero tan alejado de esa noble virtud del pensamiento, como la oscuridad absoluta lo está de la luz del Sol. Comienza con la premisa: «Yo soy poseedor de la Verdad», «la encontré», «me fue revelada», «obtuve la iluminación»…
Luego viene la segunda parte, obvia conclusión derivada de la observación de los demás, y de darse cuenta que «los otros» (o sea, virtualmente toda la Humanidad, excepto el «iluminado» y los suyos), piensan diferente y, por tanto, «no son dueños de la misma», «no son parte de los elegidos», «no poseen esa Verdad».
El «silogismo» continúa, con una segunda premisa: «Siendo la Verdad mejor que el error o la falsedad, es mi deber transmitirla e imponerla a los demás…».
Finalmente, llega la inevitable conclusión, la más triste y terrible, la que ha costado más sangre, sudor y lágrimas, que cualquier otra cosa en la accidentada historia de nuestra especie; más vidas y sufrimiento que todos los otros males que acontecen en el mundo…
Esa simple conclusión plantea: «Si soy dueño de la Verdad, porque me fue revelada o la descubrí (vaya a saber cómo), si la Verdad es mejor que el error o la falsedad; si por tanto es mi obligación difundirla… ¡Entonces nada de lo que haga en pos de esta meta, en función de ese sagrado propósito, puede ser malo! Todo está permitido en la misión de difundir la Verdad».
Y todavía falta otro ingrediente en esta terrible alquimia: La «Verdad» suele ser «hermosa», fácil de creer, difícil de olvidar; amable y esperanzadora, «evangelizadora» (del griego: «buena nueva»).
Da razones para vivir a quienes no tienen el valor ni la disciplina de encontrar el propio sentido a sus vidas. No importa que se refiera a la «Tierra Prometida», al «Reino de los Cielos», al «paraíso del proletariado» o al «Reich de los 1000 años»… Por lo común, se extiende como reguero de pólvora y como ésta, lo quema y destruye todo a su paso.
En cambio, la aburrida, triste, llana y desesperanzada Realidad, tiene muy pocos seguidores y jamás logra captar a quienes ya fueron envenenados por el dulce hechizo de «La Verdad».
Todos sabemos, que una fantasía es más fácil de difundir y de consolidar en las mentes de las masas que la más sólida y demostrada de las realidades. Vean por ejemplo, el asunto de los 155 años que lleva el debate sobre la Evolución de las Especies (Charles Darwin publicó en 1859 su obra «El Origen de las Especies»), versus la primitiva e ingenua versión mítica de la «Creación».
Sin embargo, pese a todos los logros de la Ciencia Moderna en ese sentido, son muchos más los que creen en un mito arcaico que en el saber científico, aún hoy, en el siglo XXI.
Los profetas, gurúes y líderes mueren, como mortales que son… Pero sus «verdades» devienen en inmortales, envenenando a muchas generaciones en los años futuros, a veces durante siglos o, incluso, milenios.
No importa si todo comenzó con una zarza ardiente en el desierto (fenómeno común por cierto), si se escuchó una voz divina o angelical que les decía que eran el hijo de un dios; si leyeron una «revelación divina» encerrados en una cueva (aun sin saber leer); si inventaron su ideología en oscuras bibliotecas en base al odio hacia las clases acomodadas o si alimentaron la rabia y el rencor respecto de una determinada etnia y germinaron su sed de conquista, tratando de jugar a ser pintores o arquitectos y fracasando en ello…
Sus legados fueron similares, sus «verdades» envenenaron a la Humanidad toda, sus mensajes generaron millones y millones de muertes atroces; y además, originaron incontables cantidades de odio, torturas y supina ignorancia; postergación y sinsentido; pobreza y marginalidad, para quienes sobrevivieron a todo ello.
La «Verdad» es una vil y diabólica mentira… La misma, a nadie le fue «revelada» jamás, porque LA VERDAD NO EXISTE. Casi todos los males de la sociedad humana terminarían fácilmente, si de una vez por todas nos olvidáramos de ella y abrazáramos a la simple y llana Realidad; si abordáramos las cosas «tal y como son» y no «como nos gustaría que fueran», pero sobre todo, NO COMO OTROS nos «dicen que deberían ser».
La Realidad es tal, que no requiere de profetas, gurúes o mesías para ser descubierta, sino del estudio, del progreso y la dedicación constante. No necesita del sacrificio o el martirio de nadie, para prevalecer, porque lo ha hecho desde el comienzo de los tiempos, desde antes de que el Hombre existiera… Porque la Realidad no es, ni más ni menos, que lo que ES.
Por eso el Paganismo no cree en profetas ni en revelaciones, no posee «salvadores» ni gurúes. A lo sumo, acepta la inspiración, como medio creativo para avanzar en el camino de la Vida, ya sea en el Arte, en la Filosofía o en cualquier otra disciplina.
Pero toda «inspiración», a diferencia de las infames «revelaciones», es simplemente una idea, algo personal e intransferible (sin pretensiones proselitistas). Algo que la persona puede utilizar para potenciar su vida y/o ayudar a la de los demás.
De «inspiraciones» nacen las invenciones, los descubrimientos, los progresos sociales. Toda cosa diferente de la Naturaleza primal, alguna vez sólo fue un pensamiento humano. Pero cuando tales ideas mutan en pretendidas «verdades sagradas», ocurre todo lo opuesto y la oscuridad se adueña del curso de la Historia.
Por lo anterior, en el Paganismo no hay dogmas, no hay revelaciones, ni verdades sagradas. Sólo existe una larga evolución y constante crecimiento personal y aprendizaje, basado en el propio esfuerzo y no en las ideas o dictámenes de otros; inspirado en el γνῶθι σεαυτόν o conocimiento de uno mismo y no en la memorización de versículos o aleyas.
Recordar todo esto, es un buen comienzo para impedir que el proceso antes citado sobre la «Verdad» y sus «revelaciones» continúe o se repita en el devenir de la Historia Humana, o en cualquiera de los particulares colectivos culturales o ideológicos que han surgido, a través de ella.-
Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»
Qué triste el ver cómo de esas «verdades» reveladas se aliementaron y se siguen alimentando las grandes lacras de nuestra sociedad. Odio, xenofóbia, sexismo, la mantanza indiscriminada de animales no humanos… y que quienes profesan este odio se atrevan a hacerlo en pos de la «paz» y «el amor».
Gracias por otro gran artículo Oscar, ésta es la verdadera inspiración.