En el día de hoy, 11 de septiembre de 2012, en la localidad de Tordesillas, provincia de Valladolid, España, se llevó a cabo otra «celebración» del Toro de la Vega. Dicho evento consiste, sencillamente, en que un grupo de «ciudadanos» de la localidad se monten a caballo, liberen a un toro en campo abierto y lo persigan con lanzas hasta darle muerte. Lo anterior, aún cuando no esté especificado en las «reglas oficiales» del evento, implica que se haga con lentitud y con el mayor sufrimiento (para el animal) y salvajismo que sea posible.
En esta ocasión le tocó a un toro llamado Volante, que pese a muchas semanas de lucha, por parte de las organizaciones defensoras de los derechos animales para intentar salvarle, murió luego de 20 minutos de agonía, mientras los enajenados celebraban la consumación de la tortura.
Este artículo no es, específicamente, para señalar mi repudio a tal acto de ruindad y cobardía, porque, cualquiera que me conozca, sabe lo que pienso. Esto es así, pese a que mis sentimientos y pensamientos a este respecto son difíciles de volcar en letra escrita, sin incurrir en violaciones a alguna ley o a las normativas de los servicios públicos de Internet. Por lo cual, será mejor que no lo haga.
Más exactamente, quiero tratar de penetrar en las mentes de los perpetradores de este acto, así como de cualquier otro similar, ya que no se trata de un evento aislado, sino de cosas que ocurren en diversos países, tales como: España, México, Colombia, Perú, Venezuela, Ecuador, Costa Rica, Panamá, Brasil, Bolivia, India, China y Filipinas.
Por otra parte, no sólo se trata de toros y «tauromaquia» (nombre elegante que algunos usan para aludir a esta barbarie), sino de riñas de perros, gallos; matanza de animales por «deporte», cacería furtiva, matanzas de delfines y ballenas y una larga lista de atrocidades cometidas contra otras especies, valiéndose de excusas tales como los «factores culturales» o las «tradiciones».
Para emprender la tarea de tratar de interpretar «qué piensan» estas lacras, se debe hacer un esfuerzo inicial (muy difícil, por cierto), en cuando a no caer en estereotipos. Aquí no se está en presencia de los típicos psicópatas que torturan animales en lugares oscuros o solitarios. No está referido a adolescentes drogados o con problemas de conducta. Estos sujetos no son personas con historiales policíacos o psiquiátricos y suelen ser padres de familia «ejemplares» o, si son jóvenes, suelen ser considerados como «modelos» de civilidad y moral (claro está, dentro del sistema de creencias hegemónico).
Por tanto, hay que buscar las motivaciones de su sadismo en otros ámbitos o, por lo menos, en otros niveles de la personalidad, que no resulten tan obvios.
También existe la necesidad de deponer toda evaluación de la cuestión a nivel cultural, antropológico. Es obvio, que existen explicaciones lógicas a este respecto y excusas de toda índole, dado que se trata de eventos que no son marginales, «indeseables» o ilegales y son vistos por la sociedad local con beneplácito, ya sea porque atraen el turismo, porque generan ganancias en los comercios del área o por razones políticas. En muchos casos, además, son prácticas que datan de hace siglos y, por tanto, se revisten de un aura de solemnidad y «tradición» y hasta son defendidas como herencias culturales «valiosas».
Sin embargo, al menos en este artículo, quiero tratar de llegar a las mentes de estos personajes, de manera individual. No me interesa, por el momento, los factores «ambientales» que los llevaron a cometer estos actos, sino más bien, porque accedieron a ello, cual es la razón de tal conducta.
Lo primero que debe considerarse es el deseo de protagonismo. Esto nos llega desde muy lejos en la evolución, cuando era necesario ocupar un rol importante en el grupo social o en el clan o la tribu, ya en el estadio homínido, si se pretendía sobrevivir. Por tanto, todos queremos destacar, ser parte de algo, ser considerados y sentirnos valorados por los otros. Heredamos esto de los mamíferos primitivos que se adaptaron a la vida «social».
Lo anterior, es normalmente algo benéfico, hace que las personas con un buen nivel de cultura y educación, busquen superarse, interactuar constructivamente con los demás, con el colectivo a que pertenecen y generar algún tipo de productividad que la sociedad en su conjunto (o al menos la de su entorno) valore lo más posible.
Por el contrario, el tipo de sujetos que nos ocupan, pertenecen a grupúsculos sociales autocomplacientes. Esto no está relacionado con la clase social a la que se pertenezca, ya que el protagonismo de una u otra, varía según la localidad y la naturaleza del evento. La autocomplacencia de que hablo, no es el producto de un status social dado, sino de participar de sistemas de creencias medievales, en tradiciones obsoletas. En este contexto, no hay una verdadera moralidad ni la intención de ser productivos, sino una congénita vocación de repetir el «modelo», de mantenerse «dentro de la tribu».
Tales personas se abstienen de cometer atrocidades con otros humanos, no porque sea contrario a su ética, sino porque podría afectar el «buen nombre» de su persona, familia, clan o tribu. No hay en ellos una verdadera moralidad, un conjunto de valores nacido de una contemplación filosófica de la Vida. No lo hay porque, entre otras cosas, no tienen la capacidad de llegar a ese nivel de intelección.
Es por eso, que estas personas viven en su «mundo» de trivialidades, aparentemente felices pero, en lo profundo de sus vidas, terriblemente aburridos y frustrados. Son del tipo de individuos que no pueden lograr amistades o relaciones sentimentales en una ciudad diferente de la suya, porque «no conectan». Nacen, viven y mueren en «su pueblito» y están orgullosos de ello. Se regodean en su localismo, sin pensar que hay «un mundo ahí afuera». Por tanto, continúan con esa (por decirlo de algún modo) «endogamia cultural», en donde no hay posibilidad de evolución.
No voy a tratar de explicar aquí la directa relación entre las prácticas sádicas sobre animales no-humanos indefensos (o «en desventaja», como ocurrió con Volante) y la incapacidad de lograr éxito y/o satisfacción plena en el sexo. No hace falta, porque es algo sabido por quienes tengan un mínimo de conocimiento sobre psicología.
Sin embargo, quiero acotar algo menos obvio, aunque en el fondo, sabido por todos: Los sujetos que se reúnen para cometer estas tropelías, son del mismo perfil que los que respetan a sus esposas y novias (oficiales) en público, pero en privado son capaces de cometer actos de violación y abuso contra mujeres indefensas, contra minorías étnicas o personas de conductas sexuales «no tradicionales», máxime cuando actúan en grupo.
Se trata del mismo «instinto» que moviliza a los activistas políticos radicales, a los fanáticos de los deportes populares y actividades afines: Cuando están en solitario, actuando como individuos, no se puede ver en ellos patología alguna. Sin embargo, al «masificarse», mutan y abordan el salvajismo extremo, la sed de ser el más cruel, la bestia más feroz, el «mejor» de entre los salvajes.
Esto último, tiene una relación directa con lo dicho más arriba: Cuando se carece de expectativas de superación, cuando la vida es monótona y regida por valores atávicos, superficiales y esquemáticos, los estratos más primitivos del ser, buscan algún medio de canalizar toda esa ira y frustración contenida. Entonces, todo el rencor y el odio hacia los que (en verdad) tienen una vida plena, se manifiesta, pero de manera simbólica, a través del «sacrificio» de algún ser inocente que ha caído en sus manos.
Debe quedar claro que, en lo profundo de sus mentes, estas lacras no masacraron a Volante, sino a todos aquellos hombres y mujeres que ven como superiores, como más exitosos y felices que ellos mismos.
Tal vez este haya sido el fenómeno responsable de la creación de cosas como la inquisición o el circo romano, ámbitos en donde estaba muy clara la relación de protagonismo y pertenencia, así como la diferencia entre «víctima» y «victimario».
Como en los tiempos «modernos» somos más civilizados y jamás se consentiría, al menos en Occidente, ese tipo de «catarsis» sobre otros humanos, ¿qué ocurre entonces? Pues es obvio: Algún pobre animal (no-humano) termina siendo el «chivo expiatorio» (nótese que este término bíblico tiene 3000 años sin perder vigencia) y sufre la descarga de todas esas emociones acumuladas.
Por todo lo anterior, no hay esperanza alguna sobre la eliminación (a corto plazo) de estas atrocidades, ya sean corridas de toros, masacres como las que nos ocupa u otras actividades en donde resulta torturado y muerto algún ser viviente, sólo para que ciertos imbéciles frustrados, puedan sentirse un poco menos miserables y un poco más protagonistas.
Se trata de una condición atávica, que sólo desaparecerá con la evolución. Claro está, no necesariamente debe tratarse de una «evolución biológica», pero sí es necesario que la cultura humana y, muy particularmente, los sistemas de creencias hegemónicos (cristiano, islámico, marxista o humanista liberal, para el caso es igual), los cuales están todos inspirados en el antropocentrismo y la falsa moral de pretender vivir fuera o «más allá» de la Naturaleza, cambien y se centren en la libertad real del individuo, en su responsabilidad para con el entorno y en tratar de buscar una vida plena y feliz, olvidando las estructuras asfixiantes del Medioevo, que todavía están muy presentes en las regiones alejadas de las grandes metrópolis.
Las atrocidades contra los animales no-humanos, terminarán cuando los humanos nos reconozcamos como parte de la Naturaleza, de la biósfera terrestre y dejemos de rendir culto al localismo, a la «aldea», para ver a la Tierra como un planeta y a nosotros, los humanos, como una especie más que camina sobre ella.-
Autor, antropología, psicología; community manager, diseño y administración web…
Investigador del pasado y los orígenes de las creencias. Dedicado a la reconstrucción y divulgación del Paganismo; a la lucha por el laicismo y el conocimiento científico. Activista de los Derechos Humanos y los Derechos Animales. Ecologista radical. Pagano, liberal. Escritor, librepensador… 44 años de experiencia en la reconstrucción y difusión del Paganismo y el legado ancestral (25 años en la red).
Me gusta lo desconocido, el Erebus, lo que está en penumbras… Valoro tanto la Oscuridad como la Luz, que forman un eterno balance el cual da vida al Universo. Estoy en una jornada, una aventura y una exploración que sólo terminará cuando muera…
«En la arena del debate, sólo cae herida la ignorancia.»